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El Secreto Mejor Guardado de Fatima

by Jose Maria Zavala, 2016

El Secreto Mejor Guardado de Fatima Zavala-analysis-000




Índice


Portada

Cita

INTRODUCCIÓN. FÁTIMA, UN SIGLO DESPUÉS

1. «¡CARNICEROS!»
La Madonna en helicóptero
Profecías vaticanas
El primer encuentro
Lector de almas
Curación milagrosa
A tumba abierta

2. LA CAJA FUERTE
Tensa conversación
«Buenos y malos chicos»
La mordaza
De aguafiestas, nada
La gran persecución
La carta del Padre Pío
Hablando de secretos
Una mano atenazada
La hoja misteriosa
En los aposentos papales

3. PROFETAS DE CALAMIDADES
¿Crisis de fe? ¿Negligencia?
De La Salette a Fátima
La danza del sol
La Iglesia en la encrucijada
Un incordio de hombre

4. «¡RUSIA! ¡RUSIA!»
Los desmanes bolcheviques
La guillotina
La desidia de Pío XI
La gran escabechina
Lucia clama al Cielo
El parche de Pío XII

5. EL ARREGLO
¿Consagración? ¿Qué consagración?
La sombra del KGB
¿Otra carta apócrifa?
Lucia insiste
Las piezas no encajan

6. LA «OSTPOLITIK» VATICANA
El Pacto de Metz
El gran manipulador
La pasión de Mindszenty
Conversión al catolicismo
Los actos de consagración
¿Cómo murió Juan Pablo I?
Los Papas envenenados
Atentados contra Juan Pablo II

7. LA GRAN OCASIÓN
La monja que solo vio Agca
«Soy todo tuyo»
El Papa que cae «muerto»
Flagrantes contradicciones
La Iglesia y la anti-Iglesia
El padre Gobbi y Fátima

8. EL «PLIEGO CAPOVILLA»
La conversación
El escritorio «Barbarigo»
El atropello Paolini contraataca…
… y Socci también
Los silencios de Bertone
Una hoja en forma de carta
La revelación de Dollinger

9. LA CONFESIÓN
La mujer adúltera
Camisa blanca pero alma sucia
Zeffirelli y las chicas milanesas
«Me parecía tener alas»
Agente inmobiliario
La pérdida de la fe
La masonería en la Iglesia
El demonio no se toma vacaciones

10. LA CARTA
El texto original
La traducción
El informe caligráfico
Una epístola de 24 líneas
«La Tercera campanada»
Rosario de profecías
El cotejo
El Papa y el dogma de la fe
La piedra angular
La profecía de Daniel
Posibles objeciones
La tumba de Pedro
El «desmayo» de Juan XXIII
La nueva visión de Lucia

EPÍLOGO. EL TESTAMENTO DEL PADRE PÍO
La misión
La Iglesia antes y después
Introspección a distancia
Sin tiempo que perder
Dulce y amargo a la vez
Tiempo de esperanza
La conversión

INFORME PERICIAL CALIGRÁFICO
BIBLIOGRAFÍA CITADA
Fotografías
Créditos


Guardaos de tocar a mis ungidos, ni mal alguno
hagáis a mis profetas. Llamó al hambre sobre aquel
país, todo bastón de pan se rompió…

El Padre Pío aseguró que esta profecía del Salmo
105 volvería a cumplirse por culpa de los
hombres que se rebelan contra Dios.









INTRODUCCIÓN
FÁTIMA, UN SIGLO DESPUÉS


Todos los hombres de la Historia que han hecho algo con el futuro tenían los ojos fijos en el pasado.
G. K. CHESTERTON



La celebración del primer centenario de las apariciones de Fátima no es comparable en modo alguno con cualquier otra efeméride mundial, como el Descubrimiento de América, la conquista del Polo Norte o el viaje a la Luna.
La diferencia fundamental entre las apariciones de la Virgen de Fátima a los tres pastorcitos Lucia, Francisco y Jacinta con cualquiera de las grandes hazañas de la humanidad estriba en que lo sucedido en aquel humilde y remoto lugar de Portugal, en la Cova da Iria, el 13 de mayo de 1917, constituye un hito único e irrepetible en la Historia, del que no solo depende el pasado del hombre, sino sobre todo el presente y el futuro de la Iglesia y del mundo.
Fátima no es así, aunque algunos se empeñen en hacer verlo, un acontecimiento sobrenatural en clave pretérita. Y no lo es por dos razones esenciales: primero, porque constituye una invitación actual, o más bien un ultimátum, de Nuestra Madre del Cielo a la conversión de todos y cada uno de sus hijos a los que ama como ninguna otra criatura en el mundo y por eso mismo desea que se salven; y en segundo lugar, porque la Señora quiere avisarles del terrible castigo que asolará a la Iglesia y a la humanidad entera si el corazón de los hombres permanece cerrado con graves ofensas y absoluta indiferencia a Jesucristo, el Salvador.
Fátima es sinónimo de oración y penitencia, sin las cuales resulta imposible esa llamada a la conversión, ese regreso a Dios que conlleva abrirle de par en par el corazón sin condiciones; porque el verdadero Amor, con mayúscula, nada exige a cambio.
Pero hablar con ecuanimidad de Fátima significa también, cómo no, aludir al llamado «Tercer Secreto» o a «la tercera parte del Secreto», como el lector prefiera. Supone quitarse la venda de los ojos y dejar a un lado cualquier prejuicio para poder comprobar que el Tercer Secreto no ha sido revelado todavía en su totalidad, pese a que la Virgen pidió que se diese a conocer hace ya cincuenta y siete años nada menos, en 1960.
Sabemos que el Vaticano publicó el Tercer Secreto en el año 2000 y que la interpretación teológica del mismo, a cargo del entonces cardenal Joseph Ratzinger, asoció su contenido con el atentado frustrado contra Juan Pablo II a manos del turco Alí Agca, el 13 de mayo de 1981.
Es decir, que según el análisis de Ratzinger, el Tercer Secreto de Fátima quedaría relegado así al pasado y, como tal, al más absoluto ostracismo. Pero en las siguientes páginas veremos que, lejos de ser una profecía ya cumplida, lo peor de la misma aún no se ha realizado.
Naturalmente, no se trata de una afirmación capciosa sino de una de las conclusiones a las que he llegado tras una exhaustiva investigación que me ha conducido hasta el mismo Padre Pío, canonizado por Juan Pablo II, precisamente, en 2002.
El lector accederá por fin ahora a la entrevista que mantuve en su día con don Gabriele Amorth, exorcista oficial del Vaticano, sobre la situación interna de la Iglesia, la consagración de Rusia al Corazón Inmaculado de María o el contenido del Tercer Secreto de Fátima.
Sus declaraciones, mantenidas en completo sigilo hasta su reciente fallecimiento por un elemental compromiso de discreción, armarán a buen seguro un gran revuelo mediático. Pero Dios quiera que las palabras de un sacerdote probo como Amorth, respaldadas por las revelaciones que le hizo en su día el Padre Pío, de quien era hijo espiritual, arrojen ahora luz sobre tantos escépticos o seguidores de la versión oficial, quienes, salvo contadas excepciones, ni siquiera se han tomado la molestia de indagar en la postura vaticana, que de ningún modo constituye un dogma de fe.
Debe quedar claro así que discrepar de la versión oficial de la Santa Sede, tras escudriñar con rigor y profesionalidad en las apariciones de Fátima, no supone, como tal vez alguien malintencionado pueda pensar, enfrentarse a la Iglesia ni mucho menos criticarla. Quien esto escribe, al margen de sus múltiples defectos, ama a la Iglesia instituida por Jesucristo y se declara obediente a Su Vicario en la tierra. Faltaría más.
Pero eso no significa, insisto, que se pueda disentir de algunas interpretaciones que, como tales, son eso mismo: interpretaciones opinables.
El lector tiene ahora acceso a un documento excepcional, que podría corresponder a la parte no revelada del Tercer Secreto. Se trata de un texto de veinticuatro líneas, escrito en una sola hoja, que un perito calígrafo de la talla de Begoña Slocker de Arce concluye en su informe elaborado por encargo expreso del autor, que ha sido redactado por la misma mano que las dos primeras partes del Secreto, esto es, por la de Lucia de Fátima.
Sin entrar a valorar su autenticidad, a lo largo de estas páginas me he limitado a transcribirlo en portugués y a facilitar a continuación su traducción al castellano, para tratar de interpretar finalmente algunos de sus pasajes más relevantes. Siempre con la cautela debida, tratándose de un tema tan delicado.
Hablar de Fátima es hacerlo también en clave apocalíptica, sí, por más que algunos huyan de este terrible calificativo. Incluido, claro está, el propio Juan XXIII, quien acuñó el término «profetas de calamidades» para referirse, de modo implícito, a los pastorcitos de Fátima y a los autores que, como el sacerdote mexicano Agustín Fuentes, postulador del proceso de beatificación de Jacinta y Francisco Marto, se situaban en la misma línea incómoda para un pontificado basado en el optimismo y en la renovación de la Iglesia.
Sin ir más lejos, Lucia relacionó el Tercer Secreto de Fátima con el Apocalipsis: «Está todo en los Evangelios y en el Apocalipsis. Leedlos», indicó.
Frère Michel, uno de los más grandes expertos en Fátima, manifestaba que la religiosa se refirió en concreto a los capítulos VIII y XIII del Apocalipsis, cuya lectura no resulta muy edificante que digamos, pues versan sobre las plagas que asolarán la tierra y el Anticristo, respectivamente.
Pero más allá de posibles hecatombes o desventuras, la Virgen de Fátima transmite un mensaje de esperanza en la conversión de la Iglesia y del mundo, entendida esta como el reconocimiento de Jesucristo como la piedra angular rechazada hoy día también por gran parte de los constructores.
La receta de esta esperanza solo puede ser el inefable Amor de Cristo, recogido en un librito inspirado por el estigmatizado Padre Pío, a quien Jesús adornó con carismas sobrenaturales como el de profecía, introspección de conciencias o bilocación (la posibilidad de estar en dos lugares distintos al mismo tiempo).
Refiriéndose al llamado Libro del Amor, cuyo contenido desmenuzamos también por primera vez en este trabajo, el Padre Pío afirmó en su día: «Son las palabras de Amor entregadas al apóstol Juan en el décimo capítulo del Apocalipsis».
No voy a desvelar ya más detalles sobre este desconocido libro, considerado como el testamento espiritual del Padre Pío. De modo que, sin más preámbulos, emprendamos ya nuestro viaje al corazón virginal de Fátima…

JOSÉ MARÍA ZAVALA
Madrid, 8 de enero de 2017,
fiesta del Bautismo de Jesús








1


«¡CARNICEROS!»


¿Cree usted, acaso, que si eso no fuera verdad habría sectas satánicas
y se celebrarían misas negras en el Vaticano?
GABRIELE AMORTH


—¡Macellai! —vocifera don Gabriele Amorth en italiano, como si quisiera expulsar al mismísimo demonio, recuperando el antiguo destello de sus ojos cansados, acuosos, viejos.
—¡Carniceros…! —murmuro yo, entre dientes.
—En la cabeza y en el corazón del Padre Pío —explica el exorcista oficial del Vaticano, con gesto de estupor— retumbaba una y otra vez esa terrible palabra pronunciada por el mismo Jesús contra varios altos mandatarios de la Iglesia y multitud de sacerdotes.
—Esa patibularia sentencia —advierto— figura en una carta del Padre Pío a su director espiritual, recogida en el primer volumen de su Epistolario [del 19 de marzo, festividad de San José, de 1913].
—Una carta profética, sin duda —asiente él—. Tan profética, que aún no se ha cumplido del todo…
—¿Cómo no recordarla? Contaba el Padre Pío que se le apareció Jesús entonces con el rostro desfigurado, asegurándole que se mantendría en agonía por todas esas almas infieles favorecidas por Él… ¡hasta el fin del mundo!
—Y lo peor de todo —subraya el padre Amorth con una mueca torcida, de dientes astillados— es que esos desgraciados siguen correspondiendo aún hoy a su inefable Amor arrojándose en brazos de la masonería. Jesús continuó todavía, pero aquello que le dijo al Padre Pío no pudo manifestarlo él entonces a criatura humana alguna sobre la tierra.
—¿Debía de ser aterrador…?
—El Tercer Secreto de Fátima… —comenta él, chascando la lengua.
—¡Qué me dice! —exclamo, atónito—. ¿Conocía ya el Padre Pío las palabras de la Virgen, cuatro años antes de que Ella se las revelase a los pastorcitos de Fátima?
—Por supuesto que las conocía —corrobora don Gabriele, dejando al descubierto unas ojeras violáceas muy acentuadas—. El Señor le dejaba leer a veces su cuaderno personal.
—¿Se lo dijo el Padre Pío en persona?
—¡Claro que me lo dijo! —insiste él, como quien detesta el menor atisbo de desconfianza—. Él sufría lo indecible por la situación de la Iglesia y de sus pastores. El demonio se había colado en las propias entrañas de la Iglesia. Ya lo advirtió Su Santidad Pablo VI, pero muy pocos le creyeron entonces: «El humo de Satanás se ha infiltrado en el seno de la Iglesia», manifestó. El mismo Romano Pontífice que pronunció aquella frase de que «una Misa del Padre Pío vale más que toda una misión». ¿Cree usted, acaso, que si eso no fuera verdad habría sectas satánicas y se celebrarían misas negras en el Vaticano?
—Cierto. Usted ha comentado en alguna ocasión que entre los miembros de las sectas satánicas figuran sacerdotes, obispos y cardenales, y que incluso el Papa Benedicto XVI ha sido informado de ello.
La extensa entrevista con don Gabriele Amorth, nacido en Módena el 1 de mayo de 1925, transcurre en su misma sala de exorcismos, el 25 de octubre de 2011.
Don Gabriele y un servidor estamos hermanados por el Padre Pío, como hijos espirituales suyos.
Poco antes de las tres de la tarde, cruzo el umbral de la sede de la Sociedad San Pablo de Roma, un imponente conjunto arquitectónico situado en la calle Alesandro Severo, del que sobresale una basílica de formidable cúpula.
El escenario de tan reveladora conversación, la cual, por expreso deseo del padre Amorth he mantenido en completo sigilo hasta su fallecimiento acaecido el 16 de septiembre de 2016, no es nada del otro mundo: apenas diez metros de largo por cinco de ancho, con una sencilla mesa de madera en el centro rodeada de sillas a juego, y un antiguo butacón tapizado en tono ocre, reservado a los «clientes» de don Gabriele atormentados por el perverso diablo.
Las paredes están salpicadas de imágenes: un gran retrato de don Giacomo Alberione, fundador de la Sociedad San Pablo, junto a la fotografía de un sacerdote de mirada expresiva con el corazón blanco distintivo de los religiosos pasionistas bordado en la sotana negra. Es el padre Cándido Amantini, exorcista del Santuario de la Escalera Santa de Roma durante treinta y seis años y mentor de don Gabriele. La imagen de Jesús de la Divina Misericordia resalta también en la modesta estancia; igual que una escultura de la Virgen de Fátima de un metro de altura, escoltada por una bella efigie del arcángel San Miguel, príncipe de la celestial milicia.



LA MADONNA EN HELICÓPTERO

Con solo mirar a los ojos del padre Amorth tiene uno ya la convicción de «ver a Dios en un hombre», como dijo un abogado de París tras conocer a Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars.
Con su hábito talar y su dedicación exclusiva a la pastoral exorcística y a la administración de los sacramentos, a semejanza del Padre Pío, don Gabriele es uno de esos sacerdotes de Cristo en peligro de extinción; un ejemplo vivo de fidelidad inquebrantable a la Doctrina, el Magisterio y la Tradición de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana.
La talla de la Virgen de Fátima le hace a don Gabriele retrotraerse cincuenta y dos años atrás, hasta el 5 de agosto de 1959, cuando era un joven sacerdote de treinta y cuatro años:
—Fue una jornada maravillosa —comenta él, como si fuera ayer, mientras clava su mirada vidriosa en la Madonna que tiene enfrente—. La imagen conservada hoy en el Santuario mariano de Fátima y no esta —sonríe, resignado— llegó aquel día en helicóptero hasta el convento de San Giovanni Rotondo.
—¿Desde tan lejos? ¿Para qué…? —inquiero.
—El Señor se sirvió de mí para obrar un milagro.
—¿Qué milagro…?
—Verá, si yo no le hubiese pedido al cardenal Lercaro [Giacomo Lercaro (1891-1976)] que la Conferencia Episcopal Italiana patrocinase la Consagración del país al Inmaculado Corazón de María, esta no se hubiese realizado entonces. El Señor, como le digo, se sirvió de mí para hacer llegar la estatua de la Virgen de Fátima hasta el Padre Pío.
—¿Con qué fin?
—Enseguida lo sabrá —advierte, para calmar mi impaciencia—. Yo era secretario del Comité que preparaba la consagración de Italia al Corazón Inmaculado de María, fijada para septiembre [el día 13] de 1959 en Catania, donde debía celebrarse el Congreso Eucarístico Mundial. Habíamos decidido organizar una gran Peregrinatio Mariae a fin de preparar a los italianos ante este importante acontecimiento previsto para poco más de un mes. La estatua original de la Virgen de Fátima, suspendida del cable de un helicóptero, se detuvo en todas las capitales de provincia. Monseñor [Giovanni] Strazzacappa y yo habíamos planificado cada itinerario. Había muy poco tiempo disponible y era necesario aprovecharlo al máximo: desde finales de abril hasta septiembre, incluyendo domingos, festivos y vacaciones de verano.
Entonces pensé: ¿por qué no hacemos una excepción para incluir una parada en San Giovanni Rotondo, donde vive el Padre Pío? Tras consultar el calendario, comprobé que la estatua de la Virgen iba a estar dos días enteros en Benevento. ¿Qué sentido tenía que estuviese allí cuarenta y ocho horas, cuando en otros lugares iba a permanecer tan solo veinticuatro o incluso menos horas?
—Ninguno, en principio —insinúo.
Por eso mismo escribí al Obispo de Benevento, quien me respondió enseguida renunciando sin problemas a esa jornada de más. De modo que obtuvimos el día reservado para el Padre Pío: desde la tarde del 5 de agosto, cuando la Virgen llegaría procedente de Foggia, hasta la tarde del 6 de agosto, cuando partiría hacia Benevento. Fue así como el helicóptero con la Virgen de Fátima aterrizó la tarde del 5 de agosto en la terraza del Hospital Alivio del Sufrimiento. Debo hacerle notar que el Padre Pío estaba desahuciado entonces por los médicos a causa de una pleuritis exudativa diagnosticada en abril [el día 25], la cual le impedía celebrar la Santa Misa desde mayo [el día 5].
—No me diga que la Virgen de Fátima le curó…
—Ni más ni menos. La mañana del 6 de agosto, haciendo un esfuerzo ímprobo, el Padre Pío pudo salir del convento para honrar la estatua de la Virgen de Fátima. La fotografía de él colocando una corona del Rosario en manos de la Señora, ayudado por un hermano, habla por sí sola. Aquella misma tarde, el Padre Pío presenció la salida del helicóptero desde la ventana del Coro, en el convento. Y le suplicó a la Virgen: «Madre mía, has venido a Italia y estoy enfermo. ¿Ahora te vas y me dejas así…?». En ese preciso instante sintió un escalofrío por dentro y dijo a sus hermanos: «¡Me he curado!».
La viuda de Giuseppe Sala, el médico personal del Padre Pío, me confirmó en junio de 2016 aquel milagro cuando la visité en su casa de San Giovanni Rotondo. La respuesta de Ana María Sala —apellidada Ghisleri, de soltera— no dejó lugar a dudas:
—Mi esposo —afirmó ella— reconoció siempre aquella curación asombrosa del Padre Pío; Giuseppe jamás logró explicarse cómo pudo sanar el Padre Pío de repente si no fue gracias a un milagro especialísimo de la Virgen de Fátima».



PROFECÍAS VATICANAS

Los retratos de dos grandes santos, Juan Bosco y Juan Pablo II, completan la selecta pinacoteca del espíritu que don Gabriele conserva en su sala de exorcismos, de la que también forma parte por derecho propio el Padre Pío, canonizado precisamente por el Papa polaco el 16 de junio de 2002.
En palabras del periodista italiano Vittorio Messori, el Padre Pío es «un meteorito del Medievo en pleno siglo veinte». Así lo acreditan sus estigmas en manos, pies y costado durante más de medio siglo, junto a sus dones de bilocación —la posibilidad de estar en dos lugares distintos al mismo tiempo—, profecía, introspección de conciencias o curaciones milagrosas.
En mayo de 1987, Juan Pablo II visitó la tumba del Padre Pío (1887-1968) con motivo del primer centenario de su nacimiento. Ante más de 50.000 personas, Su Santidad proclamó:

Quiero agradecer con vosotros al Señor por habernos dado al querido Padre Pío, por habérnoslo dado en este siglo tan atormentado.

No era la primera vez que Karol Wojtyla visitaba el convento de San Giovanni Rotondo, donde vivió el Padre Pío durante cincuenta y dos años consecutivos de su vida. Estuvo también allí recién ordenado sacerdote, en 1948; y regresó veintiséis años después, en noviembre de 1974, siendo ya cardenal. El mismo fraile capuchino que vaticinó el futuro papado de Juan Pablo II, fue elevado por este a los altares.
Otro papa, Benedicto XV, había proclamado ya al Padre Pío como «un hombre extraordinario enviado por Dios para convertir a las almas».
Cuarenta años antes de canonizarle, en noviembre de 1962, el entonces vicario capitular de Cracovia en el Concilio Vaticano II, Karol Wojtyla, había recurrido al Padre Pío para curar de un cáncer a una paisana y amiga suya, la doctora Wanda Pòltawska. La mujer había sido partisana en Cracovia durante la Segunda Guerra Mundial, siendo capturada por los nazis e internada en el campo de concentración de Ravensbrück, donde fue sometida, cual conejilla de Indias, a experimentos médicos inhumanos.
Concluida la guerra, conoció a Karol Wojtyla mientras estudiaba Psiquiatría en la universidad. Surgió así una imperecedera amistad entre ambos. El futuro Papa envió dos cartas, en latín, al fraile de San Giovanni Rotondo, acuciado entonces por un problema en la vista que le impedía leer con normalidad; su administrador, Angelo Battisti, le recitó en voz alta ambas epístolas, conservadas hoy en la Casa Alivio del Sufrimiento de San Giovanni Rotondo.
La primera, fechada en Roma el 17 de noviembre de aquel año, dice así:

Venerable Padre: le ruego haga una oración por una madre de cuatro hijas, de 40 años, de Cracovia, en Polonia. Durante la última guerra estuvo en un campo de concentración en Alemania; ahora su salud y su vida están en peligro gravísimo debido a un cáncer. Ruegue a fin de que Dios, por intercesión de la Beatísima Virgen, muestre su misericordia con ella y su familia. In Christo obligatissimus, Carolus Wojtyla.

Tras meditar un rato en silencio, el Padre Pío dijo resuelto a Battisti:
—¡A esto no se puede decir que no! Finalmente, añadió:
—Angelo, conserva esta carta porque un día puede ser importante.
Tan solo once días después, el 28 de noviembre, monseñor Wojtyla escribió esta otra misiva al Padre Pío:

Venerable Padre: la señora médico de Cracovia, en Polonia, madre de cuatro hijas, recuperó instantáneamente la salud el 21 de noviembre, antes de la operación quirúrgica. Deo gratias. A Vd. también, Padre, doy devotamente las más rendidas gracias en su nombre, el de su marido y el de toda su familia. In Xto. Carolus Wojtyla.

Fue así como la doctora y su marido se convirtieron más tarde en asiduos invitados a Castel Gandolfo durante las vacaciones veraniegas del Papa.
El postulador del proceso de canonización de Karol Wojtyla, monseñor Slawomir Oder, exhumaba una desconocida carta del entonces obispo auxiliar de Cracovia al Padre Pío, fechada el 14 de diciembre de 1963, la cual evidencia la estrecha relación existente entre ambos:

Reverendo Padre, Su Paternidad recordará, sin duda, que en el pasado ya me he permitido encomendar a sus oraciones ciertos casos especialmente dramáticos y dignos de atención. Así pues, me gustaría agradecerle vivamente, también en nombre de los interesados, sus oraciones en favor de una señora, médica católica, enferma de cáncer, y del hijo de un abogado de Cracovia que padece una grave enfermedad desde su nacimiento. Gracias a Dios, ambas personas se encuentran ahora bien. Me permito también, Reverendo Padre, encomendar a sus oraciones a una señora paralítica de este arzobispado. Al mismo tiempo me permito encomendarle las inmensas dificultades pastorales a las que se enfrenta mi pobre tarea en la presente situación. Aprovecho la ocasión para manifestarle una vez más mi veneración religiosa con la cual amo confirmar Su Paternidad devotísima en Jesucristo.

Añadamos, por último, que San Pío de Pietrelcina no solo predijo que Karol Wojtyla sería Papa. Escudándose en el crucial testimonio del abogado Carmelo Mario Scarpa, amigo íntimo del comendador Alberto Galletti, protagonista del episodio que a continuación vamos a relatar, Francisco Sánchez-Ventura, hijo espiritual del Padre Pío, daba fe de cómo este vaticinó también que el cardenal Juan Bautista Montini se convertiría en Pablo VI.
A comienzos de 1959, mientras el futuro Papa era aún arzobispo de Milán, el comendador Alberto Galletti, hijo espiritual del Padre Pío, visitó al sacerdote Benedicto Galbiani, ingresado en la llamada Casa de la Divina Providencia fundada por don Luigi Orione.
Mientras Galletti distraía al enfermo, narrándole sucesos y anécdotas de San Giovanni Rotondo, irrumpió en la habitación el arzobispo de Milán. El cura Galbiani los presentó, pues no se conocían.
Interesado en la vida de los místicos, el arzobispo recabó detalles y circunstancias del fraile de los estigmas. Al terminar la visita, pidió al comendador que transmitiese al Padre Pío su saludo cariñoso y el deseo de contar con su bendición para él y su archidiócesis.
Días después, el comendador cumplió diligente el encargo.
El Padre Pío le contestó:
—Mil gracias por el saludo y dile que cuente no con mi bendición, sino con una riada de bendiciones y de mis indignas oraciones.
Tras una breve pausa, añadió:
Escucha atentamente, Galletti: dile también a su excelencia que, cuando muera este Papa [Juan XXIII], él será su sucesor. ¿Te has enterado?
—Sí, Padre —asintió, perplejo, el comendador.
—¿Has entendido que debes decirle que él será el próximo Papa? —insistió el fraile.
—Perfectamente, Padre.
—Se lo advierto, porque debe preparase —concluyó.
Alberto Galletti guardó celosamente el secreto hasta la elección de Pablo VI, en junio de 1963.
Tres años antes, el entonces arzobispo de Milán había enviado esta cariñosa carta al Padre Pío:
Veneradísimo Padre: oigo decir que Vuestra Paternidad celebrará próximamente el quincuagésimo aniversario de su ordenación sacerdotal. Y, por lo tanto, también yo deseo expresarle, en el Señor, mis felicitaciones por las gracias inmensas que le ha conferido y que usted ha distribuido.



EL PRIMER ENCUENTRO

Se honrará siempre don Gabriele Amorth de ser hijo espiritual de San Pío de Pietrelcina, a quien conoció con tan solo diecisiete años, en agosto de 1942, tal y como me recuerda en su sala romana de exorcismos:
—No pensé entonces —evoca él, nostálgico, con su cráneo huesudo al aire libre, calvo— que seguiría yendo a San Giovanni Rotondo para visitar al Padre Pío durante veintiséis años consecutivos. Eran tiempos de guerra, por lo que no había las muchedumbres de antes ni las de luego. Recuerdo el lento tren que me condujo desde Nápoles hasta la estación de Foggia, repleta de escombros a causa de los bombardeos. Me acompañaba mi anciano párroco, don Andrea Barbolini, que quiso regalarme ese viaje.
En el autobús que nos llevaba a San Giovanni Rotondo conocimos a una señora que nos alojó en su casa. No había hoteles ni pensiones, pero en muchos hogares acogían con gusto a los viajeros. Se pagaba poco, porque el Padre Pío regañaba a los dueños si se aprovechaban de los peregrinos.
—Supongo —infiero yo— que jamás habrá borrado de la pantalla de su memoria la primera vez que vio al Padre Pío…
—¡Imposible! —exclama él, como si el olvido fuese un pecado grande de omisión en este caso—. Aquella madrugada el despertador sonó a las cuatro. La misa del Padre Pío empezaba a las cinco, pero yo estaba ya en pie a las tres y media. Después, recorrí dos kilómetros a pie para llegar hasta el convento, con un viento punzante que te calaba los huesos. Cuando entré en la iglesita, corrí con los otros hombres hacia la sacristía, detrás del altar mayor. El Padre Pío ya había bajado y se estaba revistiendo para la Santa Misa, ayudado por sus hijos espirituales y por un fraile capuchino que hacía las veces de ángel custodio. Una vez revestido y con las mangas del alba cubriéndole casi todas las manos, se despojó de los mitones que ocultaban sus estigmas; el capuchino que le auxiliaba escondió enseguida los guantes en el interior de su talega. En pocos minutos, el templo se había llenado de fieles. El Padre Pío celebró la Eucaristía en el lateral de la iglesia, en el altar de San Francisco.
—¿Le llamó la atención algún detalle en especial?
—Yo no vi nada entonces, pero había algunas personas que contemplaban al Padre Pío coronado de espinas durante la Misa, a la que asistían la Santísima Virgen y San Francisco de Asís, rodeados de una cohorte de ángeles.
—Verlo para creerlo…
—Le aseguro que no eran alucinaciones, porque yo también tuve esas mismas visiones más adelante.
—Lo creo. Conozco a otras personas que pasaron por esas mismas experiencias místicas: fray Paolo Covino, el sacerdote que le administró la unción de enfermos al Padre Pío; o sor Consolata, testigo clave en su proceso de canonización… ¿Pero qué más recuerda usted de aquel primer día?
—Al finalizar, vi que todos se disponían en dos hileras a lo largo del pasillo que debía recorrer el Padre Pío para regresar al convento. Él pasó lentamente, mientras los presentes intentaban besarle la mano o que él la pusiera sobre sus cabezas, para bendecirlos. Un coro ininterrumpido de voces gritaba: «¡Padre Pío, rece por mi hijo moribundo!», «¡Padre Pío, me estoy quedando ciego, rece por mí!», «¡Padre Pío, he tenido un accidente de automóvil, encomiéndeme para que pueda volver al trabajo!», «¡Padre Pío, mi mujer tiene una enfermedad que los médicos no saben cómo curar, interceda por ella!».
—¿Y usted qué hizo?
—Intenté, cuando pude —dice por la comisura de la boca—, que me ayudara a discernir sobre mi vocación sacerdotal. Pero los consejos que me dio estaban llenos de sentido común, como los de cualquier otro sacerdote. No tenían nada de extraordinario, como yo hubiese deseado.
—Tal vez por esa misma razón —sugiero—, él no quiso «sorprenderle» a usted. No era la primera vez que el Padre Pío, percatándose de que alguien le buscaba para algo extraordinario, le «decepcionaba» así. Y al contrario: cuando iban a verle sin esperar nada extraño, era precisamente cuando él los dejaba estupefactos, como al joven que le aguardaba a la puerta de su celda.
—Pues sí… Tiene usted razón. Pero yo aprendí entonces una lección que me sigue resultando hoy muy útil: nadie tiene al Espíritu Santo en un bolsillo, incluidas las personas más santas y dotadas de carismas, como él. Pero sí que se me quedó grabado para siempre el recuerdo de aquella primera Misa. Y supe que solo por eso valía la pena volver allí…



LECTOR DE ALMAS

Y claro que el padre Amorth regresó a San Giovanni Rotondo… ¡Para confesarse con el fraile capuchino!
—El Padre Pío —distingue don Gabriele con énfasis— amaba al pecador, pero aborrecía el pecado. Algunas de sus reacciones eran legendarias: «Desgraciado, ¡te vas a ir al infierno!»; «¿Cuándo dejarás de comportarte como un guarro?»; «¿No sabes que es pecado mortal? ¡Vete!». La gente le imploraba, pero era difícil que en esa ocasión cambiara. No le importaba quién tenía delante: rico o pobre, guapo o feo… él miraba solo las almas. Todos en fila, iguales, un empresario o un obrero. Lo mismo daba.
—Pero a usted no creo que le dijera eso… —comento.
—Leía también mi alma cada vez que le visitaba en el confesonario. Y yo no era, como le digo, una rara excepción: cierto día, mientras aguardaba delante de la puerta de su celda, la número 5, de la que pendía un cartel con una bella frase de San Bernardo: «María es toda la razón de mi esperanza», llegó un hombre de unos veinticinco años. Ambos sabíamos que el Padre Pío regresaría allí de un momento a otro. Cuando llegó, nos dijo para disculparse: «Lo siento, pero no tengo tiempo ahora: debo cortarme la cabeza».
—¡Guillotinarse! —exclamo yo, desconcertado.
—Eso entendimos también nosotros, sin dar crédito a lo que acabábamos de escuchar de sus labios. Tras saludarme, el Padre Pío se giró decidido hacia el joven para recriminarle: «¡Tú no puedes seguir así! Sé que no deseas ofender a Dios, pero tampoco decides abandonar el pecado… ¡Tienes que decidirte! ¡Así no puedes continuar!».
—Escrutó su corazón…
—Vi al joven con los ojos inundados de lágrimas. Él mismo reconoció luego que, pese a no haber hablado jamás con el Padre Pío, el capuchino había puesto al descubierto la gran tragedia de su vida. A la mañana siguiente, cuando el Padre Pío bajó a la sacristía para celebrar la Santa Misa, observé que tenía la cabeza rapada y la barba más arreglada. Acababa de estar con el fraile barbero. No es que quisiera «cortarse la cabeza» —sonríe Amorth.
—¿Tan implacable era él durante la confesión?
—Dependía del penitente. Con las almas arrepentidas de verdad se comportaba con una enorme dulzura, pero si comprobaba que no existía dolor de corazón ni propósito de enmienda, entonces se mostraba muy estricto con esas otras almas. A veces, mantenía su innato sentido del humor. Una vez yo le confesé que había tenido pensamientos de soberbia. Él me dijo muy serio: «Te has atribuido bienes que no tienes, porque son del Señor, que te los ha dado; al atribuírtelos te has comportado como un ladrón y mereces la pena de cárcel. Pero si crees de verdad que tienes esos bienes que no son tuyos, estás loco de remate y te mereces el manicomio. Elige, hijo mío: ¿cárcel o manicomio?». Y me miró con una entrañable sonrisa para darme la absolución.
—Un antes y un después de aquella bendición…
—El gesto solemne con que pronunciaba las palabras de indulgencia se ha grabado desde entonces en mi memoria. Todos los sacerdotes absuelven, pero él lo hacía de una manera que dejaba en las almas una inmensa paz propia de un don de Dios. En cierta ocasión, incluso un sacerdote amigo mío pudo ver, cuando el Padre Pío alzó la mano derecha para darle la absolución, un pequeño reguero de sangre que bajaba por la muñeca desde el mitón que cubría uno de sus estigmas. Supo entonces cuánto le dolían al Padre Pío sus ofensas al Señor.



CURACIÓN MILAGROSA

Don Gabriele Amorth no exagera ni un ápice. En uno de sus frecuentes viajes a San Giovanni Rotondo conoció a otro sacerdote diocesano como él: don Pierino Galeone, hijo espiritual también del Padre Pío, a quien este curó milagrosamente de una tuberculosis cuando estaba desahuciado por los médicos, tras la Segunda Guerra Mundial.
Yo mismo tuve el privilegio de entrevistar a monseñor Pierino Galeone, en mayo de 2010, cuando le visité en su residencia de Tarento para componer mi libro Padre Pío. Los milagros desconocidos del santo de los estigmas, la obra que sigue dando a conocer al santo de Pietrelcina en España y Latinoamérica, con una veintena de ediciones hasta el momento, y traducciones al inglés, italiano, portugués, húngaro, esloveno o croata.
Pese a su mermada salud, Galeone se levantaba en tiempos de guerra a las cuatro de la madrugada para ayudar al Padre Pío en la Santa Misa. En el momento de la Comunión, le sostenía la patena para que no cayese al suelo ni una sola partícula del Sagrado Cuerpo de Cristo.
En 1947 permaneció en San Giovanni Rotondo otro periodo de veinte días. Al verle siempre cerca del Padre Pío, los visitantes le enviaban con recados para el capuchino: querían saber desde el destino de algunos militares desaparecidos en Rusia y pedir por la curación de un ser querido, hasta la solución de rencillas familiares o el nacimiento de hijos en matrimonios con serios problemas de fertilidad.
El Padre Pío siempre le respondía con dulzura y amor. Uno de esos días, le dijo: «Cuando necesites algo, envíame a tu ángel de la guarda y yo te responderé».
Dicho y hecho. Cierta mañana, irrumpió en la sacristía una madre presa del llanto suplicando ver al Padre Pío para que ayudase a su hijo descarriado. Pero la mujer llegó tarde, cuando el capuchino estaba ya en el altar para celebrar la Santa Misa. Conmovido por sus sollozos, Galeone recordó la indicación del Padre Pío e invocó a su ángel custodio durante la Eucaristía para que le diese aquel mensaje urgente.
Terminada la Misa, después de besar su mano estigmatizada, el joven Pierino aprovechó para recomendarle al hijo de aquella señora.
Y entonces, el Padre Pío le replicó:
—Pero hijo mío, si ya me lo has dicho durante la Misa.
Comprobó así que su ángel de la guarda nada tenía que envidiar a la mejor agencia de mensajería del mundo.
Solo al final, Pierino le reveló el verdadero motivo de su viaje a San Giovanni Rotondo: la curación de su tuberculosis, que le hacía toser sangre todos los días. Entonces, inesperadamente, el Padre Pío le pasó las yemas de los dedos por el pecho. El enfermo pensó que estaba acariciándole. Pero el capuchino le dijo: «¡Podrás morirte de lo que sea, menos de aquí!». Y así fue: quedó curado al instante.



A TUMBA ABIERTA

Aquel mismo hombre sanado por el Padre Pío estuvo durante poco más de una hora relatándome, cara a cara, un sinfín de anécdotas. Desde el principio, me sentí observado por su mirada penetrante a la que yo correspondía todo el tiempo. La misma impresión que tuvo él la primera vez que vio al santo de los estigmas, la sentí yo entonces mientras le escuchaba atentamente: presentí como si me conociera de toda la vida.
La víspera del viaje a Tarento, una persona que tenía trato con él me avisó de que Galeone era un sacerdote muy especial.
—¿Qué quiere decir con eso? —repuse yo.
—Pues eso, especial —sonrió, enigmática.
—¿Y qué tiene de especial, aparte de ser hijo espiritual del Padre Pío?
—Humm… Comparte algunos de sus mismos dones.
—No me diga que también él se pasea por el mundo, como si tal cosa —añadí con ironía.
—No exactamente.
—¿Entonces…?
—Lee las conciencias.
—O sea, que es capaz de decirte hasta el número de domingos que faltaste a Misa desde que hiciste la Primera Comunión.
—Por ejemplo.
—¿Y algo más?
—Dicen que también tiene el don de profecía.
—¿De veras…?
—Conozco algún caso.
—¿Puede relatarme alguno?
—Lo siento, pero cometería una indiscreción.
Admito que aquella conversación tan reveladora me condicionó en parte esa mañana, mientras le entrevistaba. ¿Pero es que acaso alguien, de haber estado en mi misma piel, hubiese permanecido indiferente ante un hombre dotado de semejantes carismas?
Recordé, entonces, el caso del fotógrafo Federico Abresch y de tantos otros «peces gordos» alejados de Dios a los que el Padre Pío había desarmado con su don de introspección de conciencias, que le permitía introducirse en el santuario mismo del alma para hacer más provechoso al prójimo el sacramento de la Penitencia.
Y de forma similar a como sucedió con ellos, cuando terminamos la entrevista don Pierino Galeone me dijo convencido:
—José María, confiésate.
Imagine el lector lo que pude llegar a experimentar entonces. Sobre todo, habiéndome confesado la víspera con otro monseñor: el obispo argentino jubilado Rodolfo Laise, que vive en San Giovanni Rotondo. Sentí como si el rascacielos más alto del mundo, el Burj Khalifa, con sus 830 metros de altura, se desplomase entero sobre mis hombros.
Sin apartar su mirada de la mía, él insistió:
—José María, confiésate.
Tuve un pensamiento fugaz: «¡Señor mío y Dios mío, si en algo más te he ofendido que no sepa, aquí me tienes para pedirte perdón!».
Y accedí por esa única razón.
Empezó entonces mi crucifixión, mientras Galeone, extendiendo las palmas de sus manos hacía mí, me exhortaba:
—¡Dame tus pecados! ¡Dámelos…!
Me preguntó si prefería decírselos yo o si, por el contrario, empezaba él a enumerarlos uno por uno. Le pedí que lo hiciese él, y así procedió con la confesión.
Conforme iba recordándome pecados que yo había olvidado, incluidos algunos cometidos durante mi más tierna infancia, desde que con seis años hice la Primera Comunión, sentía como si me abriese el alma con un hacha sin la menor compasión. Salieron a relucir en minutos pecados que había cometido durante toda una vida con nombres, fechas, situaciones concretas…
Era como si un gladiador romano, sin pretender comparar en absoluto a un hombre de Dios como Galeone con un pagano semejante, descargase con toda su furia su flagelum contra mi alma, hasta desgarrarla por completo. Creí morirme de vergüenza y de dolor.
Con razón, a mi regreso a Madrid, tras comentarle lo sucedido a un sacerdote y a una monja de clausura, ambas almas elevadas, coincidieron en que aquella confesión había sido una prueba heroica de humildad y de sufrimiento.
El calvario que yo pasé entonces solo lo saben Jesús y el Padre Pío. El que no llevaba su cruz no merecía corona.
Salí de aquella sala como si flotase en el aire. Paloma, mi mujer, jamás me había visto así, como tampoco mis amigos Nacho y Fernando, según reconocieron más tarde. No pude verles a ellos, ni hacer el menor caso de sus llamadas. Estaba ciego y sordo. Simplemente me dejé arrastrar cabizbajo hacia adelante, como un alma en pena, por un largo pasillo situado a mi izquierda. Cuando quise darme cuenta, tropecé con un obstáculo contundente que me impidió seguir adelante. Alcé la mirada y comprobé que era una estatua de Jesús, de tamaño natural, que me señalaba con el índice su Sagrado Corazón herido como el mío en aquel preciso instante.
Permanecí impertérrito contemplándole, mientras Él me miraba desde la eternidad con ojos serios y tristes, excelsos y benignos, y yo clamaba por dentro: «¡Señor mío y Dios mío, si Tú quieres verme sufrir así, bendito seas!». Supe entonces que hacía falta más valor para sufrir que para morir.
Al despedirnos, fui el único a quien Galeone abrazó e invitó a besarle en la mejilla. Previamente, me había dicho durante la confesión, de modo premonitorio: «Tu historia será muy bella».
Aquel día, don Pierino evocó conmigo ese mismo don de profecía del Padre Pío:
—Sabía la historia de la Iglesia hasta el fin del mundo —me aseguró—. Conoció a siete Papas, desde León XIII hasta Juan Pablo II. Recuerdo que cuando Wojtyla fue a verle, el Padre Pío me dijo, guiñándome un ojo: «Estate cerca»…
Más tarde comprendí por qué me lo decía.
—También estaba al corriente de la historia civil del planeta. Sabía perfectamente en qué consistía cada uno de los secretos de Fátima. Cómo la Virgen pidió allí oración y penitencia a los fieles para que acabase la Primera Guerra Mundial, el Padre Pío se ofreció a Ella por el fin de la gran conflagración.
Conocía así el Padre Pío hasta el secreto mejor guardado de Fátima y se lo reveló de palabra a sus hijos espirituales más íntimos antes de que salga ahora por primera vez a la luz…






2


LA CAJA FUERTE



Una vez leído el texto del Tercer Secreto de Fátima, el Papa lo devolvió a la caja fuerte.
CARDENAL SILVIO ODDI


Nunca más quiso saber nada de aquel documento, como si su contenido fuese un verdadero anatema, condenándolo durante todo su pontificado al más implacable ostracismo.
«Una vez leído el texto del Tercer Secreto de Fátima —nos indica el cardenal Silvio Oddi—, el Papa lo devolvió a la caja fuerte».
¿Por qué se negó Juan XXIII a publicar un documento de tan suma importancia sobre las apariciones de Fátima, aprobadas por la Iglesia mediante la carta pastoral A Divina Providencia, escrita y rubricada por el Obispo de Leiria, monseñor José Alves Correia da Silva, y proclamada con toda solemnidad en la Cova da Iria el 13 de octubre de 1930 ante más de cien mil fieles, trece años justos después de la última aparición? ¿Qué oculta e invencible razón impulsó al Papa Juan a incumplir nada menos que el deseo de la Virgen expresado a sor Maria Lucia de Jesús e do Coraçaô Inmaculado, más conocida por Sor Lucia, hurtando para colmo a la humanidad entera el contenido de un mensaje que no iba destinado solo a él?
La casi desconocida conversación entre el Papa Juan XXIII y el cardenal Silvio Oddi constituye un importante indicio de las calamidades profetizadas en el Tercer Secreto de Fátima, que el Pontífice rehusó difundir en 1960.
Como secretario de la Nunciatura de Francia entre 1948 y 1951, Silvio Oddi había tenido oportunidad de entablar estrecho contacto con el entonces Nuncio Apostólico Angelo Giuseppe Roncalli, futuro Juan XXIII, designado para ese cargo por Pío XII en diciembre de 1944. La relación entre Roncalli y Oddi era entonces cómplice y cordial.
Hasta tal punto sucedía así, que el propio Silvio Oddi, en una entrevista concedida en su día a la revista italiana 30 Giorni, admitía lo siguiente:

Me he interesado —declaraba—, como muchos fieles y sacerdotes, por el Tercer Secreto de Fátima. Como se sabía que debía ser revelado en 1960, a menos que Sor Lucia falleciese antes [en cuyo caso, por expreso deseo de la Virgen, debía publicarse entonces], todos esperábamos que llegase el anhelado año. Pero 1960 llegó, y nada se anunció. Yo fui secretario de Juan XIII cuando estaba en París y he aprovechado la confianza que tenía con él para decirle con franqueza…



TENSA CONVERSACIÓN

¿Qué le comentó Oddi con pasmosa sinceridad e incluso cierto descaro a Roncalli, convertido ya en todo un Papa de la Iglesia, a quien habían coronado el 4 de noviembre de 1958 colocando sobre su grueso cuerpo los sesenta kilos de vestiduras pontificias y los tres kilos de oro puro de la tiara de tres coronas, que simbolizaban las iglesias militante, triunfante y purgante?
He aquí, ahora, la escueta y tirante conversación referida por el mismo testigo presencial:
—Beatísimo Padre —dijo Oddi—, hay algo que no le puedo perdonar…
—¿Qué es? —inquirió el Papa.
Y entonces su interlocutor repuso, sin miramientos:
—Haber tenido al mundo en suspense durante tantos años y luego, transcurridos ya varios meses de 1960, comprobar que del Secreto nada se sabe.
—No hablemos de eso —le atajó Roncalli.
—Si usted quiere, no le hablo más… Pero no puedo impedir a la gente que lo haga. El interés es tremendo: yo mismo he predicado ya un centenar de veces sobre el anuncio de esta revelación.
—Te he dicho que no me hables de eso —insistió, incómodo, el Pontífice.
El cardenal Oddi cavilaba así luego sobre aquel tenso diálogo:

No le insistí más, pero deseaba ir al fondo del asunto. Así que fui a ver luego a monseñor Capovilla, su secretario privado.

Advirtamos que Oddi no era un cardenal más de la Curia, sino un miembro distinguido de la misma acostumbrado a desempeñar arduas misiones en medio mundo. Ordenado sacerdote el 21 de mayo de 1933, se convirtió en secretario de la delegación apostólica en Irán, entre 1936 y 1939; y, a continuación en Líbano y Siria, donde permaneció hasta 1945, año en que fue destinado a Egipto y luego, a la Nunciatura de Francia, donde trabó contacto precisamente con Roncalli, quien le consagró patriarca de Venecia el 27 de septiembre de 1953. Años después, Juan Pablo II le nombraría prefecto de la Congregación para el Clero.
De mediana estatura y complexión fornida, Oddi era una persona muy voluntariosa y cumplidora. Su rostro constituía un fiel espejo de bondad y de firmeza a la vez, virtudes manifestadas a la hora de elaborar el nuevo Catecismo Universal, el cual, en sus propias palabras, «vale para todos, pues la Doctrina de la Iglesia es la misma en todas partes».
El padre Loris Capovilla, por su parte, era un hombre alto, delgado, vehemente, de inteligencia brillante y de gran energía. Con sus escrutadores ojos negros y sus gafas de concha, podía haber sido un joven intelectual salido de una universidad o un escritor ambicioso. La primera vez que Roncalli posó su mirada en él adivinó que era una alma hermana con la que no tardaría en establecerse una relación afable y paterna.
La nueva conversación transcurrió, según el cardenal Oddi, en estos términos:
—¿Han abierto el sobre del Secreto? —preguntó a Capovilla.
—Sí, lo hemos abierto —asintió él, sin problemas.
—¿Quiénes estaban presentes?
Loris Capovilla tampoco tuvo reparo alguno en contestar:
—El Papa, el cardenal Ottaviani y un servidor. Pero como no comprendíamos lo que había escrito a mano en portugués, avisamos a un monseñor para que lo tradujese, el cual trabajaba en la Secretaría de Estado. Una vez leído el texto, el Papa lo devolvió a la caja fuerte.
Dejemos ahora al cardenal Oddi que nos haga partícipes de su interesante y, por qué no decirlo también, atinada deducción:
Pero, ¿por qué el Papa Juan no lo publicó? Yo estoy seguro de que el secreto no contenía nada bueno. El Papa Roncalli no quería ni oír hablar de desgracias ni de castigos. De ahí que yo piense que el secreto contiene alguna prohibición, castigo o desastre…



«BUENOS Y MALOS CHICOS»

Sabemos ya que Loris Capovilla, según la versión del cardenal Oddi, aseguró que en el momento de dar lectura al Tercer Secreto estaba presente, además del Papa, el también cardenal Alfredo Ottaviani, prefecto del Santo Oficio con Juan XXIII y durante una parte del pontificado de su sucesor Pablo VI.
Los relatos de las sesiones del Concilio convocado por Roncalli en la Basílica de San Pablo Extramuros, el domingo 25 de enero de 1959, en presencia de diecisiete cardenales y de innumerables fieles, sonaban como si los padres estuviesen divididos en «buenos y malos chicos»; los más dinámicos eran los «buenos» y los más estáticos, los «malos»; algo similar a lo que sucede hoy en día.
Como Ottaviani estaba tildado de jefe de los «malos chicos», debería ser mejor conocido. Alfredo Ottaviani había nacido en una de las más pobres y populosas barriadas de Roma. Su padre era un modesto panadero; como Angelo Roncalli, había podido estudiar gracias a las becas en las escuelas de la Iglesia. También como Roncalli, era un hombre bondadoso y de gustos sencillos, que en sus años de joven sacerdote mantuvo estrecho contacto con sus humildes vecinos del barrio de Trastevere.
Después de servir en la Secretaría de Estado con Pacelli, Ottaviani fue nombrado en 1935 asesor del Santo Oficio. Promovido a cardenal prosecretario del Santo Oficio en 1953, pasó a ocuparse de la Secretaría justo en 1960. De hecho, había sido el cerebro del Santo Oficio durante veintisiete años. Toda una eternidad para un cargo tan ingrato y exigente como aquel.
Quienes le conocían desde hacía mucho tiempo, aseguraban que el cardenal Ottaviani era tan progresista como el sacerdote más joven hasta que entró en el Santo Oficio. Lo que le cambió fue la responsabilidad de su nueva posición, porque el Santo Oficio, que rige personalmente el Papa ex officio, tenía el sagrado deber de defender y conservar con toda su pureza las enseñanzas, escritos y demás materias referentes a la fe y la moral. Por tanto, él era el guardián de la verdad y de la tradición. Así pues, la persona, como era su caso, que estaba al frente del Santo Oficio debía, en conciencia, combatir todas las innovaciones que afectasen a la Doctrina.
A este hombre setentón de trato amable, con rostro poco intimidatorio, casi ciego debido a las cataratas y firme sentido del deber, se le atribuía el papel de un «mal chico», pero en realidad desempeñaba otro mucho más importante: era el guardián de una sagrada confianza, el portavoz y el conservador de la tradición.
Pues bien, el cardenal Ottaviani, en una célebre conferencia impartida el 11 de febrero de 1967, en la Pontificia Academia Mariana de Roma, afirmó esto mismo:

El Papa Juan XXIII abrió el sobre del secreto y lo leyó. Aunque estaba escrito en portugués, me dijo que lo había entendido todo. Después lo introdujo él mismo en otro sobre y lo puso en uno de esos archivos vaticanos que son como un pozo profundo, negro, que reciben en su fondo los documentos que nadie puede ver ya más…



LA MORDAZA

Que el Papa Juan comprendiese el sentido general del texto, como manifestaba Ottaviani, no estaba en contradicción con la necesidad de un traductor que interpretase con exactitud la literalidad del mismo, según el testimonio de Capovilla.
De este modo se avisó a Paolo Tavares, funcionario de la Secretaría de Estado y más tarde Obispo de Macao, para que cumpliera con esa comprometida misión.
En un momento dado, se congregaron así al menos cuatro jerarcas de la Iglesia, incluido Roncalli: el cardenal Ottaviani, su secretario Loris Capovilla y el funcionario Paolo Tavares.
El propio Loris Capovilla aportaba, al cabo de los años, el nombre de otros testigos presenciales, junto con detalles importantes de aquel encuentro, durante una entrevista con Marco Roncalli, sobrino del Papa Juan, para el libro Juan XIII. En el recuerdo de su secretario Loris F. Capovilla, publicado en 2006.
A la pregunta de si estaban presentes también Tardini, Ottaviani, Parente, Philippe, Samorè y Raimondo Verardo, monseñor Capovilla asintió, añadiendo:

Que yo sepa, el único vivo es el obispo in pensione Angelo Raimondo Verardo, que en el Santo Oficio hacía vida en común con el P. Philippe. Podría haber algún oficial de la Curia, en aquel momento, asociado a uno u otro de los jefes del Dicasterio.
Sor Lucia —proseguía Capovilla— envió el memorial a Pío XII en los años 1954-1956; no lo sé exactamente [en realidad, el Tercer Secreto llegó al Vaticano en abril de 1957, después de que el Obispo Venancio lo entregase el 1 de marzo en la Nunciatura de Lisboa] […].
He olvidado el título exacto del pliego, pero recuerdo que Juan XXIII, a la propuesta que se le hizo de que lo viera, —no sabría decir de quién—, retrasó la cosa hasta agosto de 1959: diez meses después de su elección. Recibió el pliego de las manos del P. Paolo Philippe, comisario del Santo Oficio, el lunes 17 de agosto, en Castel Gandolfo.
Dijo que lo abriría y leería en la presencia de su confesor, monseñor Cavagna, el viernes siguiente. O sea, sin prisa. Leyó el memorial, pero, dado que el texto se mostraba aquí y allá abstruso por las locuciones dialectales portuguesas, se lo hizo traducir a monseñor Paolo Tavares, portugués, funcionario de la Secretaría de Estado y luego Obispo de Macao. Yo estaba presente. Fueron partícipes los Jefes de la Secretaría de Estado y del Santo Oficio y otras personas, por ejemplo, el cardenal Agagianian […].
Después de la lectura, Juan XXIII me dictó una nota suya que fue unida al sobre. La nota afirmaba que el Papa había visto el contenido, y trasladaba a otros —¿a su sucesor?— la decisión de pronunciarse.
Entonces, nada, ni luego [ningún comentario]. Llevó el pliego al Vaticano. Nadie le habló de él, ni el Santo Oficio preguntó dónde quedaba guardado el memorial. Estaba en un cajoncillo del escritorio de su dormitorio. Allí lo encontró Pablo VI […].
Cierto que sí [que Pablo VI leyó el documento]. Incluso me preguntó por la opinión que se había formulado su antecesor. Y a mi respuesta sobre la reserva de Juan XXIII, subrayó: «Yo haré otro tanto».

El periodista italiano Marco Tosatti había entrevistado también a Loris Capovilla, quien le brindó una versión similar de lo sucedido entonces:

Después de haber hablado con todos, [Juan XXIII] me dijo: «Escribe». Y yo escribí, a su dictado: «El Santo Padre ha recibido de manos de monseñor Philippe este escrito. Se ha reservado para leerlo el viernes con su confesor [monseñor Alfredo Cavagna]. Al contener locuciones abstrusas, llamó a monseñor Tavares, quien traduce. Se lo enseña a sus colaboradores más cercanos. Y al final dice que vuelva a cerrarse el sobre, con esta frase: «No expreso juicio alguno». Silencio frente a algo que puede ser una manifestación de la divinidad o puede no serlo.

Pero, tal y como advierte el también periodista italiano Antonio Socci, el juicio del Pontífice claro que existió. Basta con indagar en el proceso de canonización de Roncalli para verificar esa inequívoca conclusión.
El testimonio de Capovilla, prestado bajo juramento, no deja desde luego el menor resquicio a la duda:

El Papa Juan impuso el silencio por dos motivos: 1. No le parecía «constare tuto de supernaturalitate rei» [que constase del todo la sobrenaturalidad]. 2. No se atrevía a arriesgarse a una interpretación inmediata, mientras que en su conjunto el «fenómeno de Fátima», prescindiendo de las pequeñas aclaraciones, le permitía pronosticar desarrollos de auténtica piedad religiosa.

Si por algo fue elevado Roncalli a los altares, no debió de ser tal vez por silenciar las palabras de la Virgen de Fátima, destinadas, como ya sabemos, al conjunto de la humanidad en el ecuador del siglo XX.
Era increíble, pero cierto, que el mismo Papa considerase como «pequeñas aclaraciones» las propias palabras pronunciadas por la Virgen de Fátima, las cuales, en caso de contradecir en lo más mínimo la Doctrina de la Iglesia, hubiesen evidenciado la falsedad de las apariciones.
Por eso resultaba obvio que el mensaje de la Virgen no se oponía en modo alguno a la ortodoxia católica, sino en todo caso al criterio personal del Romano Pontífice, víctima de sus propios recelos. No en vano, Roncalli era del todo reacio a divulgar cualquier vaticinio de catástrofes por su proverbial espíritu optimista y porque, como dijo en su discurso inaugural del Concilio Vaticano II, renegaba de los que él mismo denominó «profetas de calamidades».



DE AGUAFIESTAS, NADA

Curiosamente, el mismo Roncalli que amordazaba ahora las palabras de la Virgen, negándose a difundir su mensaje, se había declarado un gran devoto de Fátima. Siendo ya patriarca de Venecia, en 1956, fue en peregrinación al santuario mariano y celebró allí un solemne pontifical.
Convertido luego en Papa, promovió la peregrinación de la imagen de la Virgen de Fátima por toda Italia, como vimos en el capítulo anterior, gracias a la cual el Padre Pío quedó curado de milagro en San Giovanni Rotondo; y por si fuera poco, el 13 de diciembre de 1962 proclamó a la Virgen de Fátima patrona principal de la Diócesis de Iria, lugar de las apariciones.
Pero la irrupción en escena del Tercer Secreto de Fátima era del todo inoportuna en aquellos tiempos de renovación en la Iglesia, a las puertas de un Concilio Ecuménico anunciado a bombo y platillo por el Papa Roncalli como aire fresco de agiornamentto, en el que participarían 2.500 padres conciliares, frente a los 770 del Vaticano I (1869-1870), los 252 como máximo de Trento (1545-1563), y no digamos ya los 115 padres conciliares del Basilea-Florencia (1431-1445).
En cuatro años de Papa pasarían por su casa de Roma más hombres importantes que en los veinte de Pío XII. En 1960 recibió al doctor Geoffrey Fisher, arzobispo de Canterbury y Primado de la Iglesia Anglicana. Después, a muchos más: los obispos anglicanos Joost de Brank, Arthur Morris; el obispo Fred Pierce, presidente del Consejo Mundial Metodista; el doctor Leslie Davison, presidente de los metodistas de Reino Unido; el doctor J. H. Jackson, Archibald C. Craig, Edmund Sclink… El paso aplomado de este Papa bajito y orondo estaba dejando un rastro imborrable por los corredores del Vaticano.
¿Qué sentido tenía entonces, en medio de esa nueva atmósfera eclesial abierta a los nuevos tiempos, publicar un mensaje apocalíptico? Ninguno.
Roncalli, menos que nadie, deseaba ser visto como un aguafiestas. Al mismo tiempo, en una época de renovada esperanza para la Iglesia, todo lo extraordinario era contemplado como rancio y obsoleto, como un auténtico estorbo que impedía hablar y entenderse en el lenguaje del hombre moderno. Y eso incluía a grandes místicos dotados de carismas especiales, como el Padre Pío, y a todos esos «profetas de calamidades» de quienes Roncalli renegaba.



LA GRAN PERSECUCIÓN

Durante su Pontificado, aunque constituya un tema apasionante para otro exhaustivo trabajo, el Padre Pío sufrió la persecución más implacable y cruel de la propia Iglesia a la que tanto él amaba.
Permítame el lector que haga un breve inciso para consignar cómo, durante el pontificado de Roncalli, el visitador apostólico monseñor Carlo Maccari, funcionario del Vicariato de Roma, manifestó en su informe que el Padre Pío confesaba mal, mantenía relaciones sexuales con sus hijas espirituales e incluso que sus grupos de oración fomentaban el cisma.
Para colmo, monseñor Terenzi, vicario de la parroquia del Divino Amor de Roma, se erigió en el principal instigador para la colocación de micrófonos en la celda y en el confesonario del Padre Pío, incurriendo así en un grave pecado de sacrilegio al violar el secreto de confesión.
Tampoco debemos pasar por alto las terribles calumnias contra el Padre Pío difundidas por monseñor Girolamo Bortignon, Obispo de Padua, de quien monseñor Loris Capovilla, mano derecha de Roncalli, era amigo íntimo.
Guiado por su odio visceral al fraile estigmatizado, monseñor Bortignon le acusó de conspirar contra la autoridad del Sumo Pontífice y de la jerarquía eclesiástica, de intentar sublevar a los fieles contra sus superiores, de cisma y herejía, de superstición e idolatría, de falso misticismo, y hasta de malversación de los fondos destinados a su gran obra, el Hospital Alivio del Sufrimiento.
Al final, claro está, ninguno de esos gravísimos cargos pudo probarse por la sencilla razón de que todos y cada uno de ellos eran falsos, inspirados por el mismo demonio. Pero del sufrimiento del Padre Pío, perseguido sin la menor piedad por quienes estaban en su mismo barco, solo pudo resarcirle el mismo Dios.
No era extraño así que Roncalli cayese en la trampa de algunas personas en las que confiaba. Hasta el extremo de que el cardenal Antonio Bachi, alarmado por lo que sucedía en San Giovanni Rotondo, visitó a Juan XXIII para defender el buen nombre del Padre Pío, pero Su Santidad dio por zanjada la audiencia levantándose y pronunciando este disparatado juicio: «Todo lo del Padre Pío es un asunto de faldas».
Añadamos, en honor a la verdad, que Roncalli había manifestado hasta entonces un gran afecto al estigmatizado, pero que engañado, insistimos, por algunos de sus colaboradores más próximos cambió por completo de opinión.
En Venecia había autorizado, de hecho, a los sacerdotes la participación en los grupos de oración del Padre Pío; tampoco dudó en presidir en persona una conferencia impartida por el padre Maximiliano a cuarenta sacerdotes sobre la Misa del Padre Pío y su apostolado ejemplar.
Desde el mismo mes de octubre de 1958 en que fue elegido Papa, hasta abril de 1960, Roncalli aprobó en reiteradas ocasiones las peregrinaciones a San Giovanni Rotondo. En julio de 1959 envió al cardenal Tedeschini a la inauguración de la Iglesia de Nuestra Señora de las Gracias, quien coronó la imagen de la Virgen y llevó para el Padre Pío una especialísima bendición de Su Santidad.
Por último, coincidiendo con la celebración del Congreso Eucarístico Mundial, en septiembre de 1959, Roncalli autorizó la primera Asamblea Nacional de los grupos de oración. Y hasta la propia hermana del Pontífice, Ancilla Roncalli, visitó entonces al Padre Pío y cayó rendida ante su sola presencia.
Previamente, don Luigi Orione (1872-1940), hoy canonizado, había sufrido un verdadero calvario por salir en auxilio del Padre Pío, a quien conocía únicamente gracias al don de la bilocación. En los años veinte, don Orione defendió a capa y espada el buen nombre del capuchino ante el Santo Oficio, convencido de su santidad; igual que muchos eclesiásticos estaban también persuadidos de la santidad de don Luigi por sus obras de caridad y por los hechos extraordinarios que le rodeaban.
En el ocaso ya de su vida, don Orione bebió también del amargo cáliz de la calumnia. Lo mismo que al Padre Pío, le acusaron de pecar con mujeres. ¡A un anciano como él! Extenuado por su frágil naturaleza, le convencieron para que visitase al médico. Él accedió con resignación, mostrándose obediente hasta la sepultura. Más tarde, el galeno dictaminó la causa de su agotamiento: ¡La sífilis! Era mentira, claro. Pero hacía falta fabricar por escrito la prueba médica que zanjase el escepticismo de la gente ante la retahíla de calumnias verbales, pues si de algo tenía fama don Orione era precisamente de santidad.
Don Luigi fue confinado bajo estrecha vigilancia en una casa de religiosas en San Remo, donde falleció sin saber cómo era posible que le hubiesen contagiado una enfermedad venérea sin que jamás en su vida hubiese mantenido relaciones con una sola mujer. ¿Canonizarlo tras su muerte? Ni en pintura. ¿Cómo iban a subir a los altares a un viejo verde, que para colmo había contraído la sífilis?
Cuando ya nadie se acordaba de él, un barbero de Messina reclamó en su lecho de muerte la presencia de un sacerdote y de dos testigos para revelarles la verdad. Resultaba que aquel hombre, ahora moribundo, había afeitado y cortado el pelo a menudo a don Orione cuando era barbero de la Obra de la Divina Providencia, trasladada a Messina tras el terremoto de 1908. Pero, habiendo aceptado el soborno de un miembro de la congregación, el peluquero accedió a hacerle una pequeña herida a don Luigi en la nuca, en apariencia involuntaria, para proceder enseguida a «desinfectarla» con un frasquito que contenía ni más ni menos que pus sifilítico. Era el alto precio de la santidad.
Pero no era todo un camino de espinas para los santos; había también rosas en las veredas: Pío XII, considerado «el Papa de Fátima», dispensaría así una gran protección al Padre Pío.
No en vano, Pacelli conocía a los místicos por sus experiencias personales durante su Nunciatura en Baviera (Alemania) con la estigmatizada Teresa Neumann y se preocupó de la vida y de los hechos del capuchino, por quien sentía gran afecto y devoción.
En cierta ocasión, mientras Pío XII recibía a un grupo de peregrinos en Castel Gandolfo, escuchó a un capuchino arrodillado decirle al pasar:
—Santo Padre, le ruego una oración por el Padre Pío.
El Papa se giró de inmediato y le dijo:
—De todo corazón.
Animado por estas palabras, el capuchino añadió:
—El Padre Pío se encomienda a sus oraciones.
—Soy yo —replicó Su Santidad— quien se encomienda a las suyas.
La Madre Pasqualina, que vivió al servicio de Pío XII durante todo su pontificado y de quien muy pronto el lector volverá a tener noticias, insistió en que el Padre Pío era calificado con frecuencia por el Papa como el «salvador de Italia».
Por no hablar del testimonio del padre Carmelo da Sessano, guardián del convento de San Giovanni Rotondo en aquella época, quien ponía de manifiesto que en vísperas de elecciones o de acontecimientos importantes en la vida política italiana, Pío XII pedía oraciones al Padre Pío; igual que haría después, como también vimos en su momento, el futuro Juan Pablo II.



LA CARTA DEL PADRE PÍO

¿Y qué decir de la relación de Pablo VI con el Padre Pío?
Además de, como ya sabemos, el estigmatizado profetizó que el cardenal Montini sería Papa, este ordenó repetidas veces a quienes le perseguían «que dejaran en paz al fraile», recurriendo en alguna ocasión al cardenal Alfredo Ottaviani, defensor incondicional del Padre Pío, para cerciorarse de que su voluntad se cumplía a rajatabla. El mismo cardenal Ottaviani que había leído el Tercer Secreto de Fátima en compañía del Papa Roncalli y de Loris Capovilla, y que disintió luego del Papa por haberlo relegado al pozo del olvido.
Tanto Pablo VI como Ottaviani y el Padre Pío conocían la profunda división existente dentro de la Iglesia. El «humo de Satanás», en palabras del propio Pontífice, era consecuencia de las llamas que habían prendido ya en sus más sagradas entrañas.
Pero Pablo VI fue todavía más explícito, el 29 de junio de 1968:

Se diría —declaró el Papa entonces— que a través de alguna grieta ha entrado el humo de Satanás en el templo de Dios. Se creía que después del Concilio [Vaticano II] vendría un día de sol para la historia de la Iglesia; pero, por el contrario, ha llegado un día de nubes, tempestades y oscuridad, porque ha intervenido el poder adverso: el demonio.

En este sentido, la publicación de su encíclica Humanae Vitae (De la vida humana), el 25 de julio de 1968, subtitulada Sobre la regulación de la natalidad, ahondó en esa preocupante división.
El hecho de que en la encíclica se declarase ilícito todo tipo de control artificial de la natalidad, en sintonía con la Doctrina Católica sobre el aborto o los métodos anticonceptivos, desató las críticas más feroces de los enemigos del Vicario de Cristo en la tierra y de la propia Iglesia.
El Padre Pío se apresuró a enviar una extensa y desconocida carta de apoyo a Pablo VI, consciente del calvario que estaba sufriendo Montini por la acción del demonio.
Fechada el 12 de septiembre de 1968, tan solo once días antes de la muerte del fraile capuchino, constituye un documento único y excepcional.

Leámosla:

Santidad —escribía el Padre Pío—: Aprovecho vuestro encuentro con los Padres Capuchinos del Capítulo General para unirme espiritualmente a mis hermanos y poner humildemente a vuestros pies mi afectuoso obsequio, toda mi devoción a vuestra Augusta persona, en acto de fe, amor y obediencia a la dignidad de Aquel a quien representáis en la tierra.
La Orden de los Capuchinos ha estado siempre en primera línea en el amor, fidelidad, obediencia y devoción a la Sede Apostólica. Ruego al Señor que permanezca siempre así y continúe en su tradición de seriedad y austeridad religiosas, pobreza evangélica, observancia fiel de la regla y de las constituciones, aun renovándose en la vitalidad y en el espíritu interior, según las directrices del Concilio Vaticano II, para estar cada vez más dispuesta a acudir en las necesidades de la Madre Iglesia a la menor señal de Vuestra Santidad.
Sé que vuestro corazón sufre mucho en estos días —proseguía el Padre Pío, afligido ante las críticas a Pablo VI— por la suerte de la Iglesia, por la paz del mundo, por las muchas necesidades de los pueblos, pero sobre todo por la falta de obediencia de algunos, incluso católicos, a las altas enseñanzas que Vos, asistido del Espíritu Santo y en nombre de Dios, nos dais. Os ofrezco mi oración y sufrimiento cotidianos, como pequeño pero sincero pensamiento del último de vuestros hijos, a fin de que el Señor os conforte con su gracia para continuar el recto y fatigoso camino en la defensa de la Eterna Verdad, que jamás cambia con el paso de los tiempos.
También en nombre de mis hijos espirituales y de los grupos de oración os agradezco la palabra clara y decidida que habéis pronunciado especialmente en vuestra última encíclica Humanae Vitae, y reafirmo mi fe y mi incondicional obediencia a vuestras iluminadas directrices.
Quiera el Señor conceder el triunfo a la verdad, la paz a su Iglesia, la tranquilidad a los pueblos de la tierra, salud y prosperidad a Vuestra Santidad, a fin de que, disipadas estas nubes pasajeras, el Reino de Dios triunfe en todos los corazones gracias a vuestra Obra apostólica de Supremo Pastor de toda la Cristiandad.
Postrado a vuestros pies, os ruego que me bendigáis y junto con mis hermanos en religión, a mis hijos espirituales, a los grupos de oración, a mis hermanos enfermos, y a todas las iniciativas benéficas que en el nombre de Jesús y con vuestra protección nos esforzamos en cumplir.

Su inspirado autor apuntaba así al contenido no revelado del Tercer Secreto de Fátima, cuya sola lectura hizo sentir ya al Papa Roncalli el aleteo más intenso en su dilatado estómago…



HABLANDO DE SECRETOS

Hagamos ahora un poco de historia sobre las tres partes del Secreto de Fátima o, como se han dado en llamar también, sobre el Primero, Segundo y Tercer Secreto.
El 26 de junio de 1941, el Obispo de Leiria envió una carta a Lucia solicitándole que pusiese por escrito todo lo que pudiera contar sobre las apariciones. Ella le contestó remitiéndole, el 31 de agosto del mismo año, su tercer cuaderno de quince páginas, fechado en Tuy (Pontevedra, España), donde residía entonces.
Transcribimos a continuación de su cuaderno personal lo que más nos interesa, siguiendo la traducción del portugués efectuada por la propia Congregación para la Doctrina de la Fe:

¿Qué es el secreto? —se pregunta Lucia—. Me parece que lo puedo decir, pues ya tengo licencia del Cielo. Los representantes de Dios en la tierra me han autorizado a ello varias veces y en varias cartas […] Ahora bien, el secreto consta de tres partes distintas, de las cuales voy a revelar dos.
La primera fue, pues, la visión del infierno.
Nuestra Señora nos mostró un gran mar de fuego que parecía estar debajo de la tierra. Sumergidos en ese fuego, los demonios y las almas, como si fuesen brasas transparentes y negras o bronceadas, con forma humana que fluctuaban en el incendio, llevadas por las llamas que de ellas mismas salían, juntamente con nubes de humo que caían hacia todos los lados, parecidas al caer de las pavesas en los grandes incendios, sin equilibrio ni peso, entre gritos de dolor y gemidos de desesperación que horrorizaba y hacía estremecer de pavor. Los demonios se distinguían por sus formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes y negros.
Esta visión fue durante un momento, y ¡gracias a nuestra Buena Madre del Cielo, que antes nos había prevenido con la promesa de llevarnos al Cielo! (en la primera aparición). De no haber sido así, creo que hubiésemos muerto de susto y pavor.
Inmediatamente levantamos los ojos hacia Nuestra Señora que nos dijo con bondad y tristeza:
—Visteis el infierno a donde van las almas de los pobres pecadores; para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si se hace lo que os voy a decir, se salvarán muchas almas y tendrán paz. La guerra pronto terminará [Primera Guerra Mundial]. Pero si no dejaren de ofender a Dios, en el pontificado de Pío XI comenzará otra peor. Cuando veáis una noche iluminada por una luz desconocida, sabed que es la gran señal que Dios os da de que va a castigar al mundo por sus crímenes, por medio de la guerra, del hambre y de las persecuciones a la Iglesia y al Santo Padre.
Para impedirla, vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la Comunión reparadora de los Primeros Sábados. Si se atienden mis deseos, Rusia se convertirá y habrá paz; si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia. Los buenos serán martirizados y el Santo Padre tendrá mucho que sufrir; varias naciones serán aniquiladas. Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará. El Santo Padre me consagrará a Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo algún tiempo de paz. En Portugal se conservará siempre el dogma de la fe, etcétera.

Fue el cardenal Alfredo Ildefonso Schuster, arzobispo de Milán durante más de veinticinco años y amigo del Papa Pío XII, quien dio a conocer por mandato de este los dos primeros secretos de Fátima en una pastoral especial publicada el 13 de octubre de 1942. Añadamos, como dato curioso, que el cardenal Schuster sería beatificado por Juan Pablo II el 12 de mayo de 1996.



UNA MANO ATENAZADA

Revelados, pues, los dos primeros secretos, faltaba todavía el tercero. ¿Cuándo se daría a conocer el último de ellos? Esta misma pregunta tuvo oportunidad de formulársela en persona el canónigo francés C. Barthas a la propia Lucia y al Obispo de Leiria, en 1946. Ambos le respondieron con rotundidad: «En 1960».
Y cuando Barthas quiso saber a continuación por qué era necesario aguardar aún catorce años para conocer el Tercer Secreto, tanto la una como el otro le contestaron con idéntica determinación: «Porque la Santísima Virgen así lo quiere».
El Tercer Secreto, valga la redundancia, se mantenía en secreto desde hacía muchos más años. El 17 de septiembre de 1927, sin ir más lejos, el mismo Jesús le dijo a Lucia en la capilla del convento de Tuy, en respuesta a una petición de la carmelita descalza sobre la devoción al Inmaculado de María: «En cuanto al resto del secreto, sigue guardando silencio».
Transcurrido el tiempo, en junio de 1943, la hermana Lucia enfermó gravemente y tuvo que ser operada en septiembre, en la clínica pontevedresa del doctor Marescot. Con su vida en peligro, el Obispo de Leiria, monseñor José Alves Correia da Silva, temió que la monja pudiese llevarse el gran secreto a la tumba si finalmente fallecía. ¿Qué hizo entonces monseñor Silva? Reunirse con la religiosa a mediados de septiembre para indicarle que dejara escrita la parte del secreto aún no revelada.

Me han dicho —confirmaba luego la propia Lucia— que escriba tanto en los cuadernos donde me han ordenado que anote mi diario espiritual, como en una hoja de cuaderno para introducirla después en un sobre sellado y lacrado.

El 9 de enero de 1944, Lucia comunicó a monseñor Da Silva que ya había cumplido el encargo:

He escrito lo que me ha pedido. Dios ha querido ponerme un poco a prueba, pero al fin y al cabo esa era su voluntad. [El texto] está en un sobre lacrado y ese sobre está en los cuadernos.

Sabemos, sin embargo, que el texto hecho público en el año 2000 por el Vaticano —cuatro hojas de cuaderno, con sesenta y dos renglones en total— está fechado el 3 de enero de 1944. ¿Por qué aguardó Lucia entonces seis días completos para comunicarle al Obispo de Leiria que ya había concluido su petición?
La existencia de dos fechas distintas, con ese misterioso intervalo de tiempo, ha dado rienda suelta a las especulaciones, según las cuales habría en realidad dos textos también diferentes: uno correspondiente a la visión de los pastorcitos, revelado ya por el Vaticano durante el pontificado de Juan Pablo II, y otro con las palabras explicativas de la Virgen sobre la misma que todavía desconocemos.
Advirtamos que, a la hora de redactar el Tercer Secreto de Fátima, Lucia sufrió lo indecible bloqueada por el demonio, quien nublaba su mente y atenazaba su mano para impedirle poner negro sobre blanco lo que le había revelado la Virgen.
De hecho, desde mediados de septiembre de 1943, cuando recibió el encargo de su Obispo, hasta el 9 de enero de 1944 en que pudo finalmente concluirlo, median nada menos que casi cuatro meses de tremendas angustias.
¿Qué predijo la Virgen que tanto terror causaba a Lucia, obstaculizando de tal modo su misión? ¿No guarda acaso alguna relación su alto grado de sufrimiento y congoja con la reacción fulminante del Papa Roncalli para deshacerse a toda costa de aquel mensaje nada más leerlo, como si le quemase en las manos? ¿Por qué acuñó el mismo Pontífice, poco después, la expresión «profetas de calamidades», evidenciando que no comulgaba con desastrosos vaticinios? Y sobre todo, ¿qué revelaba aquel texto que tanto pavor le produjo a Roncalli, hasta el punto de sospechar que aquellas palabras no habían sido pronunciadas por la Virgen, sino que podían ser fruto de una invención o de una mala interpretación de Lucia?
Si se hubiese tratado de una cadena de desastres naturales (terremotos, tsunamis, tornados…) o provocados, caso de una futura guerra nuclear y bacteriológica, o incluso de una crisis económica mundial, probablemente el Papa habría publicado el mensaje. Pero no lo hizo.
¿Qué invencible pánico le embargaba entonces? ¿Tal vez el secreto que leyó con tanto impacto profetizaba un mal mayor en las mismas entrañas de la Iglesia? ¿Algo tan terrible que podía afectar incluso directamente al Papa, y que nada tenía que ver con el atentado contra Juan Pablo II, como se interpretó de modo oficial al darse a conocer el Tercer Secreto, según veremos con detalle en su momento?
También el sacerdote claretiano Joaquín María Alonso, gran conocedor de las apariciones de Fátima y de su principal vidente en particular, con quien mantuvo estrecho contacto personal, sostiene que si se tratase del anuncio de grandes cataclismos resultaría sin duda doloroso:

Pero estamos seguros —manifiesta el padre Alonso— de que las dificultades de Lucia no habrían sido tan graves como para necesitar una intervención especial del Cielo para vencerlas.

El clérigo concluye también de modo abrumador:

Si se trata de luchas intestinas en el seno de la propia Iglesia y de grandes negligencias pastorales de los más altos miembros de la jerarquía, se comprende que Lucia sintiera una repugnancia tal que le resultase imposible vencerla por medios naturales…



LA HOJA MISTERIOSA

Sobre las características físicas del documento, el padre Alonso, a quien volveremos a recurrir en su momento, nos indica que se trata en todo caso de un texto breve, tras entrevistarse en privado con la vidente:

Lucia nos dice —asevera el sacerdote— que lo ha escrito en una hoja de papel. El cardenal Ottaviani, que lo leyó, nos dice lo mismo: «Lucia escribió en una hoja lo que la Virgen le pidió que dijera al Santo Padre». Por tanto, algunos textos que se le atribuyen no nos convencen; en razón de su tamaño, tienen que estar alterados forzosamente.

Dejémoslo aquí por un instante…
Fue una nueva aparición de la Virgen a Lucia, el domingo 2 de enero de 1944, para asegurarle que era voluntad del Cielo que escribiera el Tercer Secreto, lo único que pudo reconducir finalmente la bloqueada situación.
Existe, por último, otro llamativo interrogante: ¿Por qué esperó Lucia hasta el 27 de junio de 1944 para entregar el sobre lacrado al Obispo de Leiria, cuando ella ya le había comunicado el cumplimiento de su encargo el 9 de enero, más de cinco meses antes? O formulado a la inversa: ¿Por qué aguardó tanto tiempo el Obispo para recibir en sus manos el mensaje que tanto le urgía conservar?
El 27 de junio, en efecto, Lucia, acompañada de la hermana Dorotea, se trasladó a Valença do Minho, donde fue recibida por el Obispo de Gurza, monseñor Manuel María Ferreira da Silva, en presencia de otros dos sacerdotes.

El secreto, escrito en una hoja de papel —nos dice el canónigo Barthas— dentro de un sobre cerrado, fue entregado al señor Obispo, quien a su vez lo hizo llegar personalmente al señor Obispo de Leiria, que se encontraba, a la sazón, en Quinta da Formigueira, cerca de Braga.

Observe el lector cómo el canónigo Barthas, autor de una obra ya clásica sobre las apariciones de Fátima, cuya primera edición en francés vio la luz en 1962 y contó luego con numerosas reimpresiones, manifiesta también que el Tercer Secreto fue «escrito en una hoja de papel», en lugar de las cuatro páginas de que consta el documento publicado en el año 2000 por el Vaticano. Insistamos, pues, en la gran pregunta: ¿Existen acaso así dos documentos diferentes…?
Trece años más tarde, y antes de que monseñor João Pereira Venancio, Obispo de Leiria-Fátima, entregase el Tercer Secreto en la Nunciatura Apostólica de Lisboa, a solicitud del Vaticano, tuvo oportunidad de examinar minuciosamente a contraluz el contenido del sobre lacrado. Corría el 1 de marzo de 1957.
Su antecesor, monseñor Da Silva, había introducido en su día el sobre recibido de Lucia en el interior de otro más grande, lacrando a continuación los dos. En el sobre exterior, anotó de su puño y letra:

Este sobre, con su contenido, será entregado a Su Em. el Señor cardenal D. Manuel, patriarca de Lisboa, después de mi muerte. Leiria, 8 de diciembre de 1945. José, Obispo de Leiria.

Cuando monseñor Venancio, inducido por la lógica curiosidad y emoción de quien tenía en sus manos un verdadero tesoro, se dispuso a otear a través de los dos sobres el contenido del secreto, su antecesor Da Silva aún vivía, pero estaba muy enfermo a sus ochenta y cinco años, hasta el punto de que fallecería meses después, el 4 de diciembre de 1957.
Pues bien, ¿qué fue lo que acertó a distinguir monseñor Venancio en semejantes circunstancias? Más de lo que cabía suponer, en principio: calculó con gran precisión que la hoja escrita por Lucia contenía tan solo entre veinte y veinticinco renglones, en lugar de las sesenta y dos líneas del mensaje publicado por la Santa Sede en el año 2000.
Y no contento con eso, monseñor Venancio tomó además las medidas exactas de los dos sobres. La periodista portuguesa Aura Miguel deja constancia en su libro El secreto que guía al Papa de la existencia desde 1982, en el Archivo del Servicio de Estudios y de la Difusión del Santuario de Fátima (Sesdi), de un documento manuscrito de monseñor Venancio donde relata él mismo con todo detalle lo que pudo ver entonces.
El padre Luciano Cristino accedió a revelarle a la periodista el contenido de ese importante legajo del antiguo Obispo de Leiria, que incluye dos hojas recortadas de idéntica medida a la de los dos sobres en cuestión.
La transcripción del texto es la siguiente:

Yo envié —escribe monseñor Venancio — el sobre a la Nunciatura el 12 de marzo de 1957, a las 12 horas. El papel más grande corresponde al tamaño del sobre exterior, con fecha de 8-12-1945 (14,5 × 22 cm). El segundo papel corresponde al que vi por transparencia; es de un formato algo más pequeño, a ¾ de cm de la parte superior y del lado derecho. En los otros dos lados se ajusta al tamaño del sobre interior. El sobre exterior llevaba al dorso el sello en cera roja de monseñor José. No se veía nada al trasluz pero se adivinaba que había lacre en las cuatro esquinas.

Todo parecía indicar así que había en principio dos documentos distintos; o lo que era lo mismo: dos partes del mismo Tercer Secreto de Fátima, de las cuales solo se ha publicado una hasta hoy. ¿A qué sigue obedeciendo entonces tan celoso mutismo con respecto a ese otro supuesto documento? Lo veremos…



EN LOS APOSENTOS PAPALES

Entre tanto, añadamos que el sobre lacrado con el Tercer Secreto fue enviado al Vaticano. Pero no se guardó en el Santo Oficio, como sucedió con el documento difundido por el Vaticano en su día, sino en el mismo departamento privado del entonces Papa Pío XII.
¿Cómo lo sabemos? Muy sencillo: el periodista francés Robert Serrou así lo atestiguó en su amplio reportaje gráfico publicado en el número 497 de la revista francesa Paris Match, en cuya edición española llegó a colaborar un servidor, el 18 de octubre de 1958, con motivo del fallecimiento de Pío XII.
Robert Serrou había viajado al Vaticano el 14 de mayo de 1957, un mes después de la llegada del Tercer Secreto a los aposentos papales, para tomar diversas instantáneas de los mismos, acompañado en todo momento en su recorrido por la acechante Madre Pasqualina, de la máxima confianza del Pontífice.
El reloj de carrillón de la habitación del Papa debió de sorprenderles alguna vez al dar la hora con el motivo del Ave María de Lourdes. Entre tanto, el crucifijo blanco alzado sobre el reclinatorio presenciaba en silencio la visita de aquel intruso acompañado de la atenta religiosa. Frente al Cristo estaba San Marcos Evangelista, aquel «Juan, llamado Marcos», como aparece citado en los Hechos de los Apóstoles, que la tarde del 28 de octubre de 1958 influiría con los dos Juanes, el Bautista y el Evangelista, representados también en la estancia, en la elección sorprendente del nombre del nuevo Pontífice Juan XXIII.
En dos nichos separados, mudas también, había dos pequeñas estatuas de madera de Pedro y Pablo; y delante de ellos, la Virgen de Covadonga, junto a varias imágenes repartidas de San José, San Carlos Borromeo, San Francisco de Sales y San Gregorio Barbarigo.
En ese mismo habitáculo donde ahora tomaba sus imágenes Robert Serrou, cerraron sus ojos para siempre San Pío X, Pío XI y Benedicto XV, que entregó su alma en la habitación contigua. La presencia de Pío XII se palpaba ahora en sus libros y en sus muebles.
¿Por qué concedemos tanta importancia, casi sesenta años después, a ese reportaje publicado por segunda vez en un fascículo especial de Paris Match, en el número 2 para ser exactos, correspondiente al cuarto trimestre de 1958?
Por una sola fotografía, aunque parezca mentira. Una imagen que, en este caso, vale más que mil palabras: la de una pequeña caja fuerte de madera. La misma «caja fuerte», en expresión del cardenal Silvio Oddi, en cuyo interior volvió a depositar Roncalli el secreto tras leerlo, tratando de postergar su contenido para siempre. El receptáculo estaba colocado sobre una mesa, junto a un lote de libros y la estatuilla de un santo. La inscripción enmarcada en una hoja de papel, en la parte inferior de la caja fuerte, hablaba por sí sola: «Secretum Sancti Oficii».
Al verla, el periodista francés preguntó enseguida a la monja qué había en su interior, y esta respondió sin titubeos que allí mismo se guardaba «el Tercer Secreto de Fátima».
Años después, Frère Michel de la Sainte Trinité, autor de una espléndida trilogía sobre Fátima que constituye uno de los estudios más completos publicados hasta la fecha sobre estas apariciones marianas, quiso corroborar de primera mano esas palabras que no figuraban en el texto del reportaje pero que habían llegado a sus oídos a través del abbé Caillon. Así que contactó directamente con Robert Serrou, de quien recibió respuesta el 10 de enero de 1985.

Decía, entre otras cosas, el periodista francés en su carta:
Es exacto: la Madre Pasqualina me dijo, señalándome una pequeña caja fuerte con una etiqueta en la que estaba escrito «Secretum Sancti Oficci»: «Ahí dentro está el Tercer Secreto de Fátima.

De allí mismo ordenó Roncalli extraer el documento para examinarlo en presencia de Capovilla, Ottaviani y Tavares. Previamente, habiendo establecido ya su nuevo séquito, el recién elegido Pontífice había visitado las habitaciones papales cerradas después de la muerte de Pío XII y dado instrucciones para preparar su traslado a ellas al día siguiente.






3


PROFETAS DE CALAMIDADES



En la Historia de la Revelación, normalmente los anunciadores de castigos y calamidades fueron los verdaderos profetas, como por ejemplo Isaías.
CARDENAL GIACOMO BIFFI


Pensar que el bueno de Roncalli iba a ser capaz de publicar en 1960 un mensaje que podía arruinar sus anhelos de optimismo en el futuro de la Iglesia y del mundo entero era desconocerle por completo. Siendo patriarca de Venecia, en marzo de 1953, y vistiendo las ropas escarlatas de su jerarquía con una esclavina de armiño sobre los hombros para abrigarse, el futuro pontífice era la persona más alegre de todas. Sonriente, impartía su bendición a derecha e izquierda con tanta energía, que su sombrero redondo y de alas anchas se mecía en su cabeza peligrosamente. De no habérselo sujetado varias veces, se le habría caído al canal infestado de góndolas.
Pese a sus setenta y siete años, el Papa Juan era un hombre extraordinariamente vigoroso. Provocaba a menudo el asombro entre quienes se acercaban a él para saludarle, el hecho de no advertir el menor signo de fragilidad propio de su avanzada edad; al contrario, daba la impresión de gran fortaleza de cuerpo y de espíritu, de entusiasmo juvenil y de irresistible júbilo.
Ante el brío y empuje manifestados por el Papa Roncalli, los aficionados a la historia recordaban a otro Pontífice interino, Sixto V, quien entró en el Cónclave de 1585 tambaleándose, apoyado en un bastón y casi sin poder hablar. Al anunciarse su elección, el anciano arrojó su báculo, recobró de inmediato el ímpetu juvenil y fue una de las grandes figuras de la reforma católica.
Roncalli iba también a por todas. El diario británico The Times atisbó enseguida sus aires renovadores:

[El Papa] no entraba de puntillas en su reino, sino con la seguridad del propietario que abre de par en par las ventanas y cambia de sitio los muebles.

Y así fue. Todo el mundo le quería, como hoy al Papa Francisco. Recién elegido, el pueblo romano ya no le dio otro apelativo que el de «Papa Giovanni», «Papa Juan». Antes estaba prohibido llamar al Pontífice con un nombre distinto del que había sido elegido, por ejemplo, decir «Papa Pío» para significar al Papa Pío XII. Por eso, los romanos decían siempre «Pio dodicesimo» o bien «il Santo Padre». Pero en el caso de Juan XXIII, todos: la curia, los párrocos, los tradicionalistas, permitieron sin problemas el uso de «Papa Giovanni». Igual que hoy se le denomina a Bergoglio «Papa Francisco».
Algunos recuerdan todavía la penosa ceremonia de la imposición de las vestiduras papales. Los sastres de la corte habían colocado junto a la Capilla Sixtina cinco modelos de diversos tamaños, pero ninguno de ellos satisfizo las necesidades del orondo Pontífice.
Juan XXIII subió por primera vez a la Silla Gestatoria, para desde allí mostrarse a los fieles como Vicario de Cristo. A la vista del inmenso gentío, susurró el Papa a su secretario, que le había acompañado hasta la galería media exterior de la Basílica vaticana: «¿Quién sabe si me querrán todos los de ahí abajo, a pesar de que ellos no me han elegido…?».
Se equivocaba. Todos le ensalzarían. Su elección dio paso enseguida al más encendido jolgorio. Durante el cónclave, hasta los locutores de la radio vaticana se habían mostrado confusos ante la salida del humo por la chimenea de la Capilla Sixtina: unas veces había sido bastante blanco, luego muy blanco, para volver a tomar, por fin, un color negruzco u oscuro. Resultaba divertido que durante aquellos días, en los bares, cantinas y restaurantes de la Ciudad Eterna, lo mismo que en el café de la Iglesia de San Pedro, no se pidiese más que una marca de whisky: Black & White.
El «Papa Juan» popularizó, sin quererlo, también otra marca de whisky escocés entre los romanos, que no eran de por sí tan amantes de esta bebida alcohólica. Sus frecuentes salidas y paseos por las calles de Roma le consiguieron muy pronto, a causa de su nombre (en inglés, Pope John) el apelativo de Johnnie Walker.
Cuando concedió una audiencia privada al yerno de Nikita Jrushchov, algunos le criticaron por declinar «demasiado hacia la izquierda». Pero él no se arredró ante los reproches: «El Papa es siempre optimista», alegó. Y era la pura verdad.
¿Cómo un hombre tan esperanzado y animoso como él iba a hacer caso a los «profetas de calamidades»?



¿CRISIS DE FE? ¿NEGLIGENCIA?

Quedaría incompleto nuestro relato sobre el Tercer Secreto de Fátima si no rescatásemos, llegados a este punto, a uno de los más grandes estudiosos de las apariciones marianas en la Cova da Iria. Aludimos, claro está, al sacerdote claretiano Joaquín María Alonso, a quien ya conoce el lector.
No era precisamente Alonso un clérigo cualquiera, ni muchos menos un indocumentado. Todo lo contrario.
Nacido en Salamanca en 1913, pertenecía a la Sociedad Mariológica Española y dirigía la prestigiosa revista Ephemerides Mariologicae. Durante más de dieciséis años, se dice pronto, fue archivero de Fátima y no hubo un solo documento oficial y extraoficial que no pasase por sus expertas manos, en su calidad de doctor y profesor de Teología en la Universidad Gregoriana de Roma.
El padre Alonso compuso una monumental obra sobre Fátima, compilada en veinticuatro volúmenes de ochocientas páginas cada uno y acompañada de un auténtico arsenal de 5.396 documentos, la cual recibió autorización del Obispo Venancio para publicarse. Pero el sucesor de este al frente de la Diócesis de Leiria-Fátima, monseñor Alberto Cosme do Amaral, ordenó que se paralizase la impresión sin dar una sola explicación. Misterio.
Curiosamente, el mismo monseñor Cosme do Amaral que el 10 de septiembre de 1984, en una conferencia en Viena, declararía esto mismo:

El Secreto de Fátima no habla ni de bombas atómicas, ni de cabezas nucleares, ni de misiles […] Su contenido atañe solo a nuestra fe. Identificar el Secreto con anuncios catastróficos o con un holocausto nuclear significa deformar el sentido del mensaje. La pérdida de la fe de un continente es peor que el aniquilamiento de una nación entera. Y lo cierto es que la fe está disminuyendo de forma constante en toda Europa.

Pese a la férrea censura, conocemos la opinión del padre Alonso sobre el tema que ahora acapara nuestra atención por dos de los veinticuatro volúmenes publicados en 1992 y 1999, respectivamente, y por otras breves obras y artículos suyos que han visto también la luz. No era él un hombre que se anduviese por las ramas, a juzgar por algunas de sus manifestaciones realizadas antes de su muerte, registrada el 12 de diciembre de 1981.
Gracias a Dios, entre sus obras sueltas llegó a la imprenta el opúsculo titulado La verdad sobre el secreto de Fátima. Fátima sin mitos (Madrid, 1976), que no tiene desperdicio. Evalúelo, si no, el lector:

En el período —comenta el padre Alonso— que precede al gran triunfo del Corazón de María suceden algunas cosas tremendas que son objeto de la Tercera Parte del Secreto. ¿Cuáles? Si en Portugal se conservarán siempre los dogmas de la fe… Se deduce con toda claridad que en otras partes de la Iglesia esos dogmas, o se van a oscurecer, o hasta se van a perder.
¿En qué forma correcta va a suceder esto? ¿Habla de circunstancias concretas el texto inédito? Es muy posible que no hable únicamente de una verdadera «crisis de fe» en la Iglesia de este período «intermedio», sino que como, por ejemplo hace el secreto de La Salette [localidad francesa donde se apareció la Virgen a dos niños, el 19 de septiembre de 1846], haya referencias más concretas a las luchas intestinas de los católicos; a las deficiencias de sacerdotes y religiosos; tal vez se insinúen las deficiencias mismas de la alta jerarquía de la Iglesia […].
Sería, pues, del todo probable que en ese período «intermedio» al que nos estamos refiriendo el texto haga referencias concretas a las crisis de fe de la Iglesia y a la negligencia de los mismos pastores.



DE LA SALETTE A FÁTIMA

Mencionaba el padre Alonso el pueblo de La Salette, donde la Virgen habló precisamente de la gran apostasía moderna, con la aparición de poderosas fuerzas anticristianas y de terribles pruebas para la Iglesia incluso desde su misma cúspide. Nada nuevo, pues, bajo el sol… de Fátima.
En La Salette se hizo realidad una vez más lo que el profeta Amós había anunciado en el Antiguo Testamento: Dios avisa siempre. Los profetas de entonces son los videntes de ahora cuando ejercen, sin interferencias, el don recibido. Dos pastorcillos en este caso, que apenas conocían el dialecto local —Mélanie Calvat, de catorce años, y Maximino Giraud, de once—, recibieron el encargo de la Virgen de guardar en un sobre el secreto sobre el futuro de la humanidad, el cual no debía abrirse hasta doce años después, en 1858.
Pero, a diferencia de Fátima, el secreto de La Salette sí se hizo público en el año estipulado por el Cielo.
El mundo se hallaba entonces en vísperas de graves acontecimientos históricos que condicionarían su futuro, como el manifiesto de Carlos Marx y las revoluciones europeas de 1848. ¿Qué hizo la Virgen? Confiando en la reacción de la humanidad, siempre con delicadeza de madre y procurando no asustar a sus hijos, les previno de los peligros y riesgos inherentes al poder masónico que a través de Napoleón III desencadenaría un ataque directo contra la Roma católica, como preludio de unos hechos apocalípticos.
Basta con leer el mensaje de La Salette para hallar en él los avisos del comienzo de la profecía de San Juan cuando este se refiere a la «apertura del pozo del abismo».
Huelga decir que la pobre Mélanie sufrió una persecución atroz y murió calumniada en el exilio de Italia. Pero los Papas Pío IX y su sucesor León XIII se sintieron hondamente impresionados por el mensaje de La Salette y acogieron a Mélanie en Roma para que escribiera los pormenores de la Orden de los Apóstoles de los últimos tiempos, reglamento dictado por la Virgen, y del cual la humanidad, incluida la Iglesia, tampoco hizo el menor caso.
La Virgen señaló el año 1858, coincidiendo con las apariciones de Lourdes, para que se diese a conocer el secreto de La Salette. Pero muchos jerarcas de la Iglesia no pensaron igual, pues los mensajes marianos atacaban la finalidad religiosa dominante, censuraban el comportamiento de muchos sacerdotes y monjas y, tal y como sucede hoy, resultaba «políticamente incorrecto» que aquellas verdades trascendieran al pueblo fiel por mucho que procediesen directamente de la Virgen; de modo que Mélanie acabó siendo enclaustrada en Inglaterra para asegurarse de que tuviese la boca bien cerrada.
Algo parecido sucedió con Sor Lucia a partir de 1957, tras su «imprudente» entrevista con el padre Agustín Fuentes, en la que sacaba a relucir cuestiones incómodas, pero no menos ciertas, que muy pronto abordaremos.
¿Qué sucedió entonces? La Roma católica acabó siendo atacada desde dentro y fuera de la Iglesia durante el Concilio Vaticano I por los masones que promovían anti-concilios en el campo de las ideas y hasta la toma militar de la capital italiana. Entre tanto, Pío IX no se daba por vencido y exigía barreras doctrinales contra los errores del mundo. León XIII, por su parte, condicionado por su visión sobre el ataque diabólico a la Iglesia, introdujo oraciones y exorcismos después de la Misa; entre ellas, la invocación a San Miguel Arcángel, príncipe de la celestial milicia, suprimida por el Concilio Vaticano II, lo mismo que las tres Avemarías y la Salve final, en petición de la protección mariana.
Sordo por completo a las sucesivas llamadas de advertencia de San Pío X, el mundo acabó dándose de bruces contra el gran castigo de la Primera Guerra Mundial. El Papa Santo falleció en vísperas de ese terrible conflicto, que marcó el principio del fin de la civilización cristiana.
En la primavera de 1917, cuando la gran guerra europea iniciada tres años antes se hallaba en su momento álgido, el Papa Benedicto XV rogó en público la intervención del Cielo a través de la Virgen María, ordenando a su secretario de Estado que comunicase a todos los Obispos del mundo la necesidad imperiosa de añadir en la letanía lauretana la imprecación «Regim pacis, ora pronobis».
La carta con esta instrucción estaba fechada el 5 de mayo de 1917 y, justo ocho días después, el día 13, la Reina de la Paz se apareció a los tres pastorcillos en Fátima para transmitirles un gran mensaje donde se explicaban las causas de las guerras y desastres de todo tipo, junto a los medios necesarios para evitarlas: oración y penitencia, sobre todo.
La veracidad de estas apariciones quedó acreditada, entre otros hechos, por el llamado «Milagro del Sol» del que hasta la prensa atea, que lo había anunciado entre burlas escépticas, se plegó al día siguiente conmocionada.



LA DANZA DEL SOL

El 13 de octubre, en efecto, la Virgen había augurado para las doce del mediodía un milagro que sería visible por todos, con independencia de su credo religioso. Era comprensible que, ante semejante anuncio, acudiesen más de 70.000 peregrinos de los rincones más remotos de Portugal, y hasta del extranjero, atraídos por tan excepcional espectáculo.
La jornada amaneció lluviosa. Y no cayó agua del cielo así como así. Había un doble propósito providencial: por un lado, probar la fe de los que pensaban congregarse para presenciar el milagro, algunos de los cuales revocaron su asistencia desanimados por las adversas condiciones meteorológicas; y por otro, señalar la grandiosidad del milagro mediante el acentuado contraste entre el cielo gris lluvioso y la luminosidad resplandeciente del sol.
La víspera, Maria Rosa, la madre de Lucia, se mostró recelosa y con temor, hasta el punto de comentarle a su hija:
—Es mejor que vayamos a confesarnos. Se dice que mañana tendremos que morir en Cova da Iria. Si la Virgen no hace el milagro, la gente nos matará. Por eso conviene que nos confesemos y estemos preparadas para morir.
La chiquilla le respondió, en cambio, muy tranquila:
—Si usted, madre, quiere ir a confesarse, yo también voy. Pero no por ese motivo. Yo no tengo miedo a morir. Estoy muy segura de que la Virgen cumplirá mañana su promesa.
Al día siguiente, los pastorcitos acudieron a su cita con la Señora calmados y sonrientes, convencidos de que la Virgen no les defraudaría.

Llegados a Cova da Iria —recordaba Lucia—, junto a la pequeña encina, llevada de un movimiento interior, pedí al pueblo que cerrase los paraguas mientras rezábamos el Rosario. Poco después, vimos el reflejo de la luz y enseguida a Nuestra Señora.

A continuación, se desarrolló el siguiente diálogo:
—¿Quién sois y qué queréis de mí? —preguntó Lucia.
La Virgen contestó:
—Decidles que hagan aquí una capilla en mi honor; que soy Vuestra Señora del Rosario; que continúen rezando el Rosario todos los días. La guerra va a terminar y los soldados volverán pronto a sus casas.
—Tenía que pedirle muchas cosas —suplicó Lucia—, que cure a unos enfermos, que convierta a los pecadores…
—A unos, sí; a otros, no —repuso la Señora—. Es preciso que se enmienden, que pidan perdón por sus pecados. ¡Que no ofendan más a Dios Nuestro Señor, que está ya muy ofendido!

Y abriendo las manos —añadió Lucia—, las hizo reverberar en el sol, y según se iba elevando, continuaba proyectando en el sol el reflejo de su propia luz. Mi intención no era llamar la atención del pueblo, pues ni siquiera me daba cuenta de su presencia. Lo hice llevada de un impulso interior que me movió a ello.

La multitud contempló, absorta, el prodigio. El cielo se abrió, cesando la lluvia de inmediato y deshaciéndose las nubes. De repente, el sol empezó a girar sobre sí mismo, como si fuera una rueda de fuego, mientras diseminaba por todas direcciones resplandores amarillos, verdes, rojos o azules.
Minutos después, el sol se detuvo para reanudar poco después su increíble danza, como si fuese a desprenderse del firmamento y a precipitarse sobre el gentío. Presos del pánico, algunos cayeron de rodillas para rezar o gritar hasta enronquecer sus gargantas.
El padre Federico Gutiérrez, en su obra La verdad sobre Fátima, daba cuenta así del gran milagro:
Este espectáculo fue percibido claramente por tres veces, durante más de diez minutos, por 70.000 personas, creyentes e incrédulos, simples ciudadanos y hombres de ciencia. Los niños habían fijado de antemano el día y la hora en que había de realizarse. Ningún observatorio astronómico registró este fenómeno, que por eso precisamente no tiene explicación natural alguna. Hubo individuos situados a varios kilómetros de distancia que lo vieron también.



LA IGLESIA EN LA ENCRUCIJADA

Retomando el Tercer Secreto, advirtamos que si el padre Joaquín María Alonso nos proporcionaba su honesta opinión sobre el contenido del mismo sin tan siquiera haberlo leído, el cardenal Ottaviani en cambio, como ya sabemos, fue uno de los pocos privilegiados que pudo contemplarlo en presencia de Roncalli y de su ayudante Capovilla.
Amigo y defensor del Padre Pío, como también sabemos, Ottaviani aseveraba algo tan revelador como esto en el libro Fátima, il segreto svelato, del vaticanista Andrea Tornielli:

He tenido la gracia y el don de leer el texto del Tercer Secreto […] El Secreto afecta al Santo Padre, al cual estaba destinado. Él era el destinatario y si él no se decide a decir: «Este es el momento de darlo a conocer al mundo»… Os puedo manifestar solamente esto: que vendrán tiempos muy difíciles para la Iglesia y que es necesario orar mucho para que la apostasía no sea demasiado grande.

Tremendas palabras las del cardenal Ottaviani, quien, insistimos, leyó el Tercer Secreto de Fátima. ¿Qué necesidad tenía todo un príncipe de la Iglesia de mentir sobre el mensaje dictado por la Virgen a Lucia y recogido en aquel documento oculto hasta hoy mismo?
Si Ottaviani tuvo oportunidad de posar su absorta mirada sobre aquella hoja, a Frère Michel de la Sainte Trinité, lo mismo que al padre Alonso y a tantos otros grandes estudiosos de Fátima, no les hizo falta tener delante el Tercer Secreto para concluir, cargados de sentido común, que su contenido debía de ser en verdad aterrador.
Vale la pena reproducir, pese a su extensión, el juicio particular de un experto en Fátima de la talla de Frère Michel.

Dice así:
De hecho, ella [Lucia] era consciente de que con esas veinte breves líneas estaba lanzando en la historia de la Iglesia, en la historia del mundo, un suceso de proporciones formidables. Porque para Lucia, acostumbrada en la escuela de la Santísima Virgen a valorar todas las cosas a la luz de Dios, la guerra, las catástrofes y las carestías, los gulags bolcheviques extendidos por todo el planeta, tantas naciones aniquiladas, todo eso resultaba infinitamente menos grave que la apostasía de la propia Iglesia y que la apostasía de sus pastores […].
Por sus errores, la fe puede perderse en el pueblo fiel y determinar —debido a la espantosa injuria infligida a Dios por esa apostasía colectiva— la pérdida eterna de millones de almas. Y es aquí precisamente donde el Tercer Secreto enlaza con el primero, que concierne a la visión del Infierno. Y es en esto, en su insistencia en la responsabilidad de los jerarcas de la Iglesia, en lo que el Tercer Secreto le parece sin duda a Lucia el más terrible y sobre todo el más difícil de transmitir.
Que una humilde religiosa, acostumbrada a ver siempre en sus superiores a los auténticos representantes de Dios, se sienta de repente obligada por el Cielo a comunicarles advertencias tan severas, reproches tan directos sobre su conducta, era para ella una misión extremadamente penosa.

El ya octogenario cardenal Oddi, por su parte, preguntado por el Tercer Secreto de Fátima en la revista 30 Giorni, en noviembre de 1990, el mismo que osó recriminar a Roncalli por no haberlo publicado e interrogó luego a su secretario personal Loris Capovilla en idéntico sentido, manifestaba lo siguiente:

El Tercer Secreto de Fátima, a mi juicio, no habla de la conversión de Rusia porque, si así fuera, Juan XXIII lo habría anunciado a todo el mundo. Para mí, el Secreto de Fátima contiene una profecía desgraciada sobre la Iglesia, razón por la cual el Papa Juan, Pablo VI y Juan Pablo II no lo han divulgado.
Frère Michel, en la conclusión de su reputada obra sobre Fátima, repleta de sensatez y audacia, se expresaba de un modo más claro si cabe sobre lo que, en su muy respetable opinión, contenía en realidad el Tercer Secreto:
Mientras «en Portugal se conservará siempre el dogma de la fe» —anotaba Frère Michel, evocando las palabras de la Virgen—, en muchas naciones, tal vez casi en el mundo entero, se perderá la fe. Los pastores de la Iglesia faltarán gravemente a los deberes de sus cargos. Por su culpa, las almas consagradas y los fieles se dejarán seducir en gran número por errores devastadores difundidos por todas partes.
Será el tiempo del combate decisivo entre la Virgen y el demonio. Una oleada de confusión diabólica se extenderá por el mundo. Satanás se introducirá hasta en las más altas cimas de la Iglesia. Cegará los espíritus y endurecerá los corazones de los pastores, puesto que Dios los habrá abandonado a su suerte como castigo por no obedecer las peticiones del Inmaculado Corazón de María.
Esta será la gran apostasía anunciada para los últimos días, el «falso ángel», «falso profeta», que traiciona a la Iglesia en beneficio de la «Bestia», según la profecía del Apocalipsis.

Frère Michel señalaba así, de modo implícito, a la formación de dos Iglesias distintas: una minoritaria, tildada de ultraconservadora por defender la Doctrina tradicional de Cristo; y otra mucho más numerosa en comparación con la primera, considerada progresista y preocupada en adaptar esos principios sagrados e inalienables a los tiempos modernos.
La opinión de Frère Michel no era en modo alguno aislada, como ya hemos comprobado. En este sentido, recordando las palabras de la Virgen sobre la conservación de la fe en Portugal, se sumó a esta misma corriente de opinión nada menos que el sobrino de la vidente Lucia, el sacerdote salesiano José dos Santos Valinho, quien, entrevistado por los periodistas italianos Renzo y Roberto Allegri poco antes de la revelación oficial del Tercer Secreto en el año 2000, declaraba esto mismo:

Considero que esa parte del Secreto atañe a la Iglesia, a sus interioridades. Tal vez dificultades doctrinales, crisis de unidad, desgarros internos, rebeliones, divisiones. La última frase del escrito de mi tía, que precede a la parte todavía desconocida del Secreto, dice: «En Portugal se conservará siempre el dogma de la fe». Después, empieza el fragmento que no conocemos. Sin embargo, esa frase nos da a entender que el contenido de la parte que falta podría estar relacionado con la última afirmación conocida. Es decir, que en otras partes de la Iglesia este dogma podría estar vacilando…

Incluso uno de los más célebres mariólogos, el francés René Laurentin, consideraba que el Tercer Secreto no revelado concernía a la Iglesia, y no al mundo:

La Virgen —advertía Laurentin— ha querido llamar nuestra atención sobre las terribles tentaciones y los desvíos de la Iglesia posconciliar […] Es la fe la que atraviesa la crisis como ya se ha podido comprobar en numerosos países cristianos que han vuelto la espalda al dogma y se han apartado de la línea del Concilio.



UN INCORDIO DE HOMBRE

Elegido el Papa número 261 de la Iglesia Católica, el 28 de octubre de 1958, en el cuarto día del Cónclave y a la edad de setenta y siete años, como ya sabemos, Angelo Roncalli no estaba preparado, insistimos, para profecías agoreras sobre el futuro de la Iglesia y del mundo.
Por esa razón, no debió de agradarle en absoluto que el mismo año del inicio de su pontificado, el 22 de mayo en concreto, el sacerdote mexicano Agustín Fuentes, postulador del proceso de beatificación de los pastorcitos Jacinta y Francisco Marto, revelase el contenido apocalíptico de su conversación privada con Lucia, mantenida el 26 de diciembre de 1957.
De regreso a México, el padre Fuentes impartió una conferencia en la Casa Madre de las Misioneras del Sagrado Corazón y desveló entonces lo que Lucia le había confiado cinco meses antes. Si Roncalli alababa una nueva primavera para la Iglesia, de las palabras pronunciadas por Lucia se desprendía en cambio el invierno más gélido para el Cuerpo Místico de Cristo.
Fallecido Pío XII, el Papa de Fátima, el mensaje de la Virgen había quedado eclipsado ante la necesidad urgente de emprender un proceso de renovación en la Iglesia, plasmada en la celebración del Concilio Ecuménico en ciernes.
Si Pío XII, consagrado Obispo en la Capilla Sixtina el mismo día y a la misma hora de la primera aparición de la Virgen de Fátima, promulgó el dogma de la Asunción de María y tuvo cuatro visiones del Milagro del Sol sin moverse de los jardines del Vaticano, su sucesor Juan XXIII se hallaba entonces más preocupado por abrir de par en par las ventanas de la Iglesia para que entrase aire renovado acorde con los nuevos tiempos de esperanza, que en atemorizar al mundo con fatales presagios.
Advirtamos que, por más que circularon versiones distorsionadas de lo que en realidad dijo el padre Fuentes en su conferencia, desmentidas en buena lógica por la Curia Episcopal de Coimbra, sus palabras ciertas jamás fueron desautorizadas de manera oficial, sino incluso corroboradas también por dos de los más significados historiadores de Fátima: el padre Joaquín María Alonso y Frère Michel de la Sainte Trinité.
Veamos ya qué dijo exactamente el padre Fuentes en aquella polémica charla:

La encontré [a Lucia] en su convento muy triste, pálida y demacrada. Y me dijo: «Padre, la Santísima Virgen está muy triste porque nadie hace caso a su mensaje, ni los buenos ni los malos. Los buenos, porque prosiguen su camino de bondad, pero sin hacer caso a este mensaje. Los malos, porque no viendo el castigo de Dios, actualmente sobre ellos, a causa de sus pecados, prosiguen también su camino de maldad sin hacer caso a este mensaje. Pero créame, padre, Dios va a castigar al mundo y lo va a castigar de una manera tremenda […]
Padre, el demonio está librando una batalla decisiva contra la Virgen; y como sabe qué es lo que más ofende a Dios y lo que, en menos tiempo, hará que se pierda el mayor número posible de almas, está tratando de ganar a las almas consagradas a Dios, ya que de esta manera también deja el campo de las almas desamparado y el demonio más fácilmente se apodera de ellas […].
Padre, la Santísima Virgen no me dijo que nos encontramos en los últimos tiempos, pero me lo dio a entender por tres motivos:
El primero, porque me dijo que el demonio está librando una batalla decisiva contra la Virgen y una batalla decisiva es una batalla final en donde se va a saber de qué partido es la victoria y de qué partido es la derrota. Así que ahora, o somos de Dios, o somos del demonio. No hay término medio.
Lo segundo, porque me dijo, tanto a mis primos como a mí, que dos eran los últimos remedios que daba al mundo: el rezo del Santo Rosario y la devoción al Inmaculado Corazón de María. Y al ser los últimos remedios, quiere decir que son los últimos, que no va a haber otros.
Y tercero, porque siempre en los planos de la Divina Providencia, cuando Dios va a castigar al mundo, agota antes todos los demás medios; y cuando ha visto que el mundo no ha hecho caso a ninguno de ellos, entonces, como si dijéramos a nuestro modo imperfecto de hablar, nos presenta con cierto temor el último medio de salvación: Su Santísima Madre. Si despreciamos y rechazamos este último medio, ya no tendremos perdón del Cielo…

Sor Lucia aludía, en palabras del padre Fuentes, a la batalla decisiva que libraba el demonio contra la Virgen no solo en el mundo, sino sobre todo en el seno de la propia Iglesia. Insistamos así cuantas veces sean necesarias: ¿Cómo iba Roncalli entonces a dar carta blanca a los que él mismo denominaba «profetas de calamidades»?
No era extraño, por tanto, que el Pontífice proclamara a los cuatro vientos, el 11 de octubre de 1962, durante la apertura del Concilio Vaticano II:

En el ejercicio cotidiano de nuestro ministerio pastoral llegan a nuestros oídos sugestiones de almas, ardorosas de celo, sin duda, pero carentes de un gran sentido de discreción y moderación. En los tiempos actuales no contemplan sino prevaricaciones y ruinas; van repitiendo que nuestra época, comparada con las anteriores, ha ido empeorando. Y se comportan como quien nada aprende de la Historia, que es también maestra de vida, y como si en los tiempos de los Concilios Ecuménicos precedentes todo fuese el triunfo completo de la idea de vida cristiana y de la justa libertad religiosa. Pero nos parece que debemos disentir de esos profetas de calamidades que anuncian acontecimientos siempre infaustos, como si fuese inminente el fin del mundo.

Esos eran precisamente, empleando la termología de Roncalli, los tres pastorcitos de Fátima y el padre Fuentes: auténticos «profetas de calamidades».
¿Pero acaso lo era también la propia Virgen de Fátima, cuyo mensaje el Papa se había negado a publicar, haciendo caso omiso a la reiterada petición de la mismísima Reina del Cielo?
La reacción de Juan XXIII, condenando el Tercer Secreto de Fátima al más inmerecido olvido durante todo su pontificado, levantó algunas voces disonantes, como la del cardenal Giacomo Biffi, arzobispo emérito de Bolonia, fallecido en julio de 2015:

Sobre los «profetas de calamidades»… —reflexionaba Biffi, en 2007—. La expresión se hizo muy popular y es natural: a la gente no le agradan los aguafiestas; prefiere a quien promete tiempos felices en lugar de a quien presenta temores y reservas […].
Recuerdo que casi de inmediato me asaltó una duda: en la Historia de la Revelación, normalmente los anunciadores de castigos y calamidades fueron los verdaderos profetas, como por ejemplo Isaías […].
Jesús mismo, leyendo el capítulo 24 del Evangelio de San Mateo, sería contado entre los «profetas de calamidades»: Las noticias de futuros hechos y de próximas alegrías no se refieren como norma a la existencia en la tierra, sino a la «Vida eterna» y al «Reino de los Cielos». En la Biblia son más bien los falsos profetas quienes proclaman con frecuencia la inminencia de horas tranquilas (véase el capítulo 13 del Libro de Ezequiel).

La verdad estaba así reñida, en este caso, con el deseo de mirar hacia otro lado, escondiendo la cabeza como el avestruz para proclamar al mundo las falaces maravillas que le aguardaban…






4


«¡RUSIA! ¡RUSIA!»


Hazle saber al Santo Padre que Yo sigo esperando aún la Consagración de Rusia a Mi Inmaculado Corazón.
LA VIRGEN DE FÁTIMA A LUCIA


Los desastres profetizados en Fátima estaban condicionados a que se efectuase la consagración de Rusia al Inmaculado Corazón de María.
Recordemos que el 13 de julio de 1917, en la tercera aparición de la Virgen en la Cova da Iria, manifestó ya Ella a los tres pastorcitos que para impedir los castigos contra el mundo y contra la Iglesia «vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón, y la Comunión reparadora de los Primeros Sábados».
Y como sucedía siempre, la Virgen cumplió su palabra doce años después, el 13 de junio de 1929. La propia Lucia nos relata, en el «Apéndice segundo» de su Cuarta Memoria, ese nuevo encuentro trascendental:

Después Nuestra Señora me dijo:
—Ha llegado el momento en que Dios pide al Santo Padre que haga en unión con todos los Obispos del mundo la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón, prometiendo salvarla por este medio. Son tantas las almas que la justicia de Dios condena por pecados cometidos contra Mí, que vengo a pedir reparación: sacrifícate por esta intención y reza.

La primera petición de la Virgen, formulada en julio de 1917, se completó así con la de junio de 1929, cuando Lucia supo ya las condiciones concretas para que la consagración de Rusia a su Inmaculado Corazón fuese válida: que la realizase el Papa en unión con todos los Obispos del mundo y con mención expresa de Rusia.
Fátima y Rusia estaban así históricamente relacionadas: no en vano, el mismo año de las apariciones marianas, 1917, fue también el de la revolución bolchevique; y 1929 coincidió también con la manifestación de la Virgen sobre las condiciones de la consagración, mientras Stalin se hacía con el poder omnímodo en Rusia inaugurando su régimen de terror con el asesinato indiscriminado de seres humanos inocentes.
Los males del comunismo debían combatirse desde el Cielo mismo, realizando esa consagración que la Virgen pedía con insistencia como un remedio sobrenatural para acabar con la estructura política tan bien descrita por el Papa Pío XI en su encíclica Divini Redemptoris, publicada el 19 de marzo, festividad de San José, de 1937:
Por primera vez en la Historia —advertía Pío XI—, asistimos a una lucha fríamente calculada y cuidadosamente preparada contra «todo lo que es divino». El comunismo es, por naturaleza, antirreligioso; y considera la religión como el opio del pueblo, porque los principios religiosos que hablan del más allá desvían al proletariado del esfuerzo por realizar el paraíso soviético, que es de esta tierra […] Si se arranca del corazón de los hombres la idea misma de Dios, sus pasiones los empujarán necesariamente a la barbarie más feroz.



LOS DESMANES BOLCHEVIQUES

Por nada del mundo deseaba la Virgen de Fátima que volvieran a repetirse los terribles desmanes cometidos durante la revolución bolchevique y la guerra civil en Rusia, donde, en diciembre de 1918, los cadáveres se amontonaban frente a los cementerios de todas las ciudades importantes. Con el primaveral deshielo, llegaron las epidemias. El régimen se planteó entonces la incineración como sistema para hacer desaparecer los cuerpos y evitar las enfermedades.
El primer crematorio se inauguró en diciembre de 1920, en Petrogrado. Pero apenas podía despachar un centenar de cadáveres al mes, y se optó por el enterramiento colectivo. Se calcula que en las fosas comunes de Butovo, en las proximidades de Moscú, se hacinaron durante la era estalinista unos cien mil restos, y doscientos mil más en la necrópolis de Bikovna, en Ucrania.
La Checa panrusa de Dzerzhinsky sería aún más terrible que la petersburguesa de Uritski, prodigándose las matanzas en los locales de una antigua compañía de seguros de vida —ironías del destino—, en la plaza Lubianka, próxima al Kremlin, donde el primer mandatario de la policía secreta instaló su cuartel general del horror.
Lo sucedido durante la guerra civil en el Trouvor, un barco capturado por los chequistas, fue espeluznante. Los tripulantes, encerrados en las bodegas, fueron obligados a salir uno a uno a cubierta. Al llegar al puente, la víctima era desnudada, atada de pies y manos, y extendida en el suelo, donde se le amputaban las orejas, la nariz, y los órganos genitales. Una vez «podada», en expresión de uno de los chequistas, se la arrojaba al mar. Así, una tras otra.
Los horrores no acabaron con el infierno del Trouvor. En el cementerio de Morchanks fueron enterrados vivos ocho campesinos heridos. En Rostov se fusiló a todos los muchachos de catorce a quince años sospechosos de simpatizar con los enemigos de la revolución. En el distrito de Kirsanov se encerró a los detenidos en un establo repleto de cerdos salvajes y hambrientos. Al anciano arzobispo de Jarkov le despellejaron la cabeza, y al obispo de Perm le enterraron vivo. En Kiev, los enfermos fueron desalojados de los hospitales y fusilados en plena calle. Igual suerte corrieron veinte mil de los cincuenta mil habitantes de la ciudad transcaucásica de Yangia, abatidos por las balas de sus verdugos.
Un modesto ejemplo de la devastación de vidas humanas durante la guerra civil rusa quedó reflejado reflejado en el escalofriante telegrama que envió Sir C. Eliot a Lord Curzon, el 22 de febrero de 1919. En el documento se recogía el informe detallado de 71 asesinatos cometidos por los bolcheviques en 1918, remitido tres días antes por el Consulado de Ekaterimburgo. Una gota de agua en el inmenso piélago de la barbarie. En suma, historias para no dormir:

Números 1 a 18 ciudadanos de Ekaterimburgo (conozco personalmente a los tres primeros) fueron encarcelados sin que se formulara contra ellos ninguna acusación y a las cuatro de la madrugada del 29 de junio fueron conducidos (con otro, sumando 19 en total) al vertedero municipal de Ekaterimburgo, que está casi a un kilómetro de Ekaterimburgo, donde se les ordenó ponerse en hilera, a lo largo de una zanja recién cavada. Cuarenta hombres armados, se cree que milicianos comunistas, con aspecto de tener pocas luces, abrieron fuego y mataron a 18. El n.º 19, el señor Chistorserdov, escapó milagrosamente aprovechando la confusión general. Junto con otros cónsules destinados en Ekaterimburgo, protesté ante los bolcheviques por aquella barbaridad y los bolcheviques respondieron aconsejándonos que nos ocupáramos de nuestros asuntos, alegando que habían fusilado a aquellas personas para vengar la muerte del camarada Malishev, muerto en el campo de batalla, frente a los checos.
Números 19 y 20 son 2 de un grupo de doce trabajadores detenidos por negarse a apoyar al gobierno bolchevique, y el 12 de julio arrojados vivos en un hoyo en que se depositan residuos calientes de las fábricas de Verhisetski, en los alrededores de Ekaterimburgo. Los cadáveres los identificaron sus compañeros.
Números 21 a 26 se tomaron como rehenes y fueron fusilados en Kamishlof el 20 de julio.
Números 27 a 33, acusados de conspirar contra el gobierno bolchevique, detenidos el 16 de diciembre en Troitsk, aldea del gobierno de Perm. Conducidos el 17 de diciembre a la estación de Silva, ferrocarril de Perm, y todos decapitados con sable. Las pruebas indican que les habían cortado el cuello a medias por detrás, la cabeza del n.º 29 colgaba de un fragmento de piel.
Números 34 a 36, sacados con otros 8 desde julio de un campo donde trabajaban cavando trincheras para los bolcheviques y que se descubrió en los alrededores de Oufalay, a unas 80 verstas de Ekaterimburgo, fueron asesinados por guardias rojos con fusiles y bayonetas.
Números 37 a 58, retenidos en la cárcel de Irbit como rehenes y el 26 de julio asesinados a tiros y rematados con bayoneta. Fueron fusilados en pequeños grupos, la matanza la organizaron marineros y la llevaron a cabo letones, todos borrachos. Los bolcheviques ocultaron el crimen y cobraron a los familiares de las víctimas el dinero del rescate.
Número 59 fue fusilado en Klevenkinski, aldea del distrito de Verhotury, el 6 de agosto, tras ser acusado de agitador antibolchevique.
Número 60, tras obligársele a cavar su propia tumba, fue fusilado por bolcheviques en Mercoushinski, aldea del distrito de Verhotury, el 13 de julio.
Número 61 asesinado a mediados de julio en fábrica de Kamenski por permitir que doblaran las campanas de la iglesia, contraviniendo órdenes bolcheviques, cadáver encontrado después con otros en una fosa, con la cabeza a medio cortar.
Número 62 detenido sin acusación, 8 de julio, en Ooetski, aldea del distrito de Kamishlov. Cadáver hallado posteriormente tapado con paja y estiércol, barba arrancada de cuajo con carne, palmas desolladas y frente con cortes.
Número 63 fue muerto después de largas torturas (no hay detalles) en estación de Antracyt.
Número 67 asesinado, 13 de agosto, cerca de la aldea Mironoffski.
Número 68 fusilado por bolcheviques delante de su iglesia en Korouffski, aldea del distrito de Kamishlov, delante de sus paisanos, de sus hijas y su hijo, fecha no establecida.
Números 69 a 71, muertos en fábrica de Kaslingski, cerca de Kishtin, el 4 de junio, con otros 27 civiles. Número 70 tenía la cabeza abierta, el cerebro al descubierto. Número 71 tenía la cabeza aplastada, brazos y piernas rotos, y dos heridas de bayoneta.

Tras la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial y la nueva victoria de los bolcheviques en la guerra civil rusa entre 1918 y 1920, la República soviética recuperó parte de los territorios perdidos en Brest-Litovsk.
Al Ejército Rojo, organizado por León Trotski, se debió en buena parte el triunfo bolchevique en la guerra civil, que se saldó con la muerte de unos ocho millones de personas de forma violenta, por hambre y epidemias.
Las gentes vagaban descalzas por las calles, vestidas con harapos, igual que sombras fantasmales. No tenían un mendrugo de pan que llevarse a la boca, ni leña para calentarse en el gélido invierno. Ni tan siquiera velas para alumbrarse ante la falta de electricidad. Los cadáveres de caballos yacían abandonados en las calzadas…
Pero aun con semejante pasado, la Iglesia, con el Papa a la cabeza, seguiría haciendo caso omiso del deseo expresado por la Virgen, hasta el punto de que Lucia tendría una locución con el mismo Jesús, en agosto de 1931, ante la nueva amenaza que se cernía sobre el mundo entero si los hombres no cambiaban radicalmente de actitud.
La vidente pasaba una temporada en la localidad pontevedresa de Rianjo, reponiéndose de una enfermedad, cuando uno de aquellos días, mientras estaba recogida en oración en la capilla de la casa de retiro, escuchó en su interior la recriminación de Jesús.
Así lo relataba ella misma, en una carta a su Obispo, datada el 29 de agosto del mismo año: Más tarde —escribía Lucia—, por medio de una comunicación íntima, Nuestro Señor me dijo, quejumbroso:
—Participa a Mis ministros que, en vista de que siguen el ejemplo del Rey de Francia en la dilación de la ejecución de mi petición [la consagración de Rusia al Inmaculado Corazón de María], también lo han de seguir en la aflicción […] No han querido atender mi petición. Al igual que el Rey de Francia se arrepentirán, y la harán, pero ya será tarde. Rusia habrá esparcido ya sus errores por el mundo provocando guerras y persecuciones contra la Iglesia. ¡El Santo Padre tendrá que sufrir mucho!



LA GUILLOTINA

Jesús aludía de manera explícita al rechazo del rey Luis XIV de Francia a la petición del Cielo efectuada el 17 de junio de 1689 por medio de Margarita María de Alacoque, una monja del convento francés de la Visitación de Paray-le-Monial, donde ingresó el 20 de junio de 1671, beatificada años después por Pío IX y canonizada por Benedicto XV.
Como consecuencia de la negativa del monarca a consagrar públicamente Francia al Sagrado Corazón de Jesús, reiterada por su hijo y por su nieto, los también reyes Luis XV y Luis XVI, la Revolución Francesa acabó arruinando para siempre las esperanzas e ilusiones de la Casa reinante de la forma más espantosa e inimaginable.
—¡No perdamos más tiempo! ¡Me quitaréis mejor las botas cuando ya esté muerto! ¡Terminemos cuanto antes!
Fueron sus últimas palabras.
Instantes después, la cabeza del desgraciado Luis Felipe II de Orleáns, de 46 años, rodaba como una calabaza bajo la guillotina instalada en la plaza de Luis XV.
El mensaje de Jesús sobre los horribles sucesos se cumplió así una vez más de modo inexorable el 6 de noviembre de 1793, en pleno Reinado del Terror. Curiosamente, a manos de los mismos verdugos que habían guillotinado el 21 de enero anterior a Luis XVI, rey de Francia desde el 14 de mayo de 1774, y de los franceses entre 1789 y 1792.
Detenido en Varennes-en-Argonne, Luis XVI fue conducido de nuevo a París, donde sancionó la Constitución de 1791. Pero el 20 de agosto de 1793, tres meses antes de su ejecución, fue arrestado tras el asalto a las Tullerías.
Por increíble que parezca, Luis Felipe de Orleáns, el hombre que acababa de ser ejecutado en el cadalso como un vulgar criminal, había votado meses atrás la condena a muerte en idéntico patíbulo de su propio primo Luis XVI, motejado Luis Capeto por los revolucionarios. El único crimen que la historia puede imputar justamente a Luis Felipe de Orleáns.
Cuando llegó su turno en la Asamblea francesa, todos los demás diputados le escucharon pronunciar su increíble sentencia: «La mort».
Aquella misma noche, Robespierre en persona se despachó a gusto con el felón en casa de unos amigos: «¡Desgraciado Igualdad! Pudo abstenerse de votar, pero no quiso o no se atrevió. La nación hubiese sido más magnánima con él…».
Luis Felipe desoyó incluso el perdón implorado para Luis XVI por sus propios hijos; entre ellos, su primogénito llamado igual que él y proclamado años después rey de los franceses. ¿Cabía acaso un oprobio mayor?
Semejante traidor de sangre azul llegó a ser, al final de su vida, partidario de la Revolución Francesa nada menos.
¡Y qué decir del infortunado Luis XVI…! Nieto y sucesor de Luis XV, el monarca guillotinado estaba repleto de buenas intenciones y era morigerado en sus costumbres, pero resultaba una verdadera calamidad en lo que a talento y decisión se refiere.
Apenas merecería una nota a pie de página en un libro de historia si no fuera por su admirable resignación a las vicisitudes que le rodearon y, sobre todo, al increíble arrojo demostrado en el cadalso.
Cierto que la majestad del trono y la corte parisiense eran aborrecidas por todos los departamentos de Francia cuando él se ciñó la corona en sus sienes, pero recuperar el respeto y admiración del pueblo requería otras dotes y cualidades de las que carecía Luis XVI.
Confinado finalmente en un calabozo del Temple, la Convención le declaró culpable de atentado contra la seguridad pública y, por tanto, reo de muerte.
Enseguida se levantó el tablado fatal en la plaza de la Revolución, al que subió el rey erguido y con paso firme. Previamente, le habían cortado el cabello, desnudado de sus regias vestiduras y maniatado como al peor de los asesinos. Adelantándose hacia el lado izquierdo de la guillotina, gritó con todas sus fuerzas: «¡Franceses, muero inocente, perdono a mis enemigos y deseo que mi muerte sea propicia al pueblo! La Francia…».
El redoble de tambores ahogó la voz de la víctima, que con heroica resignación entregó la cabeza al verdugo.
Mientras este descargaba el golpe decisivo, el sacerdote que había confesado al monarca celebró con entusiasmo: «¡Allez fils de Saint Louis, montez au Ciel!».
Sí, al Cielo, porque el monarca atesoró las grandes virtudes de que puede envanecerse el hombre: buen esposo y padre de familia. Pero en cambio, no supo ser rey ni, sobre todo, cumplir los designios del Cielo para consagrar Francia al Sagrado Corazón de Jesús.
Su cuerpo fue conducido al cementerio de la Madeleine y consumido en cal viva, conforme a las impías órdenes de la Convención.



LA DESIDIA DE PÍO XI

El panorama podía ser desolador también para la humanidad en el futuro si volvía a incumplirse la voluntad de Dios en este caso: consagrar Rusia al Inmaculado Corazón de María.
¿Tuvo noticia Pío XI de esta grave advertencia de Jesús a Lucia? Contamos con la exhaustiva indagación del experto Frère Michel, quien, a la luz de los documentos de Fátima, asegura que el Pontífice conoció la petición de Jesús. Pero, tal y como sucedió con el rey Luis XIV en su día, hizo también oídos sordos al llamamiento, razón por la cual la Virgen profetizó que «otra guerra aún peor» comenzaría «en el pontificado de Pío XI».
Una vez más, la corrección política y los respetos humanos, fundados en el temor a las reacciones ante una condena formal y doctrinal del marxismo-leninismo y del régimen soviético, impidieron el acto de consagración.
Por si fuera poco, sabemos por Marco Tosatti que el Pontífice no sentía simpatía alguna por Lucia. El periodista italiano obtuvo el testimonio de una fuente vaticana «digna de todo crédito», en sus propias palabras, según la cual Pío XI nunca quiso ni oír hablar de Fátima. Contaba su entonces secretario y más tarde cardenal, Carlos Confalonieri, que el Papa prefería sentarse por su cuenta a la hora de comer, para escuchar la radio, que era la gran novedad tecnológica de la época. Recibía muchas cartas y las leía todas, entre ellas las de muchas consagradas que le hacían partícipe de sus visiones místicas.

Pío XI leía las cartas —cuenta Tosatti, escudado en el valioso testimonio de un huésped de los sagrados palacios durante décadas enteras—, después alzaba la mirada, dejaba las hojas sobre la mesa y exclamaba un «¡Bah!» pensativo… Al final comentaba a media voz, como si hablase consigo mismo: «Dicen…, dicen que soy yo Su Vicario en la tierra. Si tiene algo que revelarme, podría decírmelo directamente».

El Papa tuvo la sartén por el mango entre 1929 y 1931, según Frère Michel. De hecho, si Rusia hubiese sido consagrada al Corazón Inmaculado de María, se habría convertido y la Segunda Guerra Mundial y la consiguiente expansión del comunismo por el mundo no existirían seguramente en los libros de historia.

Pero dado que esto no se verificó —se lamenta Frère Michel—, en lugar de las promesas, llegaron los castigos y las desventuras que se abatieron sobre la Cristiandad.

Empezando, sin ir más lejos, por la Guerra Civil española.
No fue casual, desde luego, que cinco años antes del estallido de la contienda civil, el entonces ministro de la Guerra, Manuel Azaña, proclamase en las Cortes: «Hoy España ha dejado de ser católica»… ¡Y lo dijo el mismo día 13 de octubre (de 1931) en que se produjo la última aparición de Fátima con el milagro del Sol!
Poco antes de su muerte, acaecida el 20 de febrero de 1920, la otra vidente de Fátima, Jacinta Marto, había insistido en el hospital de Lisboa, donde se hallaba ingresada:

Si los hombres no se enmiendan, Nuestra Señora enviará al mundo un castigo como no se ha visto otro igual, y antes que a otros países a España.



LA GRAN ESCABECHINA

Jesús nunca habla en vano a través de los instrumentos que elige.
Detengámonos por un momento, si no, en la Guerra Civil española. La persecución religiosa fue atroz. Uno de sus principales estudiosos, Antonio Montero, arzobispo de Mérida-Badajoz, sostiene que en toda la historia universal de la Iglesia no hay un solo precedente, ni siquiera en las persecuciones romanas iniciadas bajo el terror de Nerón, mediado el siglo primero de nuestra era cristiana, de tanto derramamiento de sangre (una docena de obispos, 4.000 sacerdotes y más de 2.000 religiosos) en tan breve espacio de tiempo (la mayoría fueron asesinados en el segundo semestre de 1936).
Resulta imposible precisar hoy el número de mártires registrados durante los dos siglos y medio de persecución romana. Con las fuentes disponibles, algunos historiadores de la Antigüedad admiten que tal vez pudieron haber muerto alrededor de 150.000 cristianos repartidos por un inmenso territorio, desde las iglesias del norte de África, hasta el Asia Menor, la Hispania, la Galia o la Germania.
Por si esta opinión, proviniendo de un ministro de la Iglesia, resultase arbitraria para algunos, añadiremos que un conocido hispanista nada sospechoso de clerical como Stanley G. Payne, catedrático de Historia en la Universidad de Wisconsin (Madison, Estados Unidos), no duda en afirmar que el hostigamiento a los católicos durante la contienda civil fue el mayor en la historia de la Europa Occidental, incluidos los episodios más violentos de la Revolución Francesa a la que acabamos de aludir, saldada con más de 2.000 mártires.
El propio Salvador de Madariaga, exministro de la República, aseguraba que nadie con «buena fe y buena información» puede siquiera poner en duda los horrores de la persecución religiosa. Bastó, recordaba Madariaga, «el mero hecho de ser sacerdote para merecer la pena de muerte».
Así fue. Centenares de testimonios documentados, tanto por declaraciones de los mismos asesinos o de testigos presenciales, como por signos evidentes hallados en los cadáveres, muchos de ellos fotografiados, demuestran esta dolorosa verdad histórica. Quienes la niegan o cuestionan lo hacen solo por mala fe o por ignorancia, parafraseando a Madariaga.
Centrémonos, por ejemplo, en Valencia y su provincia, sin duda uno de los principales focos de la persecución. Algunas estremecedoras pinceladas recogidas por Vicente Cárcel Ortí, que durante más de treinta años trabajó en el Vaticano, bastarán para no dejar indiferente a nadie. Al vicesecretario del arzobispado, José Fenollosa, le destrozaron por completo el rostro. Al beneficiado de San Martín, Enrique Gimeno Archer, le encontraron con las manos ligadas y los miembros superiores amoratados, la cabeza deshecha y muestras evidentes de mutilaciones. Al capellán de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados de Valencia, Ángel Olmedo, le sacaron un ojo, le cortaron una oreja y la lengua, y luego lo degollaron. El beneficiado de San Agustín, Vicente Peretó, fue conducido violentamente hasta la plaza de toros, donde le sacaron los ojos y le cortaron los genitales, lo mismo que al coadjutor de la Alquerieta de Alcira, José Martí Bataller.
El coadjutor de Algemesí, Juan Bautista Arbona, fue decapitado y luego le amputaron las manos. Al anciano coadjutor de Jesús Pobre, Vicente Borrell, tras conducirle a la Garganta de Gata, en el término municipal de Teulada, le desnudaron por completo y le torturaron; aún vivo, le mutilaron los genitales y se los introdujeron a la fuerza en la boca, rematándole a continuación con una descarga de fusil.
Al coadjutor de Castalla, Silvio Prats, le obligaron a levantar las manos junto a un pino, disparándole a las palmas y a los pies antes de hacerlo contra otras partes del cuerpo, salvo el corazón y la cabeza. Recibió en total veintidós disparos de pistola y murió de lenta agonía mientras sus asesinos le proferían escarnios. Al párroco de Benaguacil, Fermín Gil, le hicieron saltar la masa encefálica a garrotazos. Al beneficiado de Ayelo de Malferit, Juan Bautista Requena, le degollaron con una hoz. Al cura de Parcent, José Llompart, le pincharon con un hierro afilado, intentaron sacarle los ojos con la cruz de su rosario y le arrancaron tiras de su piel antes de asesinarle. Al anciano párroco de Navarrés, Vicente Sicluna Hernández, pese a estar muy enfermo en la cama, lo asesinaron en Bolbaite y arrastraron su cadáver por las calles entre burlas y gritos…
El odio acérrimo a sacerdotes y religiosos, y a cuantos lugares e imágenes recordasen al catolicismo, ya había calado hondo incluso antes de la guerra. Tal y como veíamos, el Papa Pío XI pudo haberlo evitado si hubiese seguido la indicación del mismo Jesús a Lucia, pero decidió mirar hacia otro lado. Su mandato se convirtió así en el Papado de entreguerras por excelencia.
Entre el 11 y 13 de mayo de 1931, más de un centenar de iglesias y conventos fueron incendiados y saqueados en Madrid, Valencia, Alicante, Murcia, Sevilla, Málaga y Cádiz, sin que las autoridades tomasen medidas para evitarlo.
Al año siguiente, con Niceto Alcalá-Zamora como presidente de la República, se ordenó retirar el crucifijo de las escuelas y se suprimió la asignatura de religión, se suspendió el diario católico El Debate, se decretó la disolución de la Compañía de Jesús y se incendiaron de nuevo iglesias y conventos. La revolución asturiana de octubre de 1934 se saldó con la destrucción de la catedral de Oviedo y el asesinato de 34 sacerdotes.
En junio de 1936, recién elegido Azaña presidente de la República, se intensificaron los desórdenes populares y los ataques a edificios religiosos y a sacerdotes, sin que en esa ocasión se produjeran muertes.
Desde julio de ese año, y hasta el final de la guerra, de los 6.832 eclesiásticos asesinados, 4.184 pertenecían al clero secular, 2.365 eran religiosos, y los 283 restantes, religiosas, según los cálculos de Antonio Montero.
El reparto geográfico de las víctimas realizado por Ángel David Martín Rubio destaca la brutal persecución en el sur peninsular durante el verano de 1936. En la Diócesis de Jaén desapareció cerca de la mitad del clero tras el asesinato de 124 sacerdotes. En la de Málaga se exterminó casi al 48 por ciento del clero: los asesinatos fueron particularmente numerosos también en Almería (32 por ciento), Guadix (16,9 por ciento) y Córdoba (32,6 por ciento). En las restantes diócesis las bajas fueron relativamente reducidas. Se haría interminable enumerar todos y cada uno de los datos con que contamos.
Insistamos, en lo que a la Guerra Civil española se refiere, en que hubo que lamentar también incendios, saqueos y profanaciones. El testimonio del ministro republicano Manuel de Irujo tampoco es sospechoso de parcialidad. El 7 de enero de 1937 presentó al Consejo de Ministros un Memorándum sobre la persecución religiosa donde resumía la situación de la Iglesia en el bando republicano, dejando a un lado las tres provincias vascas. Según él, la mayor parte de los altares, imágenes y objetos de culto fueron destruidos. Las iglesias se cerraron al culto y una gran parte de ellas se incendiaron. Los parques y organismos oficiales recibieron campanas, cálices, custodias, candelabros y otros objetos de culto para fundirlos y aprovecharlos en la guerra o en la industria. En los templos se instalaron también depósitos de todas clases, mercados, garajes, cuadras, cuarteles o refugios. Todos los conventos fueron desalojados e incendiados. Se prohibió la conservación de imágenes y objetos de culto en las casas y la policía se encargó de su destrucción durante violentos registros.
¿Hubiese merecido la pena hacer caso a la petición de la Virgen de Fátima y consagrar Rusia a su Inmaculado Corazón? Hoy ya sabemos que sí, pero entonces Pío XI y más tarde todos y cada uno de sus sucesores mantuvieron los ojos vendados por razones políticas y diplomáticas.



LUCIA CLAMA AL CIELO

Y entre tanto, por si fuera poco, Adolf Hitler se hizo con el poder en Alemania en enero de 1933 y el demonio nazi se sumó así al demonio comunista de Stalin que ya existía en Rusia.
Ambos diablos desencadenaron la Segunda Guerra Mundial mediante el Pacto Ribbentrop-Molotov para repartirse Polonia, Finlandia, las Repúblicas bálticas y parte de Europa Oriental, firmado el 23 de agosto de 1939; y para colmo de males, fueron aliados durante los dos primeros años de la gran conflagración. Casi nada.
Testigo del horror, Lucia no se cansó de hacer continuos llamamientos a los pastores de la Iglesia durante la década de los años treinta.
El 21 de enero de 1935, ella escribía: «Hay que trabajar para que el Santo Padre cumpla Sus deseos [de Jesús]».
Y el 18 de mayo de 1936, justo dos meses antes del Alzamiento Nacional con el que se desató la Guerra Civil en España, Lucia seguía sin darse por vencida: «Hay que insistir», anotaba.
La carta de la vidente de Fátima a su confesor, el padre Bernardo Gonçalves, apabullado por la veracidad de las profecías marianas reflejadas en el incesante derramamiento de sangre en España, es de una elocuencia incontestable.
Dice así:

¿Si conviene insistir? —se preguntaba Lucia—. No lo sé. Me parece que si el Santo Padre cumpliese ahora la consagración, Nuestro Señor la aceptaría y respetaría su promesa; y sin duda le agradaría a Nuestro Señor y al Corazón Inmaculado de María. Interiormente he hablado con Nuestro Señor de todo este asunto y hace poco le pregunté por qué no convertía a Rusia sin que Su Santidad hiciese esta consagración.
—Porque quiero —dijo Nuestro Señor— que toda Mi Iglesia reconozca esa consagración como un triunfo del Inmaculado Corazón de María, con el fin de extender después su culto y poner, junto a la devoción hacia Mi Corazón Divino, la devoción a Su Corazón Inmaculado.
—Pero, Dios mío —dije yo—, el Santo Padre no me creerá, si Vos mismo no le persuadís con una inspiración especial.
—¡El Santo Padre! Rece mucho por el Santo Padre. ¡Él acabará por hacerla, pero será tarde! Con todo, el Inmaculado Corazón de María salvará a Rusia, pues le ha sido confiado a Ella.

Por fin, en marzo de 1937, el Obispo de Leiria se decidió a escribir al Papa, pero este hizo caso omiso de la misiva hasta el punto de no dignarse ni a responderla. ¡Cuánta ceguera! Y entonces, tal y como había advertido la Virgen, la noche del 24 al 25 de enero de 1938 sobrevino la que se dio en llamar «aurora boreal» y que señalaba en realidad el próximo estallido de la Segunda Guerra Mundial.
Por más que Lucia trató de explicar el significado profético de ese fenómeno atisbado en el firmamento, del que todos los periódicos se hicieron eco con un sentido estrictamente científico, tampoco consiguió que en el Vaticano le hicieran el menor caso.
Y eso que la Virgen de Fátima ya lo había avisado con claridad:

Cuando veáis una noche iluminada por una luz desconocida, sabed que es la gran señal que Dios os da de que va a castigar al mundo por sus pecados, por medio de la guerra, el hambre, la persecución de la Iglesia y del Santo Padre.

Esa extraña señal sobrecogedora se produjo, en efecto, en todo el occidente de Europa aquella noche invernal.
El 6 de febrero de 1939, seis meses antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial, Lucia escribió a su Obispo para advertirle de que «la guerra que predijo Nuestra Señora es inminente», tranquilizándole al mismo tiempo con que Portugal estaba protegida «gracias a la Consagración nacional a su Inmaculado Corazón efectuada por el Episcopado portugués».
La consagración de Rusia al Inmaculado Corazón de María seguía, pues, sin realizarse pese a los esfuerzos ímprobos de Lucia ante sus superiores, que insistía también en la necesidad de instituir la Comunión reparadora de los primeros sábados solicitada por la Virgen en la primera de sus apariciones privadas, el 10 de octubre de 1925.
Aquel día, mientras era aún postulante en el convento de las Hermanas de Santa Dorotea, en la localidad de Vilar, cerca de Oporto, a Lucia se le apareció la Virgen con el Niño Jesús en su celda, sobre una nube resplandeciente; le mostró su Corazón rodeado de espinas, y Jesús, señalándolo con el índice, la exhortó a «tener compasión de aquel Corazón martirizado continuamente por la ingratitud humana, sin que haya quien lo consuele con actos de desagravio».
La Virgen le dijo entonces:

Mira, hija mía, mi Corazón rodeado de espinas que los hombres ingratos atraviesan en todo momento con sus blasfemias e ingratitudes. Tú, al menos, procura consolarme. Anuncia en mi nombre que prometo asistir en la hora de la muerte, con las gracias necesarias para la salvación, a todos los que el primer sábado de cinco meses consecutivos se confiesen, reciban la Sagrada Comunión y recen la tercera parte del Rosario, meditando en los misterios, con la intención de desagraviarme.

Y ahora era Jesús, quien, a comienzos de 1939, apremiaba así a Lucia:

Pide otra vez con insistencia la promulgación de la Comunión reparadora de los Primeros Sábados en honor al Inmaculado Corazón de María. Está próximo el tiempo en que el rigor de Mi Justicia castigará los crímenes de muchas naciones.

El 20 de junio de 1939, dos meses y medio antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, el llamamiento de Lucia adquiría ya tintes dramáticos, persuadida del cumplimiento inminente de la terrible profecía:

Nuestra Señora prometió retrasar el flagelo de la guerra si fuera propalada y practicada esta devoción [la de los cinco primeros sábados de cada mes]. Vemos a la Virgen rechazando ese castigo en la medida de los esfuerzos que se hacen para extenderla; pero mucho me temo que podamos hacer más de lo que ya hacemos, y que Dios, descontento con ello, levante el brazo de Su Misericordia y permita que el mundo sea asolado con ese castigo que será, como nunca lo fue, horrible, horrible…

Las consecuencias de tan obstinada desobediencia a los mandatos del Cielo no tardaron en llegar con la firma del ya aludido Tratado Ribbentrop-Molotov, seguido de la invasión de Polonia el 1 de septiembre, y de la entrada formal de Francia e Inglaterra en el conflicto el día 3, declarándose así la Segunda Guerra Mundial. Pese a todo, la mayoría de estadistas y ciudadanos descreídos continuaban buscando argumentos geoestratégicos, cuando no casuales, a un conflicto que parecía ser de naturaleza causal.
Mientras tanto, Lucia seguía sin darse por vencida; en abril de 1940 volvía a escribir así a su confesor:

Dios está afligido, no solo a causa de los grandes pecados, sino también por nuestra dejadez y negligencia en atender sus peticiones.

Ese mismo año, la religiosa insistió ante el Obispo de Leiria con una nueva carta y escribió también directamente otra a Pío XII, elegido Papa el 2 de marzo de 1939 en sustitución del fallecido Pío XI, quien se fue a la tumba sin haber cumplido ni uno solo de los deseos expresados por la Virgen de Fátima.



EL PARCHE DE PÍO XII

Pío XII atendió finalmente solo en parte la petición de la Virgen, formulada en esa carta por Lucia, consagrando el mundo al Inmaculado Corazón de María el 31 de octubre de 1942. El acto de consagración se difundió mediante un radiomensaje en portugués, con ocasión de la clausura de las fiestas jubilares de los veinticinco años de las apariciones de Fátima.
Pero faltaba en el texto pontificio la mención especial de Rusia. De nuevo los complejos políticos hicieron acto de presencia, malogrando el sentido pleno de la consagración: en el momento álgido de la guerra, la alusión expresa a uno de los grandes países combatientes hubiese sido interpretado casi como un acto beligerante por parte del Romano Pontífice.
De todas formas, Lucia recibió el tímido beneplácito de Jesús en otra de sus comunicaciones interiores con Él, la cual se dio a leer el 20 de abril de 1943, durante los ejercicios espirituales celebrados en Fátima por todos los obispos de Portugal. El texto íntegro de la carta, dada a conocer también por el cardenal Pedro Segura, arzobispo de Sevilla, en una Asamblea sacerdotal celebrada en la catedral de la capital andaluza, dice así:

Dios Nuestro Señor —manifestaba la vidente— me ha mostrado ya su complacencia con el acto, aunque sea incompleto conforme a su voluntad, realizado por el Santo Padre y por varios obispos. En recompensa, promete acabar en breve con la guerra; la conversión de Rusia para más tarde.

Con razón, Piero Mantero y Valentina Ben, en su libro Fatima. La profezia rivelata, manifiestan su creencia a pies juntillas en el sentido providencial del desarrollo de la guerra. Así pues, tras la consagración de octubre de 1942, según ellos, «Dios cumplió de inmediato su promesa: 3 de noviembre de 1942, derrota alemana en El Alamein, tras diez días de terribles combates; 8 de noviembre: desembarco del Ejército angloamericano en África del Norte; 2 de febrero de 1943: capitulación en Stalingrado del VI Ejército alemán; Churchill pronuncia su célebre discurso: La rueda del destino ha dado la vuelta».
La consagración, como decimos, fue incompleta para no herir susceptibilidades. Y la corrección política de los Papas, imperante también durante toda la posguerra e incluso después, como veremos más adelante, hizo que cobrase todo el sentido la seria advertencia de la Virgen: «Rusia esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones».
Ni siquiera Pío XII, considerado como ya sabemos «el Papa de Fátima», prestó oídos a las incesantes súplicas de Sor Lucia, quien, en octubre de 1951 y por medio del padre Gustav A. Wetter, rector del Collegium Russicum, un centro católico radicado en Roma y dedicado al estudio de la cultura y la espiritualidad rusas, había intentado en vano recordar al Santo Padre que la consagración pedida por la Virgen aún no se había realizado.
Por si quedase alguna duda, la Señora volvió a replicarle a Lucia por enésima vez, en mayo de 1952:

Hazle saber al Santo Padre que Yo sigo esperando aún la Consagración de Rusia a Mi Inmaculado Corazón.

¿Podía pedirse a la Virgen mayor elocuencia todavía?
Pese a desgañitarse en su empeño por ser escuchada, Lucia, y en grado sumo la propia Virgen de Fátima, debieron resignarse una vez más a la solución intermedia adoptada por Pío XII: la publicación de la Carta apostólica, el 7 de julio de 1952, destinada a los pueblos de Rusia.
Titulada Sacro vergente anno, en ella se consagraba Rusia, sí, pero de modo incompleto y sobre todo sin la convocatoria de todos los obispos del mundo, como también pedía la Virgen.
A esas alturas, la expansión mundial del comunismo soviético y la aniquilación de millones de cristianos eran ya hechos consumados. De las horribles matanzas decretadas por Stalin dejaría testimonio escrito Joseph Davies, embajador extraordinario del presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt, en carta confidencial al secretario de Estado, Cordell Hull:

El terror es espantoso —relataba Davies—. Por múltiples indicios se comprueba que el pánico penetra y obsesiona a todas las capas de la sociedad. No hay un hogar, por humilde que sea, que no viva con el miedo constante de una batida nocturna de la policía secreta, preferentemente entre la una y las tres de la madrugada. Si alguno es arrestado, pasan meses sin oír hablar de él. A veces incluso acontece que desaparezca para siempre. La policía secreta ha extendido su actividad como jamás se había visto en la capital de la URSS. Se afirma que es tan brutal y cruel como la de los antiguos zares. La purga actual tiene, sin ninguna duda, un carácter político y religioso.

Y entre tanto, entrevistada por el historiador estadounidense William Thomas Walsh, el 15 de julio de 1946, Lucia seguía insistiendo hasta la extenuación:

Lo que Nuestra Señora quiere es que el Papa y todos los obispos del mundo consagren Rusia a Su Inmaculado Corazón.

Todavía un año después, ella seguía erre que erre, fiel al mandato mariano: «¡No, no! ¡No el mundo! ¡Rusia, Rusia!».






5


EL ARREGLO


Se temía una reacción fulminante y de consecuencias impredecibles para el Vaticano por parte de las autoridades soviéticas.
GABRIELE AMORTH


Don Gabriele Amorth es tal vez el exorcista que más veces ha combatido cara a cara con el diablo. Al preguntarle cuántos exorcismos ha realizado desde que el cardenal Ugo Poletti, vicario del Papa en la diócesis de Roma, le nombró para tal fin en 1986, responde categórico:
—Más de setenta mil…, aunque de personas —matiza— muchos menos, pues a una misma la he exorcizado centenares de veces.
Licenciado en Derecho a los 22 años, se ordenó sacerdote el 8 de septiembre de 1953, coincidiendo con el centenario del dogma de la Inmaculada Concepción.
Amorth está considerado hoy, incluso después de su muerte, como el exorcista más célebre y reputado del mundo. Prueba de ello es que, cuando le visité a finales de octubre de 2011 en su sala de exorcismos de Roma, todavía seguía recibiendo peticiones desde los puntos más alejados del planeta, como Estados Unidos, Australia o los países asiáticos.
En el ocaso ya de su vida, con casi 86 años entonces, 25 de ellos expulsando demonios, presidía a título honorífico la Asociación Internacional de Exorcistas que él mismo fundó, además de ser, como ya sabe el lector, exorcista oficial de la Diócesis de Roma.
Con puntualidad marcial, don Gabriele irrumpe, sonriente, en su lugar de trabajo. Ha estado ya en más de una veintena de sitios distintos, según admite, resignado: «Siempre acaban echándome, porque la gente no soporta los gritos».
Es un anciano de mirada, a veces, jovial. Curiosa paradoja.
Al verle, tiene uno la sensación de contemplar dos realidades distintas en constante pugna: la increíble fuerza del espíritu frente al progresivo deterioro de la carne.
—Don Gabriele, ¿por qué tienen tan mala prensa los exorcistas en el seno de la propia Iglesia? —pregunto, extrañado.
—Algunos sacerdotes —distingue él con autoridad—, en lugar de tratar a los afectados por el demonio como lo que realmente son, víctimas necesitadas de ayuda, se dirigen a estas con displicencia. Por desgracia, sucede con demasiada frecuencia que los afectados en busca de auxilio tropiezan con algunos curas que les dan con la puerta en las narices. Algo que jamás hubiese hecho Nuestro Señor Jesucristo. Y si no aceptan a las víctimas, tampoco les agrada que haya exorcistas dispuestos a liberarlas. Aceptan nuestra existencia a regañadientes, considerando que somos unos exaltados y retrógrados.
—¿Casi nadie, entonces, quiere oír hablar ya de Satanás?
—Cierto —asiente él, con su rostro pálido como un cirio—. Pero le diré todavía más: hay sacerdotes y obispos que declaran públicamente que el demonio y el infierno no existen. Me pregunto, entonces, si han leído los Evangelios o si es que realmente no creen en ellos, pues el ejemplo de Jesucristo como primer gran exorcista de la historia es incuestionable.
—¿Una Iglesia cada vez más descreída entonces…?
—Desde hace muchos años —se lamenta—, existe aversión a las grandes verdades de la fe; entre ellas, precisamente, a la existencia de Satanás. Recuerdo a un sacerdote de unos sesenta años que, tras reconocerme en plena calle, se acercó a felicitarme por uno de mis libros: «Jamás nadie me había hablado de estas cosas», confesó, agradecido. Y añadió: «Es una lástima que ya no se estudie en los seminarios la acción extraordinaria de Satanás». Y si no se habla del demonio, digo yo ahora, menos aún se hablará de los exorcistas. Permítame que le subraye una cuestión todavía más grave: tampoco se alude ya en las predicaciones de los ejercicios espirituales ni en las homilías dominicales a los novísimos; es decir, a la muerte, juicio, infierno y paraíso, cuatro grandes pilares de la doctrina cristiana.



¿CONSAGRACIÓN? ¿QUÉ CONSAGRACIÓN?

—Retomemos ahora —sugiero al padre Amorth— nuestra conversación sobre Fátima: ¿Cree usted que la Iglesia ha cumplido con los requisitos exigidos por la Virgen para que la Consagración a su Inmaculado Corazón sea válida?
El gesto torcido de don Gabriele, al escuchar la pregunta, constituye ya en cierto modo un anticipo de su respuesta.
—¿Consagración? ¿Qué consagración…? —inquiere él, contrariado.
—La efectuada por Juan Pablo II, el 25 de marzo de 1984 —preciso.
—No hubo tal consagración entonces —asevera—. Yo fui testigo del acto. Estaba en la plaza de San Pedro aquel domingo por la tarde, muy cerca del Papa; tan cerca, que casi podía tocarle.
—¡Qué me dice! —exclamo con perplejidad.
—Lo que oye —se ratifica él.
—¿Y por qué afirma usted con tanta rotundidad que la consagración no existió?
—Muy sencillo: Juan Pablo II deseaba mencionar expresamente a Rusia pero al final no lo hizo.
—¿Qué se lo impidió?
—Dirá más bien quiénes se lo impidieron. Y yo le contesto: algunos miembros de su séquito.
—No me diga que pudo más entonces también la corrección política que la propia voluntad expresada por la Virgen…
Don Gabriele asiente, impotente, con la cabeza.
Los representantes de la iglesia ortodoxa —advierte— presentes en el acto no debían escuchar de ninguna manera la mención expresa de Rusia; de lo contrario, se temía una reacción fulminante y de consecuencias impredecibles para el Vaticano por parte de las autoridades soviéticas.
—¿Cobardía?
—¿Por qué disfrazarla de prudencia?
—Si no pronunció el nombre de Rusia, ¿qué hizo entonces el Papa?
—Dar un rodeo: «Sí, pero no…». De hecho, en el texto impreso de la consagración figuraba Rusia de modo expreso, pero a última hora las presiones diplomáticas surtieron efecto. Juan Pablo II pretendía entonar esa palabra durante el acto, pero al final, como le digo, se lo impidieron. Así que tuvo que contentarse con decir aquello de «especialmente aquellas naciones necesitadas de esta consagración».
—Un lamentable circunloquio entonces —matizo yo— para dar a entender que Rusia figuraba entre «aquellas naciones» pero sin citarla, como pedía la Virgen.
—Exacto. Por eso mismo le insisto en que aquella consagración resultó inválida.
—Pero la misma Sor Lucia dijo que, pese a excluirse la mención de Rusia, el Cielo la había aceptado finalmente porque se hizo con la anuencia de todos los Obispos del mundo.
—¿Lucia dijo eso…? —se sorprende Amorth con ojos desorbitados.
—Bueno, lo dijo el cardenal Tarcisio Bertone, en el año 2000, escudándose en una carta de Lucia fechada en noviembre de 1989, en la cual ella manifestaba que el Cielo había admitido la consagración pese a incumplirse una de las condiciones más importantes.
—¿Ha visto usted esa carta? —pregunta como si dirigiese un interrogatorio policial en busca de una prueba decisiva.
—Jamás —niego rotundo.
—Ni creo que la vea jamás, porque estoy convencido de que no la escribió Lucia.
—¿Cómo está usted tan seguro de ello?
—¿Por qué no la mostró Bertone cuando debió hacerlo, al dar a conocer el Tercer Secreto de Fátima? Una simple fotocopia del manuscrito, incluida en el dosier oficial del Vaticano, hubiese bastado para disipar cualquier duda. Si el Vaticano fue siempre escrupuloso al aportar las pruebas documentales que autentificaban lo dicho por Lucia sobre asuntos menores, ¿por qué razón escatimó entonces la única evidencia documental que, según Bertone, otorgaba validez a un hecho de tanta trascendencia como sin duda era la consagración efectuada por Juan Pablo II?
—Sí que es raro —admito.
—¿De verdad cree usted que Lucia tardó cinco años en poner por escrito que la consagración había sido realmente aceptada? ¿Y que Bertone aguardó dieciséis años nada menos para anunciar la validez de algo tan crucial como la consagración de Rusia al Inmaculado Corazón de María? —la voz del padre Amorth suena como las hojas secas.
—Resulta todo muy extraño, la verdad —asiento de nuevo.
—Además —agrega él—, si la consagración del mundo al Inmaculado Corazón de María efectuada por Pío XII en 1942 solo fue aceptada en parte, pues Jesús dijo que en atención a ella la guerra solo se acortaría en lugar de acabarse de inmediato, ¿por qué iba a cambiar ahora de parecer con Juan Pablo II, si tampoco en esta ocasión se mencionaba a Rusia?
—Sería una incongruencia, sí.
—Más bien.
—¿Entonces…?
—No tengo la menor duda de que la consagración no existió en los términos requeridos por la Virgen. Pero tampoco debemos perder de vista lo que Ella misma quiso decirnos a través de Lucia: «Al final Mi Corazón Inmaculado triunfará. El Santo Padre me consagrará Rusia y esta se convertirá, concediéndosele al mundo un tiempo de paz»…



LA SOMBRA DEL KGB

La afirmación del padre Amorth («se temía una reacción fulminante y de consecuencias impredecibles para el Vaticano por parte de las autoridades soviéticas») no parecía en modo alguno descabellada; sobre todo, teniendo en cuenta que Juan Pablo II constituía desde su misma elección un verdadero incordio para el Kremlin, que tres años antes de la fallida consagración, en mayo de 1981, había intentado probablemente quitárselo ya de en medio.
El propio secretario personal del Papa, monseñor Stanislaw Dziwisz, respondía en su libro Una vida con Karol a la pregunta del vaticanista italiano Gian Franco Svidercoschi sobre este delicado asunto:

Alí Agca —aseguraba monseñor Dziwisz, en 2007— era un asesino a sueldo perfecto. Enviado por alguien que consideraba que el Papa era peligroso, molesto. Por alguien que tenía miedo de él, de Juan Pablo II. Por alguien que se había quedado asustado, muy asustado, ante la noticia de que había sido elegido un Papa polaco. ¿Y pues? ¿Cómo no pensar en el mundo comunista? ¿Cómo no llegar, subiendo peldaño a peldaño, hasta el que ordenó que se cometiera el atentado? ¿Cómo no llegar, al menos como hipótesis, al KGB?

Era un hecho incuestionable, como señalaba el periodista Svidercoschi, que la elección de Wojtyla provocó un gran desconcierto en las autoridades de la URSS, empezando por la jefatura del Estado que ocupaba entonces Leónidas Bréznev y siguiendo por las filas de la policía secreta, el KGB, a las órdenes de Yuri Andrópov.
A las tres semanas del nombramiento, ya estaba listo un primer análisis soviético sobre las posibles consecuencias de la designación de Wojtyla en los países de la órbita comunista. Al cabo de un año, se interceptó un documento «secretísimo» —firmado por Suslov, el ideólogo del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), y aprobado por todos los miembros de la Secretaría del Comité Central, Gorbachov incluido— en el que se proponían una serie de medidas concretas para neutralizar al Papa polaco y su misión internacional.
Por si fuera poco, Bréznev en persona intentó impedir en vano hasta el último momento el viaje de Wojtyla a Polonia, a raíz del cual surgió un año después el sindicato Solidaridad, que lideró la primera gran revolución obrera en el mundo comunista con una decidida actitud antisoviética. ¿No era suficiente todo esto para alimentar los fundados temores y recelos de las autoridades soviéticas?
Monseñor Dziwisz apuntaba en esa misma dirección:

Es necesario tener en cuenta todos los elementos de aquel escenario. La elección de un Papa aborrecido por el Kremlin; el primer regreso a su patria; la explosión de Solidaridad. Además, en esos momentos, la Iglesia polaca estaba perdiendo a su gran primado, el cardenal Wyszynski, ya al final de su vida. ¿No conduce todo en esa dirección? ¿Los caminos, aunque sean distintos, no confluyen en el KGB?

¿Estaba entonces dispuesto Juan Pablo II, o más bien algunas personas influyentes de su entorno, a provocar tres años después la ira y la venganza del mundo soviético con una consagración al Inmaculado Corazón de María que mencionase de forma expresa a Rusia?
Parecía obvio que el nuevo jefe del Estado interino, Vasili Kuznetsov, no iba a tolerar tampoco una afrenta semejante del Vaticano a la imagen internacional de la URSS. ¿Tal vez por esa razón se buscó un arreglo que satisficiese a creyentes y profanos, aunque perjudicase finalmente a todos por contradecir la voluntad de la Virgen de Fátima?



¿OTRA CARTA APÓCRIFA?

Por otra parte, el cardenal Bertone se agarraba como a un clavo ardiendo a la presunta carta de Lucia para demostrar que la consagración había sido admitida por el Cielo y zanjar de ese modo el menor atisbo de debate:

Sor Lucia —escribía Bertone en La última vidente de Fátima— confirmó personalmente que el acto solemne y universal de la consagración correspondía a María. «Sim està feita, tal como Nossa Senhora a pediu, desde o dia 25 de Março del 1984». (Sí, ha sido hecho, tal y como Nuestra Señora lo había pedido, el 25 de marzo de 1984). Lo afirma en una carta enviada al Papa el 8 de noviembre de 1989. Cualquier discusión y cualquier petición ulterior carecen de fundamento.

Hablando de cartas, Francisco Sánchez-Ventura y Pascual, hijo espiritual del Padre Pío, se hacía eco en su libro El secreto oculto de Fátima de otra supuesta epístola de Lucia fechada el mismo año 1989, pero en un día y mes distintos de la misiva invocada por el cardenal Tarcisio Bertone.
Si la carta a la que aludía Bertone llevaba fecha de 8 de noviembre, esta nueva correspondía al 29 de agosto del mismo año 1989, como decimos, y estaba datada en Coimbra.
En ella, la vidente daba por válida supuestamente también la consagración de Rusia al Inmaculado Corazón de María. Vale la pena transcribirla en su totalidad para comentarla luego.
Dice así:

Pax Christi
J. + M.
Querida Hna. María de Belén:
Recibí su carta y aunque tenga poco tiempo disponible, voy a responder a su pregunta, que es: La Consagración Consagración del mundo, tal como Nuestra Señora pidió, ¿se ha hecho?… El 31-X-1942 la hizo Su Santidad Pío XII. Me preguntaron después si se había efectuado conforme Nuestra Señora había pedido; yo respondí que no, porque le faltaba la unión con todos los Obispos del mundo.
La hizo después Su Santidad Pablo VI, el 21 de noviembre de 1964. Me preguntaron si se había hecho tal como Nuestra Señora había pedido y respondí que no, por el mismo motivo: faltaba la unión con todos los Obispos del mundo.
La hizo Su Santidad Juan Pablo II, el 13-V-1982. Me preguntaron después si estaba hecha. Respondí que no. Faltaba la unión con todos los Obispos del mundo.
Luego, este mismo Pontífice, Juan Pablo II, escribió a todos los Obispos del mundo pidiendo que se uniesen a ella, e hizo trasladar la imagen de Nuestra Señora de Fátima, la de la Capelinha, a Roma, y el día 25 de marzo de 1984 públicamente, en unión de todos los Obispos que se quisieran unir a Su Santidad, hizo la consagración tal y como Nuestra Señora se la pidió. Me preguntaron después si se había hecho tal como Nuestra Señora había pedido y yo dije que sí. Desde entonces está hecha.
Y, ¿por qué esta exigencia de Dios, de que esta consagración fuese hecha con todos los Obispos del mundo? Porque esta consagración es un llamamiento a la unión de todos los cristianos —Cuerpo Místico de Cristo cuya cabeza visible es el Papa, único verdadero representante de Cristo en la tierra, a quien el Señor confió las llaves del Reino de los Cielos.
Y de esta unión depende la fe del mundo y la caridad, que es el lazo que a todos debe unir en Cristo como Él lo quiere y pidió al Padre: «Como Tú, Padre, estás en Mí y Yo en Ti, que también ellos, para que ellos sean perfectos en la unidad y para que el mundo reconozca que Tú me has enviado y los amaste, como Tú me amaste a Mí» (Jn 17, 21-23).
Como vemos, de la unión dependen la fe y la caridad, que debe ser el nexo de unión en Cristo, cuyo verdadero representante en la tierra es el Papa.
Un abrazo a tu madre y saluda a toda la familia, en unión de oraciones.

Con buen criterio, Sánchez-Ventura advertía antes de nada:

No deja de sorprender que la consagración del Papa Pablo VI, de 1964, fuera rechazada por Lucia por no haber citado a Rusia de una manera concreta y singular… y que en la carta no se aluda a esta circunstancia; aquí, en cambio, parece que no se le da importancia a este extremo y se califica de buena la consagración, por lo que nosotros, que pecamos de desconfiados quizá en este caso sin justificación alguna, pensamos: «¿Habrá firmado la carta Sor Lucia al amparo de la santa obediencia, diciendo algo que no estaba en su pensamiento, como el Padre Pío firmó lo que los superiores le pusieron a la firma, declarando la gran mentira de que «nunca había sido objeto de ninguna persecución»?

Sea como fuere, llama poderosamente la atención, en efecto, la exclusión que hace Lucia en esa carta de una de las condiciones más importantes requeridas por la Virgen para dar validez a la consagración: la mención expresa de Rusia.
Ya fuese por obediencia, como sugiere Sánchez-Ventura, o simplemente porque la carta no la escribió en realidad Lucia, sino algún anónimo impostor, la omisión de ese requisito está en franca contradicción con lo manifestado por la Virgen de Fátima a través de la propia vidente. Recordémoslo de nuevo:

Vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón, y la Comunión reparadora de los Primeros Sábados.

Estas fueron las palabras textuales pronunciadas por la Virgen, las cuales estampó Lucia para la posteridad de su puño y letra en uno de sus cuadernos personales. ¿Qué sentido tenía, entonces, afirmar ahora en dos cartas atribuidas a la religiosa —la transcrita por Sánchez-Ventura y la esgrimida por Bertone, la cual no era manuscrita curiosamente, sino que había sido redactada por primera vez con ordenador— que la consagración de Juan Pablo II en marzo de 1984 era válida, pese a omitirse la mención expresa a Rusia por presuntas presiones políticas y diplomáticas?



LUCIA INSISTE

Poseemos también una carta de Lucia, del 29 de mayo de 1930, esta sí escrita con toda seguridad por ella misma, en la que no deja lugar a dudas sobre el requisito incondicional de la consagración de Rusia:

El Buen Dios —escribe la carmelita— promete terminar con la persecución en Rusia, si el Santo Padre se dignare hacer y mandar que lo hagan igualmente los obispos católicos en un solemne y público acto de reparación y consagración de Rusia a los Santísimos Corazones de Jesús y de María. Prometiendo Su Santidad, mediante el fin de esta persecución, aprobar y recomendar la práctica de la ya indicada devoción reparadora [la de los cinco primeros sábados].

Pero es que además la Virgen había pedido directamente a Lucia en 1929, doce años después de su primera revelación, que «el Santo Padre haga, en unión con todos los Obispos del mundo, la consagración de Rusia a Mi Corazón Inmaculado».
En 1946, tras entrevistarse con Lucia, el profesor William Thomas Walsh publicó lo que esta le había dicho respecto al asunto que tanto nos interesa, como aludimos en parte en el capítulo anterior:

La Hermana Lucia me puso en claro que Nuestra Señora no pidió la consagración del mundo a Su Corazón Inmaculado. Lo que Ella exigió específicamente fue la consagración de Rusia […] Dijo una vez más y con énfasis deliberado: «Lo que Nuestra Señora quiere es que el Papa y todos los obispos del mundo consagren Rusia a Su Inmaculado Corazón en un día especial. Si se hace esto, Ella convertirá a Rusia y habrá paz. Si no se hace, los errores de Rusia se esparcirán por todos los países del mundo.

A continuación, el profesor Walsh le preguntó:
—¿Significa eso, en su opinión, que todos los países, sin excepción, serán dominados por el comunismo?
—Sí —contestó ella, rotunda. Pero no acabó ahí, ni mucho menos, la admirable perseverancia de Lucia sobre la necesidad de consagrar Rusia de modo específico. El 17 de febrero de 1947, ella escribió:

El Santo Padre [Pío XII] ya ha consagrado a Rusia, incluyéndola en la consagración del mundo, pero no ha sido hecho en la forma indicada por Nuestra Señora.

El 26 de diciembre de 1957, Lucia volvió a la carga y advirtió:

Rusia será el instrumento de castigo escogido por el Cielo para el mundo entero si no logramos de antemano la conversión de esa pobre nación.

El 21 de marzo de 1982, la carmelita descalza fue requerida formalmente para explicar al representante del Papa Juan Pablo II —el Nuncio de Lisboa— lo que la Virgen deseaba del Pontífice. El requerimiento se produjo en presencia del Obispo de Leiria-Fátima y del doctor Lacerda. Lucia manifestó que el Papa debía elegir una fecha concreta y ordenar a todos los Obispos del mundo entero que hiciesen cada uno, en su propia catedral y al mismo tiempo que el Pontífice, una ceremonia solemne y pública de reparación y consagración de Rusia al Sagrado Corazón de Jesús y al Inmaculado Corazón de María.
El Nuncio le dijo luego al doctor Lacerda que no llegó a transmitir al Santo Padre el deber de cada obispo de adherirse al Papa en la obediencia al mandato de consagración de Rusia.
Al año siguiente, el 19 de marzo, el doctor Lacerda volvió a visitar a Lucia y esta le dijo sin rodeos: «La consagración de Rusia no se ha hecho como pidió Nuestra Señora».
Obligada por la ley portuguesa, Lucia abandonó el claustro el 20 de julio de 1987 para votar en las elecciones nacionales. Al salir del coche, fue abordada por el periodista argentino Enrique Romero, quien la interrogó acerca de la consagración de Rusia. Ella le confirmó que no había sido hecha y que, a menos que se produjese un giro espiritual como consecuencia de la oración y del sacrificio, todas las naciones sucumbirían ante el comunismo.
Enrique Romero publicó luego la noticia en el número de agosto de la revista argentina Para ti, editada en español.
Por su parte, el padre Pierre Caillon daba fe también de su visita a Portugal el viernes, 12 de septiembre de 1986. Aprovechó ese día para ver a una señora que mantenía estrecho contacto con Lucia desde la adolescencia, hasta el punto de que su familia se había hecho cargo del pago del alojamiento de la futura religiosa en aquella época. El sacerdote no facilitaba el nombre de esa dama, por deber de discreción, pero sí lo que esta le dijo tras una de sus frecuentes visitas a Lucia en el Carmelo de Coimbra:

Si usted lo desea —manifestó la monja—, puedo jurarle con mis manos sobre los Santos Evangelios que la consagración de Rusia no ha sido hecha.



LAS PIEZAS NO ENCAJAN

El sagaz periodista Antonio Socci advertía a su vez de que el cardenal Bertone no definió en el documento elaborado por la Congregación para la Doctrina de la Fe la consagración de 1984 como «una consagración de Rusia», sino como un «acto solemne y universal de consagración», lo cual era ya de por sí muy significativo.
Quedaba así en evidencia la ausencia de una mención expresa de Rusia, uno de los motivos por los que Lucia había insistido hasta la saciedad en que las consagraciones habían sido ineficaces, empezando por la realizada por Pío XII. Incluso, tal y como recoge Socci de una entrevista con Lucia publicada en septiembre de 1985 en el periódico Sol de Fátima, la vidente había sido del todo explícita al declarar sobre la consagración de 1984:

No participaron todos los obispos del mundo ni se hizo mención a Rusia. Muchos obispos no dieron importancia alguna a este acto.

Hay otras muchas piezas que tampoco encajan en el incompleto puzle de Fátima. Veamos otra más apuntada ya por el padre Amorth: ¿Por qué el Vaticano aguardó cinco largos años para obtener la aprobación de Lucia por escrito a la consagración de 1984, y dieciséis años en total para comunicarla al mundo, si al día siguiente de la misma, el lunes 26 de marzo, Juan Pablo II obtuvo ya la confirmación de labios del padre Luis Kondor, vice-postulador del proceso de canonización de los pastorcitos?
Juan Pablo II desayunó aquel día en compañía del padre Kondor y de otros distinguidos comensales, como el Obispo de Leiria-Fátima, Alberto Cosme do Amaral, el secretario personal del Papa, Stanislaw Dziwisz, el cardenal Agostino Casaroli, secretario de Estado del Vaticano, el rector del Santuario de Fátima, Luciano Guerra, y el profesor de portugués de Wojtyla, monseñor Silveira.

Evidentemente —nos refiere Aura Miguel, tras entrevistarse con los padres Kondor y Luciano Guerra—, hablan de Fátima. Juan Pablo II hace algunas preguntas. Desea saber si se ha cumplido todo lo que pidió la Virgen y les pregunta si alguno de ellos ha hablado con Sor Lucia. «Creo que contesté yo», recuerda el padre Kondor. Explica que la religiosa le ha dicho que, ahora, el Santo Padre ha hecho todo lo posible en lo que se refiere a lo pedido por la Virgen.

A juzgar por la confirmación obtenida en boca del padre Kondor, así como por la carta referenciada años después como prueba por Bertone, cuyo texto jamás hemos visto ni siquiera en una simple fotocopia hasta hoy mismo, y el cual, en opinión del padre Amorth, no fue escrito por Lucia, el Papa Juan Pablo II debía estar persuadido de que su consagración había resultado válida. Por eso mismo no intentó hacer otra, pues pensaba que la última había sido ya del completo agrado del Cielo.
Sabemos también que, en su fuero interno, Wojtyla estaba convencido de que la consagración no se había realizado en los términos concretos pedidos por la Virgen de Fátima, lo cual no significaba que no la considerase válida, como hemos visto, tras escuchar el testimonio referido por el padre Kondor, corroborado a su vez por la supuesta carta de Lucia.
Ateniéndonos al testimonio de monseñor Paul Josef Cordes, un estrecho colaborador de Juan Pablo II que ocupaba la vicepresidencia del Pontificio Consejo para los Laicos en 1990 cuando hizo esta declaración a la publicación 30 Giorni, no cabría la menor duda de cuanto decimos:

Era 1984 —evocaba el obispo Cordes—, y durante un almuerzo privado, el Papa habló de la consagración que había realizado. Contó que había pensado, tiempo atrás, en mencionar a Rusia en la plegaria de la bendición. Sin embargo, por sugerencia de sus colaboradores, acabó descartando esa idea. No podía arriesgarse a una provocación tan directa contra los dirigentes soviéticos. Nos contó también cuánto le pesó esa renuncia a la bendición pública de Rusia.

Juan Pablo II estaba así apesadumbrado, según monseñor Cordes, porque tampoco había sido capaz de pronunciar el nombre prohibido de «Rusia».






6


LA «OSTPOLITIK» VATICANA

En agosto de 1962, ya con la autorización pontificia, se celebró en Metz un encuentro con el Metropolita de Moscovia, Nicodemo, en el que se convino que el Concilio no iba a proferir condena alguna del Comunismo. ÁLVARO D’ORS, ROMANISTA Traigamos ahora a colación de nuevo a un experto de la relevancia del padre claretiano Joaquín María Alonso, a quien el lector conoce ya de sobra. Este sacerdote probo no podía permanecer indiferente ante la postura vaticana de silenciar, o incluso de negar, el deseo firme y reiterado de la Virgen de Fátima de consagrar de modo expreso Rusia a su Inmaculado Corazón, la cual él mismo calificaba sin tapujos de «vergonzosa»:

Por eso —manifestaba el sacerdote, indignado— nos parecen falsas, contraproducentes, vergonzantes y hasta vergonzosas todas esas posiciones de conveniencia, de compromiso, de entente, entre la Iglesia y un poder declaradamente ateo y marxista. Estas posiciones ambiguas, cuando pretenden evitar mártires, solo producen traidores. Por lo demás, es un hecho que la Ostpolitik, desde la banda eclesiástica, ha resultado un fracaso.

¿Y en qué consistía la Ostpolitik vaticana que denunciaba, sin pelos en la lengua, el padre Alonso? Caracterizada por una apertura cuya finalidad era suavizar las relaciones entre la Iglesia y el Estado comunista, se basaba en unos presupuestos de «buena vecindad y convivencia»; las dos partes interesadas cedían así algo de sus poderes para encontrar una fórmula de coexistencia entre cristianismo y ateísmo. ¿Qué sucedía en la práctica? De esa forma ya no podía tratarse de una convivencia, sino tan solo de una coexistencia manejada siempre con soberanía, y en su propio beneficio, por el Kremlin.
Todavía hoy siguen escuchándose cánticos de alabanza a esa venenosa entente entre los propios católicos, algunos de los cuales han llegado a decirme falacias semejantes: «El comunismo es parecido al cristianismo, porque se preocupa por los pobres»; o «si el mundo entero fuera comunista, viviríamos mejor porque habría justicia social».
Hasta el Papa Francisco brindaba recientemente a Eugenio Scalfari, del diario La Repubblica, unas declaraciones que dieron la vuelta al mundo. El periodista italiano llamó la atención del Pontífice sobre el socialismo de Marx y el comunismo, en su intento de construir una sociedad más igualitaria.
—¿Usted también se refiere a una sociedad de tipo marxista? —le preguntó su entrevistador.
A lo que el Papa respondió:
—Si acaso son los comunistas quienes piensan como los cristianos. Cristo ha hablado de una sociedad en la que decidan los pobres, los débiles, los excluidos. Para obtener igualdad y libertad debemos ayudar al pueblo, a los pobres con fe en Dios o sin ella, y no a los demagogos o a los «barrabás».
¿Qué diría el Papa Pío XI ante declaraciones como esa?
Nada mejor que recordar la condena fulminante que hizo el Pontífice en su encíclica Divini Redemptoris, publicada en 1937:

El comunismo es intrínsecamente perverso; y no se puede admitir que colaboren con él, en ningún terreno, quienes deseen salvar la civilización cristiana.



EL PACTO DE METZ

Las autoridades vaticanas hicieron oídos sordos a la categórica prohibición de Pío XI y suscribieron sin el menor escrúpulo el llamado Pacto de Mezt, firmado en la ciudad francesa donde se reunieron en agosto de 1962 —dos meses antes de inaugurarse el Concilio Vaticano II— el cardenal Tisserant, enviado por Juan XXIII, y Nikodim, el patriarca ortodoxo de Moscú, considerado por algunos expertos como un mero títere del Politburó soviético.
Allí acordaron que la Unión Soviética autorizaría la presencia de varios miembros de la Iglesia Ortodoxa rusa como observadores en el Concilio, y a cambio de eso el Vaticano se comprometió a no condenar de forma explícita el comunismo.
El Pacto de Mezt fue anunciado en conferencia de prensa por el entonces Obispo de Metz, monseñor Schitt, y detallado en sus principales aspectos en el diario católico francés La Croix, siendo confirmado también públicamente por el entonces secretario del cardenal Tisserant, monseñor Roche.
¿Comprende ahora el lector por qué ni uno solo de los Papas llegaría a consagrar Rusia de modo explícito al Inmaculado Corazón de María, tal y como pidió la Virgen de Fátima con encomiable humildad y perseverancia?
Por si persistiesen aún dudas sobre el grave daño infligido a la Iglesia con el Pacto de Mezt, nada mejor que recurrir al criterio de una eminencia académica como el sacerdote José Orlandis Rovira, primer director del Instituto de Historia de la Iglesia de la Universidad de Navarra y miembro acreditado del Opus Dei. En su obra La Iglesia Católica en la segunda mitad del siglo XX, Orlandis afirma lo siguiente sobre el pacto en cuestión:

Entre los observadores [del Concilio Vaticano II] figuraban dos representantes del patriarcado de Moscú, cuya presencia despertó natural expectación, y que parece haber sido el resultado del llamado «Pacto de Mezt», en atención a la ciudad alsaciana donde tuvo lugar la larga aunque informal negociación.
Los protagonistas de estas conversaciones —explica Orlandis— habrían sido el cardenal Tisserant, decano del Sacro Colegio por parte del Vaticano, y el metropolita metropolita Nikodim, enviado del patriarcado de Moscú. El acuerdo fue que el Concilio se abstendría de cualquier pronunciamiento directamente condenatorio del comunismo. Una vez concluido el «pacto», monseñor Willebrands, miembro destacado del secretariado para la unidad de los cristianos, viajó a Moscú para formalizar oficialmente la invitación.
Consecuencia de este acuerdo fue también, según parece, la liberación a comienzos de 1963, tras un largo cautiverio, del arzobispo de los ucranianos greco-católicos, monseñor Slipij, que fue autorizado a trasladarse a Roma, donde se incorporó al Concilio y más tarde fue creado cardenal. Otras Iglesias orientales enviaron también observadores al Vaticano II, así como las principales Iglesias y Confesiones protestantes.

La evidencia de lo que pudo haber sido y no fue, en relación con el Sínodo Romano de 1960 y su antagonista Concilio Vaticano II con la firma del Pacto de Mezt, es captada a la perfección por un romanista excelso como Álvaro D’Ors, autor de este magistral artículo publicado en la revista Verbo:

Algo parecido —escribe D’Ors— ha ocurrido con la condena del comunismo, que, naturalmente, no podía figurar todavía en el antiguo Código. El Sínodo de 1960 no solo tenía un recuerdo de sentimiento (págs. 477 y 499) para los que sufren en la Iglesia del silencio, y, por otro lado, volvía a firmar la licitud de la propiedad privada (art. 217), sino que declaraba como enemigos de la Iglesia al Comunismo, Marxismo y Materialismo.
No solo condenaba a los partidos políticos contrarios a la Iglesia (artículo 246, cfr. 216) y prohibía (art. 672) la pertenencia a los sindicatos marxistas, sino que negaba expresamente la intervención de personas comunistas y similares en las ceremonias nupciales (art. 509) y como padrinos de Bautismo (art. 379). Esto era congruente con el Decreto del Santo Oficio de 28-11-1949, bajo Pío XII, y con el más severo todavía del nuevo Papa Juan XXIII, el 25-11-1959.
Pero esta hostilidad había de cesar desde los primeros momentos del Concilio.
En agosto de 1962, ya con la autorización pontificia, se celebró en Metz un encuentro con el Metropolita de Moscovia, Nicodemo, en el que se convino que el Concilio no iba a proferir condena alguna del Comunismo, y así sucedió, en efecto: «Comunismo» y «Marxismo» son palabras que no aparecen ni una sola vez en los textos conciliares.
Solo Dios —concluye D’Ors— podrá juzgar sobre el acierto o no de esta Ostpolitik influida ya entonces por el futuro Papa Pablo VI, quien, quizá con su mayor clarividencia, veía —y no seré yo quien lo niegue— cierta lejana esperanza de restauración cristiana del mundo precisamente ex Oriente, es decir, con un objetivo de mucho mayor alcance que el que pudiera pensarse a primera vista.



EL GRAN MANIPULADOR

Desde dentro de la propia Iglesia, empezaban a oírse así voces que osaban contradecir la voluntad de la Virgen de Fátima, con tal de garantizar la supervivencia de una postura abocada a la más vil traición.
La primera de ellas provenía del jesuita belga Édouard Dhanis, profesor de Teología en la Universidad de Lovaina entre 1933 y 1949, y más tarde en la Universidad Gregoriana de Roma, de la que fue designado rector en 1963 por decisión de Pablo VI.
Dhanis intervino, naturalmente, en los preparativos del Concilio Ecuménico y fue también consultor del Santo Oficio.
Presentado el personaje, añadiremos que él mismo se encargó de abrir el debate en 1944 con la publicación de dos extensos artículos en la revista Flemish, titulados Sobre las apariciones y las predicciones de Fátima, y reunidos al año siguiente en el libro Sobre las apariciones y el secreto de Fátima: Una contribución cívica.
Veamos, pues, en qué consistía esa «contribución cívica» a la que apelaba el autor sobre las apariciones de Fátima:

No es necesario —escribía Édouard Dhanis— hacer largas reflexiones para comprobar que le resultó prácticamente imposible al Soberano Pontífice realizar tal consagración [la efectuada por Pío XII, en 1942] […] Cismática como unidad religiosa y marxista como unidad política, Rusia no pudo ser consagrada por el Papa sin que ese acto constituyese un desafío, tanto para la jerarquía separada, como para la Unión Soviética.
Esto haría prácticamente irrealizable la consagración, ya que un encargo tan impolítico y anti-ecuménico era moralmente imposible por las reacciones que podía provocar. ¿Pudo, entonces, la Santísima Virgen pedir una consagración semejante, la cual, teniendo en cuenta el rigor de sus términos, sería prácticamente irrealizable?… Esta pregunta parece que clama por una respuesta negativa.
Considerando todos los puntos, no es fácil afirmar con precisión qué grado de crédito debe darse a los relatos de Sor Lucia. Sin cuestionar su sinceridad, o el sano juicio que ella demuestra en la vida cotidiana, uno debe juzgar prudente utilizar sus escritos solamente con reservas. Digamos también que una persona puede ser sincera y probar su buen juicio en la vida diaria, pero tener una propensión a la fabricación inconsciente en una determinada área o, en todo caso, una tendencia a relatar viejos recuerdos de hace veinte años con adornos y modificaciones considerables.

Era increíble, pero cierto, que un teólogo de la experiencia y el renombre de Édouard Dhanis no solo cuestionase la veracidad de los escritos de Lucia, dando a entender incluso que podían ser fruto de su invención aunque fuese de manera inconsciente, sino sobre todo que manipulase a conveniencia el mensaje claro y diáfano de la Virgen de Fátima atreviéndose a negar que Ella hubiese pedido la consagración expresa de Rusia a su Inmaculado Corazón.
Por desgracia, la desafortunada postura de Dhanis fue asumida en la práctica por el Vaticano con su negativa a pronunciar el nombre de Rusia en todos y cada uno de los intentos de consagración que luego veremos con más detalle.
La mismísima Virgen, aunque resulte duro reconocerlo, constituía así un estorbo para la Ostpolitik vaticana; una china en el zapato también de los cobardes disfrazados de prudentes que en modo alguno estaban dispuestos a contrariar, en aras de su cacareado ecumenismo, a la iglesia ortodoxa que tan reacia era al acto de consagración.
Consignemos un dato revelador: en 1935, los servicios secretos descubrieron que había alrededor de un millar de estudiantes comunistas infiltrados en los seminarios y noviciados de Europa Occidental. ¿Cómo se entiende, si no, la participación entonces de jóvenes disfrazados con vestiduras eclesiásticas, vociferando consignas en las manifestaciones comunistas de Roma? ¿Eran acaso esos mismos falsos seminaristas los que el cardenal Alfredo Ottaviani calificaba de «comunistillos de sacristía», en un célebre artículo suyo publicado después del Concilio Vaticano II?
Entre tanto, el secretario de Estado del Vaticano, Agostino Casaroli, fallecido el 9 de junio de 1998, se jactaba en una entrevista en televisión de sus contactos con los gobiernos comunistas por medio de la Ostpolitik, la cual, en su opinión, había contribuido decisivamente al deshielo político.
¿Cómo podían explicarse de otra forma la visita diplomática del arzobispo Casaroli a Cuba y sus posteriores loas a Fidel Castro?



LA PASIÓN DE MINDSZENTY

Bajo esa misma férula comunistoide de la Ostpolitik vaticana, cayó derribado el cardenal primado de Hungría, József Mindszenty (1892-1975), condenado primero por los comunistas a la pena de muerte, conmutada luego por la de cadena perpetua por alta traición a la ideología atea, y después por los seguidores de la Ostpolitik vaticana, que le arrebataron el título de primado de Hungría en virtud de los compromisos históricos adquiridos con los gobernantes magiares.
A pesar de la valiente resistencia del cardenal Mindszenty, el resto de los obispos húngaros firmaron en 1965 un acuerdo de sumisión al régimen soviético, con la esperanza de que así aplacarían a los comunistas y cesaría la persecución. Pero sus cálculos fallaron por completo y lo único que se consiguió fue debilitar la capacidad de resistencia católica, dando para colmo apariencia de legitimidad al régimen comunista.
La vida del cardenal Mindszenty simboliza el Gólgota y merecerá siempre el homenaje del recuerdo. El destino cruel quiso que uno de los verdugos que desollaron vivo a Andreu Nin, líder del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), en plena Guerra Civil española, se cebase también de modo inhumano con este príncipe de la Iglesia Católica doce años después.
Aludimos a su paisano húngaro Ernö Gerö (1898-1973), alias «Pedro», que estuvo a las órdenes del general Alexander Orlov como responsable de la policía secreta soviética, la NKVD precursora del KGB, en Cataluña. Enigmático e implacable, Gerö fue el principal promotor de las checas barcelonesas.
El 3 de febrero de 1949, se celebró en el Palacio de Justicia de Budapest un juicio que atrajo la atención del mundo entero. El cardenal Mindszenty Mindszenty era el reo acusado de los delitos de traición, espionaje y conspiración para derribar al gobierno comunista. Un año antes, el Kremlin había ordenado a su virrey en Hungría, Mátyás Rákosi, que liquidase el llamado «problema Mindszenty». Rákosi nombró un grupo de hombres sin piedad encargado de cumplir a rajatabla la orden de Moscú. Gëro era uno de ellos, entonces ministro de Transportes y luego de Hacienda.
Aquel grupo de hienas se puso manos a la obra enseguida. Sus métodos, de una brutalidad sin límites, surtieron finalmente el efecto deseado. El juicio duró seis días y el cardenal fue condenado a muerte y finalmente a cadena perpetua. Los observadores se horrorizaron al ver a Mindszenty en la sala del tribunal. Era una caricatura de sí mismo. Célebre por su valor, el verbo fogoso y dramático a la hora de condenar todos los abusos del régimen comunista se había tornado ahora vacilante y sumiso. Caminaba a pasos cortos, como si llevase bolas de plomo en los zapatos. Rara vez levantaba la vista del suelo. ¿Qué fuerza tan sobrehumana había metamorfoseado de aquel modo al vigoroso y enérgico prelado hasta convertirlo en una piltrafa humana?
La noche del domingo 26 de diciembre de 1948, el cardenal fue detenido sin oponer resistencia en su casa de Esztergom, siendo conducido al cuartel de la policía secreta húngara. Empezaron los interrogatorios en su celda ventilada por un solo ventanuco de treinta centímetros de diámetro. Los policías le llevaron pluma, tinta y papel para que redactase un resumen meticuloso del periodo de su vida que arrancaba en octubre de 1945, cuando fue designado cardenal primado. Una hora después, Ivan Boldizsár, portavoz del gobierno, comunicó al pueblo húngaro que el cardenal había confesado todas sus culpas, incluida la de traicionar a la democracia, ser un espía enemigo y lucrarse con moneda extranjera.
La noche del jueves, después de permanecer cuarenta horas en pie frente a una pared blanca iluminada con focos, el cardenal se tambaleaba. Tenía los ojos cerrados; le ordenaron dar media vuelta y no se movió. Entró el doctor Gerson con lo que parecían dos grandes vasos de café, pero que contenían en realidad actedrón, una droga sintética que vigorizaba las funciones físicas a pequeñas dosis, produciendo en cambio vértigos y dolores de cabeza si se administraba sin medida. Trajeron una silla e hicieron sentar a la víctima. El médico le sostuvo la cabeza y le llevó el vaso a los labios. El cardenal bebió el contenido de un golpe y abrió los ojos. Poco después, hizo lo mismo con el segundo vaso. El interrogatorio continuó toda la noche. Al día siguiente, cuando llevaba ya sesenta y seis horas de pie, el cardenal estaba desfallecido. «Acaben de una vez conmigo. ¡Mátenme! Estoy preparado para morir», imploró.
La noche del viernes bebió veintisiete vasos de «café». Tenía los pies y las piernas tan hinchados, que cayó varias veces al suelo. Le quitaron los zapatos y le obligaron a ponerse de pie. Horas después, el coronel Kotlev irrumpió en su celda con dos monjas. Sus cuerpos y rostros desfigurados por la tortura eran terribles. El cardenal trató de juntar las manos para rezar, pero la derecha no acertaba a encontrar la izquierda. Se le inundaron los ojos de lágrimas.
Cierto día, los guardias llevaron al secretario del cardenal Mindszenty, el padre André Zakár, hasta su misma celda. Tenía el rostro tan hinchado que era imposible reconocerlo. Los cabellos estaban apelmazados por la sangre seca producida por los golpes. Grandes moratones le cubrían brazos y cuello. Los agentes lo sostenían en pie. El coronel Kotlev tuvo que revelarle al cardenal que tenía delante de sí a su secretario, el cual había confesado todas y cada una de las acusaciones. Zákar cayó al suelo y cruzó arrastrándose el cuartucho hacia donde estaba el cardenal para pedirle perdón.
Cuando los guardias trataron de ayudarle a levantarse, gritó: «¡No me hagan daño! Confesaré todo lo que quieran. Les suplico que no me atormenten más». El cardenal, conmovido, solo acertó a balbucear: «Hijo mío…». Poco después, se llevaron al sacerdote y Mindszenty permaneció en silencio dos horas, como si suplicase a Dios su ayuda.
Convertido en un despojo humano, el prelado fue preparado para el juicio tras firmar una confesión. Le administraron varias inyecciones, tratándole los pies y piernas. Pese al suplicio, uno de los ministros comunistas se mostró escéptico con el coronel Kotlev ante la posibilidad de que el cardenal recobrase su actitud normal ante el juez: «Créame —replicó el militar—, si alguna vez tuviéramos que someterle a usted a nuestro procedimiento, ni su misma madre lo reconocería». Gracias a Dios, Mindszenty fue liberado durante la revolución húngara de 1956.



CONVERSIÓN AL CATOLICISMO

Los mal llamados «fatimistas», tildados también de «tradicionalistas» o de «ultraconservadores» por defender la mención expresa de Rusia en el acto de consagración o la revelación de la totalidad del Tercer Secreto de Fátima, entre otras cosas, fundamentaban la invalidez de la ceremonia presidida por Juan Pablo II en que no se había derivado de la misma la salvación de Rusia, la cual equivalía en su opinión a su conversión al catolicismo:

Es obvio —se lee en la página web www.fatima.org — que el estado moral y espiritual del mundo ha empeorado desde 1984: En los últimos catorce años se han llevado a cabo 600 millones de abortos y se han desatado guerras alrededor del mundo. Se han «legalizado» la eutanasia y los actos homosexuales. En la misma Rusia se ha aprobado recientemente una nueva ley que discrimina en contra de la Iglesia Católica y a favor del islamismo, budismo, judaísmo y las iglesias ortodoxas que ocuparon por la fuerza las parroquias católicas bajo el régimen comunista. Es claro, entonces, que Rusia no está convertida a la fe católica en la forma como Nuestra Señora de Fátima lo prometió si se cumplía su petición.
En los últimos catorce años ha habido muy pocas conversiones al Catolicismo en Rusia. En toda Rusia hay actualmente solo 300.000 católicos —mucho menos del uno por ciento de la población rusa—. En comparación, después de la aparición de Nuestra Señora en el siglo XVI en Guadalupe, México, más de siete millones de mexicanos se convirtieron del paganismo a la fe católica en un período de nueve años y México se erigió en un país católico.

La salvación llevaba consigo la conversión, tal y como Lucia había insistido en diversas ocasiones, tras sus comunicaciones interiores con Jesús. La siguiente carta de la religiosa, publicada por el padre Alonso, prueba cuanto afirmamos:

—Señor Obispo: Mi confesor me ordena que participe a V. Excia. lo que hace poco pasó entre mí y Nuestro Buen Dios: pidiendo a Dios la conversión de Rusia, de España y Portugal, me pareció que Su Divina Majestad me decía:
—Me consuelas mucho pidiéndome la conversión de esas pobres naciones. Pide también a Mi Madre, repitiendo muchas veces: «Dulce Corazón de María, sed la salvación de Rusia, de España y Portugal, de Europa y del mundo entero». Y otras veces di: «Por Vuestra Pura e Inmaculada Concepción, oh María, alcanzadme la conversión de Rusia, de España, de Portugal, de Europa y del mundo entero».

El convencimiento de que esa conversión debía ser al catolicismo era unánime entre algunos altos dignatarios de la Iglesia, por más que el cardenal Tarcisio Bertone se empeñase en negarlo en su libro La última vidente de Fátima:

Atención —prevenía Bertone al lector—: la consagración de Rusia no quería decir, para Lucia, atraer la gran Rusia al catolicismo. No eran estas sus intenciones.

Sin embargo, el cardenal Alfredo Ildefonso Schuster opinaba de muy distinta manera, el 13 de octubre de 1942:

La Virgen Santísima ha añadido que Su Corazón Inmaculado tiene todavía otras gracias para derramar sobre el mundo; gracias que comprenden hasta la conversión de la Iglesia rusa a la Fe Católica, en unión a la Cátedra Apostólica de San Pedro.

En su obra Fátima, verdad oculta, el escritor César Uribarri se interroga a sí mismo:

¿Qué postura era la correcta? ¿La del cardenal Bertone, que rechazaba que consagración equivaliera a conversión al catolicismo, o la del cardenal Schuster, en la que la conversión es una radical vuelta de Rusia a la unidad católica?

Y el mismo autor se responde con gran lucidez:

Lo único claro es que la consagración era el medio elegido por Dios para lograr esa conversión —fuera como fuera—. Sin consagración no se verificaría la conversión de Rusia, que seguiría extendiendo sus errores por todo el mundo. Esta rotundidad de juicio era la que expresaba Sor Lucia. Las veces que preguntaron a la vidente por qué Dios no convertía a Rusia sin necesidad de recurrir a un medio tan difícil como era la consagración —que tantas dificultades encontraba en la misma Curia— ella contestaba en boca del Señor:
—Porque quiero que toda mi Iglesia reconozca esa consagración como un triunfo del Corazón Inmaculado Inmaculado de María; para que, de ahí en adelante, se extienda su culto. Quiero también poner, junto a Mi Divino Corazón, la devoción a este Corazón Inmaculado.

Precisamente por «tantas dificultades» como encontró siempre la Curia de Roma a la hora de mencionar de forma expresa a Rusia, la consagración nunca se culminó como debiera…



LOS ACTOS DE CONSAGRACIÓN

El padre Joaquín Alonso, autor de referencia obligada sobre las apariciones de Fátima, como ya hemos dejado constancia, nos informa de los actos del Magisterio Pontificio relacionados con la consagración al Corazón Inmaculado de María anteriores al 25 de marzo de 1984.
El 19 de marzo de 1930, el Papa Pío XI presidió un solemne acto de reparación a Jesucristo por las injurias recibidas desde la Rusia estalinista; es indudable que esta ceremonia no respondió a las peticiones del Cielo formuladas en Fátima.
El mismo Pontífice recibió a principios de 1937, por mediación del Obispo de Leiria-Fátima, como ya sabemos, el mensaje persistente de Lucia sobre la necesidad de efectuar la consagración, pero hizo caso omiso entonces. Es obvio que debió influir en su negativa el curso de la Guerra Civil española, que enfrentaba a las tropas nacionales contra los intereses comunistas y antirreligiosos representados en las Brigadas Internacionales o en el Quinto Regimiento.
Por si fuera poco, la policía secreta soviética, la NKVD, al mando de Alexander Orlov, campaba a sus anchas por la España en guerra cometiendo todo tipo de atrocidades dentro y fuera de sus checas con la permisividad del Gobierno de la República. Para colmo, el desarrollo de la guerra era más bien desfavorable al Ejército nacional y constituía en aquel momento una seria amenaza para la vecina Portugal. ¿Cómo iba a pronunciarse Pío XI, en semejantes condiciones, sobre la necesidad de mencionar a Rusia en un acto universal de consagración? El Pontífice eligió así la callada por respuesta.
En mayo de 1938, el Episcopado portugués en pleno rogó al Papa que procediese a la consagración de Rusia, pero tampoco tuvo éxito.
Pío XII, el Papa de Fátima, siguió la misma senda que su antecesor cuando en el verano de 1940 recibió dos indicaciones de Lucia en el mismo sentido. Por fin, el 31 de octubre y el 9 de diciembre de 1942, Pío XII consagró el mundo al Inmaculado Corazón de María pero sin cumplir ni una sola de las dos condiciones impuestas por la Virgen: la mención expresa de Rusia y la comunión de todos los Obispos del mundo.
Movido de nuevo por numerosas peticiones y consciente del triunfo de Rusia en la esfera internacional a raíz de la derrota de Alemania en la Segunda Guerra Mundial, Pío XII publicó el 7 de julio de 1952 su Carta Apostólica Ad universos Russiae populos, en la que pretendía cumplir de una vez por todas con la reiterada petición mediante estas palabras:

Así como hace pocos años consagramos todo el género humano al Corazón Inmaculado de la Madre de Dios, así ahora dedicamos y consagramos de un modo peculiarísimo, al mismo Corazón de la Inmaculada, todos los pueblos de Rusia.

Pío XII osó pronunciar así la palabra maldita «Rusia» que sus antecesores habían esquivado, pero la consagración tampoco resultó válida esta vez, pues no se hizo de forma colegiada con todos los Obispos del mundo. De modo que se estaba como al principio.
El mismo Pontífice, en su Encíclica Ad Coeli reginam publicada el 11 de octubre de 1954, indicó a todos los obispos que renovasen la consagración cada año, en un determinado día; su mandato se cumplió, pero los obispos reacios a obedecer al Papa en este asunto no incurrieron en responsabilidad alguna. A la falta de colegialidad absoluta se sumaba así en esta otra ocasión la exclusión de Rusia durante la consagración.
Pablo VI, en el discurso de clausura de la Sesión Tercera del Concilio Vaticano II, pronunciado el 21 de noviembre de 1964, renovó la consagración del mundo entero al Inmaculado Corazón de María y en unión de fecha, hora y lugar con todo el Episcopado reunido en el Concilio…, pero de nuevo sin consagrar de modo explícito a Rusia.
No era extraño así que el padre Alonso arguyese, desencantado:

La conclusión, pues —desde el punto de vista histórico, único al que podemos referirnos—, es evidente: ninguno de esos actos pontificales ha cumplido todavía con las condiciones que los documentos de Fátima exigían para obtener la deseada conversión del comunismo ateo y marxista.



¿CÓMO MURIÓ JUAN PABLO I?

Elegido Papa el 26 de agosto de 1978 con el nombre de Juan Pablo I, Albino Luciani no tuvo tiempo material de consagrar Rusia al Inmaculado Corazón de María ni de dar a conocer el Tercer Secreto de Fátima, por más que lo hubiese deseado, puesto que falleció de forma inesperada, como todo el mundo sabe, el 28 de septiembre del mismo año, a los treinta y tres días de pontificado.
Luciani era un gran devoto de la Virgen de Fátima. Siendo patriarca de Venecia, viajó a Coimbra el 11 de julio de 1977 para entrevistarse con Lucia en privado.
Monseñor Loris Capovilla recordaba aquel encuentro privado:

La conversación con la monja le turbó profundamente. No le habló del Secreto. Parece que, en cambio, le anunció la ascensión al Solio de Pedro.

Pero, a diferencia de lo que sostenía Loris Capovilla, Sor Lucia claro que habló del Tercer Secreto al futuro Juan Pablo I, si nos atenemos a lo referido por Camillo Bassotto en su libro Juan Pablo I. Venecia en el corazón, publicado en Venecia en 1990.
Bassotto nos brinda en primicia el impresionante testimonio del padre Germano Pattaro, que dice así:

El último día, antes de dejarme, el Papa Luciani me habló de su conversación con Sor Lucia… «Un hecho que me ha turbado un año entero», me dijo. «Me ha quitado la paz y la tranquilidad espirituales. Desde aquel día no he dejado de pensar en Fátima. Aquel pensamiento se había convertido en un peso sobre el corazón. Intentaba convencerme de que era solamente una impresión. He rezado para olvidarlo. Hubiera deseado poder confiarlo a alguna persona querida, a mi hermano Eduardo, pero no lo he conseguido. Era demasiado grande aquel pensamiento, demasiado preocupante, demasiado contrario a todo lo que yo soy, no era creíble. Ahora, la previsión de Sor Lucia se ha cumplido, estoy aquí, soy el Papa.

Es indudable, a juzgar por las terribles palabras del propio Luciani, que Lucia debió de revelarle algo del Tercer Secreto de Fátima. ¿Qué otra cosa, si no, podía quitarle a Juan Pablo I «la paz y la tranquilidad espirituales», sumiéndole en aquel pensamiento «demasiado preocupante» que le impedía desahogarse incluso con su propio hermano Eduardo?
Su extraña muerte, así como los testimonios contradictorios sobre las circunstancias en que esta se produjo, dieron rienda suelta a todo tipo de especulaciones. El sacerdote español Jesús López Sáez, en su obra El día de la cuenta, asegura así que Juan Pablo I murió emponzoñado con una fuerte dosis de un vasodilatador. La misma tesis del envenenamiento sostiene el investigador británico David Yallop, en su libro In God´s Name (En el nombre de Dios).
Yallop va aún más lejos que López Sáez, al afirmar que Albino Luciani murió envenenado por altos jerarcas de la Iglesia con la complicidad de mafiosos vinculados al Banco Ambrosiano y miembros de sectas masónicas.
Todavía sigue sorprendiendo hoy a algunos que no se le practicara a Luciani la preceptiva autopsia, prevaleciendo así entonces el criterio de los últimos dignatarios del Vaticano, según los cuales jamás se había efectuado necropsia alguna al cadáver de un Papa, cuando la historia parecía demostrar justo lo contrario.



LOS PAPAS ENVENENADOS

Un tema que siempre me ha apasionado y producido algún que otro escalofrío es precisamente el envenenamiento de los Papas a lo largo de la historia. Empezando por Teodoro I, que ocupó el solio de Pedro entre los años 642 y 649, y siguiendo por Formoso, emponzoñado en el 896.
Tras su excomunión siendo patriarca de los búlgaros por coronar rey de Italia a Arnolfo y proclamar la soberanía de Bizancio sobre Roma, Formoso fue para colmo envenenado y rematado a golpe limpio porque tardaba demasiado en morir, según el doctor Roberto Pelta.
Pelta, que de venenos lo sabe casi todo, es autor de El arte de envenenar, una de esas joyitas literarias que hubiese inspirado, de haberse editado entonces, las mejores novelas negras de Dashiell Hammett o Arthur Conan Doyle.
Volviendo a Formoso, durante el meteórico pontificado de Teodoro II, de tan solo veinte días, aparecieron en las orillas del Tíber sus restos mortales arrojados al río por orden del Papa anterior, Esteban VI. Los despojos del infeliz Formoso se reintegrarían finalmente al sepulcro de donde procedían, en la Basílica de San Pedro, tras su exhumación para celebrar el llamado «Concilio cadavérico», «Sínodo del terror» o «Sínodo del cadáver», como el lector prefiera.
Esteban VI fue precisamente quien ordenó exhumar el cadáver de Formoso con el fin de presidir el concilio celebrado en la Basílica Constantiniana, donde se le sometió nada menos que a un juicio post mortem. La ceremonia fue más propia de un cuento de terror de Edgar Allan Poe, que de un sentido acto religioso: revestido el cadáver de Formoso de los ornamentos papales, se le sentó en un trono para que «escuchara» las acusaciones, siendo declarado culpable, invalidada su elección como Pontífice y anulados todos sus actos y ordenaciones; acto seguido, se despojó el cuerpo de sus vestiduras y se le arrancaron de cuajo los tres dedos de la mano con que impartía las bendiciones.
Pero si existe una época donde el veneno se asocia más estrechamente con los Papas es, como advierte certero Pelta, la del Renacimiento. León X, cuyo nombre auténtico era Giovanni de Médici, falleció en 1521 con 46 años de una apoplejía, pero se rumoreó que en realidad murió envenenado por orden de Francisco I de Francia.
Por no hablar de Clemente XIV, víctima de una crisis maníaco-depresiva que le impulsó al suicidio en 1774, según la versión extraoficial, pero de quien llegó a sospecharse que había perecido como consecuencia del empleo de beleño negro, una planta venenosa conocida también como «hierba loca» por ser capaz de provocar en la víctima alucinaciones y pérdida de la cordura.
Tres siglos antes, el mismo año del descubrimiento de América, el español Rodrigo Borgia fue elegido Papa con el nombre de Alejandro VI. Los rumores de envenenamiento durante su pontificado fueron abundantes, como señala Pelta. Durante los ochos años que ocupó el solio de Pedro, murieron veintisiete cardenales. En 1501, sin ir más lejos, perecieron el cardenal veneciano Zeno y el español Juan López, de quienes se comentó que habían sido emponzoñados. Los mal pensados, o quién sabe si los más ecuánimes, se convencieron de que Rodrigo Borgia acumulaba así más riquezas.
El 11 de agosto de 1503, Alejandro VI celebró su cumpleaños con un gran banquete. En una mesa, separados de los demás comensales, se atiborraron de manjares el pontífice y su hijo César. Al día siguiente sufrieron ambos náuseas, vómitos, diarrea y fiebre. César, por ser más joven y fuerte, sobrevivió. Pero su padre falleció el 18 de agosto. Al parecer, como apunta Roberto Pelta, pudieron ser envenenados por el cardenal Adriano de Corneto, confabulado con el cocinero papal.
Sea como fuere, el embajador de Venecia en Roma, Paolo Capello, anotó sobre Alejandro VI: «Cuando este gobernaba la Iglesia no pasaba noche sin que apareciesen en Roma cuatro o cinco personas asesinadas, entre ellas obispos y prelados».
Lucrecia Borgia, hija del cardenal Rodrigo Borgia y de su amante Vanozza Cattanei, se casó tres veces por deseo de su padre. Tras una docena de embarazos sucesivos, murió extenuada con 39 años en el último parto de fiebre puerperal. El doctor Pelta se hace eco de las afirmaciones de que Lucrecia empleaba como veneno las raíces pulverizadas de mandrágora mezcladas con vino y «cantarella» o «agua de Peruggia», que era un polvo blanco insípido de efectos letales. Todo ello, «cocinado» con un ingrediente tan repulsivo como las vísceras de cerdo trituradas, las cuales, tras descomponerse, generaban sustancias muy tóxicas. Solo de pensarlo cualquiera se hubiese puesto enfermo.
Roberto Pelta refiere que a finales del siglo X y principios del XI, las familias más poderosas de Europa se acercaban a Roma para colmar sus desmedidas ambiciones en torno a la silla de Pedro.
Parecía como si los Papas se pusiesen y quitasen al antojo de los intereses creados de clanes familiares o del propio pueblo fiel, cuando su elección para el pontificado correspondía en exclusiva al Paráclito. Designado así Juan XIV en el año 983, resultó que al morir el emperador que le protegía de la animadversión del pueblo, fue envenenado por orden de Bonifacio VII, según Pelta.
La misma mala suerte corrió Clemente II, cuyo papado duró apenas diez meses. Cuando en 1442, 895 años después de su muerte, se exhumó su cadáver hallaron plomo en sus huesos. Su sucesor, Dámaso II, vivió veintitrés días. Se sospechó que ambas muertes pudieron ser obra de Benedicto IX.

Llegados a este punto, el lector deseará saber qué sucedió en realidad con Juan Pablo I en pleno siglo XX. Pues bien, si nos atenemos al testimonio sobre su sucesor Juan Pablo II recogido por Elena Patriarca Leonardi, hija espiritual del Padre Pío y fundadora de la Casa del Reino de Dios y Reconciliación de las Almas de Roma, contamos con otro indicio claro de que Luciani pudo ser envenenado también.
Nacida el 4 de noviembre de 1910 en Avezzano, provincia de L´Aquila, Elena Patriarca Leonardi dejó escrito un Diario por obediencia a su director espiritual. Advirtamos que durante más de tres décadas, esta mujer piadosa de Misa y Comunión diarias confesó con el Padre Pío, de quien, como decimos, era una de sus hijas espirituales predilectas. Elena Patriarca, mientras no se demuestre lo contrario, mantuvo frecuentes locuciones con Jesús, la Virgen y el Padre Pío, una vez fallecido el capuchino.
Consignemos ahora algunas de ellas, en las que los tres personajes celestiales la previnieron sobre los planes maquiavélicos para envenenar a Karol Wojtyla. Si en el Vaticano deseaban quitarse de en medio a Juan Pablo II a los seis meses de pontificado, ¿quién está en condiciones de asegurar que no lo hubiesen hecho antes con Juan Pablo I?
Veamos esos mensajes anotados de puño y letra por Leonardi:
Roma, 5 de abril de 1979, a las 10 de la mañana:

—Este primer viernes de mes yo estaba en la Iglesia. Cuando terminé mi oración de acción de gracias, la Virgen me dijo: «Orad por el Papa, se está preparando un veneno… Ella me mostró una jeringuilla».
Roma, 8 de abril de 1979, a las 11,30 mañana:
—Yo estaba en la Iglesia de la Virgen del Amor Divino. Vi a Jesús y al Padre Pío, que me dijeron: «Orad por el Papa».
—San Giovanni Rotondo, 14 de abril de 1979, a las 22 horas:
La Virgen me dijo:
—«Reza por el Papa. Ellos le preparan un veneno para matarlo. ¡Qué dolor, hija mía! ¡Reza por el Papa y haz penitencia, hija mía!».



ATENTADOS CONTRA JUAN PABLO II

Si Juan Pablo I no pudo efectuar la consagración de Rusia por razones obvias, es justo recordar también las tremendas presiones a las que se vio sometido Juan Pablo II durante todo su pontificado para no culminarla tampoco.
No en vano, fue el Papa que más atentados frustrados e intentos de asesinato sufrió durante los más de veintiséis años que rigió los designios de la Iglesia; empezando por el plan preconcebido por Fernando Álvarez Tejada para acabar con su vida mediante la colocación de una bomba en la Basílica de Guadalupe, en México, en enero de 1979. El mismo año en que Elena Patriarca Leonardi hizo las anotaciones que acabamos de leer en su Diario, según las cuales pretendían emponzoñar al Papa en abril.
El 2 de octubre, mientras Juan Pablo II anunciaba en Nueva York su próximo viaje a Brasil, se recibió una carta anónima en la oficina del FBI de Newark avisando de un supuesto atentado contra el Papa planeado por las Fuerzas Nacionales de Liberación de Puerto Rico. Poco después, la policía halló en un domicilio una ametralladora y diversa munición.
Tres meses antes del fallido atentado del turco Alí Agca, el 16 de febrero de 1981, y momentos antes de la llegada del Pontífice al estadio de Karachi, en Pakistán, se registró una explosión a escasos metros de donde iba a celebrar la Santa Misa; el terrorista falleció en el acto como consecuencia de la fuerte deflagración.
El intento de Alí Agca, sin duda el que más posibilidades tuvo de acabar con la vida de Juan Pablo II en la plaza de San Pedro el 13 de mayo, festividad de la Virgen de Fátima, no fue por desgracia el último. El 2 de marzo de 1983 se temió otra nueva tentativa, a raíz de las amenazas recibidas por parte de grupos paramilitares de Guatemala.
El 21 de mayo del mismo año, un artefacto explosivo destruyó la tribuna instalada para el Papa en un barrio periférico de Milán, donde debía oficiar la Misa al día siguiente.
A Juan Pablo II no le protegía «la buena estrella», como dijo el rey Juan Carlos I tras sufrir un atentado de la banda terrorista ETA en Palma de Mallorca, en el verano de 1995, al cual dediqué en su día un libro de investigación titulado Matar al Rey, sino el mismo Dios. A veces bastaba solo la intención, aunque no peligrase la vida de Su Santidad, para desatar el pánico entre el público y las fuerzas de seguridad. Eso mismo sucedió el 6 de mayo de 1984, cuando un estudiante surcoreano de veintidós años apuntó con su pistola al vehículo del Papa a su paso por las calles de Seúl, la cual resultó ser al final… ¡de juguete!
El 25 de noviembre de 1986, un joven de origen irlandés fue detenido en Brisbane, capital de Queensland (Australia), con las manos en la masa: cinco «cócteles Molotov» con los que pretendía asesinar al Pontífice durante su viaje pastoral.
Sabemos también, por el propio presidente de Costa de Marfil, Houphouet Boigny, que el 10 de septiembre de 1990 la oposición a su gobierno había preparado un plan para asesinar al Papa en Yamusukro, durante la inauguración de la Basílica de Nuestra Señora de la Paz.
Faltaban aún tres amenazas más de asesinato, una de ellas confirmada por el presidente de Filipinas, Fidel V. Ramos, quien anunció la detención de dos individuos sospechosos de pretender acabar con la vida del Papa durante su viaje al archipiélago filipino, Papua-Nueva Guinea, Australia y Sri Lanka.
El 20 de junio de 1998, la policía descubrió un falso artefacto explosivo debajo del escenario instalado en la plaza de los Héroes de Viena, donde el Papa tenía previsto celebrar Misa.
Finalmente, en junio de 2003, durante su último viaje a Croacia, un grupo islámico amenazó con matarle cuando visitase la zona cercana a Bosnia.
Juan Pablo II estaba así ya curado de espantos, sobre todo después del cruento atentado de Alí Agca.






7


LA GRAN OCASIÓN


La Iglesia siente la amenaza de la destrucción de todos y de cada uno y responde urgiendo la penitencia y la conversión decididas.
CARDENAL JOSEPH RATZINGER, SOBRE EL MENSAJE DE FÁTIMA


La expectación era desbordante. Y no era para menos, pues por fin iba a hacerse público el Tercer Secreto de Fátima, que debió revelarse en 1960 y que ninguno de los Papas se había atrevido a hacerlo hasta entonces, corriendo así un tupido velo sobre uno de los mayores enigmas de la historia del mundo y de la Iglesia en el siglo XX.
La fecha elegida para tan anhelado anuncio fue el 26 de junio de 2000, con ocasión del Gran Jubileo y de la beatificación de los dos pastorcitos de Fátima.
Veamos cuál fue el texto de Lucia desvelado a instancias de Juan Pablo II, traducido del portugués:

Escribo en obediencia a Vos, Dios mío —manifestaba Lucia—, que lo ordenáis por medio de Su Excelencia Reverendísima el Señor Obispo de Leiria y de la Santísima Madre vuestra y mía.
Después de las dos partes que ya he expuesto, hemos visto al lado izquierdo de Nuestra Señora un poco más en lo alto a un Ángel con una espada de fuego en la mano izquierda; centelleando emitía llamas que parecía iban a incendiar el mundo; pero se apagaban al contacto con el esplendor que Nuestra Señora irradiaba con su mano derecha dirigida hacia él; el Ángel, señalando la tierra con su mano derecha, dijo con fuerte voz: «¡Penitencia, Penitencia, Penitencia!».
Y vimos en una inmensa luz qué es Dios: «Algo semejante a como se ven las personas en un espejo cuando pasan ante él» a un Obispo vestido de Blanco, «hemos tenido el presentimiento de que fuera el Santo Padre».
También a otros Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas subir una montaña empinada, en cuya cumbre había una gran Cruz de maderos toscos como si fueran de alcornoque con la corteza; el Santo Padre, antes de llegar a ella, atravesó una gran ciudad medio en ruinas y medio tembloroso con paso vacilante, apesadumbrado de dolor y pena, rezando por las almas de los cadáveres que encontraba por el camino; llegado a la cima del monte, postrado de rodillas a los pies de la gran Cruz fue muerto por un grupo de soldados que le dispararon varios tiros de arma de fuego y flechas; y del mismo modo murieron unos tras otros los Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas y varias personas seglares, hombres y mujeres de diversas clases y posiciones. Bajo los dos brazos de la Cruz había dos Ángeles, cada uno de ellos con una jarra de cristal en la mano, en las cuales recogían la sangre de los Mártires y regaban con ella las almas que se acercaban a Dios.

Datado en Tuy, el 3 de enero de 1944, el texto del Tercer Secreto desvaneció enseguida demasiadas esperanzas e ilusiones. El propio cardenal Joseph Ratzinger, en su comentario teológico, reconoció el general desencanto:

Quien lee con atención el texto del llamado Tercer Secreto de Fátima, que tras largo tiempo, por voluntad del Santo Padre, viene publicado aquí en su integridad, tal vez quedará desilusionado o asombrado después de todas las especulaciones que se han hecho. No se revela ningún gran misterio; no se ha corrido el velo del futuro. Vemos a la Iglesia de los mártires del siglo apenas transcurrido representada mediante una escena descrita con un lenguaje simbólico difícil de descifrar.

Hubo quienes, con abrumadores argumentos, se preguntaron entonces la razón de tanto temor y sigilo desde 1960, cuarenta años atrás, si el secreto no contenía «ningún gran misterio» ni se corría «el velo del futuro», como afirmaba Ratzinger.
Previamente, el 13 de mayo de 2000, en Fátima, el cardenal Angelo Sodano había pronunciado un discurso al término de la ceremonia de beatificación de Francisco y Jacinta Marto en el que anunció, en nombre del Papa, que iba a revelarse muy pronto el Tercer Secreto. Sodano no leyó el texto, sino que anticipó ya curiosamente su interpretación, lo cual no dejaba de ser insólito, pues el secretario de Estado del Vaticano no era además una autoridad doctrinal.
Uno de los primeros aspectos que llamó la atención al revelarse el Tercer Secreto, como advierte César Uribarri, fue la imagen del Papa «muerto por un grupo de soldados que le dispararon varios tiros de arma de fuego y flechas», en palabras recogidas por la propia Lucia.
Tanto el cardenal Angelo Sodano, como los autores del dosier vaticano —Tarcisio Bertone y Joseph Ratzinger— reconocían sin ninguna duda en esa figura descrita por Lucia al Papa Juan Pablo II, tras recibir los dos disparos salidos de la pistola que empuñaba el turco Alí Agca, la tarde del 13 de mayo de 1981.



LA MONJA QUE SOLO VIO AGCA

Retrocedamos por un momento a ese fatídico día, en la plaza de San Pedro, antes de llegar a donde nos proponemos.
Consolado por Jesús y María, a quienes invocaba continuamente, se sentía Juan Pablo II a bordo de la ambulancia que le conducía a toda velocidad hacia el Policlínico Gemelli, siguiendo la indicación a gritos del doctor
El vehículo emprendió una desesperada carrera contra el tiempo por el Viale delle Medaglie d’Oro. La sirena no funcionaba y el tráfico era caótico.

El Papa —recuerda hoy el cardenal Stanislaw Dziwisz, titular de la Cátedra metropolitana de Cracovia, que viajaba a su lado en la ambulancia— estaba perdiendo las fuerzas, pero todavía era consciente. Se quejaba con gemidos apagados, cada vez más débiles. Y rezaba, le oía rezar invocando a «Jesús» y a «María Santísima».

El día anterior, Juan Pablo II había visitado el centro médico del Vaticano. A su salida, el doctor Buzzonetti le pidió que bendijese una nueva ambulancia aparcada a su lado. Mientras la rociaba con agua bendita, el Santo Padre dijo: «Bendigo también al primer paciente que usará esta ambulancia».
Veinticuatro horas después fue precisamente él la primera persona que viajaba a bordo de ese mismo vehículo.
Minutos antes, a las 17.19 para ser exactos, centenares de palomas habían alzado de repente el vuelo poco después de que el jeep descubierto del Pontífice efectuase la segunda vuelta a la plaza de San Pedro, hacia la columnata de la derecha, la que termina con la Puerta de Bronce. Fue entonces cuando se escuchó el primer disparo; inmediatamente después de la desbandada de palomas, se percibió la segunda detonación. Enseguida se formó un tumulto. Algunas miradas, como la del secretario personal del Papa, Stanislaw Dziwisz, se posaron en un joven de rasgos oscuros que se alejaba de allí a toda prisa.
Algunos recordarán hoy que los medios de comunicación centraron la atención en una monja que se interpuso en el camino de huida de Agca e hizo posible su detención. Pero si nos atenemos a la declaración del propio protagonista del atentado fallido al juez instructor Ilario Martella, no cabe duda de que aquella tarde había otra consagrada más en la plaza de San Pedro:

Si efectué solo dos disparos —manifestó Agca al magistrado— fue porque a mi lado había una monja que en un momento dado me asió del brazo derecho y me impidió seguir disparando; de no ser por ella, habría matado al Papa.

Esa monja era sor Rita del Espíritu Santo (de seglar Cristina Montella), hija espiritual del Padre Pío, cómo no, a quien este llamaba cariñosamente Bambina, «Niña», y que aquel día estuvo en la plaza de San Pedro en bilocación, carisma sobrenatural que, como ya sabemos, permite a quien lo posee estar en dos lugares distintos al mismo tiempo.
Nacida el 3 de abril de 1920, en el mismo año que Karol Wojtyla, sor Rita tenía catorce años la primera vez que se le apareció el Padre Pío, diciéndole: «¡Cristina, no crezcas nunca; sé niña siempre!». Aquella noche del 25 de agosto de 1934, el santo de los estigmas bautizó así espiritualmente a su nueva hija.
Como el Padre Pío, sor Rita del Espíritu Santo tuvo los estigmas de Jesucristo en manos, pies y costado desde el 14 de septiembre de 1935, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Mientras oraba en su cama, se le apareció Jesús crucificado junto con la Virgen, San José y el Padre Pío. «Cristina, ¿quieres sentir los sufrimientos de mis llagas?», le preguntó Jesús. Y ella asintió por amor.
Llena de carismas, como el de la bilocación que le permitió visitar también en compañía del Padre Pío al cardenal húngaro József Mindszenty en su celda de la prisión, mientras este era torturado salvajemente por las autoridades comunistas para que renunciase a su cargo eclesiástico, como hemos tenido oportunidad de ver, Rita falleció en olor de santidad el 26 de noviembre de 1992 en el monasterio de clausura de Santa Croce sull’Arno, en la Toscana.



«SOY TODO TUYO»

Quien ahora se debatía entre la vida y la muerte, con un disparo casi a bocajarro en el estómago, era Karol Wojtyla. Su secretario Stanislaw intentaba sostener al Papa en sus brazos. Comprobó que, pese a su gesto de dolor, permanecía sereno. Le preguntó: «¿Dónde?». Contestó: «En el vientre». «¿Duele?». Y él: «Duele».
La primera bala le había destrozado el abdomen, perforando el colon, desgarrando en parte el intestino delgado, y luego había salido, cayendo en el jeep. El segundo proyectil, tras rozarle el codo y fracturarle el índice de la mano izquierda, había herido a dos turistas americanas.
Miembros de los servicios sanitarios del Vaticano recogieron al Papa de entre sus brazos y lo tumbaron en el suelo, a la entrada del edificio. «Solo entonces nos dimos cuenta de la cantidad de sangre que manaba de la herida causada por la primera bala», advierte monseñor Stanislaw.
Justo cuando la ambulancia llegó al Policlínico Gemelli, el Papa perdió el conocimiento. Fue en ese preciso instante cuando su secretario se dio realmente cuenta de que su vida corría peligro. «Los propios médicos que le intervinieron —asegura— me confesaron más tarde que lo operaron sin creer, esas fueron sus palabras, sin creer que el paciente pudiera sobrevivir».
Trasladado finalmente a la novena planta, donde estaba el quirófano, tras unos instantes de confusión, el peor momento para Dziwisz llegó cuando el doctor Buzzonetti le pidió que administrara al Santo Padre la unción de enfermos.
Pese a ser diecinueve años más joven que el Pontífice, su secretario Stanislaw, polaco como él, había tenido oportunidad de tratarle desde 1957, durante su primer año en el seminario. Wojtyla fue profesor suyo de Filosofía, Teología Moral y Doctrina Social de la Iglesia. Le amaba como a un padre.
En 1966 el entonces arzobispo de Cracovia le pidió que fuera su secretario privado. Stanislaw le acompañó años después a Roma para participar en el Cónclave y permanecería a su lado durante todo el pontificado.
Y ahora, Dziwisz acababa de recibir uno de los mayores aldabonazos de su vida. La operación duró casi cinco horas y media. Los tres días siguientes fueron terribles. El Papa no sufría tanto por él como por el inminente final del cardenal primado de Polonia, Stefan Wyszynski, a quien profesaba un inmenso cariño.
Juan Pablo II aplicaba en parte sus dolores por el alma de Wyszynski, quien, enterado del atentado, se había aferrado a la vida en su lecho agónico hasta tener la certeza de que Wojtyla estaba a salvo.
La última y brevísima conversación telefónica entre el moribundo cardenal, desde su residencia de Varsovia, y el Romano Pontífice todavía convaleciente fue dramática. Al otro lado del auricular podía oírse la voz, ya exangüe, del cardenal: «Estamos unidos por el dolor… Pero usted está a salvo… Santo Padre, deme su bendición…».
Y Wojtyla, con un nudo en la garganta, sabiendo que aquellas palabras sonaban a despedida:
—Sí, sí… Bendigo sus labios… Bendigo sus manos…
A esas alturas, Wojtyla ya había pronunciado sus palabras de agradecimiento a la Virgen de Fátima, con motivo del rezo del Regina Coeli, el domingo 17 de mayo. Tras celebrar la Santa Misa con su secretario Stanislaw, grabó estas escuetas palabras desde el Policlínico Gemelli, difundidas a mediodía por Radio Vaticano:
¡Alabado sea Jesucristo! Amadísimos hermanos y hermanas: Sé que estos días, especialmente en esta hora del Regina Coeli, estáis unidos a mí. Emocionado, os doy las gracias por vuestras oraciones y os bendigo a todos. Me siento particularmente cercano a las dos personas que resultaron heridas juntamente conmigo. Rezo por el hermano que me ha herido, al cual he perdonado sinceramente. Unido a Cristo, sacerdote y víctima, ofrezco mis sufrimientos por la Iglesia y por el mundo. A ti, María, te digo de nuevo: Totus tuus ego sum. [«Soy todo tuyo»].



EL PAPA QUE CAE «MUERTO»

Y ahora sí, hagamos la oportuna aclaración de la mano de César Uribarri:

No tardaron mucho —manifestaba Uribarri— las voces críticas en encontrar una curiosa «forzadura» del texto. Los autores del comentario vaticano, precedidos del cardenal Sodano, hablaban en todo momento del Papa que cae «como muerto», con lo que pretendían seguir el estilo de una cita literal del texto manuscrito tal y como lo redactó Sor Lucia. Pero la vidente en ningún momento mencionó un Papa que cayera «como muerto», sino «muerto».

He aquí la clave: Lucia no escribió «como muerto» al dictado de la Virgen de Fátima, sino «muerto». Textualmente. De hecho, Juan Pablo II no falleció providencialmente a causa del atentado. ¿Entonces…? ¿Era en realidad ese «Obispo vestido de Blanco» el propio Karol Wojtyla, a quien Bertone y Ratzinger señalaban al unísono como tal en su libre interpretación del Tercer Secreto de Fátima? Parece evidente que no.
Aun así, movido por la cautela, Uribarri reparó al principio en la posibilidad de que el texto y la interpretación del Tercer Secreto pudiesen coincidir, pero finalmente la descartó a juzgar por la actuación que él calificaba de «sospecha»:

Hubiera bastado simplemente —sugería el autor— con decir que ese Papa que cae muerto es Juan Pablo II, «cuando, en aquel atentado del 13 de mayo, una mano materna le sacó de la muerte» —como le gustaba decir al Papa Wojtyla de sí mismo—. Lo curioso es que se citaba continuamente el manuscrito de la vidente añadiendo siempre ese «que cae como muerto», dejándolo pasar por textual. Y esto era sospechoso, en primer lugar, porque parecía un intento forzado de reescribir la profecía al hilo de la interpretación, y no al revés.

Pero, aun siendo relevante, no solo eso restaba credibilidad a la interpretación del secreto, sino que se echaban en falta también otros elementos descritos por Sor Lucia en las cuatro páginas de su cuaderno, como la «montaña empinada, en cuya cumbre había una gran Cruz de maderos toscos», la «gran ciudad medio en ruinas» que atravesó el Papa o «el grupo de soldados que le dispararon varios tiros de arma de fuego y flechas», además de Alí Agca por supuesto.
¿Cómo se conectaban todos esos elementos excluidos del análisis del texto para concluir, con semejante aplomo, que el Tercer Secreto hacía referencia al atentado contra Juan Pablo II? ¿Acaso no eran significativas esas imágenes tan inquietantes? ¿O se trataba de meras alegorías sin sentido alguno?
Hagamos constar también que, según la interpretación vaticana del Tercer Secreto, se relegaba este al pasado y, por lo tanto, al más ingrato olvido. Nada había ya, pues, que esperar ni que temer del futuro si las profecías habían sido todas cumplidas, tras el atentado fallido contra Juan Pablo II. El Tercer Secreto de Fátima era así pretérito indefinido. «Se refiere a hechos del pasado», confirmaba Tarcisio Bertone.
Y si así era, ¿dónde quedaba entonces el mensaje fundamental de Fátima: la urgencia de la conversión?

El mismo empeño —subrayaba Uribarri— que se puso en interpretar la profecía en clave de pasado, no se puso en salvar y hacer actual la urgente llamada a la conversión […] Si toda la visión pertenecía al pasado, si el Papa que caía muerto era el mismo que caía «como» muerto, si todo pertenecía al pasado y del Tercer Secreto ya no había nada más de qué preocuparse, entonces todo estaba bien, el futuro le pertenecía al hombre. ¿Por qué había que convertirse? ¿Para qué esa urgencia en hacerlo?



FLAGRANTES CONTRADICCIONES

El propio Juan Pablo II, al dirigirse a la multitud de fieles el 13 de mayo de 2000, durante la homilía de beatificación de Jacinta y Francisco Marto, no aludió al pasado precisamente, sino al presente y al futuro en clave de conversión:

El mensaje de Fátima —dijo entonces Wojtyla— es una llamada a la conversión, alertando a la Humanidad para que no siga el juego del «dragón», que con su «cola» arrastró un tercio de las estrellas del Cielo y las precipitó sobre la tierra (cf. Ap. 12, 4). La meta última del hombre es el Cielo, su verdadera casa, donde el Padre Celestial, con Su Amor Misericordioso, espera a todos.
Dios quiere que nadie se pierda; por eso, hace dos mil años, envió a la tierra a Su Hijo «a buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19, 10). Él nos ha salvado con su muerte en la cruz; ¡que nadie haga vana esa cruz! Jesús murió y resucitó para ser «el primogénito entre muchos hermanos» (Rm 8, 29).

Y concluía así Juan Pablo II:

Con su solicitud materna, la Santísima Virgen vino aquí, a Fátima, a pedir a los hombres que «no ofendieran más a Dios, nuestro Señor, que ya ha sido muy ofendido». Su dolor de Madre la impulsa a hablar; está en juego el destino de sus hijos. Por eso pedía a los pastorcitos: «Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, pues muchas almas van al infierno porque no hay quien se sacrifique y pida por ellas».

Por paradójico que resulte, el mismo día en que el cardenal Sodano interpretaba el Tercer Secreto en clave pretérita, Juan Pablo II resaltaba la trascendencia y actualidad del mensaje de Fátima.
En palabras de César Uribarri:

El Papa quería infundir la urgencia del mensaje de Fátima minutos antes de que Sodano lo recondujera a la Historia.

Dicho en román paladino, como afirmaba Wojtyla: el bien y el mal libraban una enconada batalla en la que estaban en juego la salvación de millones de almas y el futuro de la Humanidad. ¿Era este un mensaje del pasado? Todo lo contrario: revestía una rabiosa y preocupante actualidad.
Por si fuera poco, sabemos por Frère Michel que el padre Luis Kondor manifestó en 1984 algo tan revelador como esto: «El Papa tiene serias razones para no publicar el Secreto».
Y es obvio que Kondor no esgrimiría esas «serias razones» tres años después del atentado contra el Papa, si el Tercer Secreto profetizase un magnicidio que ya había sido perpetrado sin éxito.
Resultaba también sorprendente que el mismo Ratzinger, que zanjaba ahora la clave presente y futura del Tercer Secreto, relegándolo al pasado, hubiese relacionado este quince años antes, en 1985, con los peligros que acechaban a la humanidad entera.
Preguntado entonces por el periodista Vittorio Messori, a propósito del truculento mundo de las sectas, Ratzinger contestó sin miramientos:

Hay en estas sectas una gran sensibilidad (que en ellas se lleva al extremo, pero que, en medida equilibrada, es auténticamente cristiana) frente a los peligros de nuestro tiempo. Y, por lo tanto, ante la posibilidad del fin inminente de la Historia. La valoración correcta de mensajes como el de Fátima puede significar un tipo de respuesta: la Iglesia, escuchando el mensaje vivo de Cristo dirigido a los hombres de nuestro tiempo a través de María, siente la amenaza de la destrucción de todos y de cada uno y responde urgiendo la penitencia y la conversión decididas.

La claridad expositiva de Ratzinger era meridiana, a la vez que inquietante. De un modo directo, el cardenal establecía así una relación causa-efecto entre el mensaje de Fátima y la posibilidad cierta «de la destrucción de todos y de cada uno», en sus propias palabras. Una afirmación que estaba en franca contradicción con su interpretación teológica del Tercer Secreto.
Era evidente que la postura de Ratzinger sobre Fátima en el año 2000 no era la misma que la de 1985, cuando mantuvo varias conversaciones con Vittorio Messori que este recogió luego en su libro ya clásico Informe sobre la fe.
Vale la pena reproducir un pasaje de esta obra sobre el asunto que ahora tanto nos interesa, en el cual Messori interrogaba así a Ratzinger y este le respondía finalmente sin evasivas:

Le pregunto:
—Cardenal Ratzinger, ¿ha leído usted el llamado «Tercer Secreto de Fátima», el que Sor Lucia, la única superviviente del grupo de videntes, hizo llegar a Juan XXIII, y que el Papa, después de haberlo examinado, confió al predecesor de usted, cardenal Ottaviani, ordenándole que lo depositara en los archivos del Santo Oficio?
La respuesta es inmediata, seca: «Sí, lo he leído».
—Circulan en el mundo —prosiguió [Ratzinger]— versiones nunca desmentidas que describen el contenido de este «secreto» como inquietante, apocalíptico y anunciador de terribles sufrimientos. El mismo Juan Pablo II, en su visita pastoral a Alemania, pareció confirmar (si bien con prudentes rodeos, hablando privadamente con un grupo de invitados cualificados) el contenido, no precisamente alentador, de este escrito. Antes que él, Pablo VI, en su peregrinación a Fátima, parece haber aludido también a los temas apocalípticos del «secreto».
—¿Por qué no se ha decidido nunca a publicarlo, aunque no fuera más que para evitar suposiciones aventuradas?
—Si hasta ahora no se ha tomado esta decisión —responde [Ratzinger]—, no es porque los Papas quieran esconder algo terrible.
—Entonces —insisto [Messori]—, ¿hay «algo terrible» en el manuscrito de Sor Lucia?
—Aunque así fuera —replica, escogiendo las palabras—, esto no haría más que confirmar la parte ya conocida del mensaje de Fátima. Desde aquel lugar se lanzó al mundo una severa advertencia, que va en contra de la facilonería imperante; una llamada a la seriedad de la vida, de la historia, ante los peligros que se ciernen sobre la Humanidad. Es lo mismo que Jesús recuerda con harta frecuencia; no tuvo reparo en decir: «Si no os convertís, todos pereceréis» (Lc 13, 3). La conversión —y Fátima nos lo recuerda sin ambages— es una exigencia constante de la vida cristiana. Deberíamos saberlo por la Escritura entera.

¿Cómo encajaba esta pasmosa seguridad de Ratzinger, quien empezaba afirmando que había leído el Tercer Secreto de Fátima ya en 1985, para admitir finalmente la posibilidad de que este encerrase «los peligros que se ciernen sobre la Humanidad», con su comentario teológico sobre el mismo, efectuado quince años después? De ninguna forma posible.
Como tampoco guardaban relación esos «peligros» para la humanidad entera sobre los que Ratzinger alertaba, con el atentado frustrado contra una sola persona: la del Papa Juan Pablo II.
A esas alturas, Wojtyla había despertado ya cierto desasosiego al referirse también a Fátima, el 13 de mayo de 1982, cuando acudió al Santuario portugués en acción de gracias por haber conservado la vida de milagro tras el atentado sufrido el año anterior. Un solo párrafo de su discurso, pronunciado en la misma explanada de Fátima abarrotada de peregrinos, bastó para evidenciar la absoluta discrepancia entre sus palabras de entonces y la futura interpretación del Tercer Secreto.
¿Qué dijo Juan Pablo II entonces que resultó tan revelador? Ni más ni menos que esto:

El sucesor de Pedro se presenta aquí también como testimonio de los inmensos sufrimientos del Hombre, como testimonio de las amenazas, casi apocalípticas, que pesan sobre las naciones y sobre la Humanidad.

No contento con eso, el Papa polaco tampoco tuvo reparo en manifestar el futuro incierto de la humanidad y su trágico camino el 25 de marzo de 1984, con motivo de la consagración al Inmaculado Corazón de María:
Y por eso —imploró entonces Wojtyla—, oh Madre de los hombres y de los pueblos, Tú que conoces todos sus sufrimientos y esperanzas, Tú que sientes maternalmente todas las luchas entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas que invaden el mundo contemporáneo, acoge nuestro grito que, movidos por el Espíritu Santo, elevamos directamente a Tu Corazón: abraza con amor de Madre y de Sierva del Señor a este mundo humano nuestro, que te confiamos y consagramos llenos de inquietud por la suerte terrena y eterna de los hombres y de los pueblos […].
¡Corazón Inmaculado! Ayúdanos a vencer la amenaza del mal, que tan fácilmente se arraiga en los corazones de los hombres de hoy y que con sus efectos inconmensurables pesa ya sobre la vida presente y da la impresión de cerrar el camino hacia el futuro.

¿Hablaba acaso Juan Pablo II, como Ratzinger, en clave de presente y de futuro con respecto a Fátima, o quedaba ya todo sumido en una nebulosa del pasado?

La Santa Sede —responde César Uribarri— había decidido adoptar un tono menor en su comentario teológico para el Tercer Secreto de Fátima mediante la reconducción al pasado de todo lo profético.



LA IGLESIA Y LA ANTI-IGLESIA

Sin apercibirse seguramente de ello, el cardenal Tarcisio Bertone iba a reconocer de forma implícita un hecho decisivo en 2007, al intentar restar trascendencia, en su libro La última vidente de Fátima, a las palabras pronunciadas por el cardenal Ratzinger en 1984, en las que relacionaba Fátima con los peligros del fin del mundo, del fin de la historia, en atención al mismo Evangelio: «Si no os convertís, todos pereceréis».
Transcribamos en primer lugar la pregunta que le formuló el periodista Giuseppe de Carli, seguida de la reveladora respuesta del cardenal Bertone:

Y, sin embargo, —objetó De Carli—, en noviembre de 1980 en Fulda, Alemania, Juan Pablo II reprochó el exceso de curiosidad que había acerca del texto no revelado de Sor Lucia. «Debemos estar preparados para las grandes pruebas que se avecinan, que podrán exigir incluso el sacrificio de nuestra propia vida y nuestra entrega total a Cristo y para Cristo. Las pruebas podrán reducirse gracias a vuestra plegaria y a la nuestra, pero no evitarse, porque la verdadera renovación solo puede ocurrir de esta forma. Seamos fuertes y preparémonos, confiando en Cristo y en Su Madre». Son frases que producen escalofríos. «Preparémonos». El Papa estaba preparado para la prueba, la más dolorosa.

Bertone respondía a su entrevistador dando a entender, en efecto, que Wojtyla había realizado aquellas inquietantes manifestaciones en Alemania:

El cardenal Ratzinger —dijo Bertone— no relacionó necesariamente las palabras del Papa en Fulda con el conocimiento del Tercer Secreto. No presuponían la lectura del texto de Sor Lucia. Era una valoración general de la situación de la Iglesia y de las dificultades de aquel recodo de la historia mundial.

Tarcisio Bertone autentificaba así, insistamos, «las palabras del Papa en Fulda».
¿Y qué dijo Juan Pablo II en Fulda, que tanto revuelo armó en círculos eclesiásticos, pasando inadvertido en cambio hasta hoy mismo, por increíble que parezca, entre la inmensa mayoría del pueblo fiel?
Las hemerotecas son una fuente prodigiosa de tesoros documentales. Permítame el lector que aluda primero a las palabras del entonces cardenal Karol Wojtyla ante el Congreso Eucarístico de Pennsylvania, en 1977.
Son palabras muy duras, apocalípticas, que tal vez ayuden a comprender sin alarmismos, pero también sin un exceso de ingenuidad que relaje el espíritu en Dios pensando que no va a ocurrir nada, el futuro que aguarda a los católicos:

Estamos ahora —dijo entonces Wojtyla— ante la confrontación histórica más grande que la humanidad jamás haya pasado. Estamos ante la contienda final entre la Iglesia y la anti-iglesia, el Evangelio y el anti-evangelio. Esta confrontación descansa dentro de los planes de la Divina Providencia y es un reto que la Iglesia entera tiene que aceptar.

Tres años después, el 18 de noviembre de 1980, Juan Pablo IIreveló ya como Papa de la Iglesia la razón por la cual no se difundió el Tercer Secreto de Fátima en su totalidad. Sus declaraciones se produjeron en Fulda, Alemania, durante una rueda de prensa al término de una reunión del Episcopado alemán.
A las preguntas de un periodista interesado en saber si era auténtica la versión del Tercer Secreto de Fátima publicada por el periódico Neues Europa, de Stuttgart, el 1 de octubre de 1963 (la que Pablo VI habría enviado supuestamente a los líderes de Estados Unidos, la URSS y el Reino Unido, John Fitzgerald Kennedy, Nikita Jrushchov y Harold Macmillan, respectivamente), y deseoso de conocer la razón por la que el Secreto no se había dado a conocer a todo el mundo en 1960, como pidió la Virgen a Sor Lucia, el Romano Pontífice declaró, según publicó la revista alemana Stimme des Glaubens:

Por su contenido impresionante, y para no estimular al poder mundial del comunismo a llevar al extremo ciertas injerencias, mis antecesores prefirieron darle una relación diplomática al secreto. Además, debería bastar a todo cristiano saber que el secreto habla de que océanos inundarán continentes enteros, de que millones de hombres se verán privados de la vida repentinamente, en minutos. Con esto en mente, no es oportuna la publicación del secreto. Muchos quieren saber solo por curiosidad y sensacionalismo, pero olvidan que el saber lleva consigo también la responsabilidad. Ellos pretenden solamente satisfacer su curiosidad, y esto es peligroso. Probablemente ni siquiera reaccionarían, con la excusa de que ya no sirve de nada.

Fue entonces cuando Juan Pablo II echó mano de un Rosario —«el arma», como lo denominaba el Padre Pío— y dijo con gesto grave:

—¡He aquí el remedio contra ese mal! Rezad, rezad y no pidáis nada más. Dejad todo lo demás en manos de la Madre de Dios.

Preguntado a continuación por el futuro de la Iglesia, Juan Pablo II dijo esto mismo:

Debemos prepararnos para sufrir, dentro de no mucho tiempo, grandes pruebas que nos exigirán estar dispuestos a perder inclusive la vida y a entregamos totalmente a Cristo y por Cristo. Por vuestra oración y la mía es posible disminuir esta tribulación, pero ya no es posible evitarla, porque solamente así puede ser verdaderamente renovada la Iglesia. ¡Cuántas veces la renovación de la Iglesia se ha efectuado con sangre! Tampoco será diferente esta vez.

¿Eran auténticas estas declaraciones del Sumo Pontífice?
Marco Tosatti reflexiona con fundamento:

No se vislumbra razón alguna por la que la revista habría de inventarse íntegramente una exteriorización pontificia sobre un tema tan delicado y controvertido con el riesgo de ser desmentida.

Por otra parte, según la versión oficial, Juan Pablo II no había leído aún el Tercer Secreto cuando realizó estas declaraciones, sino que lo hizo mientras permanecía ingresado en el Policlínico Gemelli, tras el atentado, en concreto en julio de 1981. Pero eso, aunque fuese cierto, tampoco invalida del todo la veracidad de sus declaraciones, puesto que, aun sin haber leído el Tercer Secreto, el Pontífice pudo tener noticias de su contenido por alguno de sus más cercanos conocedores.
Aunque la Sala de Prensa de la Santa Sede desmintiese en un momento dado las palabras de Juan Pablo II, la sorpresa fue mayúscula cuando Vittorio Messori, como ya hemos visto, aludió también a lo expresado en Fulda sin que el cardenal Ratzinger negase la veracidad de aquellas declaraciones, como tampoco lo había hecho el cardenal Bertone.
Sea como fuere, era indudable que se avecinaban tiempos históricos, momentos de grandes tribulaciones para toda la humanidad. Por eso, quienes seguían ignorando deliberadamente o por ignorancia supina profecías bíblicas, revelaciones privadas o mariofonías debían abrir bien los ojos y mantener sus lámparas siempre encendidas. Oración y vigilancia constantes. Sin ser apocalípticos, pero tampoco ingenuos ni necios.
Recordemos, si no, las palabras del obispo de Leiria-Fátima, Cosme do Amaral, en referencia al Tercer Secreto: «La pérdida de la fe de un continente es peor que el aniquilamiento de una nación entera».



EL PADRE GOBBI Y FÁTIMA

Rescatemos ahora la memoria del sacerdote italiano Stefano Gobbi, fundador del Movimiento Sacerdotal Mariano, fallecido el 29 de junio de 2011 en olor de santidad y amigo del Papa polaco, con quien concelebró la Santa Misa en su capilla privada numerosas veces.
Gobbi visitó desde 1978, y hasta su muerte, el Santuario del Amor Misericordioso de Collevalenza, fundado por la Madre Esperanza, el alma gemela del Padre Pío que leyó el alma de Jacqueline Kennedy, la viuda de JFK, cuando la ex primera dama de Estados Unidos visitó a la religiosa, en noviembre de 1967.
Dotada de los mismos carismas sobrenaturales que el Padre Pío, la Madre Esperanza, beatificada por el Papa Francisco en 2014, acogió en el Santuario de Collevalenza la celebración de los congresos anuales del Movimiento Sacerdotal Mariano del padre Gobbi.
Para quienes no conozcan a Stefano Gobbi, añadiremos que tuvo al parecer muchas locuciones con la Santísima Virgen recogidas en un libro de distribución gratuita, titulado A los sacerdotes hijos predilectos de la Santísima Virgen, cuya vigesimosegunda edición española una buena amiga hizo llegar a mis manos en su día.
El arzobispo emérito de Guayaquil, monseñor Bernardino Echeverría, escribe a propósito de esta obra:

Después de haber leído y meditado profundamente acerca de los mensajes que la Santísima Virgen ha hecho llegar al R. P. Stefano Gobbi, considero un privilegio no solamente dar el Imprimatur para la edición de este libro, sino también aprovechar esta oportunidad para recomendar la lectura…

Sin más preámbulos, transcribamos ya parte del mensaje de la Virgen que el padre Gobbi dijo haber recibido en Fátima, el 13 de mayo de 1990:

[…] Mi Tercer Secreto, que Yo revelé a los tres niños a quienes me aparecí y que hasta ahora no os ha sido revelado, será manifestado a todos por el mismo desarrollo de los acontecimientos. La Iglesia conocerá la hora de su mayor apostasía, el hombre de iniquidad se introducirá en el interior de ella y se sentará en el mismo Templo de Dios, mientras el pequeño resto que permanecerá fiel será sometido a las mayores pruebas y persecuciones.

Tres años después, el 15 de marzo de 1993, el padre Gobbi recibió al parecer este otro mensaje de la Virgen:

[…] Mi Iglesia será sacudida por el viento impetuoso de la apostasía y de la incredulidad, mientras aquel que se opone a Cristo entrará en su interior, llevando así a cumplimiento la abominación de la desolación que os ha sido predicha por la Divina Escritura. La humanidad conocerá la hora sangrienta de su castigo: será herida por el flagelo de las epidemias, del hambre y del fuego; mucha sangre será esparcida en vuestras calles; la guerra se extenderá por doquier, llevando al mundo una devastación inconmensurable.

El 13 de mayo de ese mismo año, el padre Gobbi escuchó de labios de la Señora:

Satanás ha conseguido entrar en la Iglesia, nuevo Israel de Dios. Ha penetrado en ella con el humo del error y del pecado, de la pérdida de la fe y de la apostasía, del compromiso con el mundo y de la búsqueda de placeres […] Vivís los años sangrientos de la batalla porque la gran prueba ya ha llegado para todos. Se está realizando cuanto está contenido en la tercera parte de mi mensaje, que aún no os ha sido revelado, pero que ya se ha vuelto patente por los mismos sucesos que estáis viviendo.

El 11 de marzo de 1995, de nuevo en Fátima, el mensaje fue el siguiente:

[…] Mi secreto concierne a la humanidad. La humanidad llegará al culmen de la corrupción y la impiedad, de la rebelión contra Dios y de la abierta oposición a su ley de amor. Ella conocerá la hora de su mayor castigo que ya os predijo el profeta Zacarías (Zc. 13, 7-9).

¿Y qué dice exactamente Zacarías en ese pasaje concreto? Esto mismo:

¡Despierta, espada, contra mi pastor, y contra el hombre de mi compañía!, oráculo de Yahvéh Sebaot. ¡Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas, y tornaré mi mano contra los pequeños! Y sucederá en toda esta tierra —oráculo de Yahvéh— que dos tercios serán en ella exterminados, y el otro tercio quedará en ella. Yo meteré en el fuego este tercio: los purgaré como se purga la plata y los probaré como se prueba el oro. Invocará él mi nombre y yo le atenderé; diré: «¡Él, mi pueblo!» y él dirá: «¡Yahvéh, mi Dios!».
Lo escrito, escrito está…






8


EL «PLIEGO CAPOVILLA»


Se hizo un claustral silencio al otro lado del teléfono, tras el cual monseñor Capovilla prorrumpió: «¡Precisamente!».
SOLIDEO PAOLINI, SOBRE LA CONFIRMACIÓN DE DOS TEXTOS


DISTINTOS DEL TERCER SECRETO
Retrocedamos por un instante a Fulda, Alemania, donde Juan Pablo II realizó aquellas declaraciones apocalípticas cuando le preguntaron por el Tercer Secreto de Fátima. Corría, como ya sabemos, el 18 de noviembre de 1980, poco más de dos años después de ser elegido Papa. Las fechas son fundamentales.
Si Karol Wojtyla leyó el Tercer Secreto estando convaleciente tras el atentado, en julio de 1981, ¿cómo es posible que facilitase ya entonces aquellas terribles y siniestras pinceladas sobre el futuro de la Iglesia y de los fieles?
La respuesta nos plantea una hipótesis apuntada ya anteriormente: la posibilidad de que existiesen dos textos distintos del mismo Tercer Secreto de Fátima: el primero, con la visión de los pastorcitos en 1917, que Lucia estampó en las cuatro hojas de su cuaderno personal, el 3 de enero de 1944; y una segunda parte, la que más le costó redactar a ella —y finalmente entenderemos del todo por qué—, con las palabras explicativas de la Virgen de Fátima sobre aquella visión.
Las declaraciones del Papa no podían referirse en modo alguno a la visión del «obispo vestido de blanco», anunciada por la Santa Sede en el año 2000, sino en todo caso a las palabras no reveladas que formaban parte supuestamente también del Tercer Secreto, a juzgar porque el Pontífice, al ser preguntado en concreto por aquel, respondió sin titubeos en clave apocalíptica.
Con sus declaraciones, Wojtyla admitía así de forma explícita que conocía el contenido del Tercer Secreto. ¿Pero es que acaso existía otra parte que todavía ignorábamos…?



LA CONVERSACIÓN

Sigamos ahora al perspicaz Antonio Socci en sus pesquisas. El autor del polémico y a la vez documentado libro El Cuarto Secreto de Fátima contactó en julio de 2006 con Solideo Paolini, intelectual católico y gran investigador de las apariciones de Fátima.
Paolini remitió a Socci, el día 31 de julio, un documento escrito de gran valor en el que resumía su visita realizada el día 5 a Loris Capovilla en Sotto il Monte, el pueblo natal de Roncalli, en la provincia de Bérgamo, donde el antiguo secretario personal de Juan XXIII pasaba los últimos años de su vida.
Tras una conversación un tanto banal y decepcionante sobre el Tercer Secreto de Fátima, Paolini se dispuso el 8 de julio, de regreso en su casa, a dar cumplimiento a la promesa recibida de Loris Capovilla, quien le había comentado antes de la despedida:

Usted escríbame las preguntas y así yo puedo responderle, yendo a hurgar entre mis papeles —si los sigo teniendo, porque lo he donado todo al museo— y le mando algo, acaso una frase… Usted escriba.

Y a Paolini, claro está, fascinado por el misterio de Fátima, le faltó tiempo para hacerlo. El 18 de julio recibió en su domicilio la respuesta del prelado. A su pregunta sobre la posible existencia de una parte inédita del Tercer Secreto, Capovilla consignaba un escueto: «Nada sé».
Aquella contestación del mismo hombre que había acompañado a Roncalli y al cardenal Ottaviani durante la lectura del Tercer Secreto, hizo reflexionar a Paolini del siguiente modo:

Me dejó muy sorprendido —escribe—. En efecto, si el misterioso texto jamás desvelado fuera un bulo, el prelado, uno de los pocos que conoce el Secreto, habría podido y debido contestarme que es una idea completamente desprovista de fundamento y que todo había sido ya revelado en el año 2000. Por el contrario, responde: «Nada sé». Una expresión que me imagino pretendía evocar irónicamente una cierta ley del silencio…

Pero la respuesta de Capovilla iba más allá de ese «nada sé». Contenía una nota autógrafa en apariencia insulsa. Fechada el 14 de julio, decía así:

Con mis más cordiales saludos al Sr. Solideo Paolini. Adjunto algunos papeles de mi archivo. Le aconsejo también que se haga con un ejemplar de El Mensaje de Fátima, obra publicada por la Congregación para la Doctrina de la Fe, Ediciones Ciudad del Vaticano, año 2000.

Solideo Paolini no dio crédito al principio a lo que acababa de leer. No es que estuviese herido en su amor propio, ¿pero acaso un experto en Fátima como él podía desconocer ese crucial documento, como para que tuvieran que recordárselo de esa manera? Aunque, pensándolo dos veces, concluyó que a lo mejor «la frase» a la que aludía Capovilla podía encontrarla si cotejaba los documentos remitidos por el prelado con algún dato que le hubiese pasado inadvertido durante la lectura de El Mensaje de Fátima.
Fue entonces cuando Solideo reparó finalmente en una palpable contradicción: mientras que en las notas reservadas de Capovilla se certificaba que Pablo VI leyó el Secreto la tarde del jueves 27 de junio de 1963, en el documento oficial del Vaticano se afirmaba que lo hizo… ¡el 27 de marzo de 1965! «Menudo baile de fechas», debió pensar Paolini.
Confundido, el investigador de Fátima telefoneó aquel mismo día a Capovilla para salir de dudas:
—Oiga, lo que yo le he dicho es la verdad. ¡Mire que sigo estando lúcido! —sentenció poco después Capovilla, al otro lado del auricular, molesto por la desconfianza.
—Naturalmente, Excelencia —repuso Paolini—, pero ¿cómo se explica entonces esa palmaria discrepancia?
Capovilla aludió entonces a posibles lapsus de memoria o a interpretaciones sui generis.
—De acuerdo, Excelencia —admitió Paolini, condescendiente—, ¡pero es que me estoy refiriendo a un texto escrito meridiano y basado, a su vez, en apuntes del Archivo! —agregó, en referencia al documento oficial del Vaticano.
—Pues ya se lo justifico yo, es que tal vez el legajo Bertone no sea el mismo que el legajo Capovilla…
—¿De manera que ambas fechas son verdaderas porque hay dos textos del Tercer Secreto? —conjeturó Paolini.
Se hizo un claustral silencio al otro lado del teléfono, tras el cual monseñor Capovilla prorrumpió:
—¡Precisamente!



EL ESCRITORIO «BARBARIGO»

Loris Capovilla acababa de confirmar que había dos fechas distintas, por la sencilla razón de que el Papa Pablo VI leyó dos documentos también diferentes; es decir, dos partes del mismo Tercer Secreto de Fátima.
Pero prosigamos con las revelaciones de Solideo Paolini, recogidas por Antonio Socci. Capovilla adjuntaba en su carta a Paolini un valioso documento, fechado el 17 de mayo de 1967, que dice así:

Jueves, 27 de junio de 1963, estoy de servicio de Antecámara en el Vaticano [la oficina exterior donde el Papa recibía a algunas personas]. Pablo VI, esa mañana temprano, recibe, entre otros, al cardenal Fernando Cento (que fue Nuncio en Portugal) y poco después al Obispo de Leiria, monseñor João Pereira Venancio. Al despedirse, el obispo solicita «una especial bendición para Sor Lucia».
Es evidente que durante la audiencia han hablado sobre Fátima. Efectivamente, esa tarde el Sostituto [Secretario de Estado Sustituto] monseñor Angelo Dell’Acqua me telefonea a Via Casilina (como huésped provisional de las Hermanitas de los Pobres).
—Estoy buscando el sobre de Fátima. ¿Sabe usted dónde está guardado?
—Se halla en el cajón de la derecha del escritorio conocido como Barbarigo [llamado así porque perteneció a San Gregorio Barbarigo; el Papa lo recibió como ofrenda del conde Giuseppe Dalla Torre, en 1960], en el dormitorio [del Papa].
Una hora más tarde, Dell’Acqua vuelve a telefonearme:
—Todo en orden. El sobre ha sido localizado.
Viernes por la mañana (28-VI), entre una audiencia y otra, Pablo VI me pregunta:
—¿Cómo es que en el sobre está su nombre [el de Capovilla]?
—Juan XXIII me pidió que extendiera una nota sobre la forma en que el sobre había llegado a sus manos y los nombres de todos los que consideró necesario que lo supieran.
—¿Hizo algún comentario?
—No, nada, excepto lo que yo escribí en el pliego: «Dejo que otros comenten o decidan».
—¿Después de eso volvió una vez más a este asunto?
—No, nunca. Sin embargo, en él, la devoción a Fátima se mantuvo viva.

Tenemos así la confirmación documental de que la parte no revelada del Tercer Secreto se hallaba, en palabras de Loris Capovilla, «en el cajón de la derecha del escritorio conocido como Barbarigo, en el dormitorio». A diferencia de la parte sí revelada en el año 2000, la cual, como también sabemos, se custodiaba en el Santo Oficio.
El cardenal Tarcisio Bertone, en su libro La última vidente de Fátima con el que pretende refutar los argumentos de Socci recogidos en el suyo El Cuarto Secreto de Fátima, es claro y contundente:

El texto [del Tercer Secreto revelado], en definitiva, no llegó a los departamentos del Papa ni a la Secretaría del Estado.

Luego es fácil inferir de sus palabras que el documento al que se refiere Bertone, de «cuatro páginas escritas por sor Lucia», es otro distinto del que menciona Capovilla.
Bertone es tozudo en su libro. Preguntado por Giuseppe de Carli sobre las declaraciones del cardenal Ottaviani de que el Tercer Secreto, el cual tuvo oportunidad de leer él también, estaba escrito en una única hoja que ocupaba una extensión de entre veinte y veinticinco líneas, mientras que el presentado en la Oficina de Prensa de la Santa Sede, el 26 de junio de 2000, constaba de sesenta y dos renglones repartidos en cuatro páginas, contesta con evasivas:

El primer documento no existe. En el Archivo del Santo Oficio nunca ha existido […] Las palabras del cardenal Ottaviani no sé a qué se refieren.

La primera afirmación de Bertone es cierta: ¡claro que el texto escrito en una sola hoja de papel jamás estuvo en el Santo Oficio, por la sencilla razón de que se guardaba en los aposentos papales como ahora ya sabemos! Lo cual confirma que Bertone se refiere a un documento de cuatro páginas dado a conocer en el año 2000, mientras que Capovilla y otras personas que también leyeron el Tercer Secreto dan fe de la existencia de otro documento redactado en una sola página, que correspondería a la parte no revelada aún por el Vaticano. Es decir, que existirían así dos documentos distintos del mismo Tercer Secreto de Fátima. Más claro, agua.
Finalmente, recordemos que Bertone despacha el asunto del cardenal Ottaviani sin aportar un solo argumento, limitándose a mirar hacia otro lado con su respuesta vaga e imprecisa: «No sé a qué se refieren [sus palabras]».
Escocido sin duda por el libro de Socci, que deja en evidencia su frágil postura, el cardenal Bertone arremete contra quienes piensan, como el periodista italiano, que el Tercer Secreto va más allá de catástrofes planetarias y señala la existencia de una apostasía dentro de la Iglesia, según la cual Roma perdería la fe y se convertiría en la sede del Anticristo.

Todo eso —asevera Bertone a De Carli— son desvaríos. Perdone, ¿quiere que la profecía de Fátima verse sobre la apostasía de la Iglesia de Roma? ¿Roma, la sede del Anticristo? […] Es la típica invención de la antigua masonería para desacreditar a la Iglesia. Me asombra que escritores y periodistas que se declaran católicos se presten a este juego.

Prosigamos ahora con Loris Capovilla: si lo que sostiene él en sus propias notas reservadas es cierto, Juan XXIII debió de retirar el Tercer Secreto de la caja fuerte de madera donde lo había depositado su antecesor Pío XII para no tenerlo a la vista, porque tanto le incomodaba, prefiriendo esconderlo así en el interior de un oscuro cajón. De esta forma, optó por guardarlo finalmente «en el cajón de la derecha» del mencionado escritorio.
Recordemos, si no, cómo el reportero gráfico de Paris Match, Robert Serrou, logró fotografiar aquella caja fuerte casi un año y medio antes del fallecimiento de Pío XII; la misma «caja fuerte», en expresión del cardenal Silvio Oddi, en cuyo interior volvió a depositar Roncalli en principio el secreto tras haberlo leído.
El receptáculo, como también sabemos, estaba colocado sobre una mesa con la inscripción que tanto llamó la atención de Serrou nada más verla: «Secretum Sancti Oficii». El periodista francés preguntó a Sor Pasqualina qué había dentro y esta, ni corta ni perezosa, le espetó: «El Tercer Secreto de Fátima».
Hemos accedido también a una parte de la agenda personal de Juan XXIII; en concreto, a la anotación realizada de puño y letra del Pontífice el 10 de noviembre de 1959, festividad de San Andrés Avelino, que dice textualmente así:

Interesantes las conversaciones con el C.S.S. [Cardenal Secretario de Estado] en preparación para el Consistorio y con el joven Obispo de Leiria —el Obispo de Fátima— Mons. J. Pererira Venancio. Hablamos ampliamente de la vidente de Fátima, ahora buena religiosa en Coimbra. El S. O. [Santo Oficio] tratará de todo para un buen fin.

Pero el asunto, por desgracia, quedó oculto hasta hoy en el pasadizo secreto de la historia de Fátima.



EL ATROPELLO

Curiosamente, diez meses después de su conversación con Solideo Paolini, algunos medios de comunicación se hicieron eco de una entrevista con monseñor Loris Capovilla, en la cual el prelado aseguraba que las cuatro páginas dadas a conocer por el Vaticano en el año 2000 no eran distintas de las que él mismo vio en 1959, cuando leyó el Tercer Secreto en compañía de Juan XXIII y del cardenal Ottaviani, entre otros altos mandatarios de la Iglesia. Pero eso no significaba en modo alguno, como se intentó hacer creer a la opinión pública, la peor de las opiniones, que Capovilla negase su declaración efectuada a Paolini, según la cual la revelación del Tercer Secreto de Fátima había sido incompleta por la sencilla razón de que aún faltaba una hoja por conocer. Una cosa seguía siendo así el llamado «legajo Bertone», y otra muy distinta el «legajo Capovilla».
Parecía existir, entre tanto, una ladina campaña para desacreditar al prestigioso intelectual, haciéndole pasar por mentiroso y confabulador.
El viernes 21 de septiembre de 2007, el cardenal Bertone presentó oficialmente su libro La última vidente de Fátima en la Pontificia Universidad Urbaniana de Roma, en presencia de algunos miembros del Gobierno italiano, banqueros, prelados del Vaticano y periodistas. Una audiencia selecta e influyente, ante la cual era preciso desautorizar de una vez por todas cualquier voz discrepante con la versión oficial del Tercer Secreto.
Advirtamos al lector que los datos para componer este epígrafe han sido extraídos de un reportaje especial publicado el 26 de septiembre de 2007 y datado en Fort Erie (Canadá) por el Centro de Fátima, el movimiento de apostolado más grande del mundo sobre el mensaje de las apariciones.
Hagamos constar así que el 21 de junio anterior, Solideo Paolini había visitado de nuevo a Capovilla, mientras el arzobispo redactaba un informe al cual se refirió vagamente como «asuntos a los que debía responder». Tras observar algunos documentos y hojas sueltas, Paolini sospechó:

Parecía como si el Vaticano le hubiese pedido un informe completo sobre sus declaraciones; como si le hubieran indicado: «¿Qué es lo que le dijiste [a Paolini] exactamente y por qué…?».

De modo que no le sorprendió que en la presentación del libro de Bertone, a la que acudió acompañado de su colega Antonio Socci, se proyectase un vídeo con un presunto desmentido de Loris Capovilla. La entrevista filmada había sido dirigida, curiosamente, por el periodista Giuseppe Carli, coautor junto con Bertone de La última vidente de Fátima, el libro-respuesta a El Cuarto Secreto de Fátima, de Antonio Socci.
Algunos cortes de la entrevista se habían publicado la semana anterior en The London Telegraph y en un medio italiano algo rocambolesco para un tema tan serio y delicado como el de Fátima: la revista femenina de cotilleo Donna Viva.
Además de confirmar que el texto revelado del Tercer Secreto era el mismo que él había leído en 1959, lo cual no evidenciaba nada más que su autenticidad, Capovilla agregó:

Jamás se me ocurrió que podría haber un cuarto secreto. Nunca me han contado eso; tampoco he dicho yo nada por el estilo.

Pero el término acuñado por Antonio Socci para titular su libro El Cuarto Secreto de Fátima no era más que un recurso periodístico para referirse a la parte no revelada del Tercer Secreto. De modo que Capovilla no mentía ni desmentía al asegurar en aquella entrevista que no existía el «cuarto secreto», sino que decía la pura verdad.
Por increíble que parezca, según informaba en su reportaje el Centro de Fátima, Socci y Paolini no pudieron ver el vídeo de la entrevista. Poco antes de comenzar el evento, Socci pidió permiso al padre Federico Lombardi, director de la Oficina de Prensa del Vaticano, para formularle una sola cuestión a Tarcisio Bertone. Lombardi le dijo que el cardenal no iba a responder a preguntas.
El diario Il Riformista informaba de aquel sonado desencuentro:

Con mucha educación, Socci pidió permiso para hacer una sola pregunta al cardenal, a la cual el prelado podía responder con un simple sí o no. La pregunta habría sido la siguiente: «Eminencia, ¿está dispuesto a jurar ante los Santos Evangelios que no sigue nada después de aquella frase conocida de la Virgen que forma parte de la versión del Tercer Secreto de Fátima, publicada por el Vaticano en el año 2000 («En Portugal se conservará siempre el dogma de la fe, etcétera»)?

Entonces Socci y Paolini se dirigieron a la entrada del Aula Magna de la Universidad, en espera de poder hablar con el cardenal Bertone, quien, nada más reconocer al autor de El Cuarto Secreto de Fátima, se desvaneció como un espectro por una puerta lateral.
Los periodistas allí congregados empezaron a preguntarle a Socci qué había sucedido, justo cuando hicieron acto de presencia los guardias vaticanos para conminar al escritor a que pusiera fin a la charla con sus colegas y se marchase de allí enseguida junto con Paolini. Tanto este, como Socci, eran considerados así personas non gratas en el Vaticano.

Es una locura —declaró luego Socci a Il Corriere della Sera—; solo quería hacerle a Bertone una pregunta breve, a la cual podía responder sí o no. Pero cuando el cardenal Bertone supo que yo estaba allí, salió por una puerta de servicio y entró directamente al Aula Magna. Como consecuencia de esta curiosa táctica, todos los presentes se rieron [de Bertone]. Después, tres guardaespaldas vaticanos me echaron del local alegando que no podía entrevistarme allí. Una situación ridícula que indignó a todos mis compañeros que estaban presentes y a mí también me asombró, puesto que soy un enérgico defensor del Vaticano.

Solideo Paolini, según informa el Centro de Fátima, tampoco se libró de los guardias vaticanos, que llegaron a arrebatarle el teléfono móvil, hiriéndole en la mano.
Al parecer, Paolini conservaba una grabación de cuando el arzobispo Capovilla le confesó que existían dos textos distintos del Tercer Secreto. Socci estaba mostrándosela a los periodistas en el preciso instante en que los guardias le obligaron a que abandonase enseguida el recinto.
El periódico Il Giornale corroboraba este importante extremo:

Para los periodistas presentes allí, Socci nos pasó una grabación en la cual Capovilla había dicho, el 21 de junio de 2007: «Hay algo además de estas cuatro páginas, sí, un anexo». Estas palabras respaldarían la teoría de la existencia de otra hoja con la interpretación del Secreto.

Entre tanto, las reacciones de los llamados «fatimistas» ante los sucesos registrados durante la presentación del libro de Bertone, no se hicieron esperar.
John Vennari, editor de Catholic Family News, fue uno de los primeros en romper el fuego:

Parece —observó Vennari— que en el evento que tuvo lugar el 21 de septiembre [de 2007] en la Urbaniana, Bertone quiso aprovecharse del gran poder y prestigio del Vaticano para declarar de una vez que el Secreto había sido revelado en su totalidad. La evasión de Bertone frente a Socci y Paolini, su negativa a contestar preguntas, el trato brutal a estos dos periodistas por parte de los agentes de seguridad vaticanos, todo eso solo aumenta la convicción de que Bertone tiene algo de ocultar con respeto a la revelación completa del Tercer Secreto.

Por su parte, Coralie Graham, editora de The Fatima Crusader, tampoco se mordió la lengua:

No es la primera vez que suceden este tipo de incidentes. Parece que están dispuestos a valerse de la fuerza bruta para acallar a los mensajeros. Antonio Socci recibe ahora el mismo trato que el padre Gruner, al ser denigrado por los funcionarios vaticanos y sufrir violencia a manos de los mismos. ¿Por qué tienen miedo…?

Graham recordó que en 1992, el padre Nicholas Gruner, director del Centro de Fátima, fue víctima de un desagradable altercado en el Santuario portugués a manos de agentes del propio lugar sagrado. ¿Su delito? Limitarse a formular algunas preguntas inconvenientes al rector del Santuario, relacionadas con el Tercer Secreto y la consagración de Rusia.



PAOLINI CONTRAATACA…

Diez meses de llamativo silencio eran demasiados para un asunto de tanto calado como el Tercer Secreto de Fátima, que desde el primer momento corrió como la pólvora por todas las instancias vaticanas.
¿Por qué esperó tanto tiempo Loris Capovilla para desautorizar públicamente a Solideo Paolini? Es obvio que el prelado no podía negar haberse entrevistado con él en su casa de Sotto il Monte, ni tampoco haberle enviado una carta con algunas copias de documentos procedentes de su archivo personal. Pero sí podía manifestar, como ya indicamos, que el texto del Tercer Secreto publicado por el Vaticano era idéntico al que él mismo leyó en 1959, lo cual nada tenía que ver con la existencia de otra parte no revelada.
Indignado ante la manipulación que dejaba en entredicho su buen nombre, Solideo Paolini redactó una nota aclaratoria, por aquello de que «quien calla, otorga». He aquí, ahora, ese comunicado sometido a reservas y publicado tras la salida del libro de Bertone, en mayo de 2007:

Algunos medios de comunicación (no muchos aquí en Italia) —manifestaba Paolini— transmitieron las noticias de una entrevista de Su Excelencia Loris Francesco Capovilla, arzobispo y secretario personal de Juan XXIII, durante la cual sostienen que negó la existencia del «Cuarto Secreto» de Fátima. Habiendo tratado el asunto muchas veces con el Arzobispo Capovilla y publicado la información que él me dio (pues en ese momento me había concedido su permiso expreso para hacerlo), quiero señalar lo siguiente:
1. Extraña muchísimo su retractación, sobre todo porque han transcurrido ya diez meses desde la gran difusión de su declaración inicial. Su desmentido también se publicó cuatro meses después de que el conocido periodista Antonio Socci señalase, en el periódico Libero del 12 de mayo, que era notablemente débil la refutación de las revelaciones del arzobispo Capovilla efectuada por el cardenal Bertone en su libro publicado el 10 de mayo (esto no fue sino uno de los muchos puntos débiles en el libro del cardenal Bertone). Cabe resaltar que el desmentido del arzobispo Capovilla se produjo muy poco tiempo después de la celebración de un congreso en Brasil donde pronuncié un discurso ante varios obispos y unos 200 sacerdotes, el pasado 21 de agosto. En ese congreso afirmé lo mismo, es decir, sugerí que a estas alturas un desmentido «de la 25ª hora» no sería muy convincente. Es curioso también que el supuesto desmentido se haya publicado por vez primera en la revista Donna Diva. Francamente, no me parece que esta publicación sea el medio más apropiado para divulgar un asunto tan importante. Creo que todos estamos de acuerdo en este hecho evidente.
2. En mi discurso mencionado arriba, y en un ensayo mío que está a punto de publicarse, analizo cómo estas retractaciones son más aparentes que verdaderas […] Allí pongo de relieve las invenciones y las astucias verbales empleadas en este asunto. Por ejemplo, en la entrevista reciente del arzobispo Capovilla nos aseguran que el texto publicado por el Vaticano el 26 de junio de 2000 es el mismo que leyó éste en compañía de Juan XXIII, en agosto de 1959. En este punto estamos de acuerdo, pues según la formulación del desmentido, la afirmación contraria —es decir, que el texto revelado en el año 2000 ha sido manipulado con respecto al original leído por el Papa Juan XXIII— no es mi punto de vista ni el de Antonio Socci…
3. En los eventos organizados para presentar el libro del cardenal Bertone, los invitados han sido seleccionados de tal forma que se evite toda contradicción posible o punto de vista distinto del autor. Este hecho es bien conocido. Y esta manera de comportarse dice mucho. Puedo afirmar y aportar pruebas de los siguientes puntos ante cualquier auditorio:
☙ El Arzobispo Capovilla ha contradicho la publicación oficial de El Mensaje de Fátima, así como las afirmaciones posteriores del cardenal Bertone, según las cuales el Tercer Secreto (o una parte del mismo) no se guardó en los departamentos privados del Romano Pontífice. Como evidencia [en contra de la posición del cardenal Bertone], el arzobispo Capovilla me envió un documento escrito que se publicará en el siguiente número de The Fatima Crusader. Dicho documento se elaboró en 1967, poco antes de que llegase a ser obispo [Capovilla]. El documento tenía su sello y no deja lugar a desmentido alguno de última hora [fechado el 17 de mayo de 1967, acabamos de transcribirlo en este mismo capítulo].
☙ Recientemente [21 de junio de 2007] el Arzobispo Capovilla conversó conmigo, admitiendo que antes [julio de 2006] había «hablado sin tapujos» («parlando a ruota libera»), que en italiano no significa que lo que había dicho no fuese cierto, sino que había dicho demasiado. Es precisamente a partir de lo que él me reveló como ha surgido lo que se ha dado en llamar el «Cuarto Secreto». Por supuesto que esta denominación es inexacta e irónica. Es un modo de hablar periodístico que no pretende poner en cuestión la autenticidad del texto del año 2000. Más bien se refiere a la declaración del Arzobispo Capovilla, en el verano de 1959, en la cual confiesa la existencia de otra hoja específica, de un «Anexo» al Secreto, en sus propias palabras. El contenido de dicho anexo es de escaso valor para ellos, porque piensan que es simplemente la reflexión personal de Sor Lucia sobre el Secreto. Por lo tanto, según ellos no es el Tercer Secreto, ni forma parte del mismo, porque carece de autenticidad sobrenatural…
Ese texto (el «Anexo» al Secreto), según ellos, no se podría identificar como el «Cuarto Secreto» y ni tan siquiera como parte del Tercer Secreto por tratarse tan solo de palabras de Sor Lucia, y no de la Virgen. Pero dejando a un lado de momento sus opiniones personales y no oficiales [que se trata simplemente de un Anexo con palabras sin importancia de Sor Lucia y por lo tanto carentes de «autenticidad»], yo repito: ¡Publíquenlo todo, de todas formas publíquenlo! Así cada uno podrá formarse su propio juicio sobre este documento.

Dr. Solideo Paolini
Consultor e investigador del Centro de Fátima de Roma.



… Y SOCCI TAMBIÉN

Antonio Socci tampoco se quedó de brazos cruzados ante el libro del cardenal Bertone, que intentaba desprestigiarle ante los ojos de medio mundo.
Titulado de forma tan extensa como explícita «Estimado cardenal Bertone: ¿quién, entre usted y yo, miente sabiendo que miente? Y dejemos de lado la masonería…», el conocido periodista publicó un largo artículo de réplica en el diario digital Libero, el 12 de mayo de 2007.
Vale la pena transcribirlo íntegro, pese a su extensión, pues muchos de sus extremos coinciden con lo relatado hasta ahora, sin pretender por ello entrar a valorar el enconado debate entre el cardenal y el periodista:
Hoy —escribe Socci—, en el nonagésimo aniversario de las apariciones de Fátima (13 de mayo de 1917), ha llegado la hora de decir toda la verdad y de escuchar a la Virgen…
¡Qué error! Me pregunto por qué se habrá metido en este lío el cardenal Bertone, poniendo en apuros también al Vaticano. Personalmente debería estar más que satisfecho de que el Secretario de Estado (y, por lo tanto, el número dos de la Iglesia) haya publicado un libro, La última vidente de Fátima, para rebatir el mío El cuarto secreto de Fátima. Es un unicum [caso único]. Ni siquiera Dan Brown ha tenido tanto honor.
Evidentemente, mis páginas han debido producir mucha quemazón. Al prelado se le debe de haber escapado el embrague porque, olvidándose de la caridad cristiana, me ataca: lo mío serían «delirios», mi investigación le estaría haciendo el juego «a la antigua masonería cuyo fin es desacreditar a la Iglesia».
Y «me maravillo», añade amenazadoramente el cardenal, «de que periodistas y escritores que se proclaman católicos se presten a este juego». Por último, me tacha de «mentiroso», yo sería una persona «que miente sabiendo que está mintiendo».
Por desgracia, no me demuestra dónde y cómo he mentido. Yo le había pedido únicamente que explicara, por ejemplo, por qué en su presentación del Tercer Secreto, publicado por el Vaticano, cita una carta de Sor Lucia omitiendo (sin decirlo), una frase decisiva que desmonta toda su interpretación.
Al señalar en mi libro esta «rareza» (una de tantas), he intentado por todos los medios posibles salvar la buena fe del prelado. Pero Bertone, en su libro, no solo no da ninguna explicación del hecho, sino que cita de nuevo esa carta «corregida con tipex» del mismo modo. Uno se queda atónito. No es posible usar así los documentos y hacer estos autogoles.
Pero, ¿cuál es el centro de nuestra diatriba? El centro se halla en esta pregunta: ¿El famoso «Tercer Secreto» de Fátima, que contiene la profecía de lo que deberá suceder en la Iglesia y el mundo en un futuro próximo, fue publicado íntegramente en el año 2000? Yo empecé mi investigación convencido de que era así. Pero después me fui dando cuenta de que los hechos decían lo contrario.
He tenido que tomar constancia lealmente de ello, declarándolo y poniendo en evidencia una cantidad increíble de «agujeros» y contradicciones en la versión oficial. Al ser el Tercer Secreto un misterio que produce, desde hace decenios, una verdadera psicosis en los medios de comunicación (e incluso entre los gobiernos y los servicios secretos); un texto profético de enorme importancia para los cristianos (y para nuestros años futuros); un texto acreditado por la Iglesia que ha reconocido la aparición mariana más importante de su historia, mi deseo era señalar la necesidad de aclarar, por parte del Vaticano, todos los enormes «líos» de la versión oficial o de publicar el texto escondido (como pide una reciente Súplica al Papa de Solideo Paolini).
Durante la investigación le pedí un coloquio a Bertone, que como monseñor tuvo una parte protagonista en la publicación del secreto que se hizo en el año 2000. Aunque me conoce bien, me negó el coloquio y más bien se puso en marcha inmediatamente publicando un libro de respuesta al mío. Como ha hecho en estos días (el 13 de mayo es el nonagésimo aniversario de las apariciones).
El problema es que este libro no da ni siquiera una respuesta a los interrogantes. Y más bien crea ulteriores problemas. He sentido azoramiento al leer algo tan lioso y autolesivo. Para cualquier autor sería un golpe excepcional verse atacado personalmente por el Secretario de Estado sin ningún tipo de argumentación. Pero para mí ha sido un desastre, porque antes que periodista me siento católico. Habría preferido estar totalmente equivocado y haber sido confutado. O habría preferido que la Santa Sede se hubiera decidido a revelar toda la verdad sobre el «Tercer Secreto» de Fátima, publicando —como había pedido la Virgen— la parte aún escondida.
De otro modo, hubiera preferido ser ignorado, despreciado, boicoteado. La única cosa equivocada, la única cosa que hay que evitar es precisamente lo que Bertone ha hecho: exponerse públicamente sin responder a nada y, más bien, añadiendo ocurrencias desastrosas. Para él y para el Vaticano.
Ante todo está el problema de la «gestión» de la testigo de Fátima, sor Lucia: durante años todos han podido elucubrar sobre Fátima menos ella, silenciada por el Vaticano a partir de 1960. ¿Cuál era el temor? Antes de la publicación del texto, en el año 2000, el Papa envió a Bertone a Coimbra, a ver a la religiosa.
Le envió de nuevo en noviembre de 2001. Por último, el prelado volvió a verla en diciembre de 2003. Estos tres coloquios eran la gran ocasión para que la única vidente en vida, ya casi centenaria, dejara a todos los cristianos y a la humanidad su total y muy valioso testimonio sobre la aparición mariana más importante de la historia. Una oportunidad histórica, también para acallar muchas voces y fábulas y para proteger al Vaticano de acusaciones de manipulación.
Bertone debería haber grabado (incluso filmado) estos excepcionales coloquios para dejarlos a la posteridad. O, por lo menos, disponer que se verbalizara todo, preguntas y respuestas, y hacerlo firmar a la vidente. Para evitar futuras y posibles oposiciones.
Pero, increíblemente, estos tres interrogatorios, que duraron —según dice el prelado— «al menos diez horas», no fueron ni grabados, ni filmados, ni verbalizados. El prelado nos explica, hoy, que «tomó apuntes».
Así, en los documentos oficiales de Fátima hay solo algunas pocas frases atribuidas a la religiosa, frases de discutible credibilidad y para nada exhaustivas porque las preguntas decisivas, las que servían para aclarar todas las dudas, no le fueron planteadas o, por lo menos, Bertone no hace referencia a ellas. A este, en mi libro, le pregunto: ¿por qué de diez horas de coloquio ha dado a conocer solo algunas pocas frases de la religiosa que ocupan, como máximo, cuatro minutos? ¿Qué más dijo en todas esas horas? ¿Por qué no le planteó a Sor Lucia las preguntas decisivas y por qué no ha dado a conocer sus respuestas?
Bertone, en su libro, no proporciona ninguna aclaración. Y lo que es peor, atribuye hoy a la religiosa, que ha fallecido y no puede desmentir nada, frases que no fueron dadas a conocer en el informe oficial del año 2000.
Según Bertone, la religiosa habría dicho, ante el texto del año 2000, que «este es el Tercer Secreto», «el único texto» y «yo nunca he escrito otro». ¿Por qué Bertone no dio nunca a conocer en la publicación oficial una frase tan importante? ¿Y por qué el prelado no le preguntó a la vidente si había escrito la continuación de las misteriosas palabras de la Virgen, suspendidas por el etcétera («En Portugal se conservará siempre el dogma de la fe, etc.»), que han sido siempre consideradas por los expertos el incipit del Tercer Secreto?
Verdaderamente extraño. Como la otra frase que hoy —y solo hoy, fallecida la vidente— el prelado le atribuye y según la cual Sor Lucia, cuando supo del atentado del Papa en 1981, «pensó enseguida que la profecía del Tercer Secreto se había realizado».
¿Por qué una confirmación tan decisiva no fue nunca referida en el informe oficial? ¿Por qué en el dosier vaticano, que publicaba el texto de la visión (con el «obispo vestido de blanco»), nadie —ni Sor Lucia, ni los cardenales Sodano y Ratzinger, ni tampoco Bertone— escribió explícitamente que el atentado de 1981 era la realización del Tercer Secreto? ¿Y por qué Ratzinger dijo que dicha interpretación era solo una hipótesis y que no había «interpretaciones oficiales» de la Iglesia, mientras que hoy Bertone pretende imponerla como versión oficial?
¿Y por qué Sor Lucia, en la carta al Pontífice anexa al dosier vaticano, escrita en 1982, por lo tanto un año después del atentado, explicó que «no constatamos aún la consumación final de esa profecía» (del Tercer Secreto), sino que «estamos encaminándonos lentamente, a grandes pasos»? ¿Por qué en esta carta al Pontífice, Lucia no menciona el atentado que se acaba de verificar si precisamente este era la realización del Secreto?
Hay quien sostiene que Bertone no grabó ni verbalizó los coloquios con la vidente porque habrían emergido presiones psicológicas a la monja de clausura con la intención de inducirla a avalar determinadas tesis. Me ha venido a la memoria leyendo la página del libro de Bertone en la que el cardenal recuerda que en un determinado punto la vidente estaba «irritada» y le dijo: «¡No me estoy confesando!».
¿A qué podía estar respondiendo Lucia con estas duras palabras? ¿Acaso alguien le estaba recordando a la anciana monja de clausura el poder eclesiástico e insinuaba «no absoluciones»?
No se sabe, porque el prelado —que recuerda bien la respuesta cortante de la religiosa— dice, textualmente, haber «quitado» su pregunta.



LOS SILENCIOS DE BERTONE

Es evidente —agrega Antonio Socci en su artículo— que el «Cuarto Secreto» de Fátima (es decir, la parte escondida del Tercero) existe y en mi libro pienso que lo he demostrado. No solo hay la revelación clamorosa de un testigo excepcional, monseñor Loris Capovilla, secretario de Juan XXIII (que estaba presente en la apertura del «Tercer Secreto»), sobre cuyas palabras, recogidas por Solideo Paolini, increíblemente el cardenal Bertone, en su libro, no dice nada.
Está también el resto. Sabemos, de esa parte «censurada», que está escrita en una única hoja y no en cuatro como el texto de la visión desvelada en 2000 (lo reveló el cardenal Ottaviani, brazo derecho de Pío XII y de Juan XXIII, y hoy Bertone lo resuelve así: «No sé a qué se refieren las palabras de Ottaviani»).
Pero sabemos también cuánto mide la hoja (9 × 14 cm), sabemos que está metida en un sobre de 12 × 18 cm, sabemos que hay escritas 20-25 líneas, conocemos las fechas (distintas del texto de la visión) en las que llegó a Roma y fue leída por los distintos pontífices. Y sabemos que, partiendo del Papa Pío XII, fue conservada en el apartamento papal y no en el Santo Oficio, como el texto de la visión revelado en el 2000.
Existe la prueba fotográfica publicada el 18 de octubre de 1958 en Paris Match por Robert Serrou; existe el testimonio directo de la colaboradora más cercana de Pío XII, sor Pasqualina («ahí dentro está el Tercer Secreto de Fátima»); existe el testimonio del obispo Capovilla (he publicado la hoja del archivo), quien el 27 de junio de 1963 buscó Pablo VI para saber dónde estaba el «pliego de Fátima». Él respondió: «En el cajón de la derecha de la escribanía llamada Barbarigo, en la habitación». Y de hecho, allí se encontró.
Bertone, en su libro, no responde a todos estos testimonios. Pero en una entrevista dijo: «Las reconstrucciones cinematográficas del sobre escondido en la cómoda del Papa son pura fantasía». ¿Por qué? No lo explica.
En el libro me ataca porque habría insinuado que dicho Secreto profetiza la «apostasía de la Iglesia de Roma» y de las altas jerarquías.
Primero: Bertone tiene que leer lo que Jesús, en la aparición de agosto de 1931, le dijo a sor Lucia. Además, no soy yo el que habla de apostasía, sino el cardenal Ottaviani y el cardenal Ciappi («en el Tercer Secreto se profetiza, entre otras cosas, que la gran apostasía en la Iglesia partirá de la cima»). Un concepto análogo se observa en las palabras de Lucia al padre Fuentes y en dos declaraciones del cardenal Ratzinger.
Yo solo he ejercido mi profesión de periodista, explicando que muchos interpretan la apostasía en relación a los efectos del Concilio.
No tengo espacio aquí para enumerar todas las meteduras de pata del libro. Pero alguna sí. Bertone nos dice, por ejemplo, que «sor Lucia no trabajó nunca con ordenador». Noticia valiosa porque en una entrevista a la Repubblica del 17 de febrero de 2005 había declarado que Lucía «usaba incluso ordenador». Esto sirvió entonces para acreditar determinadas cartas de 1989 de sor Lucía que no eran autógrafas y contradecían lo que había dicho antes acerca de la «consagración de Rusia».
Es curioso que el Secretario de Estado acredite en su libro también la voz según la cual Gorbachov, en la histórica visita al Papa Wojtyla del 1 de diciembre de 1989, «habría expresado su mea culpa» ante el Papa, voz que en realidad fue desmentida oficialmente por la Sala de Prensa vaticana el 2 de marzo de 1998.
Por otra parte, Bertone acredita hoy como auténticas incluso las explosivas declaraciones sobre el Tercer Secreto atribuidas a Juan Pablo II en Fulda, en noviembre de 1980, cuando fueron desmentidas tanto por la Sala de Prensa vaticana como por el cardenal Ratzinger («este encuentro en Fulda es falso, no ha tenido lugar y el Papa no ha dicho nada de esto»).
Por otra parte, Bertone se apresura a decir que «la interpretación del cardenal Ratzinger» respecto al Tercer Secreto «no era un dogma de fe». Pero deja que su entrevistador presente el Bertone-pensamiento así: «Sus palabras, ante tantas interpretaciones del mensaje de la Virgen…, son el imprimatur de una versión definitiva».
Superior incluso a Ratzinger. Obviamente, la carta del Papa al prelado es utilizada en el libro como Presentación, si bien el Pontífice se mantiene en una línea general. Yo, por mi parte, me guardo la carta que Benedicto XVI me escribió a propósito del libro, agradeciéndome «los sentimientos que lo han sugerido». Palabras que consuelan ante los insultos y las desmedidas acusaciones de hacer «el juego de la masonería».



UNA HOJA EN FORMA DE CARTA

Incidamos ahora de nuevo en otra cuestión no menos baladí, como es la constancia de que la parte no revelada del Tercer Secreto fue escrita en una sola hoja de papel, en lugar de las cuatro publicadas por la Santa Sede en el año 2000.
El cardenal Ottaviani, el obispo Venancio, el canónigo Barthas y tantos otros jerarcas de la Iglesia o expertos en Fátima coinciden en esta apreciación.
Pero monseñor Venancio va aún más lejos al referirse a esa única hoja como una «carta», lo cual indica que esa parte oculta del Secreto fue redactada en forma de epístola dirigida, como resulta lógico pensar, a quien se la había reclamado desde el principio: el entonces obispo de Leiria-Fátima, monseñor José Alves Correia da Silva.
Sin ir más lejos, el sacerdote holandés Humberto Jongen, reunido con Lucia los días 3 y 4 de febrero de 1946, le preguntó por el Tercer Secreto y la vidente le dijo: «Ya le he comunicado la tercera parte con una carta dirigida al obispo de Leiria».
Contamos también con el testimonio del cardenal Cerejeira, Patriarca de Lisboa, que el 7 de septiembre del mismo año dejó constancia por escrito de lo siguiente: «La Tercera parte del Secreto fue escrita en una carta lacrada que se abrirá en 1960». Y sabemos que tan solo se equivocó al creer que la carta se abriría en el año estipulado por la Virgen, pero no en que se hubiese redactado con la estructura propia de una epístola.
Incluso Loris Capovilla, en una entrevista concedida a la publicación Prospettive nel mondo en 1991, empleó hasta cuatro veces el término «carta» para referirse al Tercer Secreto de Fátima. El lector comprenderá en su momento por qué insistimos tanto en este aspecto novedoso.



LA REVELACIÓN DE DOLLINGER

Todavía en mayo de 2012 seguía existiendo un evidente interés en desacreditar las declaraciones efectuadas seis años atrás por Loris Capovilla a Solideo Paolini, recurriendo al tan manido como nulo argumento de que el texto leído en 1959 coincidía con el revelado por el Vaticano en el año 2000.
Capovilla, recordémoslo una y mil veces, no dijo eso a Paolini, sino que manifestó la existencia de dos textos distintos del mismo Tercer Secreto de Fátima, que es algo completamente distinto.
Esta vez fue la agencia de noticias CNA la que entrevistó a un anciano Capovilla, algo mermado de memoria. El portal Religión en Libertad se hizo eco de la entrevista en un artículo donde, entre otras cosas, se destacaba lo siguiente:

Muchos de los escépticos en cuanto al contenido del Tercer Secreto se han remitido a unas supuestas declaraciones del secretario personal de Juan XXIII, el arzobispo Loris Capovilla, quien en 2006 le habría dicho a un periodista italiano que había partes [una sola] del Tercer Secreto que no habían sido publicadas.
La agencia CNA le entrevistó esta semana. Monseñor Capovilla, de 97 años, estaba presente en el momento en el que Juan XXIII abrió y leyó el Secreto por primera vez, y desmiente haber hecho esas declaraciones, porque «no notó ninguna discrepancia entre la versión publicada y el original».
Mantiene una lucidez absoluta, cierto que con lógicos vacíos de memoria por el tiempo transcurrido:
«Recuerdo mucho, pero como comprenderá, después de muchos años no podría reconstruir el mensaje en su integridad». Lo que sí tiene claro es que partes sustanciales no faltan.

¿Qué pretendía decir el periodista con «partes sustanciales»? ¿Acaso había otra parte que, sin ser tan sustancial, no había sido revelada todavía…?
Mientras tanto, el Vaticano no cejaba en su empeño de borrar del mapa como fuese las decisivas declaraciones de monseñor Capovilla a Paolini, que daban un giro copernicano a la versión oficial del Tercer Secreto.
¿Qué sentido tenía, si no, que la Oficina de Prensa del Vaticano, dirigida por el mismo Federico Lombardi que impidió a Socci en su día formular su legítima pregunta a Bertone, difundiese un comunicado nada menos que el sábado 21 de mayo de 2016, una década después de la confesión efectuada por Capovilla?
La nota de prensa atribuía en este caso a Benedicto XVI, inmerso en su retiro voluntario en el monasterio de clausura Mater Ecclesiae, situado en el interior del Vaticano, unas declaraciones en las que calificaba de «puras invenciones» los rumores sobre la existencia de una parte del Secreto no revelada.
El Papa emérito aseveraba, según el comunicado, que «la publicación del Tercer Secreto de Fátima es completa». El Vaticano trataba así de salir al paso de un artículo publicado por la doctora alemana en Historia y Literatura francesa, Maike Hickson, en el cual recogía la explosiva conversación telefónica que ella mantuvo con su paisano sacerdote Ingo Dollinger, gran amigo de Benedicto XVI durante muchos años.
El padre Dollinger le confirmó inopinadamente a su interlocutora los siguientes hechos, los cuales plasmaba ella así en su artículo publicado en el portal One Peter Five:

No mucho tiempo después de la publicación del Tercer Secreto de Fátima —escribía Hickson—, en junio de 2000, por la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal Joseph Ratzinger le aseguró al padre Dollinger durante una conversación personal ¡que todavía hay una parte del Tercer Secreto que no se ha publicado! «Hay más de lo que hemos publicado», manifestó Ratzinger.
También le dijo a Dollinger que la parte publicada del Secreto es auténtica y que la parte no publicada del Secreto habla de «un mal Concilio y una mala Misa» que habrían de venir en un futuro próximo.
El padre Dollinger me dio permiso para publicar estos hechos en esta fiesta del Espíritu Santo y me dio su bendición.

Advirtamos, antes de proseguir, que la credibilidad del padre Dollinger estaba fuera de toda duda. Ordenado sacerdote en 1954, fue secretario durante muchos años del Obispo de Augsburgo, Josef Stimpfle. Participó también en los debates de la Conferencia Episcopal alemana sobre la masonería, celebrados en la década de los años setenta, tras los cuales se declaró que aquella secta era incompatible con la fe católica.
Más tarde, fue profesor de Teología Moral en el Seminario de la Orden de los Canónigos Regulares de la Santa Cruz, perteneciente al Opus Angelorum. Y lo más importante de todo: Dollinger era hijo espiritual de San Pío de Pietrelcina, a quien tuvo como confesor durante más de diez años.
¿Un hombre así, sumido además en su ancianidad y físicamente tan delicado, iba a ser capaz de hacer esas declaraciones a la doctora Maike Hickson sobre un asunto de tanta trascendencia como el Tercer Secreto de Fátima, comprometiendo además a su amigo del alma Benedicto XVI, si era todo una burda mentira?
Pues bien, como decíamos, el Vaticano se apresuró a difundir un comunicado, atribuido en última instancia a Benedicto XVI, para dejar en evidencia a la autora del artículo, dando a entender que todo había sido una mera invención suya, mientras se cuidaba astutamente de no arremeter contra el padre Dollinger, sacerdote de reconocido prestigio, quien, por otra parte, se ratificaría en lo declarado a la doctora.
Compruébelo, si no, el lector:

Algunos artículos publicados recientemente —señalaba la Oficina de Prensa del Vaticano— [en alusión al de Maike Hickson, reproducido en otros medios] atribuyen al profesor Ingo Dollinger declaraciones según las cuales el cardenal Joseph Ratzinger, después de la publicación, en junio del año 2000, del Tercer Secreto de Fátima, le habría confiado que dicha publicación no era completa.
A tal propósito, el Papa emérito Benedicto XVI comunica que «no ha hablado nunca con el profesor Dollinger acerca de Fátima» y afirma claramente que las frases atribuidas al profesor Dollinger sobre ese tema son «pura invención, absolutamente no verdaderas», y reitera decididamente: «La publicación del Tercer Secreto de Fátima es completa».

¿Por qué incomodaba tanto a ciertos jerarcas de la Iglesia, llegando incluso a enfurecerles, la sola mención del «pliego Capovilla»…?






9


LA CONFESIÓN


¿Sabes, Gabriele? Es Satanás quien se ha introducido en el seno de la Iglesia y dentro de no mucho tiempo llegará a gobernar una falsa Iglesia.
PADRE PÍO A GABRIELE AMORTH


Aquella frase lapidaria, pronunciada por monseñor Pierino Galeone durante nuestra conversación en su residencia de Tarento, en mayo de 2010, quedó registrada ya desde entonces en el disco duro de mi cerebro:
—Sabía perfectamente en qué consistía cada uno de los secretos de Fátima —sentenció Galeone aquella mañana, en alusión al Padre Pío.
El don de introspección de conciencias del fraile de los estigmas, que le hacía leer las almas de la gente, era proverbial. Igual que escrutaba los corazones, el Señor le revelaba también a veces algunos secretos inconfesables para el común de los mortales, como los de Fátima.
Ninguno de los que conocían de cerca al Padre Pío, desde el Papa Pablo VI que salió en defensa suya cuando arreciaba la persecución, hasta Juan Pablo II que le canonizó, pasando por el último de sus hijos espirituales, ponía en duda sus carismas sobrenaturales que le hacían, entre otras muchas maravillas, leer la historia antes de que esta se produjera.
La mayoría, incluso, los había probado en su propia alma, como la popular actriz italiana Lea Padovani y sus paisanos el tenor Beniamino Gigli y el cineasta Franco Zeffirelli, además del escéptico Federico Abresch, atrapado en las redes del ocultismo.
Sus testimonios personales, seleccionados ahora de entre los varios centenares que obran en su proceso de canonización, nos sirven para comprobar hasta qué punto el Padre Pío podía escrutar las conciencias y penetrar en los secretos más insondables del ser humano. Incluido, naturalmente, el Tercer Secreto de Fátima…



LA MUJER ADÚLTERA

Lea Padovani era una mujer adúltera, enamorada de un hombre casado muy enfermo, a quien le quedaban ya escasos meses de vida.
Poco después de apearse de su lujoso automóvil, mientras caminaba contoneándose toda estilosa por la explanada del convento de San Giovanni Rotondo, Padovani acaparó las miradas de los que aguardaban su turno para confesarse con el Padre Pío.
Era una auténtica diva en Italia. Su trayectoria en el cine la había llevado a interpretar diversos papeles junto a otros actores de la talla de Alberto Sordi, Marcello Mastroianni, Totò, Lucía Bosé, Yvonne de Carlo y hasta Bette Davis. Había trabajado a las órdenes de directores tan célebres como Edward Dmytryk, Dino Risi o Vittorio de Sica.
Nacida el 28 de julio de 1923 en la pequeña localidad de Montalto di Castro, en la provincia italiana de Viterbo, su vida cambió aquel día en San Giovanni Rotondo. En cuanto se arrodilló en el confesonario, escuchó cómo el Padre Pío la prevenía muy severo al otro lado de la rejilla:
—Recuerda que aquí no se actúa; aquí se dice la verdad.
—Pero padre, estoy aquí no por mí, sino por la persona a la que amo —explicó ella, dando a entender que sufría mucho.
—¿Es el marido de otra, verdad…?
Lea Padovani se quedó petrificada, sin saber qué decir. Había oído que el Padre Pío leía las conciencias, pero le impresionó aún más que hiciese ahora lo mismo con la suya. Un calco de la escena evangélica de Jesús con la mujer samaritana, cuando, sentado en el pozo de Jacob, tras llegar a la ciudad de Samaria llamada Sicar, el Maestro le dijo:
—Anda, llama a tu marido y vuelve aquí.
—No tengo marido —le respondió la mujer. Jesús le contestó:
—Bien has dicho: «No tengo marido», porque has tenido cinco y el que tienes ahora no es tu marido; en esto has dicho la verdad.
Y ahora, el capuchino advirtió a la actriz italiana:
—Ese hombre está muy enfermo; le quedan pocos meses de vida y, si no le dejas, le harás morir en el pecado. Elige: o tu amor o su vida. Y ahora vete ya.
—¡Pero padre…! —suplicó ella.
—¿No pretenderás que encima te dé la absolución? —dijo él, indignado.
—¡Padre…! —insistió ella.
—¡Calla y reza! ¡Vete! —exclamó, cerrando de golpe la ventanilla de madera del confesonario.
Lea Padovani se marchó avergonzada de allí. Pero poco después regresó, arrepentida. Tras romper con el hombre al que amaba, recibió la absolución del Padre Pío, que la aceptó como hija espiritual suya. Falleció así convertida, en Roma, el 23 de junio de 1991.



CAMISA BLANCA PERO ALMA SUCIA

La popular actriz no constituía una excepción. Se calcula que el Padre Pío confesó a más de 500.000 personas a lo largo de su vida, dado que pasaba hasta dieciocho horas diarias en el confesonario.
A su paisano Beniamino Gigli, elegido en 2009 el mejor tenor del siglo XX y comparado por la crítica con el gran ruiseñor de todos los tiempos Enrico Caruso, le dejó anonadado la primera vez que, en pleno apogeo de su fama, viajó a San Giovanni Rotondo para conocer al capuchino del que tanto había oído hablar.
Aquel día Gigli lucía una camisa tan blanca como la nieve. En cuanto estuvo frente a él, el Padre Pío le enjaretó:
—Jovencito, cámbiate de camisa, anda. Te llamas Gigli, pero tú no eres precisamente un lirio [giglio, en italiano]. Tienes la camisa blanca pero tu alma está sucia.
Al oír esto, el tenor rompió a llorar y acabó hincándose de rodillas en el confesonario.
Desde entonces, Gigli se convirtió en su hijo espiritual y, siempre que podía, visitaba al Padre Pío en el convento para interpretarle el Ave María de Schubert y la popular canción napolitana Mamma, dedicada a todas las madres. El capuchino se deshacía en sollozos al escucharle, igual que un niño.



ZEFFIRELLI Y LAS CHICAS MILANESAS

El célebre director de cine Franco Zeffirelli tampoco se libró de vivir una experiencia sobrenatural con el Padre Pío. Sucedió en 1941, cuando Zeffirelli, entre cuyos filmes sobresaldrían los de Jesús de Nazaret, Romeo y Julieta y Hermano Sol, Hermana Luna, contaba tan solo dieciocho años.
Zeffirelli había hecho buenas migas con unas chicas milanesas, que escaparon de su casa dejando una simple nota a su familia. Soñaban con conocer al Padre Pío para confesarse con él y asistir a su Santa Misa.
Dejemos al propio Zeffirelli que nos introduzca en su increíble experiencia:

Estábamos arrodillados para recibir la Comunión, apoyados en una barandilla, cuando llegó el Padre Pío. Su aspecto era, incluso para mí, familiarizado ya entonces con el mundo del espectáculo, el de una criatura excepcional. Se movía muy rápidamente, de forma brusca, práctica, directa. Yo le seguía con mucha atención mientras él repartía la Comunión…

Y de repente, cuando llegó a la altura de la joven que permanecía arrodillada junto a Zeffirelli, el Padre Pío le negó la Comunión. Pasó delante de ella, como si tal cosa, y se la dio en cambio al futuro director de cine.
Al día siguiente, antes de la Misa, la chica acompañada de sus amigas, privadas también de la Comunión, tuvo el valor de preguntarle al capuchino por qué no se la había administrado. A lo que este repuso, rotundo: «Antes que nada, obediencia a los padres».
La joven lloró a lágrima viva, lo mismo que sus amigas. Corrieron enseguida hacia el teléfono para llamar a sus madres y pedirles perdón por haberse ausentado de casa sin permiso. Solo entonces el Padre Pío les impartió la Comunión.



«ME PARECÍA TENER ALAS»

El caso de Federico Abresch nos ilustra todavía más, si cabe, en la increíble capacidad del Padre Pío para penetrar en el santuario más íntimo de cada persona con el fin de curarla espiritual y corporalmente; y al mismo tiempo nos afianza en su don de conocer lo que ningún otro ser humano está en condiciones ni siquiera de vislumbrar.
Nacido en el seno de una familia protestante, Federico Abresch brindó el testimonio de su conversión en los años treinta a Alberto del Fante, otro antiguo laico tan rabioso como él, enemigo acérrimo de todo lo sobrenatural.
Más tarde, la publicista Maria Winowska tuvo oportunidad de conocerle también durante su visita a San Giovanni Rotondo.
En el caso de Federico Abresch fue la conversión del padre, o sea la de él, la que abrió al hijo el insospechado horizonte de su alma. Enseguida veremos por qué.
Abresch llegó a San Giovanni Rotondo en 1928. Había oído hablar de un fraile estigmatizado que hacía milagros. La curiosidad morbosa, unida al ánimo supersticioso de que pudiese curar a su esposa, pendiente de una delicada operación que podía impedirle ser madre, le condujeron finalmente hasta allí.
Aun siendo protestante por nacimiento, Federico Abresch acabó abrazando el catolicismo por estricta conveniencia social. La religión constituía así para él una simple máscara ante los demás. Huía del dogmatismo como del sacrificio. Amaba, por el contrario, las ciencias ocultas, el espiritismo. Cayó incluso en las garras de la magia y, más tarde, en las de la teosofía; temas sobre los que poseía una de las mejores bibliotecas privadas de su tiempo.
Entre tanto, para no contrariar a su piadosa mujer, se acercaba de vez en cuando a los sacramentos sin ninguna convicción.
Con semejante bagaje espiritual aterrizó aquel hombre en San Giovanni Rotondo. ¿Qué sucedió entonces?
Él mismo lo relataba así, de su puño y letra:

El primer contacto con el Padre Pío me dejó frío. Me habló secamente y con brevedad; sin el cariño que yo esperaba de él tras un viaje tan largo y penoso. Pese a todo, decidí confesarme.
Apenas me arrodillé, dijo que había callado pecados mortales en confesiones anteriores y quiso saber si procedía de buena fe. Yo le contesté que la confesión era para mí una acertada institución social, en cuyo carácter sacramental no creía. Luego, sin saber por qué, añadí: «Pero ahora, Padre, creo». Él permaneció en silencio un instante, tras el cual, con una expresión de indecible dolor, me dijo: «Estaba usted en la herejía y, por tanto, todas sus comuniones han sido sacrílegas. Es necesario que haga una confesión general. Examine a fondo su conciencia y recuerde su última confesión bien hecha. Jesús no fue tan misericordioso con Judas como lo está siendo con usted…». Clavándome una mirada gélida, añadió: «Sia lodato Gesú et Maria…» [Alabados sean Jesús y María].

El penitente permaneció un rato en la sacristía, consternado y meditabundo, mientras las palabras del confesor resonaban en su conciencia: «Recuerde su última confesión bien hecha…».
Recordaba, en efecto, que había sido bautizado de nuevo sub conditione tras convertirse al catolicismo. Poco después, hizo una completa confesión en la que manifestó todos los pecados cometidos desde la infancia.
Federico Abresch proseguía así con su relato:

Mi cabeza era una partida de ajedrez cuando el Padre Pío volvió a la sacristía: «Conque… ¿desde cuándo?» —inquirió.
Comencé a balbucear algo, pero él me cortó en seco: «Está bien; usted se confesó bien a su regreso de la luna de miel. Abandonemos pues todo lo anterior y comencemos desde entonces».
Yo estaba más muerto que vivo. Pero él no me dejó más tiempo para reflexionar. Con una nitidez y precisión sorprendentes, fue enumerándome todas las faltas acumuladas en tantos años. Me dijo incluso la cifra exacta de misas a las que había faltado. Recapitulados todos mis pecados mortales, valoró su gravedad y añadió en un tono que jamás olvidaré: «Lei ha sciolto un inno a Satana, mentre Gesù nel suo sviscerato amore si e rotto il collo per Lei» [Usted cantaba himnos a Satanás mientras que Jesús, en su entrañable caridad, se ha sacrificado por su amor].
Recibida la absolución, me sentí tan feliz y ligero que me parecía tener alas.

A Federico Abresch le faltó tiempo para llevar a su esposa enferma a San Giovanni Rotondo. Una vez allí, la señora Abresch mantuvo el siguiente diálogo con el Padre Pío:
—Padre, los tres doctores que he consultado coinciden en que debo operarme. Dígame usted qué puedo hacer…
—Pues haga lo que le dicen los médicos —repuso, diplomático, el capuchino.
La mujer rompió a llorar; luego, más calmada, añadió:
—¡Pero Padre, si hago eso no podré tener hijos nunca!
—Entonces, nada de hierros, niente ferri —advirtió él, levantando la mirada al Cielo—… Quedaría usted malparada para toda la vida.
La señora Abresch dejó luego constancia escrita de su precioso testimonio, igual que su marido. Dice así:

Regresé a Bolonia llena de alegría y esperanza. Desde aquel día, en efecto, cesaron mis hemorragias y desaparecieron para siempre todos los demás síntomas de mi enfermedad. Cuando, al cabo de dos años, mi marido visitó de nuevo al Padre Pío, éste vaticinó que tendríamos un niño. Cuál fue mi sorpresa al recibir este telegrama de San Giovanni Rotondo, que conservo en mi poder: «Felice più che mai, prepara corredo bimbo!» [«¡Nunca fuiste más feliz, prepara la canastilla!»]. Un año después, efectivamente, tuve un bebé. Fue un parto sin dolor pese a los pronósticos de los médicos, cuyo consejo abandoné bastante antes de mi embarazo. Tanto mi marido como yo, somos ahora felices, inmensamente felices.

Más tarde, el propio Federico Abresch proclamó entusiasmado a Maria Winowska, en San Giovanni Rotondo: «¡Ese niño es hoy sacerdote!… ¡El Padre Pío lo había vaticinado!».
Sin duda, las oraciones de sus padres influyeron decisivamente en aquella maravillosa vocación.



AGENTE INMOBILIARIO

Claro que, otras veces, el conocimiento del Padre Pío iba más allá de lo estrictamente intangible, como le sucedió a una señora perteneciente a una familia acaudalada de Cerignola, en la provincia de Foggia. La mujer decidió permanecer soltera, entregada por completo a Dios, y con el Padre Pío como director de su alma. Todo un lujo… espiritual.
En cuanto vio al capuchino, ella se quedó prendada de su aureola de santidad y decidió instalarse de por vida en los alrededores del convento de San Giovanni Rotondo. Como había percibido cierta cantidad de dinero de la herencia familiar, quiso destinar una parte a la compra de una modesta vivienda. Sucedió a finales de los años veinte, cuando el Padre Pío era aún joven y San Giovanni Rotondo no era, ni de lejos, el lugar santo visitado hoy por cerca de ocho millones de peregrinos cada año.
Entonces muy pocas personas conseguían llegar hasta la iglesita para confesarse con el Padre Pío y escuchar las inspiradas indicaciones del joven estigmatizado, pernoctando en la casa de algún alma hospitalaria con la que el capuchino se enfadaba mucho si le cobraba más de la cuenta, como ya sabemos también por el padre Amorth.
Uno de aquellos días, mientras paseaba junto al Padre Pío, ella se decidió a recabar su sabio consejo:
—Padre, me he enterado de que se vende una pequeña parcela frente a la puerta de la iglesita. ¿Puedo comprarla para construir una casa allí?
El Padre Pío caminaba en silencio, absorto en sus pensamientos.
—Dígame, Padre, ¿le parece bien? —insistió ella. Y el capuchino le endilgó:
Accàttle! Accàttle! [¡Cómpralo! ¡Cómpralo!] La mujer se sorprendió por aquella respuesta tan contundente. Le parecía muy extraño que el Padre Pío la animase de esa forma para adquirir un terreno perdido y remoto en aquella época.
—¿Y qué haré yo, Padre, con una casita en medio del bosque cuando usted ya no esté? —replicó. Como si divisase un parque de grúas en la lejanía, cuando en los alrededores solo había entonces campo, árboles y flores, el capuchino le profetizó en su dialecto:
Falla, falla… ca dop’è péggj! [¡Cómpralo y construye la casa!]. Cuando yo muera, aquí no cabrá ya ni un alfiler.
Y lo cierto es que aquel terreno acabó convirtiéndose con los años en el centro mismo de San Giovanni Rotondo.



LA PÉRDIDA DE LA FE

Pero no era oro todo lo que relucía…
—Sufría muchísimo por todos los pecadores —insiste don Gabriele Amorth, en alusión al Padre Pío, mientras permanece sentado a mi lado y frente a la talla de la Virgen de Fátima, como si no quisiera perderla de vista ni un solo instante durante nuestra conversación, en su sala romana de exorcismos.
Y añade, con ademán afligido:
—Buena parte de la sangre que brotaba de sus estigmas era consecuencia de las ofensas contra la Virgen, a la que amaba más que a ninguna otra criatura humana. Conocía sus palabras, sus secretos…
—¿Conocía el Tercer Secreto de Fátima…? —dejo escapar, para estimular su locuacidad.
Él asiente, pesaroso, con la cabeza. Y silabea:
—Te-rri-ble…
—¿Qué era tan terrible? —repito.
—El inmenso dolor que sentía por la pérdida de fe en la Iglesia. Había empezado ya a palparla con motivo del Concilio Vaticano II. Contemplaba entonces con enorme tristeza cómo algunas almas consagradas se despojaban de sus hábitos en un gesto de modernidad, mientras cada vez más sacerdotes frivolizaban también sobre la Eucaristía o dejaban de creer ya en la existencia del demonio; le dolía en el alma que se debilitase la devoción a la Santísima Virgen, el rezo del Santo Rosario, el mensaje de Fátima…
—Pobres sacerdotes…
—El demonio me ha repetido infinidad de veces: «¡Cómo me gustan los sacerdotes sin sotana, vestidos como el perfecto burgués! ¡Ah, cómo me gustan!».
—¿Y qué me dice del Vaticano, a diferencia de la Institución divina que es la Iglesia?
—Ciertamente —asiente don Gabriele—, el Vaticano tampoco se libra de las tentaciones del demonio. Se ha publicado un libro titulado Via col vento in Vaticano [El Vaticano contra Dios], escrito por un antiguo empleado del Vaticano que fue a la cárcel, donde se describen con todo lujo de detalles las indecencias allí cometidas. El autor, que ha pasado casi toda su vida en el Vaticano, asegura también que la mayoría de los que trabajan entre sus muros lo hacen para gloria de Dios pero, por si acaso, alguien se ha encargado de retirar el libro de los puntos de venta.
—Conozco ese libro. Lo he leído. Dice algunas verdades como puños —ratifico.
—En el Vaticano —observa el padre Amorth— son maestros consumados en hacer desaparecer ciertas cosas de la circulación. Fíjese, si no, cómo acabó la noticia de la muerte de los guardias suizos registrada allí. Se acusó falsamente a uno de ellos de estar detrás. La madre de ese joven intentó en vano llegar al fondo del asunto para restituir el buen nombre de su hijo. Pero cada vez que reivindicaba justicia, se topaba con una barrera infranqueable. Como digo siempre, donde hay personas humanas también hay defectos humanos. Existen en todas partes. También en el Vaticano, y no debe sorprendernos.



LA MASONERÍA EN LA IGLESIA

—¿El poder de la masonería es cada vez más influyente allí? —interrogo al exorcista—. Antes recordábamos cómo el Padre Pío, ya en 1913, denunciaba la existencia de esa terrible carcoma en las mismas entrañas de la Iglesia…
—¡Cómo han cambiado las cosas desde Clemente XII! —se lamenta don Gabriele, mientras se mordisquea el labio inferior y enarca las cejas, poniendo cara de pocos amigos—. Su bula declarando la excomunión de la masonería, en pleno siglo XVIII, nada tiene que ver ya, por desgracia, con el artículo publicado por un jesuita en la revista Civiltà Cattolica, a principios de los años setenta del siglo XX, intentando conciliar el catolicismo con la masonería. ¡Vaya locura…!
—Giovanni Caprile, creo que se llama el autor —indico.
—Sí, Caprile —confirma él—. Hay que leer al bondadoso de Caprile defendiendo lo indefendible en su artículo: ¡Que los católicos puedan pertenecer a logias masónicas si se respetan sus principios morales y doctrinales! ¡Como si la masonería comulgase con la doctrina de Cristo! ¡Qué despropósito es ese, por Dios! —vocifera, indignado, el padre Amorth, haciendo honor a su condición de temible exorcista.
Admito que la presencia de la masonería en la Iglesia es un tema que me fascina, pero a la vez me produce una gran inquietud y un irrefrenable rechazo.
—¿Es cierto —pregunto al padre Amorth, hundiendo de nuevo el dedo en la llaga— que Montini asignó las finanzas del Instituto per le Opere di Religione, fundado por su antecesor Pío XII, a Michele Sindona, Roberto Calvi y Licio Gelli, de la Logia Propaganda 2?
—Es un hecho contrastado, sí —asevera él—. Pero le diré más: ¿Recuerda las fotografías de Juan Pablo II que publicó la prensa tras el atentado de 1981?
—Como para olvidarlas —comento yo, sacudiendo la mano—: se veía al Pontífice en una postura inédita, en traje de baño, y de pie en la escalerilla de la piscina de Castel Gandolfo. Parecer ser que la policía las halló entre los efectos personales del turco Alí Agca, según se cuenta en el libro El Vaticano contra Dios.
—Dijeron entonces que Licio Gelli, apodado «el hombre de las mil caras», había pagado una fortuna a un empleado del Vaticano para que tomase las instantáneas aquel verano. Pero lo peor de todo no fue eso, sino lo que al parecer dijo luego Gelli a un hermano suyo de la logia: «Si es posible hacerle esa fotografía al Papa, imagínate lo fácil que debe de ser pegarle un tiro».
—¿Usted cree eso?
—Ni lo creo, ni dejo de creerlo.
—El libro El Vaticano contra Dios —corroboro yo— desvela también extremos insospechados y brinda reflexiones que explicarían el paulatino auge de las logias en el interior de la sede de Pedro. Me refiero, en concreto, al cambio de estrategia de la masonería vaticana: del enfrentamiento abierto contra la Iglesia Católica en el siglo XIX, a la infiltración en la cúpula vaticana desde principios del veinte, tal y como alertaba el Padre Pío.
—¿Y para qué ir contra Dios cuando todo se puede hacer sin Dios? Esa es su lógica —observa don Gabriele.
—Una lógica —puntualizo yo— inspirada en el modelo del mundo, para hacer parecer de lo más normal la aplicación en la Iglesia de los más bajos instintos humanos, en nombre del materialismo ateo.
—En el libro se explica muy bien —afirma Amorth— todo el proceso de captación de sacerdotes diocesanos o religiosos para las logias masónicas. Lo mismo da. Deben de ser jóvenes brillantes intelectualmente y con habilidad para comunicarse. Es muy importante que al principio no sospechen la existencia del complot masónico para embaucarles. Así, con exquisito tiento e infinita paciencia, se les adula en encuentros que parecen fortuitos hasta recurrir finalmente al ofrecimiento de favores emanados de obispos, cardenales, embajadores y hasta de ministros, tentándoles con inmejorables perspectivas en su carrera eclesiástica.
—Todo de forma muy ladina —advierto.
—¡Claro! Así, una vez infiltrado en su ambiente eclesiástico, el nuevo masón deberá desprestigiar, si fuera necesario, a los prelados más íntegros y honestos, tildándoles de falsos e hipócritas. ¡Ah… si San Pío X levantase la cabeza…! —suspira don Gabriele—. El Papa lo denunció todo con absoluta claridad en su encíclica Pascendi Dominici Gregis [«De la alimentación del rebaño del Señor»], alertando sobre la infiltración de la masonería en la Iglesia.
Permítame el lector que haga ahora un breve inciso para transcribir el primer punto de esa encíclica a la que aludía el padre Amorth. Publicada el 8 de septiembre de 1907, dice así:
Pero es preciso reconocer —avisaba ya San Pío X— que en estos últimos tiempos ha crecido, en modo extraño, el número de los enemigos de la cruz de Cristo, los cuales, con artes enteramente nuevas y llenas de perfidia, se esfuerzan por aniquilar las energías vitales de la Iglesia, y hasta por destruir totalmente, si les fuera posible, el Reino de Jesucristo.
Guardar silencio no es ya decoroso, si no queremos aparecer infieles al más sacrosanto de nuestros deberes, y si la bondad de que hasta aquí hemos hecho uso, con esperanza de enmienda, no ha de ser censurada ya como un olvido de nuestro ministerio. Lo que sobre todo exige de Nos que rompamos sin dilación el silencio es que hoy no es menester ya ir a buscar a los fabricantes de errores entre los enemigos declarados: se ocultan, y ello es objeto de grandísimo dolor y angustia, en el seno y gremio mismo de la Iglesia, siendo enemigos tanto más perjudiciales cuanto lo son menos declarados.
Hablamos, venerables hermanos, de un gran número de católicos seglares y, lo que es aún más deplorable, hasta de sacerdotes, los cuales, so pretexto de amor a la Iglesia, faltos en absoluto de conocimientos serios en filosofía y teología, e impregnados, por el contrario, hasta la médula de los huesos, con venenosos errores bebidos en los escritos de los adversarios del catolicismo, se presentan, con desprecio de toda modestia, como restauradores de la Iglesia, y en apretada falange asaltan con audacia todo cuanto hay de más sagrado en la obra de Jesucristo, sin respetar ni aun la propia persona del Divino Redentor, que con sacrílega temeridad rebajan a la categoría de puro y simple hombre.



EL DEMONIO NO SE TOMA VACACIONES

—No hay duda de que Satanás —comento a don Gabriele— es el mayor habilidoso en hacer parecer bueno lo malo, y viceversa. Por cierto, ¿son los casos de pederastia en la Iglesia obra también del diablo?
—Sin la menor duda —proclama él—. Son pecados gravísimos, y donde está el pecado se halla siempre el diablo. Nadie como él conduce al hombre a la perdición sin que este repare muchas veces en cómo le incita a cometer el mal. De hecho, quienes caen en la tentación no suelen creer en la existencia del demonio. Al ser este una realidad invisible, no tiene cabida en un mundo donde solo se cree en aquello que puede analizarse a la vista del microscopio. De modo que ángeles, demonios, infierno o paraíso son realidades intangibles en las que cada cual es muy libre de creer o no.
—Disculpe que insista sobre el Tercer Secreto de Fátima: ¿El Padre Pío lo relacionaba entonces con la pérdida de fe en la Iglesia?
Don Gabriele frunce las cejas y adelanta el mentón. Parece muy afectado.
—En efecto —asiente—. Cierto día, el Padre Pío me dijo muy compungido: «¿Sabes, Gabriele? Es Satanás quien se ha introducido en el seno de la Iglesia y dentro de no mucho tiempo llegará a gobernar una falsa Iglesia».
—¡Dios mío! ¡Una especie de Anticristo! ¿Cuándo le profetizó eso? —inquiero.
—Debió de ser hacia 1960, pues yo entonces ya era sacerdote.
—¿Por eso tenía tanto pánico Juan XXIII a publicar el Tercer Secreto de Fátima, no fuera a pensar la gente que el antiPapa o lo que fuese era él…?
Una ligera sonrisa de complicidad curva los labios del padre Amorth.
—¿Le comentó algo más el Padre Pío sobre futuras catástrofes: terremotos, inundaciones, guerras, epidemias, hambre…? ¿Aludió a las mismas plagas profetizadas en las Sagradas Escrituras?
—A él no le importaba nada de eso, por muy pavoroso que resultase, sino la gran apostasía dentro de la Iglesia. Este era el tema que realmente le atormentaba y por el que oraba y ofrecía gran parte de su sufrimiento, crucificado de amor.
—¿El Tercer Secreto de Fátima?
—Exacto.
—¿Hay alguna forma de evitar algo tan terrible, don Gabriele?
—La esperanza existe, pero de nada sirve si no va acompañada de obras. Empecemos por consagrar Rusia al Inmaculado Corazón de María, recemos el Santo Rosario, pongámonos todos a hacer oración y penitencia…
—Pero no parece, por desgracia, que la humanidad vaya por ese camino, sino justo por el contrario. En este sentido, ¿la crisis económica mundial es obra también de Satanás?
—El origen último de la crisis es la ausencia de Dios. Satanás ha conseguido que el hombre reniegue de Él a todos los niveles: primero en su corazón, a título individual; y luego en la sociedad, renunciando a sus raíces cristianas y a todos los símbolos que nos recuerdan a Jesucristo, como el crucifijo.
—Y renegando de Dios, no resulta extraño que se imponga el diablo, quien, a fin de cuentas, persigue nuestra destrucción. ¿No es así?
—En Italia, por ejemplo, desde que se aprobó la ley del aborto se han perpetrado más de ocho millones de asesinatos legales, sin contar los clandestinos. Los jóvenes que ahora trabajan son sensiblemente inferiores en número a los jubilados que perciben una pensión y otras ayudas públicas. La población ha envejecido por culpa del aborto, malográndose generaciones enteras de ciudadanos que habrían podido existir contribuyendo al desarrollo futuro de la nación.
—¿Hay líderes políticos que siguen al pie de la letra sus consignas?
—Satanás tienta hacia el mal a todo tipo de líderes: políticos, económicos, deportivos o de la propia Iglesia. Tienta a todos los que ostentan cargos de responsabilidad. El poder de Satanás se extiende a organizaciones que controlan el mundo, como la masonería, donde él tiene mucha influencia. La masonería manda en Italia y en España. El diablo se sirve de estas organizaciones, pero también de cada individuo, al que tienta continuamente para apartarle de Dios haciéndole caer en el pecado para conducirle inexorablemente al infierno. Nadie absolutamente se libra de sus tentaciones. Ni siquiera Jesús, mientras estuvo en la tierra; ni tampoco la Virgen María, desde su nacimiento hasta su asunción al Cielo.
—¿Está entonces hoy el diablo más activo que nunca?
—Desde luego. Pero no porque él sea más fuerte que antes, sino porque se le abren más puertas para entrar. Cada día, más gente que no cree en Dios se entrega a las supersticiones, frecuenta a magos y cartománticos, participa en sesiones de espiritismo o ingresa en sectas satánicas donde se celebran misas negras y consagraciones a Satanás. He quemado algunas de esas consagraciones escritas con sangre, que decían: «Satanás, me consagro a ti. Soy tuyo en la vida, en la muerte, en la eternidad. Dame, dame, dame. Dame dinero, dame éxito, dame placer…». Y Satanás, que no se anda con bromas, toma posesión de todos esos infelices…






10


LA CARTA


Pero había una diferencia con un verdadero Santo Padre, la mirada de demonio, este tenía los ojos del mal.
LUCIA DE FÁTIMA


En agosto de 2016, recibí un mensaje anónimo en la «carpeta spam» del correo electrónico de mi página web. Ignoro por qué razón, salvo la estrictamente providencial, decidí perdonarle la vida en lugar de triturarlo —tecnológicamente hablando, se entiende—, como suelo hacer con todos aquellos mensajes cuyos remitentes eluden dar la cara.
Pude comprobar así, poco después, que el asunto estaba en blanco, lo mismo que el texto; tan solo había un documento adjunto que no tardé en abrir, tras vencer la vacilación inicial por temor a que alguien pretendiese infectar mi correo inoculándole un virus informático.
Se trataba de la reproducción de un documento manuscrito, redactado en portugués. Pese a no leer ni escribir correctamente en ese idioma, reparé enseguida en que era un texto sobre las apariciones de Fátima. Con paciencia y la ayuda de una lupa, conseguí transcribirlo completo en mi cuaderno de trabajo.



EL TEXTO ORIGINAL

Dice literalmente así, primero en portugués:

JMJ Tuy, 1/4/1944

Agora vou revelar o terceiro fragmento do segredo; esta parte é a apostasia na Igreja!
Nossa Senhora mostrou nos uma vista do um indivuo que eu descrevo como o «santo Padre», em frente de uma multitud que estaba louvando-o.
Mas había uma diferença com um verdadeiro santo Padre, o olhar do demonio, êste tinha os olhos do mal.
Entaô depois de algums momentos vimos o mesmo Papa entrando a uma Igreja, mas esta Igreja era a Igreja do inferno, naô ha modo para descrever uma fealdade d’ese lugar, parecia como uma fortaleza feita de cimento cinzento com ângulos quebrados e janelas semelhantes a olhos, tinha um bico no telhado do edificio.
Em seguida levantamos a vista para Nossa Senhora que nos disse Vistes a apostasía na Igreja, esta carta posse ser aberta por O santo Padre, mas deve ser anunciada depois de Piu XII e antes de 1960.
No reinado de Juan Pablo II a pedra angular da tumba de Pedro deve ser removida e transferida para Fatima.
Porque o dogma da fe naô é conservado em Roma, sua autoridade será removida e entregada a Fatima.
A catedral de Roma deve ser destruida e uma nova construida em Fatima.
Se 69 semanas depois de que esta ordem é anunciada Roma continua sua abominaçaô a cidade será destruida.
Nossa Senhora disse nos que esto está escrito, Daniel 9, 24-25 e Mateus 21, 42-44.

Me faltó tiempo, como es natural, para recabar los impagables servicios de un traductor nativo que ya me había ayudado durante la composición de otros trabajos míos anteriores. Le insistí para que tradujese, palabra por palabra y con la mayor exactitud posible, el contenido del misterioso documento.



LA TRADUCCIÓN

He aquí, ahora, la transcripción tal y como él me la envió:

JMJ Tuy, 1/4/1944

Ahora voy a revelar el tercer fragmento del secreto; ¡esta parte es la apostasía en la Iglesia!
Nuestra Señora nos mostró una visión de un individuo que yo describo como el «Santo Padre», ante una multitud que estaba alabándolo.
Pero había una diferencia con un verdadero Santo Padre, la mirada de demonio, este tenía los ojos del mal.
Entonces, después de algunos momentos, vimos al mismo Papa entrando en una Iglesia, pero esta Iglesia era la Iglesia del infierno, no hay modo de describir la fealdad de ese lugar, parecía como una fortaleza hecha de cemento gris, con los ángulos rotos y las ventanas parecidas a ojos, tenía un pico en el tejado del edificio.
Enseguida levantamos la vista hacia Nuestra Señora que nos dijo visteis la apostasía en la Iglesia, esta carta puede ser abierta por el Santo Padre, pero debe ser anunciada después de Pío XII y antes de 1960.
En el reinado de Juan Pablo II la piedra angular de la tumba de Pedro debe ser removida y trasladada a Fátima.
Porque el dogma de fe no es conservado en Roma, su autoridad será removida y entregada a Fátima.
La catedral de Roma debe ser destruida y una nueva construida en Fátima.
Si 69 semanas después de que esta orden sea anunciada, Roma continúa su abominación, la ciudad será destruida.
Nuestra Señora nos dijo que esto está escrito, Daniel 9, 24-25 y Mateo 21, 42-44.

Además de sentir mi garganta anudada por completo, tras verificar el terrible contenido que ya barruntaba, me asaltaron multitud de interrogantes: ¿Realmente acababa de leer el Tercer Secreto de Fátima o se trataba de una burda falsificación? ¿Pretendía acaso alguien desconocido tenderme una trampa diabólica, asestando un duro golpe a mi prestigio profesional para impedir que prosiguiese con la misión de dar a conocer al Padre Pío por cada rincón de España? ¿No había revelado ya el Vaticano, en el año 2000, el Tercer Secreto de Fátima? ¿Qué pintaba entonces aquel enigmático documento en el correo electrónico de mi página web?…



EL INFORME CALIGRÁFICO

Antes de nada, me propuse confirmar si aquel texto era apócrifo o si, por el contrario, había sido redactado por la misma mano de Lucia de Fátima. Debo reconocer que no fue tarea fácil contratar los servicios de un perito calígrafo que estuviese dispuesto a confirmar que la letra del documento era o no en verdad la de la religiosa, para lo cual se requería analizarla en comparación con algún escrito reconocido suyo; ni mucho menos fue sencillo que el profesional en cuestión aceptase que su informe, con independencia del resultado, se publicase en un libro de gran difusión con su nombre y apellidos.
El trabajo no consistía así en realizar una comprobación caligráfica de puro trámite, como las que se ventilan a veces en los juzgados, sino en dar carta de naturaleza a un documento que podía cuestionar la versión oficial sobre Fátima dejando en evidencia al Vaticano sobre un asunto tan peliagudo como el Tercer Secreto.
Tras no pocas vicisitudes, logré que Begoña Slocker de Arce, perito calígrafo de los tribunales de justicia en activo, accediese finalmente a elaborar el informe y sobre todo, como digo, a permitir que se publicase por primera vez en un libro.
Conocía ya a esta profesional de reconocido prestigio desde principios de 2010, cuando le encargué un informe grafológico sobre el entonces presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, para mi libro Las mentiras de ZP, convertido en un gran best-seller de la editorial Plaza y Janés.
Debo reconocer que ella hizo entonces un trabajo magnífico, analizando las «capacidades intelectuales», la «voluntad» y «la personalidad» de Rodríguez Zapatero a través del estudio escrupuloso de su caligrafía.
Pero aquel informe, aun siendo comprometido, pues vio la luz mientras Rodríguez Zapatero era aún presidente del Gobierno, podía considerarse «cosa de niños» comparado con el que ahora le pedía a ella que hiciese.
Convencí finalmente a Begoña Slocker, perito calígrafo dirigida por el profesor Francisco Álvarez, coronel exjefe de la Jefatura de Investigación y Criminalística de la Guardia Civil, para que acometiese este segundo encargo mucho más difícil y arriesgado que el primero. Alabo ahora, en honor a la justicia, su rigor, honestidad y arrojo profesionales para llevarlo a cabo.
Permítame el lector que insista en que no se trata de una profesional cualquiera, sino de un perito calígrafo reconocida como tal por la Sociedad Española de Grafología, dirigida por el profesor Mauricio Xandró, y diplomada en Pericia Caligráfica por la Universidad Autónoma de Barcelona.
Desde el principio, no quise condicionar el trabajo de esta profesional con más de veinte años de experiencia, limitándome a proporcionarle el material que ella me pidió sin darle ninguna otra explicación sobre las apariciones de Fátima. Así pues, además del documento recibido en mi correo electrónico («documento dubitado», en lenguaje técnico), le entregué copia de las dos cuartillas correspondientes al Primero y Segundo Secretos de Fátima («documento indubitado»).
Su cometido consistía en demostrar que tanto el «documento dubitado», como el «indubitado», habían sido escritos o no por la misma mano; en este caso, la de Sor Lucia.
El estudio, como explica muy bien su propia autora en el Anexo a estas mismas páginas, donde se reproducen los veinticuatro folios de que consta, requirió una labor muy meticulosa y paciente.

En primer lugar —advierte Begoña Slocker—, se han examinado todos los documentos que figuran a continuación, en las páginas de las ilustraciones, con lupas normales de 5-15X, a fin de determinar la conformación de sus rasgos, puntos de ataque (rasgo inicial) y puntos de escape (rasgo final), uniones, recorrido, etc., contenidos en los escritos, cuyo seguimiento y examen panorámico se logra mejor con estas lupas sencillas de poco aumento.

La perito recurrió a continuación a realizar ampliaciones de los documentos por medio de un escáner Canon con objeto de efectuar cotejos y poder identificar la autoría.

Mediante el negatoscopio [dispositivo que permite observar los documentos a través de un sistema de iluminación por transparencia del negativo colocado ante un vidrio esmerilado] —agrega Slocker— se han seguido los trazos, uniones y cierres, que son las partes que van a mostrar con bastante seguridad la mano autora, pues se examina cada trazo, rasgo, unión y oscilación, al mismo tiempo en los originales indubitados y también en las letras o rasgos que ofrecen dudas y gracias a ello se aportan datos importantes en el informe.
A través del Truescan [dispositivo que ayuda a combatir la falsificación o alteración de documentos de alta seguridad] podemos ver 20 veces en aumento con señal de vídeo compuesto a colores estándar CCIR50Hz; 1 Vpp; 75 ohms PAL380 TV lines. Resolución de 628x582 píxel.

Pero, al margen de tecnicismos, la mayoría de ellos incomprensibles para el profano en la materia, lo que nos interesa de verdad es la conclusión a la que llega Begoña Slocker en su informe fechado el 8 de diciembre de 2016, festividad de la Inmaculada Concepción de María.
Y la conclusión no puede ser más rotunda y esclarecedora que esta:

A la vista de los hallazgos anteriormente expuestos —asevera ella—, se puede determinar que, tras un análisis exhaustivo, existen elementos cualitativos y cuantitativos de que:
El documento dubitado aquí referenciado como Tercera Parte no revelada del Secreto de Fátima ha sido realizado por la misma mano que el documento indubitado correspondiente a la Primera y Segunda Parte del Secreto de Fátima, redactado de puño y letra por Sor Lucia dos Santos en su Tercera Memoria del 31 de agosto de 1941.

Aun así, en prueba de su honestidad y rigor profesionales, Begoña Slocker, directora del reputado Centro Grafológico Slocker, hace constar lo siguiente:

Este dictamen se ha efectuado con la mayor objetividad posible, tomando en consideración tanto lo que pueda favorecer como lo que sea susceptible de causar perjuicio a cualquiera de las partes y conozco las sanciones penales en las que podría incurrir si incumpliese mi deber como perito.

¿Se puede asegurar esto mismo, en un documento público, sin estar persuadido por completo de la veracidad de una conclusión que afecta a un asunto de tanta enjundia?



UNA EPÍSTOLA DE 24 LÍNEAS

Una vez traducido el documento y verificada su autenticidad por la perito calígrafo, me dispuse a poner negro sobre blanco la estructura y el significado de aquel texto en apariencia tan confuso. Recabé para esta nueva y difícil misión la ayuda de dos significados teólogos, cuya identidad, por petición expresa de ambos, mantengo ahora en el más estricto anonimato por razones de discreción que el lector comprenderá fácilmente.
Advirtamos primero los argumentos que validarían la supuesta parte no revelada del Tercer Secreto de Fátima, antes de ahondar en la explicación de las piezas fundamentales que lo integran para intentar armar finalmente el puzle completo.
Observemos que el texto legitimado por Begoña Slocker coincide en su extensión con la facilitada en su día por monseñor João Pereira Venancio, Obispo de Leiria-Fátima, quien, como ya sabemos, antes de entregar el Tercer Secreto en la Nunciatura Apostólica de Lisboa tuvo oportunidad de examinar a contraluz el contenido del sobre lacrado. Apreció así monseñor Venancio que la hoja escrita por Lucia contenía entre veinte y veinticinco renglones, en lugar de las sesenta y dos líneas del mensaje publicado en el año 2000. Pues bien, el documento analizado ahora consta de veinticuatro renglones exactamente.
Hagamos notar también que este nuevo escrito atribuido por el perito calígrafo a Lucia tiene la misma estructura que una carta, dirigida en este caso al Obispo José Alves Correia da Silva, quien, como también conocemos, tuvo la precaución de pedirle a Lucia que pusiese por escrito el Tercer Secreto por temor a que se lo llevase consigo a la tumba, como consecuencia de la grave enfermedad que entonces padecía: «Ahora voy a revelar el tercer fragmento del secreto; ¡esta parte es la apostasía en la Iglesia!…», comunica, supuestamente Lucia, al prelado de Leiria con el estilo propio de una epístola.
Recordemos, a este propósito, lo que ya advertíamos en el capítulo séptimo al incidir en que monseñor Venancio se había referido a esa única hoja como una «carta», de lo cual daban fe también el sacerdote holandés Humberto Jongen, el cardenal Cerejeira, patriarca de Lisboa, e incluso Loris Capovilla, que empleó hasta cuatro veces el término «carta» en una entrevista concedida en 1991 para referirse al Tercer Secreto de Fátima.
Estamos en condiciones de advertir también que la estructura formal de este texto desconocido hasta ahora coincide plenamente con la empleada en las otras dos partes del Secreto ya reveladas, con las cuales se ha comparado caligráficamente para constatar que han sido redactadas por la misma mano de Lucia. El planteamiento, nudo y desenlace de una novela se adaptan ahora, en el caso que nos ocupa, a la introducción, explicación y conclusión que conforman el texto completo de la carta.
Lucia escribe así en este nuevo documento: «Ahora voy a revelar el tercer fragmento del secreto»; y en el primer secreto revelado desliza una frase muy parecida: «… El secreto consta de tres partes distintas, de las cuales voy a revelar dos…». Se repite, pues, «voy a revelar».
Pero es que, a la hora de describir el infierno en la primera parte del secreto, Lucia emplea la misma fórmula que en la del tercero no revelado supuestamente:

Nuestra Señora —escribe— nos mostró un gran mar de fuego que parecía estar debajo de la tierra…

Compare ahora el lector la frase con esta otra:

Nuestra Señora nos mostró una visión de un individuo que yo describo como el «Santo Padre», ante una multitud que estaba alabándolo.

Se repite, una vez más, «Nuestra Señora nos mostró».
La coherencia de estilo entre las dos partes reveladas del secreto y esta tercera que ahora desvelamos es así absoluta y, como ya sabemos, la caligrafía es también idéntica.
Reseñemos otro dato esencial: la descripción terrorífica de Lucia refleja los cambios radicales manifestados en la Iglesia desde la celebración del Concilio Vaticano II, algunos de los cuales ya abordábamos en la entrevista con el padre Amorth; no hay duda de que gran parte de esta crisis de fe, auspiciada por «el humo de Satanás», en palabras de Pablo VI, podría haberse evitado si se hubiese dado a conocer el Tercer Secreto en 1960, antes de la celebración del Concilio Ecuménico, tal y como pedía la Virgen de Fátima.



«LA TERCERA CAMPANADA»

Me resisto a pasar por alto en este momento oportuno la carta profética que San Josemaría Escrivá de Balaguerdirigió a los miembros del Opus Dei el 14 de febrero de 1974, un año antes de su muerte en Roma, la cual está en clara sintonía con lo que acabo de señalar.
Titulada La Tercera campanada, algunos de sus párrafos invitan, y mucho, a la reflexión al cabo de más de cuarenta años, en línea con el Tercer Secreto de Fátima. La carta, pese a su extensión, no tiene desperdicio.
Juzgue, si no, el lector:
[…] Mirad que el demonio —advertía San Josemaría ya entonces— pretende engañar y sugestiona, argumentando que tal o cual detalle no lesiona ni la fe ni el camino y, si uno se deslizara por esos pequeños abandonos, acabaría perdiendo el camino y la fe. Atentos, hijas e hijos de mi alma, que el diablo no para, y todos arrastramos concupiscencias y pasiones.
En esta última decena de años, muchos hombres de Iglesia se han apagado progresivamente en sus creencias. Personas con buena doctrina se apartan del criterio recto, poco a poco, hasta llegar a una lamentable confusión en las ideas y en las obras. Un desgraciado proceso, que partía de una embriaguez optimista por un modelo imaginario de cristianismo o de Iglesia que, en el fondo, coincidía con el esquema que ya había trazado el modernismo. El diablo ha utilizado todas sus artes para embaucar, con esas utopías heréticas, incluso a aquellos que, por su cargo y por su responsabilidad entre el clero, deberían haber sido un ejemplo de prudencia sobrenatural.
Resulta muy significativo que —quienes promovían todo este fenómeno de desmejoramiento— solían escamotear las exigencias cristianas de reforma personal, de conversión interior, de piedad; para abandonarse, con un obsesivo interés, a denunciar defectos de estructura. Entraban ganas de clamar, con el profeta, scindite corda vestra et non vestimenta vestra (Ioel II, 13): ¡basta de comedias hipócritas!: a confesar los propios pecados, a tratar de mejorar cada uno, a rezar, a ser mortificados, para ejercitar una auténtica caridad cristiana con todos.
Hijos míos, curaos en salud y no condescendáis. El demonio anda rondando tamquam leo rugiens circuit (I Petr. V, 8): como un león inquieto, y espera que hagáis la mínima concesión, para dar el asalto al alma: a la entereza de vuestra fe, a la delicadeza de vuestra pureza, al desprendimiento de vosotros mismos y de los bienes terrenales, al amor de las cosas pequeñas.



ROSARIO DE PROFECÍAS

¡Qué proféticas palabras del fundador del Opus Dei, como las del Padre Pío y las de tantos otros grandes santos de la Iglesia!
La propia Virgen ya advirtió, en La Salette, que «Roma perderá la fe y será la sede del Anticristo». Y muchos años después, entre 1973 y 1975, volvió a aparecerse en Akita (Japón), según reconoció la propia Iglesia, para lanzar este otro mensaje apocalíptico:

Rezad mucho por el Papa, los Obispos y los sacerdotes… La oración, penitencia y sacrificio valientes pueden suavizar la cólera del Padre.

El Papa León XIII, en su exorcismo, no pudo ser más claro tampoco:

Donde fueron establecidas la Sede de San Pedro y la Cátedra de la Verdad como luz para las naciones, ellos han erigido el trono de la dominación de la impiedad, de suerte que, golpeado el Pastor, pueda dispersarse la grey.

Por no hablar de la profecía de la monja canonesa agustina Ana Catalina Emmerick, beatificada por Juan Pablo II en octubre de 2004, y recogida por su amanuense Clemente Brentano, que tanto recuerda a la visión que supuestamente nos proporciona ahora Lucia en la tercera parte del Secreto no revelado:

Este Papa se esconderá y la gente no sabrá dónde está. Surgirá una Iglesia falsa y perversa. Aparecerá el Anticristo y perseguirá a los católicos; también desaparecerá la presencia eucarística de la Iglesia. La tierra quedará desolada y en ruinas. Habrá luchas y batallas por doquier. Sin embargo, doce nuevos apóstoles obrarán el bien. Finalmente, la Virgen y los suyos vencerán. Aparecerán un nuevo Papa y la Nueva Jerusalén.

La monja estigmatizada alemana aludía así a la «Iglesia de la oscuridad», edificada por los destructores de la Doctrina de Cristo «para el bien de todos», cuyo «peligro está en su inocencia aparente», sin que el pueblo fiel pueda por tanto reparar en ello para que muchos cristianos sean engañados e inducidos al error.
Entre tanto, la religiosa advertía sobre un falso ecumenismo:

Vi todo lo que respecta al protestantismo tomar cada vez más poder, y la religión [católica] caer en decadencia completa… Había en Roma, incluso entre los prelados, muchas personas de sentimientos poco católicos que trabajaban para el éxito de este asunto [la fusión de las iglesias].
¡Y este plan —insistía Emmerick— tenía, en Roma misma, a sus promotores entre los prelados!… Ellos construían una gran iglesia, extraña y extravagante; todo el mundo tenía que entrar en ella para unirse y poseer allí los mismos derechos; evangélicos, católicos, sectas de todo tipo: lo que debía ser una verdadera comunión de los profanos donde no habría más que un pastor y un rebaño.
Vi también en Alemania —agregaba ella— a eclesiásticos mundanos y protestantes iluminados manifestar deseos y formar un plan para la fusión de las confesiones religiosas y para la supresión de la autoridad papal… Tenía que haber también un Papa pero que no poseyera nada y fuera asalariado. Todo estaba preparado de antemano y muchas cosas estaban ya hechas: pero en el lugar del altar no había más que desolación y abominación.
Los sacerdotes —a quienes Jesús, recordemos, llamaba «carniceros» en la visión que tuvo el Padre Pío, descrita en el primer capítulo— dejaban que se hiciese cualquier cosa y decían la Misa con mucha irreverencia… Vi muy a menudo a Jesús mismo cruelmente inmolado sobre el altar por la celebración indigna y criminal de los santos misterios. Vi ante los sacerdotes sacrílegos la Santa Hostia reposar sobre un altar como un Niño Jesús vivo que ellos cortaban en pedazos con la patena y que martirizaban horriblemente. Su Misa, aunque en ella se llevaba a cabo realmente el santo sacrificio, me parecía como un horrible asesinato… No quedaba apenas más que un pequeño número de sacerdotes que no estuviesen seducidos.

Otra de las grandes profecías es, sin duda, la de San Francisco de Asís, quien, poco antes de morir, reunió a sus discípulos para advertirles de los problemas venideros con estas tremendas palabras:

Sean fuertes, mis hermanos, tomen fuerza y crean en el Señor. Se acerca el tiempo en el que habrá grandes pruebas y tribulaciones; abundarán perplejidades y disensiones, tanto espirituales como temporales; la caridad de muchos se enfriará, y la malicia de los impíos se incrementará.
Los demonios tendrán un poder inusual; la pureza inmaculada de nuestra Orden y de otras se oscurecerá en demasía, ya que habrá muy pocos cristianos que obedecerán al verdadero Sumo Pontífice y a la Iglesia Romana con corazones leales y caridad perfecta. En el momento de esta tribulación un hombre, elegido no canónicamente, se elevará al Pontificado y con su astucia se esforzará por llevar a muchos al error y a la muerte.
Entonces, los escándalos se multiplicarán, nuestra Orden se dividirá, y muchas otras serán destruidas por completo, porque se aceptará el error en lugar de oponerse a él.
Habrá tal diversidad de opiniones y cismas entre la gente, entre los religiosos y entre el clero, que, si esos días no se acortaren, según las palabras del Evangelio, aun los escogidos serían inducidos a error, si no fuere que serán especialmente guiados, en medio de tan grande confusión, por la Infinita Misericordia de Dios.
Entonces, nuestra Regla y nuestra forma de vida serán violentamente combatidas por algunos, y vendrán terribles pruebas sobre nosotros. Los que sean hallados fieles recibirán la corona de la vida, pero ¡ay de aquellos que, confiando únicamente en su Orden, se dejen caer en la tibieza!, porque no serán capaces de soportar las tentaciones permitidas para prueba de los elegidos.
Aquellos que preserven su fervor y se adhieran a la virtud con amor y celo por la verdad, han de sufrir injurias y persecuciones; serán considerados como rebeldes y cismáticosporque sus perseguidores, empujados por los malos espíritus, dirán que están prestando un gran servicio a Dios mediante la destrucción de hombres tan pestilentes de la faz de la tierra. Pero el Señor ha de ser el refugio de los afligidos, y salvará a todos los que confían en Él.
Y para ser como su Cabeza, estos, los elegidos, actuarán con esperanza, y por su muerte comprarán para ellos mismos la vida eterna; eligiendo obedecer a Dios antes que a los hombres, ellos no temerán nada, y han de preferir perecer antes que consentir en la falsedad y la perfidia.
Algunos predicadores mantendrán silencio sobre la verdad, y otros la hollarán bajo sus pies y la negarán. La santidad de vida se llevará a cabo en medio de burlas, proferidas incluso por aquellos que la profesarán hacia el exterior, pues en aquellos días Nuestro Señor Jesucristo no les enviará a estos un verdadero Pastor, sino un destructor.»



EL COTEJO

Compare ahora el lector esta profecía de San Francisco y las restantes con la presunta parte no revelada del Tercer Secreto:

Nuestra Señora nos mostró una visión de un individuo que yo describo como el «Santo Padre», ante una multitud que estaba alabándolo. Pero había una diferencia con un verdadero Santo Padre, la mirada de demonio, este tenía los ojos del mal. Entonces, después de algunos momentos, vimos al mismo Papa entrando en una Iglesia, pero esta Iglesia era la Iglesia del infierno, no hay modo de describir la fealdad de ese lugar, parecía como una fortaleza hecha de cemento gris, con los ángulos rotos y las ventanas parecidas a ojos, tenía un pico en el tejado del edificio.

Prestemos atención, acto seguido, a otras supuestas palabras de Lucia: «¡Esta parte es la apostasía en la Iglesia!».
Numerosos santos y místicos nos han alertado en diversas etapas de la historia de la peor gangrena para la Iglesia: renegar de su propia fe en Cristo.
En este sentido, el cardenal Mario Luigi Ciappi, dominicano de nacimiento a quien Pablo VI elevó al cardenalato, aseguró en su carta al profesor austríaco Baumgartner que en el Tercer Secreto se revelaba que la apostasía en la Iglesia empezaría desde su misma cúpula.
¿No recuerda acaso esta terrible manifestación a las no menos tenebrosas y presuntas palabras de Lucia estampadas en esa única hoja de papel que sacamos ahora a la luz?
San Pablo mismo predijo esta gran apostasía dentro de la Iglesia antes de la venida del hombre de iniquidad, del Anticristo. De hecho, el hombre de pecado, el hijo de la perdición, vendrá, según nos dice el apóstol de los gentiles, «porque los hombres no acogieron el amor a la verdad que les hubiera salvado; como castigo, Dios les enviará un espíritu seductor que les hará creer en la mentira, para que sean condenados todos cuantos no creyeron en la verdad y prefirieron la iniquidad».
San Luis María Grignion de Montfort, en su Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, nos alerta a su vez:

La impiedad está sobre un trono; vuestro santuario es profanado, y la abominación entró hasta en el lugar santo.

Y entre tanto, San Pío X ya había aludido a esa misma apostasía que devora las entrañas de la Iglesia:

Ante este funesto ataque que ahora por todo el mundo se promueve y se fomenta contra Dios; puesto que verdaderamente contra su Autor se han amotinado las gentes y traman las naciones planes vanos; parece que de todas partes se eleva la voz de quienes atacan a Dios: «Apártate de nosotros». Por eso, en la mayoría se ha extinguido el temor al Dios Eterno y no se tiene en cuenta la ley de su poder supremo en las costumbres ni en público, ni en privado: aún más, se lucha con denodado esfuerzo y con todo tipo de maquinaciones para arrancar de raíz el mismo recuerdo y noción de Dios.



EL PAPA Y EL DOGMA DE LA FE

Antonio Socci se hace eco del testimonio del jesuita austríaco Joseph Schweigl, profesor en la Universidad Gregoriana y en el Russicum, encargado por Pío XII de interrogar en su día a Lucia sobre el Tercer Secreto.
El jesuita se reunió con ella, efectivamente, el 2 de septiembre de 1952, y el texto de su conversación se mantiene hoy bajo el más estricto sigilo. Aun así, a su regreso de Portugal Schweigl se sinceró con uno de sus mejores amigos, que años después escribió una carta a Frère Michel comentándole lo que le había referido de primera mano el jesuita:

No puedo revelar nada de cuanto averigüé en Fátima sobre el Tercer Secreto, pero sí puedo decir que contiene dos partes: una concerniente al Papa. La otra en buena lógica, aunque no pueda decir nada, debería ser la continuación de las palabras: «En Portugal se conservará siempre el dogma de la fe» […]. A propósito de la parte que afecta al Papa, le pregunté [el testigo al jesuita]: «¿El Papa actual o el próximo?». A esta pregunta, el padre Schweigl nada contestó.

Atención al testimonio indirecto de Schweigl, porque es muy significativo. Nos recuerda las palabras recogidas por Lucia en su Cuarta Memoria, tal y como subrayaba el padre Joaquín María Alonso. Recordemos ahora sus manifestaciones:

Todos los autores —advertía este gran experto en Fátima— se han dado cuenta de que Lucia, en la Cuarta Memoria, ha introducido el célebre párrafo: «En Portugal se conservarán siempre los dogmas de la fe, etc…». Y han aducido con toda certeza que la tercera cosa [el Tercer Secreto] comenzaba ahí precisamente: esas palabras inician ya la revelación de la tercera parte del Secreto. Esa frase insinúa con toda claridad un estadio crítico de la fe, en el que otras naciones sufrirán en ella, es decir, una crisis de fe; mientras que Portugal salvará su fe. Por eso Lucia, en sus enormes dificultades para escribir ese «resto», se quejaba diciendo que no era necesario, porque ya lo había dicho con claridad ahí.

Pero, como advierte César Uribarri, la lógica del padre Alonso y de otros grandes estudiosos de Fátima se vio defraudada tras la publicación del Tercer Secreto en el año 2000:

Era evidente —anota Uribarri— que ni la conservación de los dogmas de la fe en Portugal —ni la presumible crisis de la fe en otros lugares— tenían parangón visual alguno en la tercera parte del Secreto […] Faltaba algo que diera unidad al añadido, que lo hiciera coherente con lo que le precedía y con lo que debiera continuarlo.

La acreditada perspicacia del padre Alonso se vio plasmada así una vez más en esta otra reflexión suya:

Si en Portugal se conservaran siempre los dogmas de la fe… se deduce con toda claridad que en otras partes de la Iglesia esos dogmas, o se van a oscurecer, o hasta se van a perder […] Sería pues del todo probable que en ese período «intermedio» a que nos estamos refiriendo, el texto haga referencias concretas a la crisis de fe de la Iglesia y a la negligencia de los mismos Pastores.

Y no solo el padre Alonso; también Frère Michel advirtió en su día, antes de que la Santa Sede publicase su Tercer Secreto, que la misteriosa frase escrita por Lucia sugería con claridad la apostasía general del pueblo cristiano fomentada desde el mismo vértice eclesial.



LA PIEDRA ANGULAR

Pero, dejando a un lado las cábalas, Antonio Socci advierte con razón:

Para conocer la interpretación correcta habría que leer precisamente la otra parte del Tercer Secreto, esa en la que la visión es explicada por la propia Virgen. Y que es el texto a causa del cual Lucia se sentía aterrorizada, el texto que se puso bajo secreto y del que, mejor dicho, se ha negado incluso su propia existencia. ¿Qué es lo que lo hace tan espantoso y explosivo?

Si leemos ahora, en efecto, el supuesto texto no revelado estamos en condiciones de afirmar que no se trataría de una apostasía general de los católicos, como sospechaba el padre Alonso, ni tan siquiera de que Portugal entera conservará el dogma de la fe. De hecho, el aborto fue legalizado en este país mediante un referéndum celebrado el 10 de abril de 2007. La clave sería, hablando con la prudencia debida por tratarse de una interpretación sujeta a otras posibles, la pérdida por parte de Roma de su piedra angular, entendida en este caso como la autoridad papal, como consecuencia de no haber guardado el dogma de la fe. ¿Y cuál es el dogma de la fe?
Nada mejor para salir de dudas que recordar las declaraciones de Pedro, el primer Vicario de Cristo, pronunciadas ante el Sanedrín durante su visita forzada a la sinagoga (Hechos, 4, 8):

Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les respondió:
—Jefes del pueblo y ancianos, si nos interrogáis hoy sobre el bien realizado a un hombre enfermo, y por quién ha sido sanado [el paralítico], quede claro a todos vosotros y a todo el pueblo de Israel que ha sido por el nombre de Jesucristo Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por él se presenta este sano ante vosotros. Él es la piedra que, rechazada por vosotros los constructores, ha llegado a ser la piedra angular. Y en ningún otro está la salvación; pues no hay ningún otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, por el que tengamos que ser salvados.

El dogma de la fe es así la creencia firme e irrenunciable en que Cristo, y solo Cristo, es la piedra angular de la Iglesia. Si se pierde la fe en Aquel en cuyo nombre solo puede alcanzarse la salvación, entonces se incurre en la apostasía que conlleva la condenación eterna. Eso es precisamente lo que trataría de advertir la presunta tercera parte del secreto no revelada todavía.
El propio Pedro hace hincapié en ello, en su carta canónica, primera encíclica de la Iglesia Católica (Pe 1, 2, 6-9):

Por lo que dice la Escritura:
Mira, pongo en Sión una piedra angular, escogida, preciosa;
quien crea en ella, no será confundido.

La piedra que rechazaron los constructores, esta ha llegado a ser la piedra angular, y piedra de tropiezo y roca de escándalo. Ellos tropiezan, porque no creen en la palabra: para esto habían sido destinados. Pero vosotros sois linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido en propiedad…

No resulta extraño por eso que Lucia consignase al final de la única hoja la conclusión que supuestamente la Virgen le inspiró:

Nuestra Señora nos dijo que esto [el Tercer Secreto] está escrito, Daniel 9, 24-25 y Mateo 21, 42-44. Veamos primero qué narra Mateo Evangelista en ese pasaje concreto:

Veamos primero qué narra Mateo Evangelista en ese pasaje concreto:

Jesús les dijo:
—¿Acaso no habéis leído en las Escrituras:
La piedra que rechazaron los constructores, esta ha llegado a ser la piedra angular. Es el Señor quien ha hecho esto y es admirable a nuestros ojos?
Por esto os digo que se os quitará el Reino de Dios y se entregará a un pueblo que rinda sus frutos. Y quien caiga sobre esta piedra se despedazará, y al que le caiga encima lo aplastará.

¿Comprende ahora el lector por qué al dejar de apoyarse por la fe en la piedra angular, que es el mismo Cristo, se le rechaza incurriendo en el terrible pecado de apostasía? De este modo, según nos dice Mateo, la piedra angular «despedazará y aplastará» al que no crea ya en ella, porque no existe otro nombre por el que alguien pueda salvarse sino el de Jesucristo.
Recordemos que el pueblo al que le fue arrebatada la piedra angular sufrió un castigo ejemplar a manos de la Justicia Divina. De su templo no quedó así piedra sobre piedra, mientras la ciudad de Jerusalén quedó arrasada en el año 70.
El emperador Vespasiano había encargado a su hijo Tito que sofocase la violenta revuelta que desde hacía cuatro años sacudía Judea, y los ejércitos bajo su mando no tuvieron la menor piedad. Si el templo del Vaticano dejara de creer algún día en el dogma de la fe, la trágica historia volvería a repetirse al cabo de veinte siglos o más, de acuerdo con estas palabras de Lucia: «La catedral de Roma debe ser destruida y una nueva construida en Fátima».



LA PROFECÍA DE DANIEL

¿Y cuándo sucedería esto? La Virgen nos remite entonces, en el texto autentificado por Begoña Slocker, al pasaje exacto donde el profeta Daniel consigna esto mismo:

Setenta semanas están fijadas
sobre tu pueblo y tu ciudad santa
para poner fin a la rebeldía
para grabar el sello a los pecados
para instaurar justicia eterna
para sellar [realizar] visión y profecía
para ungir al Santo de los santos.

Como vemos, Daniel nos habla de seis cosas que el Mesías haría al cumplirse las 70 semanas anunciadas por el profeta:

1. Terminar la prevaricación.
2. Poner fin al pecado.
3. Expiar la iniquidad.
4. Traer la justicia perdurable.
5. Sellar la visión y la profecía.
6. Ungir al Santo de los santos.

Al concluir su ministerio, Jesucristo había cumplido al menos una parte de las tres primeras profecías. Por medio de su sacrificio, Cristo se convirtió en la expiación de nuestra iniquidad, hizo posible el perdón de los pecados y nos reconcilió con Dios (Colosenses 1, 19-20). Y eventualmente, cuando regrese a la tierra, cumplirá estas y las tres profecías siguientes en su totalidad.
¿Qué escribió Lucia, sobre la profecía de Daniel, poniéndolo supuestamente en boca de la Virgen?
Esto mismo:

Si 69 semanas después de que esta orden sea anunciada, Roma continúa su abominación, la ciudad será destruida.

Tratemos de explicar antes, de la forma más sencilla y escueta posible, la compleja profecía de Daniel. Mientras el profeta suplicaba a Dios que cumpliera las promesas de misericordia que había hecho a través de Jeremías, recibió un gran regalo del Cielo: la visión del arcángel Gabriel, quien le explicó cómo debían interpretarse los setenta años de desolación anunciados por Jeremías.
Se trataba en realidad de «setenta semanas de años», pues para los judíos la semana (shavua, en hebreo) no son siete días, sino siete años. Es decir, 490 años en total.
Las setenta semanas se dividen a su vez en tres períodos de siete, sesenta y dos y una semana de años, respectivamente.
El primer plazo de siete semanas, o cuarenta y nueve años, se extenderá desde la salida de la «palabra» para la reconstrucción de Jerusalén, hasta «el ungido, un príncipe», del que también habla la profecía.
Durante el segundo período de sesenta y dos semanas, o 434 años, la Ciudad Santa será construida, aunque «en la angustia de los tiempos». Al final de ese período, un «ungido» será separado, y el pueblo de un príncipe que vendrá «destruirá» la ciudad y el santuario. Él se aliará con muchos durante una semana (siete años) y durante la mitad de la misma harán que cesen el sacrificio y la oblación y que reine la abominación de la desolación, hasta que encuentre su destino.
Existe así una correlación entre la supuesta parte del Tercer Secreto de Fátima no revelado y las profecías escatológicas de la Biblia. La cita de Daniel puesta en boca de la Virgen se refiere en concreto a la semana 70 que falta frente a las 69 que ya se cumplieron desde Nabucodonosor hasta el Bautismo de Jesús en el río Jordán. De modo que la semana o los siete años que restan se corresponderían con los del gobierno del Anticristo, la etapa que el mismo Jesús denominó la «Gran Tribulación», durante la cual la iglesia apóstata estará al servicio del nuevo orden mundial mientras que la Iglesia fiel a Cristo será cruelmente perseguida.
Retomemos la pregunta ya formulada: ¿Cuándo sucederá esto?
Conviene subrayar antes el carácter condicional de la parte no revelada del Tercer Secreto: «Si 69 semanas después de que esta orden sea anunciada…».
La Virgen parece indicar así que podría frenarse la abominación si se conservase el dogma de la fe y Jesucristo siguiera siendo considerado la piedra angular de la Iglesia por su propia cúpula, extendiéndose desde allí a todo el cuerpo místico. Jesucristo como el único salvador.
Pero, tal y como están hoy las cosas, no hay visos de que eso vaya a suceder, salvo un verdadero milagro. Recordemos, si no, la infiltración actual de la masonería en el Vaticano, de la que daban fe el Padre Pío y su discípulo Gabriele Amorth.
El Tercer Secreto, como ya sabemos, debió publicarse en su integridad en 1960 pero no se hizo. Luego la «orden» no ha sido todavía anunciada, tal y como pediría la Virgen. Si en verdad es cosa Suya, la parte no revelada se conocerá finalmente, siendo aceptada por las almas de buena voluntad y rechazada por los enemigos de la fe.



POSIBLES OBJECIONES

Sin pretender convertir este capítulo en un tratado de teología ni mucho menos, sí es conveniente poner de manifiesto la existencia de algunas objeciones a la autenticidad del texto no revelado.
Por ejemplo, ¿es creíble que Lucia escribiese en 1944 el nombre de Juan Pablo II de acuerdo con las palabras pronunciadas por la Virgen de Fátima en 1917? Es decir, ¿que la Virgen le revelase a Lucia, más de sesenta años antes nada menos, el nombre del Pontífice que iba a reinar en el futuro? Si tenemos en cuenta que Ella es la Regina Prophetarum, la Reina de los Profetas por antonomasia, no debería extrañarnos en absoluto.
Pero es que además, respecto a la mención de Papas venideros, la Virgen hizo ya eso mismo en la segunda parte del Secreto, al dictarle a Lucia lo siguiente:

La guerra pronto terminará [Primera Guerra Mundial]. Pero si no dejaren de ofender a Dios, en el pontificado de Pío XI comenzará otra peor.

Observemos que en 1917, cuando se produjo esta revelación mariana, reinaba el Papa Benedicto XV, y no Pío XI. ¿Acaso el mejor de los falsificadores hubiese sido capaz de predecir el futuro Papa, como lo hizo la Virgen? Es obvio que la mención expresa de Juan Pablo II en la parte no revelada, más que un impedimento para su autenticidad, constituye una garantía de la misma.
Vayamos con otro posible reparo a la autenticidad del texto: por si no lo había advertido aún el lector, digamos que Lucia escribe el nombre de Juan Pablo II en castellano, cuando lo más lógico sería en principio que lo hubiese consignado en portugués: «Joâo Paulo II». Llama poderosamente la atención que no lo hiciera. ¿Y por qué no lo hizo? Es posible que fuese un desliz suyo, influenciada por sus casi dieciocho años de permanencia en España, desde 1928 hasta 1944, durante los cuales no debió de cansarse de oír hablar en castellano. De hecho, cuando redactó el Tercer Secreto residía aún en Tuy, Pontevedra; pero también cabe la posibilidad de que lo pronunciara así la propia Virgen de Fátima.
Sea como fuere, escribir Juan Pablo II, tal y como suena, no debería indicar la falsedad del texto, sobre todo si respondemos a esta pregunta: ¿Resulta verosímil que un buen falsificador, que pretendiese hacer pasar por auténtica esta parte del Tercer Secreto, redactase el texto en un impecable portugués y cometiese el error garrafal de escribir el nombre de Juan Pablo II en castellano? ¿Se imagina el lector que el falsificador de una carta de Winston Churchill escribiese el nombre de uno de sus ministros ingleses en español? ¿O incluso que ese mismo falsificador de una carta de Churchill pusiera en su boca una referencia a David Cameron, convertido en primer ministro cuarenta y cinco años después de su muerte?
Cualquier tasador de las salas de subastas Sotheby’s o Christie’s hubiese detectado esos disparates en un abrir y cerrar de ojos.



LA TUMBA DE PEDRO

La presunta carta de Lucia encierra otro componente profético, al afirmarse que «la piedra angular de la tumba de Pedro debe ser removida y trasladada a Fátima».
Insistamos en que Lucia escribió, según Begoña Slocker, esta parte no revelada del Tercer Secreto en 1944, glosando las palabras explicativas de la Virgen sobre la visión del «Obispo vestido de blanco» de 1917. Pero ni en este último año, ni tampoco en 1944, se había descubierto aún la tumba de San Pedro.
Es más: Pío XII declaró en diciembre de 1950 que no se pudo confirmar con absoluta certeza que los restos hallados en dos excavaciones arqueológicas correspondiesen a los del primer Papa de la Iglesia.
Hubo que esperar así hasta el 26 de junio de 1968 para que Pablo VI anunciase por fin al mundo entero el descubrimiento de los despojos de San Pedro, tras el hallazgo de nuevos huesos y de una reveladora inscripción. Hoy, las reliquias del santo reposan en las grutas vaticanas, bajo el altar papal de la basílica que lleva su nombre.
Una vez más, la Virgen de Fátima, por medio de Lucia, habría vuelto a hacer honor a su condición de Reina de los profetas.
Advirtamos una última objeción relacionada con las fechas: sabemos que Lucia escribió la primera parte del Tercer Secreto el 3 de enero de 1944, tal y como consta en el documento publicado por la Santa Sede en el año 2000.
También sabemos que Lucia comunicó por carta el 9 de enero a monseñor Da Silva, Obispo de Leiria-Fátima, que ya había cumplido su encargo:

He escrito lo que me ha pedido. Dios ha querido ponerme un poco a prueba, pero al fin y al cabo esa era su voluntad. [El texto] está en un sobre lacrado y ese sobre está en los cuadernos.

¿Por qué aguardó ella entonces seis días completos para comunicarle al Obispo que ya había concluido su petición?
El hecho de que hubiese dos fechas distintas, con ese misterioso intervalo de tiempo, hizo sospechar la existencia de dos textos también diferentes: uno correspondiente a la visión de los pastorcitos, revelado ya por el Vaticano durante el pontificado de Juan Pablo II, y otro con las palabras explicativas de la Virgen que supuestamente ahora ya conocemos.
Pero ¿por qué esperó Lucia hasta el 27 de junio de 1944 nada menos para entregar el sobre lacrado al Obispo de Leiria, cuando ella le había comunicado ya el cumplimiento de su encargo el 9 de enero, más de cinco meses antes?
O formulado al revés: ¿Por qué aguardó tanto tiempo el Obispo para recibir en sus manos el mensaje que tanto le urgía conservar? ¿No pudo acaso Lucia completar o enmendar la parte no revelada del Tercer Secreto durante esos más de cinco meses que conservó el sobre en su poder, hasta fecharlo finalmente el 1 de abril, en lugar del 9 de enero, tal y como consta en el encabezamiento del texto que ahora damos a conocer?
¿Quién está en condiciones de asegurar que monseñor João Pereira Venancio, antes de entregar el Tercer Secreto en la Nunciatura Apostólica de Lisboa, el 1 de marzo de 1957, no examinase a contraluz la misma hoja fechada el 1 de abril de 1944, la cual consta de los mismos renglones que él calculó entonces?
Habrá, aun así, quienes consideren que el documento es falso. Están en su completo derecho, sobre todo teniendo en cuenta que no ha sido revelado por el Vaticano ni lo será jamás, puesto que desde el año 2000 diversas voces autorizadas han aireado una y otra vez que el Tercer Secreto de Fátima ha sido hecho público en su totalidad.
Tampoco el autor de estas páginas pretende afirmar que el documento sea auténtico ni falso, sino simplemente poner de manifiesto cómo lo recibió, analizar el contenido en la medida de sus posibilidades, y dejar constancia de la existencia de un informe pericial independiente que acredita haber sido escrito por la mano de Lucia de Fátima. Al lector corresponde ahora extraer sus propias conclusiones.



EL «DESMAYO» DE JUAN XXIII

En cualquier caso, resulta oportuno traer a colación también las explosivas declaraciones del exjesuita irlandés Malachi Martin, antiguo profesor del Pontificio Instituto Bíblico y colaborador del cardenal Agustín Bea, hombre influyente en el Concilio Vaticano II.
Malachi Martin fue entrevistado en 1998 por el conocido locutor de radio Art Bell para el programa Coast to Coast, que tiene una audiencia de casi cinco millones de personas en América del Norte, pero que también cuenta con numerosos adeptos en Italia, España o Reino Unido.
Preguntado por el Tercer Secreto de Fátima, el cual aseguró haber leído o al menos pudo tener noticias directas de su contenido por el cardenal Bea, el entrevistado Malachi Martin no se anduvo por las ramas:

Podría suponer una gran conmoción —advirtió—… Podría afectar a las personas de distintas maneras. No faltarían quienes, si llegaran a saber que es de verdad el Tercer Secreto de Fátima, se enfadarían muchísimo.

Ante el desconcierto del periodista y de la audiencia, y en respuesta a si debería ser revelado, Malachi Martin se explayó así:

Yo no puedo hacerlo, no puedo. Quisiera poder hacerlo porque algo así, según lo que podemos humanamente prever, supondría una sacudida, asustaría a las personas, llenaría los confesionarios los sábados por la noche, llenaría las catedrales, las basílicas y las iglesias de creyentes que se arrodillan, golpeándose el pecho.

Obviamente, si el Tercer Secreto consistiese en una profecía del pasado, en concreto sobre el atentado fallido contra Juan Pablo II en 1981, tal y como afirmó en su día el Vaticano, carecerían de sentido las declaraciones apocalípticas de Malachi Martin, quien destacó también que no era la Iglesia la que ocultaba la profecía, en contra de la voluntad manifestada por la Virgen, sino «los hombres de la Iglesia, infieles a su vocación». Cosa muy distinta.
No contento con eso, el entrevistado añadió:

El Papa Juan XXIII pensaba que no debía hacerse público el Secreto en 1960. Hubiera echado al traste sus negociaciones en curso con Nikita Jrushchov, en aquella época jefe de Estado soviético. Y además, tenía una visión de la vida notablemente distinta, visión que acabaría revelándose con toda evidencia dos años más tarde, en la apertura del Concilio, durante su discurso del 11 de octubre de 1962 en San Pedro […] Se mofó, con desprecio, de las personas que llamó «profetas de calamidades». Y no nos cabía ninguna duda a nadie de que estaba refiriéndose a los tres profetas de Fátima, a los que hostilizaba.

Una vez abiertos los micrófonos al público, tomó la palabra un oyente, quien, remitiéndose a las confidencias que le hizo un jesuita, dijo que había oído que el Tercer Secreto de Fátima se refería a un Papa que «estará bajo el control de Satanás. El Papa Juan sufrió un desmayo, pensando que podría ser él».
A lo que el padre Martin repuso:
—Sí, parece que esa persona tuvo forma de leer o le fue referido el contenido del Tercer Secreto…



LA NUEVA VISIÓN DE LUCIA

¿En qué consistiría exactamente el Tercer Secreto, que tanto pavor provocó entre todos y cada uno de los Pontífices la sola posibilidad de darlo a conocer al mundo?
Había dos temas recurrentes y relacionados entre sí: la gran apostasía en la iglesia desde su mismo vértice, en línea con el testimonio del cardenal Ciappi; y la introducción del demonio en lo más alto de la Iglesia mediante el «Papa bajo el control de Satanás», de acuerdo con la hoja manuscrita autentificada por la perito Begoña Slocker y el testimonio del padre Malachi Martin.
Ambos asuntos profetizados por el Padre Pío se encuentran interconectados en el mensaje de La Salette, donde la Virgen predijo que «Roma perderá la fe y se convertirá en la sede del Anticristo».
El propio cardenal Ratzinger, en su entrevista con Vittorio Messori, advirtió ya, como sabemos:

Desde aquel lugar [Fátima] se lanzó al mundo una severa advertencia, que va en contra de la facilonería imperante; una llamada a la seriedad de la vida, de la historia, ante los peligros que se ciernen sobre la Humanidad. Es lo mismo que Jesús recuerda con harta frecuencia; no tuvo reparo en decir: «Si no os convertís, todos pereceréis».

Solideo Paolini recuerda que «todo esto —como aludía también Ratzinger— vendría acompañado por catástrofes planetarias».
Y esas calamidades provocadas o surgidas de modo espontáneo en la Naturaleza, ya sea mediante guerras, inundaciones, terremotos, epidemias o tsunamis, subyacen en la primera parte del Tercer Secreto revelada por el Vaticano en el año 2000:

Atravesó —recordemos que escribió Lucia— [el «Obispo vestido de blanco», de quien «hemos tenido el presentimiento de que fuera el Santo Padre»] una gran ciudad medio en ruinas y medio tembloroso con paso vacilante, apesadumbrado de dolor y pena, rezando por las almas de los cadáveres que encontraba por el camino; llegado a la cima del monte, postrado de rodillas a los pies de la gran Cruz fue muerto por un grupo de soldados que le dispararon varios tiros de arma de fuego y flechas; y del mismo modo murieron unos tras otros los Obispos sacerdotes, religiosos y religiosas y diversas personas seglares, hombres y mujeres de diversas clases y posiciones. Bajo los dos brazos de la Cruz había dos Ángeles cada uno de ellos con una jarra de cristal en la mano, en las cuales recogían la sangre de los Mártires y regaban con ella las almas que se acercaban a Dios.

Por si persistía aún alguna duda, el Carmelo de Coimbra publicó en 2013 un documento estremecedor, que ha pasado casi inadvertido hasta hoy mismo en un libro de escasa difusión, titulado en castellano Un camino bajo la mirada de María.

Veamos qué relataba Lucia en ese documento ignoto, redactado, como indicaba ella misma, «hacia las cuatro de la tarde del día 3 de enero de 1944»: Mientras rezaba en la capilla del convento ante el tabernáculo, pedí a Jesús que me hiciese conocer cuál era su voluntad, y con el rostro entre las manos esperaba alguna respuesta. Sentí entonces que una mano amiga, afectuosa y materna me tocaba el hombro. Levanté la mirada y vi a la querida Madre del Cielo.

La Virgen le dijo a continuación:

No temas, quiso Dios probar tu obediencia, fe y humildad. Queda en paz y escribe lo que te mandan, pero no aquello que te es dado comprender de su significado.

Lucia anotó, acto seguido, la visión que tuvo aquel día:

Sentí el espíritu inundado por un misterio de luz que es Dios y en Él vi y oí: la punta de la lanza como llama que se desprende toca el eje de la Tierra. Ella se estremece: montañas, ciudades, villas y aldeas con sus habitantes son sepultadas. El mar, los ríos y las nubes salen de sus límites, desbordándose, inundando y arrastrando en un remolino casas y gente en un número que no se puede contar. Es la purificación del mundo por el pecado en el cual está inmerso. ¡El odio y la ambición provocan la guerra destructora!
Después sentí en el palpitar acelerado del corazón y en mi espíritu el eco de una voz suave que decía: «En el tiempo, una sola fe, un solo bautismo, una sola Iglesia, Santa, Católica, Apostólica. En la Eternidad, ¡el Cielo!

Si la Virgen previno ya sobre el final de la Primera Guerra Mundial y el comienzo de otra aún peor (la Segunda) en las dos primeras partes del Secreto de Fátima, ¿pretendía acaso ahora avisar sobre una tercera gran conflagración de consecuencias catastróficas para la humanidad? ¿Fue este, precisamente, el documento que leyó Juan Pablo II antes de realizar sus apocalípticas declaraciones en Fulda?
Con razón, cuando el 15 de julio de 1946 el historiador y escritor estadounidense William Thomas Walsh, autor de Nuestra Señora de Fátima, quiso saber si la Virgen había revelado algo a los pastorcitos en relación con el final del mundo, Lucia zanjó la cuestión con una significativa respuesta: «No puedo contestar a esa pregunta».
Hay silencios que hablan…
Y, entre tanto, voces como la del prestigioso catedrático de Derecho Canónico Carlos Larrainzar se han dejado escuchar. Durante una conferencia del Apostolado de Fátima en Cuenca, en presencia del obispo, Larrainzar afirmó: «[...] Me ahorro todos mis discursos remitiendo al reciente libro publicado por Zavala [...]. Ahí se incluye ese documento y un peritaje caligráfico de absoluta solvencia profesional, cuya conclusión es que la mano que ha escrito el "Tercer Secreto" divulgado en el año 2000 es la misma que ha escrito ese otro manuscrito. Este dato confirma o rubrica la conclusión de mis análisis filológicos de crítica textual y, sobre todo, de exégesis bíblica, que, en su día, me convencieron de la autenticidad».
En realidad, el informe de Slocker prueba que el documento fue escrito por la misma mano que firmó los dos primeros secretos, los cuales nada tienen que ver con el publicado por la Santa Sede en 2000. Pero, al margen de esta necesaria aclaración, la autentificación por parte de Larrainzar respalda la conclusión de Slocker.
También el cardenal Joseph Zen, arzobispo emérito de Hong Kong y figura histórica de la Iglesia perseguida en China, ha avalado la tesis del libro al relacionar el Tercer Secreto con el célebre sueño de Don Bosco sobre la situación de la «nave de la Iglesia» y la posibilidad de que la profecía aún no haya concluido.






EPÍLOGO


EL TESTAMENTO DEL PADRE PÍO


Son las palabras de Amor entregadas al apóstol Juan en el décimo capítulo del Apocalipsis.
PADRE PÍO, SOBRE EL LIBRO DEL AMOR


Advirtamos finalmente que Lucia relacionó el Tercer Secreto de Fátima con el Apocalipsis: «Está todo en los Evangelios y en el Apocalipsis. Leedlos», indicó.
El hermano Frère Michel nos dice que la religiosa se refirió en concreto a los capítulos VIII y XIII del Apocalipsis, cuya lectura no resulta muy edificante que digamos, pues versan sobre las plagas que asolarán la tierra y el Anticristo, respectivamente.
En el octavo capítulo encontramos así el toque de las seis primeras trompetas por parte de los ángeles. Cualquiera de ellos bastaría para sembrar el pánico en los corazones más cerrados.
Veamos solo qué profetizaba San Juan al tercer toque de trompeta:

Entonces cayó del cielo una gran estrella que ardía como una antorcha, y alcanzó a un tercio de los ríos y de las fuentes de las aguas. El nombre de la estrella es Ajenjo, y una tercera parte de las aguas se convirtió en ajenjo, y muchos hombres murieron a causa de las aguas porque se habían vuelto amargas.

Por si fuera poco, el capítulo vigesimotercero es todavía más desalentador:

Y vi una bestia que salía del mar: tenía diez cuernos y siete cabezas, y sobre sus cuernos diez diademas y sobre sus cabezas nombres blasfemos.

Satanás lanzará su ataque por medio de las bestias a las que transferirá su poder. La mayoría de los Santos Padres vieron en la bestia de este versículo al mismísimo Anticristo.
San Ireneo anota así:

En la bestia que surge está compendiada toda maldad y toda mentira, de modo que concentrada y cumplida en ella toda la fuerza de la apostasía, sea arrojada al horno del fuego.

Estos pasajes del Apocalipsis indujeron a Francisco Sánchez Ventura, hijo espiritual del Padre Pío, a reflexionar en su día sobre el verdadero contenido de la parte no revelada del Tercer Secreto de Fátima, como si hubiese tenido acceso a ella:

Todo esto nos permite suponer —vaticinó ya en 1990— que en él se anuncia la Apostasía general y la llegada de un Papa que se convertirá en antipapa. Me explicaré. No se trata del nombramiento de un antipapa, sino de un Papa auténtico, que contagiado por el ambiente y presionado por circunstancias infernales acabará cayendo en la herejía y convirtiéndose en antipapa por su manera de pensar y de actuar. Y este será el profeta del Anticristo.
Entonces el Señor, que prometió asistir a su Iglesia que formamos todos los cristianos, designará al llamado Papa místico, repitiéndose con motivo de la Segunda Venida del Señor, lo que ocurrió en la Primera: Que Cristo dejó a un lado a la Iglesia oficial, al Sanedrín, para elegir a un simple e ignorante seglar y nombrarlo su representante en la Tierra, con aquellas palabras: «Tú eres piedra y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella» […] [El Tercer Secreto] recoge sin duda estas ideas encadenadas: antipapa profeta del Anticristo, Apostasía general, y nombramiento del Papa místico, que recaerá en un seglar. Acaso por eso la Virgen repite por doquier: «Los seglares serán quienes salvarán a mi Iglesia».

Y en medio de tanta desolación, como un bálsamo de esperanza para la humanidad entera, recordemos que Lucia había escrito:

En el tiempo, una sola fe, un solo bautismo, una sola Iglesia, Santa, Católica, Apostólica. En la Eternidad, ¡el Cielo!



LA MISIÓN

El sábado 22 de octubre de 2016, fui invitado a ofrecer el testimonio de mi conversión por intercesión del Padre Pío en el Primer Congreso Nacional de la Divina Misericordia celebrado en Madrid.
Al término de la intervención se acercó a mí una persona a la que no conocía. Tras presentarse como Adolfo Castaño de León, me explicó la razón de su presencia allí: leyendo el programa del Congreso, tuvo noticia de mi participación en él y sintió de repente la imperiosa necesidad de acudir para compartir conmigo un gran tesoro. En realidad, se trataba de un deber y de una deuda de gratitud contraída por él con su amigo ya fallecido, el doctor Luigi Gaspari, uno de los hijos espirituales predilectos del Padre Pío.
Por increíble que parezca, el Padre Pío nos puso en contacto a Adolfo y a mí aquel día de forma inesperada, como suele hacerlo. El lector entenderá muy pronto la razón del providencial encuentro.
Días después, recibí en mi domicilio lo que él había prometido enviarme: un librito de noventa y cuatro páginas en castellano, con la fotocopia de una breve dedicatoria manuscrita en italiano de su autor, el doctor Luigi Gaspari.
Fechada en Bolonia el 11 de febrero de 1988, decía literalmente así:

Caro Adolfo, Padre Pio ti esorta a fare conoscere nella diletta Spagna il «Quaderno dell’Amore», portato si bene Pace-Gioia-Prosperità. Gesú ti ama a ti Benedice. Tuo Luigi Gaspari.

El Padre Pío exhortaba así a Adolfo Castaño, por medio de Gaspari, para que diese a conocer en España el llamado Libro del Amor, cosa que él había podido cumplir tan solo de forma muy limitada, obsequiando a contados amigos y familiares con un ejemplar del librito a lo largo de los últimos años.
Sin embargo, la importancia de esa auténtica joya de la literatura espiritual exigía su difusión entre el mayor número posible de almas. No en vano, cuatro meses antes de su fallecimiento, en mayo de 1968, el Padre Pío le había comentado sin ambages a su discípulo Primo Capponcelli:
Todos los que contribuyan a imprimir y difundir el Libro del Amor recibirán la gracia y bendición eternas de Dios y la mía.
El Libro del Amor cayó por primera vez en manos del Papa Pablo VI el 17 de octubre de 1968. Al cabo de diez días, el Pontífice agradeció a Gaspari que lo hubiese escrito a través de un monseñor amigo suyo:

Es una mística elevada —manifestó Pablo VI—. ¡Qué belleza la del amor entre Padre e hijo! No se puede desperdiciar ni una sola palabra.

El mensaje del Santo Padre confirmó a Gaspari lo que le había comentado el Padre Pío, en junio de 1968: «El Papa lo comprenderá todo».
¿Y por qué recurría Adolfo Castaño ahora a mí? Él mismo me lo explicaba en una nota adjunta:

Estimado José María: Conforme a cuanto te hablé en el Congreso Nacional de la Divina Misericordia, te remito copia del Libro del Amor que, junto a otro ejemplar en italiano, me envió el autor D. Luigi Gaspari en 1988 y en el propio libro me hacía la dedicatoria manuscrita de la que te acompaño copia. Siempre he guardado esto con cariño. Tú que tanto quieres al Padre Pío (yo sigo llamándole así y admirando su santidad) quizás tengas interés en que este librito sea dado a conocer en España.

¿Qué otra apremiante razón impulsaba a Adolfo, transcurridos ya casi treinta años, a confiarme el relevo que le había dado en su día el propio Gaspari?
Los comentarios del Padre Pío, tras leer el Libro del Amor, nos sacarán de dudas enseguida.



LA IGLESIA ANTES Y DESPUÉS

Piero Drioli, hijo espiritual suyo también, recoge esas manifestaciones del capuchino en su reciente libro El Padre Pío y el Tercer Secreto de Fátima:

Estas palabras —manifestó el Padre Pío, a propósito del Libro del Amor— están escritas en el Cielo; son las palabras de Amor entregadas al apóstol Juan en el décimo capítulo del Apocalipsis. Ahora los hombres, si quieren, pueden reconciliarse con Dios, porque Dios, tras el Diluvio, prometió a Noé que ya no volvería a enviar un Diluvio Universal, sino un Diluvio de Amor.

Piero Drioli nos descubre otros importantes entresijos en su mencionada obra:
Este librito —explica—, a petición del Padre Pío, fue escrito por su hijo espiritual predilecto, Luigi Gaspari. De hecho, antes de morir el santo fraile le dijo a este que el Señor le había elegido para llevar adelante su misión y que tendría que escribir el Libro del Amor dictado directamente por el Espíritu Santo. Éste sería el misterioso librito descrito en el décimo capítulo del Apocalipsis. Las palabras de Amor serían la promesa de salvación de Jesús para todos los hombres que le quieran. […]
El período que estamos viviendo —añade Drioli— lo conocemos todos; todo lo que las Sagradas Escrituras nos habían relatado está sucediendo y ya hemos llegado al epílogo. Si volvemos a Cristo nos salvaremos y viviremos una era maravillosa; pero quien rechace Su perdón para seguir el camino del pecado, desgraciadamente se condenará solo.
El Tercer Secreto de Fátima desvela todo esto: la pequeña parte que Benedicto XVI hizo pública cuando aún era cardenal hacía referencia a un «Obispo vestido de blanco» que parecía el Papa. El resto del Secreto se refiere al gran desorden que hay en este momento en la Iglesia y a los escándalos de algunos de sus ministros.
El misterioso librito descrito en el décimo capítulo del Apocalipsis, como escribe don Dolindo Ruotolo en su comentario al último libro de la Biblia, llevará a una tal renovaciónde la Iglesia que se concluirá con el triunfo de María y de la propia Iglesia sobre el dragón infernal.
He aquí la clave de todo, parafraseando una vez más a Lucia de Fátima:

En el tiempo, una sola fe, un solo bautismo, una sola Iglesia, Santa, Católica, Apostólica. En la Eternidad, ¡el Cielo!

El padre Dolindo Ruotolo ligaba también así de modo inequívoco el Libro del Amor con el décimo capítulo del Apocalipsis, que pronto transcribiremos.
¿Quién era este sacerdote nacido en Nápoles, el 6 de octubre de 1882, para aseverar algo tan impresionante y novedoso? Baste recordar lo que replicaba el Padre Pío a quienes iban a verle a San Giovanni Rotondo:
—¿Por qué venís aquí, si en Nápoles tenéis al padre Dolindo? Id a verle a él, que es un santo.



INTROSPECCIÓN A DISTANCIA

Hagamos un inciso para presentar, como Dios manda, al doctor Luigi Gaspari, autor de esta reliquia literaria inspirada por el Espíritu Santo.
Nacido el 9 de abril de 1926 en San Felice de Panaro, en la provincia de Módena, donde sus padres explotaban un molino con otros socios, Luis Gaspari conoció al Padre Pío a la temprana edad de catorce años.
El 15 de marzo de 1940, llegó a San Giovanni Rotondo con un grupo de peregrinos del que formaban parte también sus hermanas Gabriella y Anna. Se alojaron en casa de la señora Clorinda, en la parte más antigua del pueblo.
A las cuatro de la madrugada, les despertó la anfitriona para asistir a la Misa del Padre Pío. Debían caminar alrededor de dos kilómetros para llegar hasta la iglesita del convento de Nuestra Señora de las Gracias.
Una vez allí, Gaspari se dispuso a confesarse con el capuchino de los estigmas. Mientras se preparaba en la vieja sacristía del convento, el interés por la historia y el arte empezó a distraerle. En vez de reflexionar y arrepentirse de sus pecados, buscó las semejanzas entre aquella sacristía y el interior de los antiguos conventos rusos, que había admirado en un libro de arte.
De repente, el señor Tonelli le llamó para que se acercara al confesionario del Padre Pío. Llevado por su gran celo de conocerle, Gaspari olvidó que estaba delante del sacerdote al que debía confesar todos y cada uno de sus pecados.
El Padre Pío le preguntó por ellos, sin dejar de mirarle, en espera de una respuesta concreta. Pero él, confundido, solo acertó a decirle:
—No recuerdo bien si he cometido este pecado… A lo que el Padre Pío le replicó:
—¡Vete…! ¡Vete de aquí! ¿Qué quieres de mí? Prepárate bien para la confesión. ¡Yo no tengo tiempo que perder!
Al día siguiente, tras un minucioso examen de conciencia, el penitente regresó todo arrepentido al confesonario. Solo entonces halló en el Padre Pío un amor y una ternura indescriptibles, que le hicieron olvidar la reprimenda del día anterior.
—Sí, te acepto como hijo espiritual —asintió el capuchino.
Y añadió:
—Pero tú pórtate bien siempre, ¿eh?
Gaspari se despidió de él sin que el fraile le preguntase ni tan siquiera por sus estudios ni sobre la ciudad donde residía con su familia. Así que el muchacho regresó a Bolonia para proseguir sus clases en el Instituto Aldini Valeriani. Aborrecía los estudios. Por eso dedicaba muy poco tiempo a preparar los exámenes y pronto pensó hasta en abandonar la escuela, aunque no se lo dijo a nadie.
Por el contrario, su vida espiritual era bastante rica: vivía las prácticas de piedad con verdadera devoción; comulgaba con frecuencia, pero tenía poco fervor por la Sagrada Eucaristía. Con solo once años, oyó decir a un señor al que apreciaba mucho que él no creía que un pedazo de pan pudiera transformarse así, por las buenas, en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Apenas dos meses después de su primera visita a San Giovanni Rotondo, el 5 de mayo de 1940, Gaspari recibió una carta inesperada de Olimpia Pía Cristallini, de Perugia, a quien había conocido mientras estuvo hospedado en casa de la señora Clorinda.
Gaspari había dejado por si acaso su dirección a esta hija espiritual del Padre Pío, sin contarle tampoco nada sobre su vida.
Fechada dos días antes, el 3 de mayo, la lectura de la carta le dejó helado.
Decía, entre otras cosas:

Querido Luigi:
Ahora no puedo esperar más para escribirle y manifestarle el deseo del Padre [Pío], tanto que lo tengo que hacer por obediencia, ya que como hija espiritual suya no puedo negarle nada, aunque fuera mi propia vida.
Hace pocos días me ha encargado decirle en su nombre que deseaba que «Luigi de Bolonia» estudiase más, porque en la oración ve que no estudia y que no lo hará si no le anima a ello.
Me lo decía suavemente, queriendo expresar con estas palabras lo que sufre su corazón por esta falta de estudio.
Me da tanta pena, que no sé expresarlo; me decía que debe seguir su camino dentro de la Iglesia, pero rezando con más fervor a Jesús Sacramentado cuando descienda a su pecho.
Mi querido Luigi, ¡alégrese porque el Padre [Pío] le avisa de lo que desea Jesús de usted! ¡Pobre Padre [Pío]! ¡Cuánto sufre cuando sus hijos espirituales no cumplen las promesas que han hecho! Él es responsable ante la Majestad de Dios. Pero nosotros no lo hacemos, ¿verdad? No, pero estoy muy convencida de que mi querido Luigi, que tiene un corazón tan bueno, no quiere que nuestro querido Padre [Pío], nuestra víctima, sufra porque nosotros no cumplimos. Él ve su futuro y tiene su sitio reservado.
Piénselo, querido Luigi, procure —ahora que ha leído usted esta carta— que él desde allí no tenga que volver a sentir el dolor que le causa su hijo Luigi, que hace sangrar sus heridas… Ponga una fuerte, fortísima voluntad en aquello que desea expresamente nuestro querido Padre Santo.
Esperamos unidos consolar su amargo corazón, porque el suyo es el mismo Corazón de Jesús.
Con mis mejores deseos. A todos la santa bendición del Padre [Pío]. Vuestra hermana en Jesús,
Olimpia Pía Cristallini.



SIN TIEMPO QUE PERDER

Gaspari prosiguió con tesón sus estudios apoyado en las oraciones incesantes del Padre Pío, hasta que logró diplomarse en Farmacia, en 1950.
Entre 1957 y 1968, visitó San Giovanni Rotondo casi una vez al mes. Pasó allí la Navidad de 1967 y el Año Nuevo de 1968. Su confesión con el Padre Pío duró entonces más de lo habitual. El fraile estigmatizado añadió al final: «Este nuevo año tendremos que trabajar mucho. No tenemos tiempo que perder…».
Poco a poco, Gaspari fue entendiendo el significado de esas enigmáticas palabras. Hasta que por fin, la noche del 8 al 9 de abril de 1968, cuando cumplía cuarenta y dos años de edad, el Padre Pío empezó a inspirarle el Libro del Amor.
A finales de abril, Gaspari le remitió ya el primer manuscrito del libro. La opinión del Padre Pío no se borró jamás de su memoria:

Es el Testamento-Promesa de gracia —dijo el capuchino— que otorga el Corazón de Jesús al alma del hombre que quiera acogerlo con todo el amor de su corazón.

El Padre Pío le aconsejó publicar el libro lo antes posible y darlo a conocer al Santo Padre, a la jerarquía eclesiástica y al mundo entero.
Con ocasión del cincuenta aniversario de sus estigmas, el 20 de septiembre de 1968, tres días antes de la muerte del Padre Pío, su hijo espiritual Primo Capponcelli organizó una peregrinación de jóvenes a San Giovanni Rotondo para festejar tan señalado acontecimiento.
Capponcelli llevó consigo varios ejemplares del Libro del Amor para mostrárselos al Padre Pío y que los bendijese. Con su sencillez de hombre de Dios, su gran fe y ausencia de malicia, el capuchino empezó a distribuirlos entre los peregrinos. Pero de repente, sin saber por qué, se le prohibió hacerlo, conminándole incluso a no hablar ni tan siquiera del libro.
Al día siguiente, 21 de septiembre, sobre las seis de la tarde, sucedió un hecho extraordinario mientras Luigi Gaspari se encontraba en las Termas de Santa Elena con su amigo Michele Famiglietti, en la localidad de Chianciano-Terme.
Dejemos al propio Gaspari que nos lo cuente:
De repente se me hizo presente el Padre Pío y me dijo: —Debo anticipar mi marcha al Cielo para salvar lo salvable. Aquí en la tierra ya no se me escucha, a pesar de que muchos me prometen ser fieles. No llores, yo te seguiré desde el Cielo. La fidelidad no está en las palabras que te he comunicado y por las que te dije que titularas Testamento-Promesa de gracia… Lo que se podía salvar con el Testamento-Promesa en el mes de junio, ahora —en septiembre de 1968— ya no se puede salvar. De todos modos, los escritos harán bien a algunos.
Al día siguiente, 22 de septiembre, víspera de la muerte del Padre Pío, su hijo espiritual Gaspari permaneció desolado en el hotel. Sobre las cinco de la tarde, mientras descansaba en su habitación, tuvo un sueño profético:

Se me apareció el Padre Pío —recordaba él— en medio de un ejército de inumerables ángeles bellísimos, todo rodeado de luz y de amor. Acercándose a mí para abrazarme cariñosamente, me dijo:
—¡Hijo, hijo mío! No debes llorar porque ayer te anuncié mi muerte; persevera fuerte, valiente y sereno en mi alegría: yo te mandaré mi ejército de ángeles. ¡Te obedecerán en todo! Yo, tu Padre, estaré siempre cerca de ti y te diré lo que debes decir y hacer para tu bien y el de aquellos que quieran acoger tu palabra y la mía. Llevaré al Cielo tus pensamientos. ¡A ti te dejo los míos!
Mientras pronunciaba esta última palabra, me cogió la cabeza entre sus manos y la acercó a la suya. Me dio la impresión de que mi cerebro se vaciaba y de que se llenaba de otro contenido nuevo. En aquel momento, Michele Famiglietti golpeó bruscamente la puerta de mi habitación. Me desperté con gran dolor de cabeza; la mantenía derecha porque me daba la sensación de que se me iba a caer. Le pedí a Michele que esperara porque no podía moverme. En cuanto pude abrirle la puerta, respondí a su ansiosa pregunta:
—Padre Pío acaba de venir y me ha hecho una promesa maravillosa…

La noche del 22 al 23 de septiembre, Gaspari apenas pudo conciliar el sueño. En su corazón resonaba la dulce voz del Padre Pío, que le entregaba el Libro del Amor y él lo releía hasta el amanecer. Confiaba en poder constatar a la mañana siguiente que su corazonada había sido una horrible pesadilla. Pero no fue así. A las siete de la mañana, le comunicaron desde Roma que el Padre Pío acababa de fallecer, tal y como él había anunciado dos días antes.
A esas alturas, el 8 de junio de 1960, el Padre Pío había escrito ya de su puño y letra esta dedicatoria en el Misal de Gaspari:

Que el Ángel de Dios te acompañe y esté siempre y en todo junto a ti; que sea tu refugio y tu guía.

Aquella misma mañana del 23 de septiembre, Gaspari supo que el arzobispo de Pittsburgh (Pensilvania), monseñor Nicholas T. Telko, se encontraba en Roma y deseaba hablar con él. Monseñor Telko se había reunido con el Padre Pío dos días antes de su muerte. Gaspari partió hacia Roma y mantuvo luego allí una larga conversación con el arzobispo sobre la extraordinaria importancia del Libro del Amor.

El Padre amado —reflexionaba Gaspari, aludiendo al Padre Pío— me había dejado como camino el Libro del Amor, regalo de amor a su Luigi y a todos sus hijos que esperaban el momento para abrazar a su queridísimo Padre [Pío] en el Cielo. Me acordé así de un cántico de Moisés:
—Abre tus oídos, ¡oh Cielos! y yo hablaré. Escucha, Tierra, lo que mi boca te va a contar. Baje como la lluvia mi doctrina, desciendan mis palabras como el rocío, como gotas sobre la hierba, como agua sobre el prado, ¡pues yo voy a alabar el nombre del Señor! ¡Dale gloria a nuestro Dios! Él es la roca y sus obras son perfectas. Todos sus caminos están señalados. Un Dios fiel, sin iniquidad, todo rectitud y justicia.
Yo lloraba ante los restos mortales del Padre [Pío] y entonces me pareció oír sus dulces palabras de hacía tantos años:
—¿Por qué has llorado? ¡Tú sabes que no me gustan las lágrimas!



DULCE Y AMARGO A LA VEZ

Ahora sí, reproduzcamos ya sin más dilación el capítulo décimo del Apocalipsis:
Y vi a otro ángel poderoso —escribe San Juan— descender del Cielo, envuelto en una nube, con el arcoiris sobre su cabeza. Su rostro era como el sol, y sus pies como columnas de fuego. En la mano tenía un pequeño libro abierto. Puso el pie derecho sobre el mar y el izquierdo sobre la tierra y gritó con voz fuerte, como el rugido del león. Cuando gritó, los siete truenos hicieron oír sus propias voces.

Al hablar los siete truenos, me disponía a escribir. Pero oí una voz del Cielo que decía:
—Sella lo que han dicho los siete truenos, no lo escribas.
Y el ángel que vi de pie sobre el mar y sobre la tierra levantó la mano derecha hacia el Cielo y juró por el que vive por los siglos de los siglos, el que creó el Cielo y cuanto hay en él, la tierra y cuanto hay en ella, y el mar y cuanto hay en él:
—Ya no habrá más tiempo, sino que en los días en que se oiga la voz del séptimo ángel, cuando empiece a tocar la trompeta, se consumará el misterio de Dios, tal y como se lo anunció a sus siervos, los profetas.
Entonces la voz que había oído del Cielo me habló de nuevo:
—Ve y toma el libro abierto de la mano del ángel que está de pie sobre el mar y sobre la tierra.
Me acerqué al ángel y le dije que me diera el pequeño libro. Él me contestó:
—Toma y devóralo, te amargará las entrañas, pero en tu boca será dulce como la miel.
Tomé el pequeño libro de la mano del ángel y lo devoré. En mi boca fue dulce como la miel, pero cuando lo comí se me amargaron las entrañas. Entonces me dijeron:
—Es necesario que profetices de nuevo contra muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes.

Advirtamos, antes de nada, que el librito era «dulce como la miel» porque anunciaba el triunfo final de la Iglesia, pero resultaba también «amargo en las entrañas» porque advertía sobre su previa y dolorosa purificación.
San Juan nos ofrece así una visión tenida en la tierra antes de describir el toque de la séptima trompeta y el tercer «¡Ay!» que anunciará los acontecimientos finales. Es muy probable que el ángel que nos refiere el autor sagrado en este décimo capítulo sea San Gabriel porque se denomina «poderoso» (geber, en hebreo); y Gabriel, en hebreo también gabri’el, significa «fuerza de Dios» o «varón de Dios» (Dn 8, 15).
Sea como fuere, Gabriel fue el ángel encargado de explicar las profecías mesiánicas al profeta Daniel y de comunicar las noticias de parte de Dios a Zacarías y a la Virgen María.
El hombre no podía conocer la totalidad de los planes de Dios, proclamada en los siete truenos, pero sí lo que Dios reveló a Juan como vidente, en la tierra. El pequeño libro abierto que portaba el ángel constituía así todo un símbolo de la revelación divina a los profetas. Estaba abierto, lo que significaba que podía conocerse su contenido que afectaba a toda la creación: a la tierra y al mar.
Se trataba de un libro semejante al rollo de la visión descrita por el profeta Ezequiel (Ez 2,9-3,1), destinado a ser comido por el vidente. Significaba que Dios hablaba mediante la Sagrada Escritura prometiendo bendición y castigo. Todo cuanto se decía en ese libro debía considerarse como verdadero.
Con un gesto y una fórmula solemne de juramento, el ángel aseguraba que iba a establecerse de modo definitivo el Reino de Dios, en el momento justo en que ya no hubiese más tiempo para el mundo que conocemos. Pero no facilitaba fecha alguna; tan solo anunciaba que sería cuando el Misterio de Dios, su designio de salvación, alcanzase su plenitud; cuando llegase el tiempo de la siega (Mt 13, 24-30), porque tanto el bien como el mal se habrían manifestado ya plenamente.



TIEMPO DE ESPERANZA

¿Y qué dice el Libro del Amor?
Luigi Gaspari mantuvo varias locuciones con Dios Padre y con Jesús Hijo, la piedra angular que rechazaron los constructores, tan menospreciada hoy también dentro y fuera de la Iglesia. La primera de ellas tuvo lugar en Bolonia, donde entonces residía, la noche del 8 al 9 de abril de 1968; y la última, en San Giovanni Rotondo, el día 16 del mismo mes.
La transcripción de una sola de esas inspiraciones del Cielo serviría para descubrir o ratificarse, según el caso, en el inefable Amor de Jesús por cada una de las almas creadas cuya salvación tanto Él anhela.

Dice así Jesús a Gaspari, la pluma del Espíritu Santo, y en última instancia a todos los hombres que quieran acoger su Palabra, según la traducción al castellano proporcionada en su día por el propio autor a su amigo Adolfo Castaño:
¡Esta noche tengo que hablarte y tú me escucharás! Tengo que decirte algo importante. Lo que quiero hacerte comprender trata del amor y de Mí.
Estoy en los corazones de todos y mi amor vive en los corazones de los hombres. «Soy feliz al poder habitar donde me acogen con calor. Mi corazón une en el amor. Sin Mí nada permanece unido. Ninguna unión que no exista por Mí, por mi Corazón, puede llamarse amor. Mi Amor no conoce la miseria ni la tristeza.
Mi Amor es pura alegría. Ninguna alegría vuestra me es ajena. Yo soy el que os enseño a conocer la inutilidad de vuestros anhelos, de vuestros deseos. Quiero que comprendáis que todo aquello que buscáis lo encontraréis en Mí.
¿De qué angustiarse? ¿Por qué? Venid a mí y encontraréis todo el bien que deseáis. Soy más generoso de lo que creéis y quiero daros mucho más de lo que me pedís. ¿Qué queréis de Mí? Pedid y recibiréis.
¿Qué pedís? ¿El bien verdadero? Os lo concedo inmediatamente. ¿Un bien que no es un bien? No puedo dároslo porque os quiero bien. ¿Qué bien os daré? Os daré todo si me entregáis vuestro corazón entero. Vuestro corazón no es todo para Mí.
Una parte me la dais a menudo, pero guardáis otra parte para vuestros anhelos, para lo que buscáis fuera de Mí.
Es inútil haceros comprender que nada existe fuera de Mí. En un rincón donde no me esperas me escondo. Miro y ¿qué veo? Os veo afanados, cansados, desilusionados y descontentos. Estáis angustiados y no comprendéis la razón. La razón es mi ausencia.
Yo os miro y espero vuestra señal, espero que me llaméis para salir del escondite donde me habéis colocado. Me hago presente cuando me llamáis, pero aún más cuando me amáis. Quiero ayudaros a seguir conmigo y si así lo queréis seré todo para vosotros. Vuestro desearme debe ser un entregaros a Mí. Vuestra entrega significa darlo todo por Mí.
«Me fatiga veros así, sin la fuerza que sólo yo puedo daros, sin el amor que solo yo puedo otorgaros. Lo que deseáis es casi y solamente vuestro propio mal, pero a veces no lo sabéis. Yo os diré cuál es el verdadero bien».

Jesús distingue a continuación entre el bien y el mal, que el hombre elige indistintamente haciendo uso de su completa libertad:

¿Qué es el bien? Es la paz del corazón. Es el sentir un calor que es vida. ¿Qué supone este calor? Caldea e inflama el corazón; os aporta la alegría de vivir; de amar y de dar a todos calor y amor. ¿Es así de verdad? Sí, lo sabéis porque ya lo habéis experimentado otras veces. Pero, ¿por qué solo algunas veces? Porque en esos momentos os inflamaba yo. Yo lo hacía todo por vosotros, para que me conocierais, para que me amarais. ¿Y entonces? No lo supisteis y me volvisteis la espalda.
Os dejé libres de seguir otros caminos. ¿Y…? Ya veis lo que ha sucedido. Ahora estáis áridos y cansados porque no estoy con vosotros. Pero sigo viviendo en vosotros porque me basta el exiguo rincón que me dejáis. En él os espero. Espero el momento en que sufráis y padezcáis para sufrir y padecer con vosotros.

El sufrimiento no proviene de Dios, sino que es consecuencia del pecado. Pero para ayudar a los hombres a sobrellevar el dolor y las contrariedades de la vida, Jesús se ofrece directamente, si se lo piden, o recurre a una persona enviada por Él:

Debéis vuestro sufrimiento a vosotros mismos, no lo he querido Yo. Pero gracias a él puedo acudir en vuestra ayuda. ¿Y si no me llamáis? De todas formas lo presiento y vengo enseguida a ayudaros. ¿Cómo? Cuando me llamáis ya estoy ahí. Si no me llamáis directamente, llego por otro camino. ¿Qué camino…? Mi camino es un hombre como vosotros, un hombre que si no es del todo mío, al menos lo es en parte. Envío en vuestra ayuda a esa parte mía. Pero siempre soy Yo el que os socorre en esa persona.
¿Y qué hacéis vosotros? Muchas veces no me reconocéis y no me veis porque actúo a través de un hombre. Un hombre como vosotros. Pero en ese hombre estoy Yo, vuestro Dios.
¿Qué queréis de Mí? Yo puedo daros todo. Puedo daros todo porque todo es mío, todo lo he creado yo.
Nada os es imposible porque a Mí todo me es posible. Os pertenezco, soy vuestro porque lo mío es vuestro. Entonces, ¿por qué os inquietáis?
Tenéis todo lo que yo tengo. Os basta quererlo. ¿Qué quiero yo de vosotros? Os pido que me creáis, que me pidáis, que tengáis confianza en vosotros mismos y que os entreguéis. ¿Tenéis miedo de entregaros a Mí? Lo que Vosotros me dais no es nada, lo que yo os daré es todo.

El mismo Dios explica en qué consiste darlo todo por su Infinito Amor. Tan solo espera que se lo pidan con el amor que cada hombre es capaz de dar:

¿Qué es todo? Todo es conocerme, conoceros, conocer todo lo que existe, todo lo que veis y no conocéis. Todo lo que podéis conocer es lo desconocido y lo desconocido solo lo podéis conocer a través de Mí.
¿Por qué os quiero tanto? Porque os he creado y estoy creando todo lo que pueda haceros más felices, más agradecidos y más llenos de amor por Mí.
¿Por qué os pido amor? Porque al aumentar en vosotros el amor aumenta vuestra alegría, vuestra felicidad. Mi bondad es infinita y por eso aumento siempre en vosotros vuestro amor por Mí.
Aumentando vuestro amor no hago otra cosa que aumentar vuestro conocimiento de Mí. Cuanto más me améis, más me conoceréis. Yo solo me doy a conocer a quien sabe quererme. Doy amor a quien me da amor. Retiro mi amor al que no lo tiene por Mí. Y porque Yo soy el amor, el amor me pertenece solo a Mí.
Vosotros no podéis poseer lo que es mío, exclusivamente mío, si yo no os lo concedo. El don que os otorgo es una prueba. La prueba está solo en vuestra voluntad, tan solo debéis demostrar la voluntad de amarme. El resto yo lo haré por vosotros, porque Yo soy todo para vosotros.
Mi corazón es una lámpara inmensa, siempre encendida, es un fuego que arde por vosotros. Mi fuego os da la vida. La vida no existiría sin mi calor. Mi calor suple el hielo de vuestros corazones áridos. Cada uno de vuestros corazones debería mantener en vida una parte de la creación. Cuando vuestro corazón esté árido, apagado, esta parte de la creación debería desaparecer porque el amor del corazón lo gobierna todo.
¿Y Yo qué hago? Os inflamo con mi calor. Suplo con mi Corazón la aridez del vuestro. Os mantengo y mantengo la vida con el calor de mi corazón.
¿Por qué lo hago? Por amor y esperando el retorno de amor, asumo vuestra misión. Yo soy la reserva de la energía que actúa para evitar el desastroso derroche de la vuestra; de la que os dí. Yo soy un Corazón de reserva para serviros a todos.

¡Pero hay tantos hombres que no aman a Dios…! Y no solo no le aman, sino que le ofenden continuamente y con absoluta indiferencia, ignorando el inmenso Amor que Él les profesa:

¿Por qué no me amáis? ¿Por qué no queréis reconocerme? ¿Por qué queréis rechazarme? Vuestra mente no es estable. Es voluble porque se deja llevar de las impresiones externas, de los pensamientos tumultuosos que vienen del mundo. La mente inestable enfría vuestros corazones y rechaza el amor.
¿Cómo podéis tener la mente a raya? ¿Cómo dominarla? Debéis intentar no escuchar los pensamientos que no sean de bien, de amor. Debéis vencer la inestabilidad prestando siempre oídos a la ley del amor.
Cuando un hombre como vosotros os pide un poco de bondad no le preguntéis quién es. Dadle el bien que pide. El bien le unirá a vosotros y por mi amor que está en vosotros, Yo le uniré a Mí. Yo soy el que envió a los hombres que os piden bien y amor, para que los traigáis a Mí, a mi Corazón, a través de la parte de Mí que hay en vosotros. No abandonéis nunca a los que os envío porque forman parte de vosotros mismos, porque Yo seré vuestro en ellos por el amor que les habéis dado.
Yo soy el que ha querido uniros para teneros unidos más fuertemente a mi Corazón. Vosotros sois un todo en Mí. La pérdida de uno solo de éstos, es una disminución de vosotros mismos. Estáis unidos por un vínculo que os resulta invisible. El vínculo está aquí, dentro de mi Corazón.
El amor es uno y vosotros sois uno en la participación de la alegría eterna en mi Corazón que será el vuestro. Uníos y no os dejéis desanimar por nada. ¡No hay nada grave para Mí! Solo es grave que os separéis. No podéis separaros cuando deseáis amarme. Yo no puedo dividir mi Corazón y si queréis entrar en él, tener derecho a entrar, debéis estar totalmente unidos. El separaros haría imposible la unión conmigo. Sed dóciles y buenos entre vosotros, ayudaos y corregíos, pero no os separéis nunca.

Jesús incide así en la parábola de la vid y los sarmientos (Jn, 15, 1-8), en la que proclama la imprescindible unidad de todos sus hermanos: «El que permanece en mí y Yo en él, ese da mucho fruto, porque sin Mí no podéis hacer nada», advierte. Y Él es la Verdad:

Vuestra unión es mi alegría. Os llenaré de gracia en el empeño que pondréis en amaros y en no separaros nunca. Cuando uno de vosotros tenga la tentación de alejarse del otro, intervendré inmediatamente. Intervendré enérgicamente para impedirlo. Esta es mi voluntad; que cada uno de vosotros dé un paso pequeño hacia el otro y Yo pondré en movimiento el poder de mi Corazón.
Cuando estéis lejos recordad; en el recuerdo Yo viviré en vosotros. Estaré siempre con vosotros si os ayudáis a uniros cada vez más. No temáis a los que os quieren aislar. Vuestro amor os hará vencer todos los obstáculos.
En vuestro deseo de amor actúa mi voluntad. Mi querer es más fuerte que cualquier resistencia. Perseverad en vuestra voluntad de unión, en el amor que intenta escaparse. Conozco los caminos para que vuelva el que ha huido. No podrá huir y yo os diré por qué.
El hombre que os envié fue escogido por Mí. Vosotros lo habéis traído a mi Corazón y ahora permanece unido a él por hilos invisibles. Vuestra voluntad mantiene el contacto de estos hilos con mi Corazón. Gracias a estos hilos Yo mantengo el contacto con el que intentó huir y quiere retornar. Mis relaciones con él dan lugar a aflicciones y turbaciones que no cesarán hasta que no reconozca espontáneamente haber faltado al pacto de unión con vosotros, conmigo.
Defiendo vuestros derechos sobre los que habéis amado y que han intentado huir. Huir de vosotros y de Mí. Pedidme ayuda cuando os sintáis sin fuerzas. Acudiré rápidamente a socorreros, porque deseo vuestra unión.
La unión entre vosotros supone la unión conmigo. La separación entre vosotros supone la separación de Mí.



LA CONVERSIÓN

El 9 de abril de 1968, Gaspari oyó decirle también a Jesús, por la mañana:

Si me pedís que me dé, es para Mí como una orden y me doy a cuantos me indiquéis… A vosotros pertenece todo lo que recibieron de Mí sin merecerlo y solo porque vosotros me lo suplicasteis… Solo os pido que me tengáis en vuestro corazón… Alejad de vosotros la tristeza. Confiadme todo lo que os hace sufrir y os daré a cambio la alegría. Yo soy todo vuestro bien porque os tengo en medio del mundo; estáis en mi Corazón y Yo en el vuestro.

Aquella misma noche, Jesús le confió:

La unión conmigo no es otra cosa que dejarme hacer a Mí… No me preocupan vuestros errores, puedo arreglarlos todos… Debéis pedirme claramente porque Yo debo atenerme a vuestras palabras al atenderos. Vuestras palabras se graban en Mi Corazón tal como las pronunciáis; es importante que penséis y reflexionéis antes de pedirme nada. Tratad de determinar bien lo que queréis de Mí… Yo os aconsejaré lo más urgente de lo que deberíais pedirme para vuestro propio bien y para la mayor felicidad de los que queréis… Cuando yo os aconseje, desaparecerán todas vuestras dudas. En la duda haré oír Mi voz e intentaré hacérosla entender… Tened siempre la certeza de que os escucharé cuando me hayáis pedido paciente y humildemente que aleje la duda…

El 11 de abril, Jueves Santo, la locución se produjo esta vez en Roma:

La llave es mi Corazón que se hace vuestro cada vez que queréis abrirme la puerta cerrada de un corazón… Cuando vuestro bien se dirige a alguien que no desea conocerme, que no busca, que no ama la verdad, ese hombre será para Mí el instrumento por el que os mostraré que debéis uniros más íntimamente conmigo… Las causas que Yo defiendo, las oraciones que escucho, son las que proceden de los que han aceptado servir una sola causa: la verdad por el triunfo de la justicia y del amor… Si el fin que os proponéis es el que os he indicado, yo corregiré vuestros errores; allanaré los caminos que debéis recorrer; os defenderé a vosotros y a vuestros seres queridos de insidias y enemigos.

Al cabo de dos días, el 13 de abril, Jesús insistió a través de Gaspari mientras este se hallaba en San Giovanni Rotondo:

Vuestra voluntad será una con la mía cuando me améis. La perseverancia debéis pedírmela a Mí; pedidme siempre la voluntad de perseverar en mi amor. La oración será un encuentro conmigo, en una conversación conmigo en la que me daréis vuestro corazón con todo el amor que contiene. Vuestras palabras, pronunciadas en el silencio, serán creadoras… Los pensamientos que me dirigís en silencio son vuestra conversación íntima conmigo, son las palabras que solo Yo oigo y que guardo en secreto para Mi Corazón y el vuestro… Solo espero que vosotros me pidáis conquistar, a través de vuestro corazón unido al mío, el amor de todos los corazones de los hombres que no pueden amarme, que no quieren amarme, que dicen no conocerme, no necesitarme, que no existo, solo porque aún no han recibido el calor de vuestros corazones, de los corazones a quienes di amor para darlo a todos a través de vosotros que lo recibisteis de Mí.

El día 16 cesaron ya las inspiraciones del Cielo. Ese día Gaspari estampó en su cuaderno este último mensaje de amor y proselitismo entre los hermanos en Cristo:

Aumentaréis en vosotros la fe en Mi poder, os sentiréis capaces de conquistar para Mí los corazones que amáis, de conquistar los corazones de los que no me poseen… No os turbe la dureza de los corazones que no han aceptado escucharos, que no han querido oír hablar de Mí, que me han negado y me ruegan: vuestro empeño en amar a todos los que no os han escuchado no será vano.
Seguid deseando que entre en ellos el amor, seguid perseverando en el amor a todos en Mí. Mi amor por vosotros abrirá muchos corazones que creíais indiferentes a la llamada de vuestro amor, de Mi amor.
Para muchos de estos indiferentes, vuestro amor será Mi misericordia en sus últimos momentos, Mi amor por vosotros se hará misericordia hacia todos aquellos que han permanecido siempre en vuestro corazón, aunque no hayan querido escucharos; en vuestro corazón encontrarán el amor que habéis sabido ofrecerme en su lugar. No destruiré el amor que habéis entregado con perseverancia a los que queríais dirigir hacia Mí.

Después de todo, el Libro del Amor, como el Tercer Secreto de Fátima, están destinados a lanzar el mismo mensaje de conversión a la humanidad entera, y a la Iglesia en particular. Solo con Cristo es posible la salvación y rechazarle, en virtud de la libertad que Él ha conferido a cada uno, lleva implícito el mayor de los castigos: la ausencia de Dios por toda la eternidad.
«Si no os convertís, pereceréis todos», insistía Benedicto XVI, con razón. Ese es, precisamente, el gran reto y la única esperanza: la conversión universal que, unida a la consagración de Rusia al Inmaculado Corazón de María, constituye el único remedio para aplacar las catástrofes profetizadas en Fátima dentro y fuera de la Iglesia.
El cronógrafo del destino hace ya demasiado tiempo que empezó a funcionar. Los avisos del Cielo han sido reiterados e incumplidos desde entonces. ¿Será ya tarde cuando se pretenda reaccionar…?






INFORME PERICIAL
CALIGRÁFICO




BEGOÑA SLOCKER DE ARCE
MADRID





PERITO CALÍGRAFO


• Begoña Slocker de Arce, perito calígrafo de los tribunales de justicia en ejercicio.
• Perito calígrafo por la Sociedad Española de Grafología, dirigida por el profesor Mauricio Xandró.
• Perito calígrafo dirigida por el profesor Francisco Álvarez (coronel exjefe de la Jefatura de Investigación y Criminalística de la Guardia Civil).
• Diplomada en Pericia Caligráfica por la Universidad Autónoma de Barcelona.
• Profesora tutora de los cursos en Madrid de Perito Calígrafo Judicial, Grafística, Documentoscopia y Sociolingüística forense en la Universidad Autónoma de Barcelona, del año 2009 al 2011.
• Impartición de cursos en la universidad de Alcalá de Henares, universidad Francisco de Vitoria.
• Directora del Centro Grafológico Slocker.



EXPONE


Que ha sido requerida a instancias de D. José María Zavala para realizar pericia caligráfica de dos escritos:

✥ Documento indubitado (Doc. 1) que consta de dos folios correspondientes a la Primera y Segunda parte del Secreto de Fátima, redactadas de puño y letra por Sor Lucía dos Santos en su Tercera Memoria del 31 de agosto de 1941, entregada en su día al Obispo de Leiria-Fátima.
✥ Documento dubitado (Doc. 2) que consta de un folio perteneciente, presuntamente, a la Tercera Parte no revelada del Secreto de Fátima, escrito el 1 de abril de 1944.

Y dictaminar si el Documento dubitado (Doc. 2) está realizado por la misma mano que el Documento indubitado (Doc. 1).

Hago constar que el material que se ha analizado es fotográfico al estar ambos documentos custodiados y no poder acceder a ellos. La calidad de la imagen del Doc. 1 es de alta resolución, mientras que en el Doc. 2, al no estar aún revelado, la calidad de la imagen se ha intentado hacer con la mayor resolución posible dadas las circunstancias no reveladas del secreto. Para la elaboración de esta pericia caligráfica hemos trabajado aspectos gráficos en los que el material no ha sido un impedimento para su realización.



MEDIOS TÉCNICOS UTILIZADOS

Los documentos en cuestión fueron examinados con los medios propios y habituales en este tipo de estudio.
En primer lugar, se han examinado todos los documentos que figuran a continuación, en las páginas de ilustraciones, con lupas normales de 5-15 X, a fin de determinar la conformación de sus rasgos, puntos de ataque (rasgo inicial) y puntos de escape (rasgo final), uniones, recorrido, etc., contenidos en los escritos, cuyo seguimiento y examen panorámico se logra mejor con estas lupas sencillas de poco aumento.
Se han hecho ampliaciones por medio de escáner con el fin de realizar cotejos para identificar la autoría.
Mediante el negatoscopio se han seguido los trazos, uniones y cierres, que son las partes que van a mostrar con bastante seguridad la mano autora, pues se examina cada trazo, rasgo, unión y oscilación, al mismo tiempo en los originales indubitados y también en las letras o rasgos que ofrecen dudas y, gracias a ello, se aportan datos importantes en el informe.
A través del Truescan podemos ver 20 veces en aumento con señal vídeo compuesto a colores estándar CCIR50Hz; 1 Vpp;75 ohms PAL380 TV lines. Resolución de 628x582 píxeles. Escáner (Canon), programas de tratamiento de imagen por ordenador, reproducciones y diversas ampliaciones de los documentos reseñados o de alguna de sus partes.

• Lupas normales de 5-15
• Microscopio zoom de 60x, 80x, 100x
• Se han hecho diferentes tipos de fotocopias
• Negatoscopio
• TrueScan, análisis espectral de especies valoradas
• Sistema informático como el Scanner Canoscan 4200 F para aumentar y ver con detalle todos los rasgos.
• Se ha estudiado con detenimiento el seguimiento de los rasgos más inconscientes, en los cuales es más difícil falsificar el movimiento natural de la mano.


FUNDAMENTOS TEÓRICOS

La escritura de cada persona se compone de gestos individualizados distintos de los de cualquier otra, porque responden a una serie de movimientos realizados de forma automática provenientes de un hábito. Estos gestos se hacen sin que sea necesario un estado de atención para la construcción de cada uno de los trazos que se componen. Así pues, las escrituras de una misma persona deben guardar entre sí una serie de características similares, cuando no coincidentes, como son: la forma, composición, proporción de trazos, proporción determinada, etc.
Uno de los fundamentos más importantes de la Grafo crítica y de las demás técnicas de la escritura en general radica en el carácter personal de la escritura y en su origen cerebral.
El profesor Villalaín (1) afirma al respecto, que «La escritura es un acto muy complejo, resultado de un largo aprendizaje por parte de un sistema nervioso íntegro y estructurado al más alto nivel. Para conseguir una correcta escritura se necesita entender lo que se oye, entender lo que se ve, elaborar y programar el lenguaje a expresar, programar los movimientos precisos y elaborar los signos gráficos correspondientes. Todo ello supone la unidad de conocimiento y acción e implica la integridad neurorgánica».
De la misma forma que cada cual anda, gesticula, ríe, de una manera peculiar, fruto de su psicomotricidad, así la escritura está impregnada de una serie de tendencias y rasgos peculiares que la diferencia de las demás.
Como la mayor parte de las manifestaciones del ser humano, la manifestación gráfica debe ser considerada bajo su aspecto dinámico. Desde el aprendizaje escolar va sufriendo una paulatina transformación. Los trazos se simplifican, se modifican y se adaptan al estilo personal. Con ello, y en un proceso no totalmente consciente, se va forjando la personalidad gráfica.
Serán precisamente estas adaptaciones y desviaciones del modelo aprendido las piezas clave en la labor identificadora, debido, sobre todo, a su carácter personal.
Al adquirir y consolidar un modo escritural, la persona da respuesta a sus inclinaciones, impulsos y tendencias. Por ello, la mayor parte de su producción escrita tendrá una génesis no totalmente consciente, ya que sus orígenes no están siempre en la esfera de la voluntad racional y lógica, sino en el terreno de las emociones y los estados afectivos.
Todos sus escritos tendrán su importancia, y cuando trate de fingir, tarde o temprano, aflorarán sus rasgos peculiares.
De no menor importancia es el otro basamento de la disciplina pericial, constituido por las Leyes de la Escritura enunciadas por E. Solange Pellat. Entre ellas destacamos, por su relación directa con el tema que nos ocupa, las siguientes:
* PRIMERA LEY: El gesto gráfico depende directamente del cerebro y su forma no está modificada por el órgano escritor, si este funciona normalmente y se encuentra suficientemente adaptado para su función.
Este hecho se ha comprobado ampliamente en mutilados de la mano derecha o de ambas manos, que después de un aprendizaje, reprodujeron el mismo tipo de escritura con otros órganos (mano izquierda, boca, pies, etc.).
* SEGUNDA LEY: Cuando se escribe, el «yo» está en acción pero pasa por continuas alternativas de intensidad y debilitamiento de la atención. La intensidad máxima del «yo» consciente se presenta allí donde existe la necesidad de un esfuerzo, es decir, en los comienzos.
La intensidad mínima del «yo» consciente se da allí donde el movimiento escritural está secundado por el impulso adquirido, es decir, en los finales.
Al comenzar un escrito, la persona es más consciente de lo que hace. A medida que vamos escribiendo, la atención se centra más en el contenido y menos en la forma, produciendo así, una escritura más fluida y espontánea.
Esta ley es de especial aplicación en los escritos desfigurados de propio intento, ya que con ellos el escritor empieza alterando mucho sus grafías, pero sin darse cuenta, su escritura revierte a sus formas esenciales. El «yo» acaba actuando inconscientemente, terminando por imponerse.
* TERCERA LEY: No es posible modificar adrede la propia escritura sin que en el trazado aparezcan huellas del esfuerzo realizado para reprimir el propio modo escritural.
Estas huellas quedan evidenciadas por la presencia de desviaciones, interrupciones, ganchos, roturas, paradas innecesarias, retoques, etc. Las investigaciones realizadas por Saudek (2) demostraron, asimismo, el carácter permanente e idiosincrásico de la escritura, y en uno de sus principios afirma que «Ninguna persona es capaz de cambiar, a un mismo tiempo, todos los factores componentes del grafismo: variedad y riqueza de formas tamaño, cohesión, inclinación y presión».
Todos estos resultados demostrativos de la existencia de un sustrato constante y característico de la escritura, obtenidos de investigaciones neurofisiológicas y psicológicas, son aplicables a la peritación gráfica para la obtención de sus objetivos prácticos, y a la ayuda de medios técnicos, que son el complemento utilizado para llegar a aquellos.


NOTAS:

(1) Fisiopatología del Gesto A. G. Madrid. 1981. D. J. Delfín Villalaín Blanco. Doctor en Medicina. Profesor de la cátedra de Medicina Legal de la UCM. Encargado de la Sección de Investigación Criminología. Madrid.
(2) Saudek, Robert: The Psychology of Handwriting.

ASPECTOS A ESTUDIAR EN LA ESCRITURA

• GESTOS TIPO


ASPECTOS A ESTUDIAR EN LOS DOCUMENTOS 1 Y 2

• FORMA
• VELOCIDAD
• DIRECCIÓN
• COHESIÓN


DOCUMENTOS A ESTUDIAR
✥ Documento dubitado (Doc. 2)











INFORME PERICIAL
CALIGRÁFICO




BEGOÑA SLOCKER DE ARCE
MADRID





PERITO CALÍGRAFO


• Begoña Slocker de Arce, perito calígrafo de los tribunales de justicia en ejercicio.
• Perito calígrafo por la Sociedad Española de Grafología, dirigida por el profesor Mauricio Xandró.
• Perito calígrafo dirigida por el profesor Francisco Álvarez (coronel exjefe de la Jefatura de Investigación y Criminalística de la Guardia Civil).
• Diplomada en Pericia Caligráfica por la Universidad Autónoma de Barcelona.
• Profesora tutora de los cursos en Madrid de Perito Calígrafo Judicial, Grafística, Documentoscopia y Sociolingüística forense en la Universidad Autónoma de Barcelona, del año 2009 al 2011.
• Impartición de cursos en la universidad de Alcalá de Henares, universidad Francisco de Vitoria.
• Directora del Centro Grafológico Slocker.



EXPONE


Que ha sido requerida a instancias de D. José María Zavala para realizar pericia caligráfica de dos escritos:

✥ Documento indubitado (Doc. 1) que consta de dos folios correspondientes a la Primera y Segunda parte del Secreto de Fátima, redactadas de puño y letra por Sor Lucía dos Santos en su Tercera Memoria del 31 de agosto de 1941, entregada en su día al Obispo de Leiria-Fátima.
✥ Documento dubitado (Doc. 2) que consta de un folio perteneciente, presuntamente, a la Tercera Parte no revelada del Secreto de Fátima, escrito el 1 de abril de 1944.

Y dictaminar si el Documento dubitado (Doc. 2) está realizado por la misma mano que el Documento indubitado (Doc. 1).

Hago constar que el material que se ha analizado es fotográfico al estar ambos documentos custodiados y no poder acceder a ellos. La calidad de la imagen del Doc. 1 es de alta resolución, mientras que en el Doc. 2, al no estar aún revelado, la calidad de la imagen se ha intentado hacer con la mayor resolución posible dadas las circunstancias no reveladas del secreto. Para la elaboración de esta pericia caligráfica hemos trabajado aspectos gráficos en los que el material no ha sido un impedimento para su realización.



MEDIOS TÉCNICOS UTILIZADOS

Los documentos en cuestión fueron examinados con los medios propios y habituales en este tipo de estudio.
En primer lugar, se han examinado todos los documentos que figuran a continuación, en las páginas de ilustraciones, con lupas normales de 5-15 X, a fin de determinar la conformación de sus rasgos, puntos de ataque (rasgo inicial) y puntos de escape (rasgo final), uniones, recorrido, etc., contenidos en los escritos, cuyo seguimiento y examen panorámico se logra mejor con estas lupas sencillas de poco aumento.
Se han hecho ampliaciones por medio de escáner con el fin de realizar cotejos para identificar la autoría.
Mediante el negatoscopio se han seguido los trazos, uniones y cierres, que son las partes que van a mostrar con bastante seguridad la mano autora, pues se examina cada trazo, rasgo, unión y oscilación, al mismo tiempo en los originales indubitados y también en las letras o rasgos que ofrecen dudas y, gracias a ello, se aportan datos importantes en el informe.
A través del Truescan podemos ver 20 veces en aumento con señal vídeo compuesto a colores estándar CCIR50Hz; 1 Vpp;75 ohms PAL380 TV lines. Resolución de 628x582 píxeles. Escáner (Canon), programas de tratamiento de imagen por ordenador, reproducciones y diversas ampliaciones de los documentos reseñados o de alguna de sus partes.

• Lupas normales de 5-15
• Microscopio zoom de 60x, 80x, 100x
• Se han hecho diferentes tipos de fotocopias
• Negatoscopio
• TrueScan, análisis espectral de especies valoradas
• Sistema informático como el Scanner Canoscan 4200 F para aumentar y ver con detalle todos los rasgos.
• Se ha estudiado con detenimiento el seguimiento de los rasgos más inconscientes, en los cuales es más difícil falsificar el movimiento natural de la mano.


FUNDAMENTOS TEÓRICOS

La escritura de cada persona se compone de gestos individualizados distintos de los de cualquier otra, porque responden a una serie de movimientos realizados de forma automática provenientes de un hábito. Estos gestos se hacen sin que sea necesario un estado de atención para la construcción de cada uno de los trazos que se componen. Así pues, las escrituras de una misma persona deben guardar entre sí una serie de características similares, cuando no coincidentes, como son: la forma, composición, proporción de trazos, proporción determinada, etc.
Uno de los fundamentos más importantes de la Grafo crítica y de las demás técnicas de la escritura en general radica en el carácter personal de la escritura y en su origen cerebral.
El profesor Villalaín (1) afirma al respecto, que «La escritura es un acto muy complejo, resultado de un largo aprendizaje por parte de un sistema nervioso íntegro y estructurado al más alto nivel. Para conseguir una correcta escritura se necesita entender lo que se oye, entender lo que se ve, elaborar y programar el lenguaje a expresar, programar los movimientos precisos y elaborar los signos gráficos correspondientes. Todo ello supone la unidad de conocimiento y acción e implica la integridad neurorgánica».
De la misma forma que cada cual anda, gesticula, ríe, de una manera peculiar, fruto de su psicomotricidad, así la escritura está impregnada de una serie de tendencias y rasgos peculiares que la diferencia de las demás.
Como la mayor parte de las manifestaciones del ser humano, la manifestación gráfica debe ser considerada bajo su aspecto dinámico. Desde el aprendizaje escolar va sufriendo una paulatina transformación. Los trazos se simplifican, se modifican y se adaptan al estilo personal. Con ello, y en un proceso no totalmente consciente, se va forjando la personalidad gráfica.
Serán precisamente estas adaptaciones y desviaciones del modelo aprendido las piezas clave en la labor identificadora, debido, sobre todo, a su carácter personal.
Al adquirir y consolidar un modo escritural, la persona da respuesta a sus inclinaciones, impulsos y tendencias. Por ello, la mayor parte de su producción escrita tendrá una génesis no totalmente consciente, ya que sus orígenes no están siempre en la esfera de la voluntad racional y lógica, sino en el terreno de las emociones y los estados afectivos.
Todos sus escritos tendrán su importancia, y cuando trate de fingir, tarde o temprano, aflorarán sus rasgos peculiares.
De no menor importancia es el otro basamento de la disciplina pericial, constituido por las Leyes de la Escritura enunciadas por E. Solange Pellat. Entre ellas destacamos, por su relación directa con el tema que nos ocupa, las siguientes:
* PRIMERA LEY: El gesto gráfico depende directamente del cerebro y su forma no está modificada por el órgano escritor, si este funciona normalmente y se encuentra suficientemente adaptado para su función.
Este hecho se ha comprobado ampliamente en mutilados de la mano derecha o de ambas manos, que después de un aprendizaje, reprodujeron el mismo tipo de escritura con otros órganos (mano izquierda, boca, pies, etc.).
* SEGUNDA LEY: Cuando se escribe, el «yo» está en acción pero pasa por continuas alternativas de intensidad y debilitamiento de la atención. La intensidad máxima del «yo» consciente se presenta allí donde existe la necesidad de un esfuerzo, es decir, en los comienzos.
La intensidad mínima del «yo» consciente se da allí donde el movimiento escritural está secundado por el impulso adquirido, es decir, en los finales.
Al comenzar un escrito, la persona es más consciente de lo que hace. A medida que vamos escribiendo, la atención se centra más en el contenido y menos en la forma, produciendo así, una escritura más fluida y espontánea.
Esta ley es de especial aplicación en los escritos desfigurados de propio intento, ya que con ellos el escritor empieza alterando mucho sus grafías, pero sin darse cuenta, su escritura revierte a sus formas esenciales. El «yo» acaba actuando inconscientemente, terminando por imponerse.
* TERCERA LEY: No es posible modificar adrede la propia escritura sin que en el trazado aparezcan huellas del esfuerzo realizado para reprimir el propio modo escritural.
Estas huellas quedan evidenciadas por la presencia de desviaciones, interrupciones, ganchos, roturas, paradas innecesarias, retoques, etc. Las investigaciones realizadas por Saudek (2) demostraron, asimismo, el carácter permanente e idiosincrásico de la escritura, y en uno de sus principios afirma que «Ninguna persona es capaz de cambiar, a un mismo tiempo, todos los factores componentes del grafismo: variedad y riqueza de formas tamaño, cohesión, inclinación y presión».
Todos estos resultados demostrativos de la existencia de un sustrato constante y característico de la escritura, obtenidos de investigaciones neurofisiológicas y psicológicas, son aplicables a la peritación gráfica para la obtención de sus objetivos prácticos, y a la ayuda de medios técnicos, que son el complemento utilizado para llegar a aquellos.

NOTAS:
(1) Fisiopatología del Gesto A. G. Madrid. 1981. D. J. Delfín Villalaín Blanco. Doctor en Medicina. Profesor de la cátedra de Medicina Legal de la UCM. Encargado de la Sección de Investigación Criminología. Madrid.
(2) Saudek, Robert: The Psychology of Handwriting.


ASPECTOS A ESTUDIAR EN LA ESCRITURA

• GESTOS TIPO



ASPECTOS A ESTUDIAR EN LOS DOCUMENTOS 1 Y 2

• FORMA
• VELOCIDAD
• DIRECCIÓN
• COHESIÓN



DOCUMENTOS A ESTUDIAR


✥ Documento dubitado (Doc. 2)

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Hemos estudiado los documentos IND.1 e IND. 2 en sus gestos tipo así como en el documento DUB. La escritura IND.1 e IND. 2 está con fecha de 31 de agosto de 1941.
La escritura DUB. está con fecha de 1 de abril de 1944.
Los GESTOS TIPO son movimientos no conscientes que el autor del escrito repite como algo personal, que es difícil de imitar por otra mano y menos en circunstancias diferentes como es el caso entre estas dos escrituras, habiendo diferencia incluso en años.
La escritura puede variar en muchos aspectos a lo largo de la vida, pero hay rasgos llamados «gestos tipo» que son innatos, particularismos intrínsecos y personalismos gráficos que identifican al autor como un sello único, que no suelen cambiar con el transcurso del tiempo.
Identidades y semejanzas gráficas entre DUB., IND. 1 e IND. 2:

1. O: Punto de ataque acerado bajando para formar un óvalo que sube terminando el trazo en el interior del mismo (óvalo pinchado).
2. E: Punto de ataque desde arriba que baja girando a la derecha para formar un bucle, descendiendo para girar a la derecha y formar un segundo bucle que termina con un rasgo final descendente.
3. J: Punto de ataque desde abajo formando bucle a la izquierda, yendo a la derecha para formar un segundo bucle y descendiendo con un rasgo final envolvente.
4. d: Éste es uno de los rasgos más característicos dentro del gesto tipo ya que se trata de minúscula y aparece constantemente en todos los documentos. Se trata de una formación angular en la base del óvalo con un hampa corta y en bucle, descendiendo hasta la base del cuerpo del central para ligar a la siguiente letra.
5. A: Se compone en todos los casos con un gancho en rasgo inicial largo desde la izquierda, formando un ángulo en la parte superior y con travesaño en ángulo ascendente.
6. f: Hampas cortas y finas para formar una jamba más gruesa y con doble trazo.
7. N: Punto de ataque desde abajo para formar un bucle inflado y continuar con un arco en ángulo que desciende y se une a la siguiente letra en ángulo.
8. Esta palabra tiene una formación similar en ambos documentos en donde la V en forma de «ala de gallina» cubre la mitad de la palabra. Las barras de t son largas y hacia la derecha.
9. P: En todos los casos está realizada en dos trazos, siendo uno de ellos en forma de paraguas con una distancia similar hacia el trazo vertical.
10. Y: Letra muy parecida a la J mayúscula con una formación muy similar a esta, con un punto de escape en gancho a la izquierda.

Seguidamente realizaremos superposiciones de algunas muestras de letras indubitadas con dubitadas, donde se observa que la construcción se realiza con el mismo movimiento.
Mediante el programa Negastocopio se ha hecho una superposición de letras en las que podemos observar como encajan las mismas con su movimiento natural, ya que si fueran exactamente iguales, podríamos pensar que han sido calcadas. Así podemos ver que entre DUB. e IND. hay pequeñas diferencias de vibraciones propias de la espontaneidad de la escritura.

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Mediante el programa Negastocopio se ha hecho una superposición de letras en las que podemos observar como encajan las mismas con su movimiento natural, ya que si fueran exactamente iguales, podríamos pensar que han sido calcadas. Así podemos ver que entre DUB. e IND. hay pequeñas diferencias de vibraciones propias de la espontaneidad de la escritura.


IDENTIDADES Y SEMEJANZAS GRÁFICAS CON RESPECTO A VELOCIDAD

La clasificación de la escritura, de acuerdo con su rapidez, puede clasificarse así: precipitada, rápida, mesurada y lenta.

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Tanto en IND. 1 como en DUB. podemos observar que ambos documentos tienen características de rapidez como escritura extendida, ligada y simplificada, algo de inclinación (hacia la derecha), avance progresivo y barras de t con predominio a la derecha.

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IDENTIDADES Y SEMEJANZAS GRÁFICAS CON RESPECTO A COHESIÓN

La cohesión afecta al grado de unión entre los trazos, pudiendo ser ligada si tiene más de cuatro letras unidas, agrupada en caso de ser tres o cuatro las uniones o desligada, que puede llegar a presentar grupos de dos letras unidas o totalmente separadas.

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Tanto en IND. 1 como en DUB. podemos observar que ambos documentos tienen características de escritura ligada. Casi todas las letras aparecen unidas en grupos de cuatro y cinco dentro de la palabra, levantando el útil solamente para puntuaciones, barras de t o signos.

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CONCLUSIÓN

A la vista de los hallazgos anteriormente expuestos se puede determinar que, tras un análisis exhaustivo, existen elementos cualitativos y cuantitativos que:

✥ El documento dubitado, aquí referenciado como Tercera Parte no revelada del Secreto de Fátima, ha sido realizado por la misma mano que el documento indubitado correspondiente a la Primera y Segunda Parte del Secreto de Fátima redactados de puño y letra por Sor Lucía dos Santos en su Tercera Memoria del 31 de agosto de 1941.

Este dictamen se ha efectuado con la mayor objetividad posible, tomando en consideración tanto lo que pueda favorecer como lo que sea susceptible de causar perjuicio a cualquiera de las partes y conozco las sanciones penales en las que podría incurrir si incumpliese mi deber como perito.

Lo que dictamino según mi leal saber y entender en
Madrid, a ocho de diciembre del año dos mil dieciséis.

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BEGOÑA SLOCKER DE ARCE
Madrid, 08 de diciembre de 2016









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El 13 de mayo de 1917, la Virgen de Fátima se apareció por primera vez a los pastorcitos Lucia, Francisco y Jacinta en la Cova da Iria. (Top Photo. Cordon Press).







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Virgen anunció para el 13 de octubre de 1917, a las doce del mediodía, un gran milagro. Más de 70.000 peregrinos acudieron a presenciarlo. (© 2017. Hemeroteca Municipal de Lisboa).







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El sol empezó a girar de repente sobre sí mismo, como una rueda de fuego, mientras diseminaba resplandores amarillos, verdes, rojos o azules. (© Bettman).







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Esta crónica de la época, firmada por Avelino de Almeida, evidencia el milagro de la danza del sol, el cual pareció desprenderse del firmamento. (© 2017. Hemeroteca Municipal de Lisboa).

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Pío XII, conocido como «el Papa de Fátima», guardó el Tercer Secreto en una caja fuerte de madera situada en su propio dormitorio. (Ap Photo. Gtres Online).

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Siendo patriarca de Venecia, en 1956, Angelo







Roncalli, futuro Juan XXIII, fue en peregrinación al santuario mariano de Fátima y celebró allí un solemne pontifical. (© Luigi Felici. Ap Photo. Vatician Photo. Gtres).

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Sobre Juan XXIII, el cardenal Silvio Oddi nos dice: «Una vez leído el texto del Tercer Secreto de Fátima, el Papa lo devolvió a la caja fuerte». (© Mario Torrisi. Ap Photo. Gtres Online).







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Monseñor Loris Capovilla, a quien vemos paseando con Roncalli, confirmó al intelectual católico Solideo Paolini la existencia de dos textos distintos del mismo Tercer Secreto. (Mondadori Portfolio. Album).







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Pablo VI leyó también dos documentos diferentes del Tercer Secreto: uno, la tarde del jueves 27 de junio de 1963, y el segundo, el 27 de marzo de 1965. (© Luigi Felici. Ap Photo. Gtres).

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El cardenal Ottaviani, que leyó el Tercer Secreto con Juan XXIII, nos recuerda que este «lo puso en uno de esos archivos vaticanos que son como un pozo profundo, negro […] que nadie puede ver ya más…». (Top Photo. Cordon Press).

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Juan Pablo I era un gran devoto de la Virgen de Fátima. Siendo patriarca de Venecia, viajó a Coimbra el 11 de julio de 1977 para entrevistarse con Lucia en privado. (Ap Photo).

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Albino Luciani no tuvo tiempo de dar a conocer el Tercer Secreto de Fátima, por más que lo hubiese deseado, pues falleció presuntamente envenenado. (Ap Photo. Gtres Online).

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Juan Pablo II elevó al Padre Pío a los altares en junio de 2002, en la ceremonia de canonización más multitudinaria en la historia de la Iglesia, incluida la del propio Wojtyla. (© Domenico Stinellis. Ap Photo. Gtres).

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Dotado de carismas sobrenaturales, como el de profecía o el de introspección de conciencias, el Padre Pío conocía el Tercer Secreto de Fátima. (Ap Photo. Gtres).

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El 13 de mayo de 1981, a las 17.19 horas, poco después de que el jeep descubierto de Juan Pablo II diese la segunda vuelta a la plaza de San Pedro, se escuchó el primer disparo, seguido de una segunda detonación. (© Arturo Mari. Ap Photo).







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Juan Pablo II se sentía consolado por Jesús y María, a quienes invocaba continuamente, mientras era conducido en ambulancia al Policlínico Gemelli, siguiendo la indicación del doctor Renato Buzzonetti. (Ap Photo. Gtres Online).

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«Si efectué solo dos disparos —declaró Agca al juez— fue porque a mi lado había una monja que en un momento dado me asió del brazo derecho y me impidió seguir disparando… ». Esa monja era sor Rita, hija espiritual del Padre Pío. (© Boglio. Ap Photo. Gtres Online).

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La prensa, incluida la revista Interviú, publicó estas insólitas fotografías de Juan Pablo II tras el atentado de 1981 en las que el Pontífice aparecía con traje de baño en la piscina de Castel Gandolfo. Fotos cedidas por Interviú.

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Entrevistado por Vittorio Messori, el cardenal Ratzinger advirtió, en clave de futuro, que en Fátima «se lanzó una llamada a la seriedad de la vida, de la historia, ante los peligros que se ciernen sobre la Humanidad». (© Domenico Stinellis. Ap. Photo Gtres Online).

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Pero, convertido ya en Papa, Benedicto XVI asoció el contenido del Tercer Secreto con el atentado frustrado contra Juan Pablo II a manos del turco Alí Agca, relegándolo así al pasado. (© Pier Paolo Cito. Ap Photo. Gtres).







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El cardenal Tarcisio Bertone ha reiterado que el Tercer Secreto de Fátima se publicó en su totalidad y que la consagración de Rusia realizada por Juan Pablo II fue también válida. (© Plinio Lepri. Ap Photo. Gtres).

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El 31 de agosto de 1941 Sor Lucia escribió en su cuaderno personal las dos primeras partes del Secreto de Fátima o, como el lector prefiera, el primer y segundo Secreto de Fátima.

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En la primera parte del Secreto, Lucia describe el infierno, y en la segunda recoge este mensaje de la Virgen: «La guerra pronto terminará [Primera Guerra Mundial]. Pero si no dejaren de ofender a Dios, en el pontificado de Pío XI comenzará otra peor».

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El 26 de junio de 2000, en la Oficina de Prensa de la Santa Sede —abarrotada de periodistas y fotógrafos—, los cardenales Ratzinger y Bertone anunciaron al mundo el Tercer Secreto de Fátima, cuyo manuscrito íntegro reproducimos en esta página y la siguiente.

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Lucia no escribió «como muerto» al dictado de la Virgen de Fátima, sino «muerto», textualmente. De hecho, Juan Pablo II no falleció providencialmente a causa del atentado. ¿Era entonces ese «Obispo vestido de Blanco» el propio Karol Wojtyla?

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«Hubiera bastado simplemente —sugiere el estudioso César Uribarri— con decir que ese Papa que cae muerto es Juan Pablo II […]. Lo curioso es que se citaba continuamente el manuscrito de la vidente añadiendo siempre ese “que cae como muerto”, dejándolo pasar por textual. Y esto era sospechoso…»

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Se echaban en falta también algunos elementos descritos por Sor Lucia, como la «montaña empinada, en cuya cumbre había una gran Cruz de maderos toscos», la «gran ciudad medio en ruinas» que atravesó el Papa o «el grupo de soldados que le dispararon varios tiros de arma de fuego y flechas», además de Alí Agca.

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Igual que los dos primeros Secretos de Fátima, la hoja que ahora reproducimos también fue escrita por la misma mano de Lucia, según la prestigiosa perito calígrafo Begoña Slocker de Arce. En este documento nuevo se alude a la apostasía en la Iglesia. Don Gabriele Amorth, exorcista oficial del Vaticano, recibió al autor en su sala de exorcismos de Roma para desvelarle aspectos sobre el Tercer Secreto de Fátima o la situación interna de la Iglesia.







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Don Gabriele Amorth, exorcista oficial del Vaticano, recibió al autor en su sala de exorcismos de Roma para desvelarle aspectos sobre el Tercer Secreto de Fátima o la situación interna de la Iglesia.







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El reportero francés Robert Serrou, de Paris Match, tomó esta fotografía de la caja fuerte de madera situada en los aposentos de Pío XII, donde se guardaba el Tercer Secreto de Fátima, cuya parte revelada se custodiaba, en cambio, en el Santo Oficio. (Por cortesía de Paris Match).





El secreto mejor guardado de Fátima
José María Zavala

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